19/3/11

Hoja de otoño (Blanca)

El viento azotaba sin piedad las ramas de los árboles desnudos.
Era lunes triste y nublado en la ciudad costera de A Coruña.
Estaba yo sentado en mi sillón marrón viendo una álbum de fotos antiguo cuando la voz de Juana, mi esposa, me dijo con voz dulce:
- Felipe querido, esta aquí tu amigo Rufo.
Cada tarde, mi amigo me visita unas horas, jugamos al naipe como en los viejos tiempos, como cuando éramos más jóvenes, me dice él, paseamos también por las calles de adoquín de piedra vieja, a veces entramos a bares nostálgicos, y en las ocasiones especiales damos paseos por la orilla del mar si el tiempo nos lo permite. En algunos aspectos, esta ciudad parece casi medieval y eso me gusta, según él no ha cambiado apenas desde su infancia, y eso me alegra.
Esto no es Madrid, está claro, y mejor, porque ya estaba harto del ruido, polución y urbanización masiva de la capital española.
Cierro el álbum de fotos con suavidad y lo dejo sobre el mantel bordado de la mesa redonda.
- ¿Cómo vas Felipe? ¡Menudo día nos ha salido!- me saluda con voz alegre mi gran amigo.
Según me cuenta Rufo, somos amigos desde la infancia, pero en este punto, no se si miente o es sincero, porque apenas me acuerdo.
Me diagnosticaron hace seis meses Alzhéimer , vaya, que pierdo memoria y punto, en cristiano.
Yo ya me temía algo parecido, en este punto, no es muy grave, pero con el paso del tiempo puede ir a más, este hecho no me preocupa masivamente, pues me considero un hombre que disfruta del presente y además no soy proclive como algunas personas a la depresión o soledad.
Intento mantenerme ocioso, como aquella temporada hace unos siete años, cuando trabajaba pero estaba en el paro.
Nací en esta provincia maravillosa, aquí conocí a Juana, pero por motivos laborales tuvimos que emigrar a Madrid poco después de casarnos.
Hicimos vida en Madrid, como muchos obreros de otras provincias, allí nacieron nuestros dos hijos. Éramos una familia tradicional y unida, como debe ser.
Pero hace siete años, cuando dejé de trabajar cobrando la pensión de la jubilación, me entró nostalgia infinita por esta ciudad encantada, la ciudad de mi infancia y adolescencia: A Coruña.
Y decidimos pasar lo que nos queda de vida tranquila y sin aprietos en la ciudad que nos vio nacer y crecer.
Los dos estábamos decididos y de acuerdo con la decisión. Nuestros hijos, como es natural se quedaron allí, y hacen sus vidas con buenos trabajos. A Juana muchas veces le da tristeza el no verlos, ni a sus hijos, ni a sus nietos. Pero muchos fines de semana vienen a visitarlos y a veces nosotros también.
Me considero un muy buen jugador del ajedrez, de la baraja española, del dominó, y bueno, en general de casi todos los juego de mesa, cosa que siempre me llevo un pellizco de monedillas a casa jugando con los vecinos. Me dice mucha gente que este tipo de juegos activan la mente y la ejercitan, e intento practicarlos todo lo posible.
Me gustan los toros, el vino y los paseos por la playa.
Pero la enfermedad triste que me diagnosticaron entristece mucho a Juana, ella cree que un día no la reconoceré ni me acordaré de cómo nos conocimos, o de cómo crecieron nuestros hijos encantadores. Yo intento no afligirme por este hecho, pero muchas veces no paro de pensar en ello y rogarle a mi dios que no me deje sin memoria.
¿No reconocer a mis hijos, a Juana, a mis amigos de toda la vida? Me sentiría solo y abandonado y preferiría morir. Pero tengo que ser fuerte.
Odio las pastillas que me tengo que tomar diariamente, paso a ser esclavo de ellas, nunca me han gustado los medicamentos también lo tengo que decir, pero en este punto Juana es pesada hasta la extenuación y me lo repite cada mañana, pues sabe que siempre he sido muy despistado.
Lo que me da miedo además de esta enfermedad, es olvidar mi infancia entre estas tierras benditas. De olvidar a Rufo, mi gran amigo, que tantas cosas hemos vivido según él me cuenta.
Aparte de esto, tengo miedo a olvidar mi identidad como persona, y no solo no reconocer a las personas que me han acompañado toda la vida, sino a no reconocerme a mi mismo.
¡Tiempo y memoria! Apiadaos de mi, ser entre tantos seres.
Intento aferrarme a los buenos recuerdos, los malos que se los lleve el viento, intento no sucumbir en la desesperación ante este destino cruel.
- ¿Te acuerdas cuando jugábamos a la salida del colegio de vuelta a casa a chafar hojas secas? Nos encantaba el ruido de la hojarasca hacerse pedazos. Era otoño, la estación más bonita del año ¿verdad que si?.
Estábamos paseando por las calles de la ciudad, y las hojas caían raudas de los árboles, eran hojas secas y tiesas. Me dieron ganas de chafarlas. También era otoño aquel día.
Rufo se rió.
- ¿Cómo era? ¿Solo lo hacíamos nosotros dos?- pregunté, pues apenas recordaba.
- Parece ser querido amigo, que ese año lo pusimos de moda y por las calles, al pasar el torrente de alumnos del colegio, no quedaban hojas de otoño sin que las chafáramos con ansia viva. ¡Qué tiempos! Tú eras del grupo, el que más bromas hacía - Risas- A veces eras un poco molesto, Felipe.
Nos sentamos en un banco de un parque cualquiera de tanto, a descansar las piernas.
- ¿Cómo era esta ciudad cuando éramos unos crios?- quise saber, sin parecer demasiado nostálgico.
- Buena pregunta. En realidad, no ha cambiado tanto como lo han hecho otras ciudades españolas. Solo he de decir que sigue siendo la misma, pero cada vez con más años, como nosotros. A Coruña seguirá viendo crecer a chavalines como lo fuimos en su día nosotros dos ¿qué cosas, no?- dice mi gran amigo, mirando fijamente el horizonte rojo.
- Tú acuérdate siempre de mi, yo lo intentaré.
-Descuida Felipe, yo me acordaré de nuestra infancia por los dos.
De pronto, se presentan en el parque donde nos encontrábamos un grupo de cinco chicos de diez años y empiezan a jugar con un balón de reglamento con una maestría de infantes.
Uno de ellos se aparta y empieza a jugar con un maquinita muy atento.
Nos quedamos observándolos como dos tonto, como si esa etapa vital fuera muy lejana.
Al cabo de un rato nos marchamos, es viernes por la tarde, vamos a jugar al naipe un rato.
-¿Dónde esta el bar del Perico?.
- Por aquí, tú sígueme.
Mañana es sábado, vendrán mis dos hijos con sus respectivas familias a visitarnos y a pasar el fin de semana.
Juana hará un fabada deliciosa, veré a mis nietos, una alegría inmensa, sin duda.
Espero si un día no los llego a reconocer, que se acuerden siempre de su abuelo Felipe, si la memoria y el tiempo los deja.

 Blanca
 

1 comentario:

  1. Hola Blanca,

    maravillosa historia y me encanta como has introducido el título. A mi también me encanta chafar hojas secas ^^

    Hace tiempo yo escribí también una historia sobre alzheimer, pero en mi caso, la vícitma de dicha enfermedad era una niña de unso 15 años (le pasaba eso por un accidente un autobus). Si quieres leerla la tienes en mi blog, se llama Magnolia.

    En fin, sigo por aquí.

    Besos guapísima.

    Esther.

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