28/3/11

Agua en Polvo (Estefania)


 Hará cosa de cuatro meses realicé un trabajo a propósito del agua embotellada para la asignatura de Hidrología, así que cuando Anna puso el título del siguiente relato me encantó, aunque que la Rosa pensara que se trataba de una “Weàh Reculià”, por eso aprovecharé para contar una historia verdadera.

Ya estamos cansados de que nos repitan desde distintas plataformas de información que nuestro cuerpo se compone de un 70% de agua, que hay millones de mujeres en el mundo que han de caminar más de 10 Km. cada día para obtener agua potable, la problemática derivada de la contaminación por arsénico y nitritos de los acuíferos, etc., sin embargo siempre que había escuchado alguna noticia sobre este asunto pensaba: que suerte que tenemos de vivir en una región en la que las aguas del subsuelo y de los pantanos no están contaminadas y, además, podemos tener toda el agua que deseemos con sólo abrir el grifo.

Pero todo esto cambió a finales del mes de Noviembre del pasado 2010, ya que Encarni, la profesora de la asignatura mencionada anteriormente, nos pidió a algunos de sus alumnos que la ayudáramos a realizar un informe sobre el agua en la ciudad de Valencia y su área metropolitana.

Todos nosotros estábamos muy emocionados, la verdad, sentíamos que la profesora estaba confiando en nuestro buen hacer pese a que no hubiéramos terminado la carrera, pero no pudimos evitar preguntarle:

-          Encarni, ¿por qué nosotros?, ¿no hay gente más preparada para realizar este menester?,
-          Por supuesto que hay gente más preparada que vosotros, oh mis queridos esbirros!, cualquier ingeniero químico por ejemplo. Sin embargo este año ha habido varias catástrofes naturales que han afectado a países situados en zonas de alta y media actividad sísmica.
-          Ya sabemos a que te refieres Encarni, estás hablando de los terremotos de Haití y Chile, estamos al tanto de ello.
-          Efectivamente, y ¿sabéis cuáles han sido las consecuencias para su población?, ¿habéis leído o escuchado alguna noticia sobre el brote de cólera de Puerto Príncipe? ¿y algo sobre la proliferación de infecciones como diarrea, tifoidea y hepatitis  A tras el terremoto de Chile?.
-          Si, la verdad es que “a perro enfermo todo son pulgas”, sobre todo en el caso de Haití.
-          Pues la OMS y los realizadores del IDH  me han encomendado que me dedique a la investigación sobre la calidad del agua de la ciudad de Valencia y su área de influencia, ya que este año además de sus informes quieren publicar un monográfico extenso sobre la calidad de las aguas a escala regional, pero van escasos de dinero y por eso están utilizando a estudiantes como mano de obra “barata”.

En aquel momento todos nosotros omitimos el hecho de que si que éramos mano de obra barata, baratísima de hecho, la verdad es que cobrábamos 0€/hora, pero el placer de realizar un trabajo para la universidad no tiene precio (¬¬ estos pazguatos piensan que somos Stajanov ¿o qué?)

Nos dividimos el trabajo: unos cuantos se dedicaron a ir Benagéber y a Tous, los dos pantanos que nos suministran agua, otros se marcharon al acuífero de la Mancha, otro grupo realizó el análisis en “aguas de Valencia”, otros analizaron el estado de las tuberías y  Jojo, Irene y yo realizamos los análisis del agua del grifo de los ciudadanos.

Después de una semana de trabajo los veinte miembros del equipo nos reunimos para poner en común los resultados y nos percatamos que había una zona, situada entre Burjassot, Torrenconill y Balterna, que no contaba con alcantarillado ni abastecimiento de agua potable. Se trataba de un barrio residencial de clase obrera llamado “la Chufa Ville” .

Intrigados, cinco miembros del equipo nos marchamos a este barrio, para realizar el análisis del agua de sus grifos y ver  con que sistema de extracción contában.

Al llegar allí todo nos pareció muy extraño: las fincas tenían entre 10 y 15 alturas, todas ellas eran de protección oficial y era la típica construcción del desarrollismo español, por otra parte todos lo bajos comerciales eran gimnasios, peluquerías, Lidl’s, tiendas de bisutería, de veinte duros, de perros de porcelana a tamaño natural etc. No encontramos ni un colegio, ni un cine, ni una biblioteca, ni tan siquiera una frutería!…las calles estaban llenas de mercadillos al más puro estilo benimacletero pero crecido y aumentado, habían muchísimos residuos urbanos en las calles mezclados con cachos de perejil que se le habían caído a la pescadera, quien sólo vendía bacalao.

El sabor de boca que se me quedó tan sólo con pasear por esas calles fue: No me lo puedo creer, ¿pero esto qué es?, pero todo acababa de empezar, ya que “la Chufa Ville” contaba con 80.000 habitantes repartidos en 20.000 viviendas por lo que para que el muestreo fuera significativo teníamos que controlar la instalación de 8.000 residencias. Jojo, Irene y yo nos repartimos el trabajo, así en seis días habríamos terminado con tal barrio.

Los días iban pasando y las encuestas y revisiones aumentando…y finalmente nos reunimos los cinco. Todos llegamos a la puesta en común con la cara más blanca que Dita Von Teese, y es que los datos de este poblado eran alarmantes: residuo seco de más de 1000 mg/l., más de 0,5mg/l de fluor y 500mg/l. de bicarbonato y lo más extraño es que encontramos componentes químicos que nunca se encuentran en el agua como restos de Myolastán, Prozak, Jarabe para la tos, etc.…De repente miré a mis compañeros y todos ellos llevaban una riñonera Reebok colgada de un hombro, pendientes de oro, se habían cortado el pelo al cenicero, y las chicas de habían puesto extensiones y mechas, concretamente yo me había hecho la permanente y me había puesto uñas de porcelana con todo tipo de motivos geométricos, sin olvidar el nada desdeñable hecho de que todos utilizábamos la muletilla méntiendes nano, cuando terminábamos una frase.

Desde la sala de investigación fuimos todos al despacho de Encarni y al vernos  empezó a tirarse de los pelos y a gritar como poseída por una hiena herida:” nooooooooo!!!! Habéis ido a hacer los análisis a “la Chufa Ville”!!! y además habéis bebido del pseudo agua que sale de sus grifos, estáis todos vosotros infectados por el canismo, ¿!es que no os dais cuenta!!!!!!!!??????”

-No Encarni, la vendáh es que no nos lo podemos decreeh, pero tampoco sabemos porque amamos tanto de repente a Belén Esteban, nos gusta la música de Fondo Flamenco, los colores fosfis, los chándales de terciopelo, que nos llamen reshulikaahhh y poner “h” al final de todas las frases, méntiendes?

En aquel momento Encarni nos explicó que tras la riada de 1957 en esa región se acumuló muchísima agua y, que el suelo calizo la absorbió como si de una esponja se tratase, lo que creó un extraño acuífero muy superficial. Años después allí abrieron un complejo residencial, precursor de Marina D’Or, lleno de discotecas en las que sólo echában musica remix de la Grecas, Emilio el Moro y más tarde los Caños, el Arrebato, Kiko y Shara, Camela, Tamara-Ámbar-Yurena, las Sex Bomb, O-zone, etc…Esto atrajo canis de todo el mundo que llenaban cada noche estos locales, lo que conjugado con un escaso control ambiental, provocó que las aguas fecales y residuales fueran vertidas al acuífero y posteriormente fueron bebidas sistemáticamente por sus habitantes, quienes empezaron a padecer intolerancia al agua potable poco después y cuando llovía se les generaban heridas como le sucedía a Linda Blair en el “Exorcista”, todo esto está tapado por el Gobierno de la Generalitat, quien encuentra un bastión de votos allí a cambio de favores canis.

Encarni nos preguntó cuanto tiempo llevábamos sin beber agua que no fuese de ese acuífero y, la verdad, es que ya hacía seis días y en ese tiempo habíamos consumido masivamente productos Hacendado y, además,  habíamos ido a Puzzle casi todas las noches, donde sólo habíamos tomado Speed y Calimotxo…éramos ya parte de una subespecie humanoide!

Esa misma noche de viernes la profesora nos alquiló un minibús que nos llevó a “la Masía” en Segorbe, donde nos esperaba un joven apuesto con la cara de Chimo Bayo tatuada en un brazo y la de Camarón en el corazón que nos ofreció “MDMA” del güeno, nano! Y además a un precio baratísimo, lo esnifamos sin parar toda la noche y al salir nos sentíamos muy orteras con los oros como si fueramos Mr.T…el camello nos había pasado Agua en Polvo, ya estábamos definitivamente curados, o al menos eso quiero pensar, méntindes nano.

27/3/11

Agua en polvo (Rozae)

Poltava (¡¡Ucrania!!), enero de 1943.
Un bosque enfermo enmarca en mi memoria mi primer encuentro con la inolvidable Zoya Złowrogi. Recuerdo que para verla tuve que apartar a fuerza de manotazos fantasmas, troncos y niebla, pues las lágrimas de mis pies cansados ensuciaban mi frente con un sudor caliente que me mantenía los huesos fríos, agotados, casi al borde de una muerte por la que entonces suspiraba a cada tortura, a cada paso absurdo que aspiraba a mi ideal: Ucrania.
La pequeña diabla se entretenía con el silencio cómplice de la naturaleza en el riguroso tormento de una babosa a la que clavaba un pincho, quemaba con cerillas con una sonrisa sádica bailándole en la boca la danza de la venganza. Una crujiente ramita delató la presencia de mis botas militares y Zoya se giró hacia mí con la virulencia con la que ataca la peor de las serpientes. Nos sujetamos una mirada oblicua de terca desconfianza que me convenció de que tenía los ojos más extraordinarios a los que me había enfrentado hasta entonces. Siniestros, vagabundos, subyugantes, había en ellos un dolor lúcido y febril que me fascinó. A la vez que ante ella me sentía desnudo, intuí que un oscuro remolino interno le retorcía el alma cruelmente. No tardó mucho en decidir que yo no era peligroso para ella (mis pintas debían de ser verdaderamente patéticas: llevaba varios días masticando con ansias locas el puro rocío de las hojas) y sonrió sentenciando son de paz, me dijo su nombre, exigió el mío y me presentó a su pobre enemigo, que ostentaba el modesto nombre de Herr Hempf: la primera babosa formalmente bautizada de la historia humana, supongo. Me dijo que estaba “practicando” con ella… Mirando a Zoya, las tinieblas de mi mente destiñeron la realidad, de repente raída como seda vieja; desfallecí, caí de rodillas… Cuando se acercó a mí me aferré a su ropa, a sus brazos como a una isla de vida y farfullé tengo hambre, niña. ¡Ya lo veo!, graznó dándome una bofetada; mas pronto sonrió con una piedad infinita y me dijo que esperara. ¡Yo no estaba para esperas: me moría! Pero no se lo dije, naufragué en un desmayo del que emergí para entender que una sigilosa voz de niña y otra de niño me arrastraban por los brazos hacia un mundo desconocido, paralelo al mío.
Es un desertor, la escuché decidir a ella: lo delata el aura.
Yo abría la boca, la cerraba, masticaba, tragaba dócilmente, con hondo agradecimiento creía en el Dios que me mandaba a este par de ángeles que me estaban salvando la vida. Abrí los ojos y hallé los ojos rubios de Zacharias que me daba avena dulce a cucharadas. Me sonrió. Al verlo de cerca, se me hizo evidente que eran gemelos. Zoya nos miraba de vez en cuando encaramada a una ventana velada que traducía a la noche en una cómplice de nuestro secreto. Entendí que vigilaba. Me quedé dormido, me arroparon y cuando se fueron amaneció. Me habían dejado pan y queso junto a una vela y al despertar devoré el pan el queso y la vela. Entonces miré a mi alrededor, ansioso como un secuestrado pero menos hambriento. Estaba en el taller de un pintor. Pensé que era un taller abandonado porque la estancia parecía la pintura del taller de pintura de un pintor siempre ausente. Los pinceles secos, sucios, aguardaban aburridos la llegada de una mano que no llegaba, una sábana blanca cubría tristemente el caballete regente como se cubre un sillón inútil en el que uno no tiene intención de sentarse más, múltiples lienzos se amontonaban dándome la espalda, enojados cara la pared como chiquillos castigados. Curioseé sin maldad cada rincón de mi artístico hogar. Al desnudar el caballete pude espiar las líneas de una mujer a medio hacer, durmiendo una siesta lánguida con la mitad del pelo sobre un rostro que resplandecía de paz. Una canción silbada afuera me llevó hasta la ventana, precisamente hacia la modelo del momento robado que representaba la pintura: la madre de mis pequeños salvadores vestida con el romántico nombre de Ava von Aschenbach. No miraba con tanta intimidad a una mujer desde aquel burdel de Berlín al que fui con los chicos, y del que me fui corroído por la culpa porque la prostituta que me tocó en suerte tenía tal parecido físico con mi hermana que fui incapaz de tocarla y me pasé la noche liándole cigarrillos, bebiéndome su cerveza y escuchándola hablarme de su turbia infancia. Eso había sido hacía dos años (me alarmé al pensarlo). Puede que Ava fuera una mujer normal e incluso de belleza ordinaria, no lo recuerdo, pero el caso es que la noble señora me pareció hermosísima. Algo en su manera de moverse al tender la ropa recién lavada, frente al taller de su esposo donde yo estaba escondido, me hizo pensar no sólo que no era feliz sino que había convertido el sufrimiento en su destino. La observé caminar, tararear, tender, sintiendo clavada en mi espalda la misteriosa sonrisa del pintor de brazos cruzados, con el que ya simpatizaba. Zoya apareció dos horas después del amanecer, antes de irse al colegio. Me dejó comida y me advirtió que no iba a quedarme aquí mucho tiempo. No tenía nada personal en contra de mi situación de… “fugado”, Zacharias tampoco, pero era muy peligroso que yo estuviera en su casa, y nadie más debía saber esto, ni siquiera su madre.
    Porque si Herr Hempf se entera de que te estamos escondiendo, nosotros tendremos problemas y tú eres hombre muerto, Martin.
    ¿Tu babosa? —pregunté bajito, muy confundido. Zoya me dedicó una sonrisa autocomplaciente, de lo más sarcástica.
    El amante de mi madre— tuvo el detalle de aclararme.
Los gemelos me habían ocultado en el taller de pintura, porque ni su madre ni nadie entraba ahí desde el día en que llegó la carta que anunciaba en términos burocráticos la muy noble muerte de su marido, cuya vida sacrificada en nombre de su patria debía llenarla de orgullo y gratitud etcétera, etcétera. De manera que si no salía, en principio aquí estaría seguro, siempre que me marchara en cuanto recuperara las fuerzas que ahora me faltaban. Aunque llegaba tarde a clase, se sentó en el suelo a pedirme que le hablara de Hitler, de la guerra. Me negué irritado, tajante; ella se marchó furiosa. Permanecí solo y encerrado el resto del día, durmiendo, pensando, escribiendo. Por la noche, Zacharias me trajo un termo caliente, pan, queso, miel, coñac y otra manta. Pasé allí cuatro días con sus cuatro noches. A la noche siguiente, el niño vino como siempre a traerme algo para cenar, pero se quedó más rato conmigo; yo agradecía su discreta compañía; a veces hablaba, pero no mucho. Era un chiquillo muy cálido y pensativo, me daba cuenta de que le gustaba estudiarme mientras comía. Me dijo que la babosa (el tal Herr Hempf) pasaría esta noche en su casa, en la habitación de Ava…Y que Zoya vendría aquí, al taller: ella pensaba que su hermano no se daba cuenta, pero él sí sabía que en las noches sucias como esta se levantaba a medianoche, con cuidado para no “despertarlo” y se venía a dormir aquí. Antes de que Zacharias se fuera, le supliqué más tabaco. Sonrió a modo de respuesta. En efecto, poco después de medianoche, la puerta se abrió y entró Zoya. Por su expresión, deduje que se había convencido de que me iba a encontrar dormido. Venía pálida, en pijama, envuelta en una manta, con mi tabaco de parte de Zacharias y una nueva vela en las manos, que encendió enseguida con una de sus cerillas. Me lanzó el tabaco. Lo tomé al vuelo y empecé a liarme un cigarrillo, que me fumé gozoso. Le pregunté por qué venía a dormir al taller pudiendo hacerlo en una cama. Se acomodó en la camita que improvisó para ella y se quedó mirándome unos instantes, como valorando si merecía una respuesta.
    Herr Hempf va a pasar la noche en mi casa y yo odio los gemidos de asco de Ava, la noche los amplifica— explicó al fin.
    ¿De asco? —pregunté con un amago de sonrisa, como dudando de que fuera así, pero la mirada de hielo que me clavó me obligó a no dudar de su subjetividad.
    Se prostituye porque cree que es su deber de madre abnegada, no por gusto—escupió. —El sacrificio ennoblece su caso y se lo hace psicológicamente soportable. Pero el Asco es evidente.
    Bueno, no sé…
    Tú no la conoces, yo sí. La babosa es poderosa. Se empezó a arrastrar por aquí y a llenarlo todo de babas en cuanto mi padre partió a la guerra y la ha convencido de que “nos está protegiendo”, a los tres. A cambio, ella le da sus gemidos. O sea, es una puta. Mitad víctima, mitad cómplice, como todo el mundo.
    Es tu madre. No deberías hablar así de ella—moralicé con disgusto.
    No la defiendas, ¿quién te crees que eres?
No supe qué decir. Estuvimos un rato en silencio; Zoya miraba la vela, yo la miraba a ella. Me di cuenta por la opacidad de sus lágrimas de cuánto estaba sufriendo.
    La basura a la que se somete la envilece, nada la justifica... Es tan…
    Te gustaría verla libre.
    Sí, pero no puede o no sabe y no hace nada radical para soltarse.
    ¿Y qué puedes hacer tú?
    ¡No lo sé! ¿Lamentarme? Y no imitarla. Pero no es fácil, su sumisión a esa babosa conocida en el pueblo como el Hombre que “la cuida”, lleva años enraizando en ella, preparándola para aceptar el sometimiento como algo natural aunque obsceno. La abdicación de Ava me parece un caso extremo, pero entre mis compañeras de clase incluso la que se cree más lista se muere porque la quiera abrazar el más tonto. Todas desfallecen por una invisible manita masculina y sueñan con que se haga carne para justificar una existencia a la que no le encuentran sentido propio. El proceso de búsqueda es subterráneo y muchas no se dan cuenta de nada, aunque se desviven por beberse los piropos de los niños que son dueños y jueces de sus vestidos y sus almas. ¡Ridículas! Yo no seré así o que me muera que mi propio hermano me mate. Sé que este—abrió las palmas—es un estadio antinatural de nuestra vida como familia, las cosas no deberían ser como son ahora. Pero este pedazo de existencia que vivo ahora es irreal, este rincón del mundo tiene leyes sucias que nunca limpian nada. Aquí los hombres, los ladrillos de mi casa, los regalos, todo es sucio. Hasta la lluvia es sucia, no es agua normal, cae negra y en grumos pequeñísimos, como si fuera agua en polvo.
    Eso es químicamente imposible, pequeña—sonreí con una didáctica condescendencia que a mis veinte años hubiera provocado como mínimo una mirada condescendiente de parte de cualquier adulto.
    Pues aquí pasa: llueve polvo del cielo como lágrimas sucias y se forman charcos que parecen papilla de ceniza mojada, a los árboles se les retuercen las raíces bajo tierra y los animales beben de los charcos y se les tuercen las almas.
    Los animales no tienen alma y si aquí hay algo torcido es tu imaginación—dije un poco fastidiado pero sin ánimo de discutir.
    No entiendes nada, soldadito — dijo irritada, mirándome con profundo disgusto, pero luego suspiró como cansada y entonces me pareció muy vieja. Una presa muy vieja estrujando con los puños los barrotes de una jaula muy joven. Al fin alzó sus agudos ojos hacia mí y sonriendo a medias preguntó con ambición:
     ¿Y tú? ¿Hacia dónde te diriges? Vas en dirección contraria a tu país.
Eso último me molestó, porque yo sabía que Zoya sabía que lo que estaba haciendo era precisamente huir de mi país, que lo había sabido en cuanto me había visto en el bosque, aunque ya hacía varios días de fuga que no iba disfrazado de soldado nazi, salvo por las botas.
    Quiero llegar a Ucrania.
    ¿A Ucrania? ¿Por qué?
    Creo que ahí estaré a salvo—evadí.
    ¿Entonces es cierto, eres un desertor? —me preguntó fascinada.
Asentí lentamente, sombrío. Zoya sonrió ansiosa.
    ¿Por qué huiste? Quiero decir, ahora ¿quién eres? ¿Qué eres? Un traidor: sin familia, sin amigos, sin país. ¿Qué clase de vida vas a llevar, siempre extranjero, siempre errante? Porque si los tuyos te encuentran, te matarán.
    Lo sé.
    ¿Y por qué huiste? —insistió.
    No podría haberme pasado algo peor que la guerra, Zoya. No puedes entender a qué me refiero, ni siquiera tengo palabras, es que yo… Ya no podía... soportarla más.
Ella me miraba ávida, interrogante. Le hablé un poco, porque se me ocurrió que de alguna manera dulce asociaba mi condición de soldado a la de su padre muerto.
    He sido el pequeño instrumento de un líder al que he acabado por despreciar, se me han llenado las manos de la sangre de otros hombres por acatar las órdenes de burócratas que sólo han estado haciendo su trabajo. También allí todo era sucio, el cielo ardía y la lluvia igual era grumosa pero roja. He estado perdiendo amigos y mi dignidad de ser humano. Yo solo no puedo acabar con la guerra, así que…
    Huiste.
    ¿Crees que soy un cobarde? —pregunté angustiado, dándome cuenta de que era muy importante para mi identidad difuminada la sentencia de Zoya.
Se quedó pensativa un tiempo que se me hizo muy largo.
    Un poco. Pero admiro tu radicalidad. Y te envidio—dijo al fin.
Le dediqué una tímida sonrisa, bastante aliviado no sé por qué (después de todo, me había llamado cobarde, gracias). Ella me sonrió a su vez y exclamó:
    Necesitarás un nombre nuevo, ¿lo habías pensado?
    No... —respondí con desconcierto.
    Pues claro, chico, casi vas a ser otra persona: necesitas otro nombre, otra historia. ¿Llevas encima tus documentos? —preguntó viniendo hacia mí, sentándose a mi lado con familiaridad.
    Ajá…—los saqué, se los tendí, los curioseó, leyó en voz alta:
    Martin Steiner, nacido en Berlín, hijo de…nadie. A partir de ahora te llamarás Alfred. Me gusta más que Martin, para ti. Serás Alfred...
    Złowrogi.
Me miró muy sorprendida y volvió a sonreír, como satisfecha de mi decisión.
    Bien, Alfred Złowrogi: quémalos—me dijo tendiéndome la documentación. Lo quemé todo con sus cerillas hasta que todo fue ceniza, pero de dentro rescaté como por instinto la fotografía de Beatriz, que no miré, concentrado como estaba en la destrucción de mi pasado, y que Zoya robó.
    ¿Quién es? —la oí preguntar a lo lejos, curiosa.
Guardé un silencio profundo antes de susurrar absorto en mi desgracia:
    Me recuerda que soy el único adorador de una religión que está muerta.
Sentí clavada en mí la mirada cruel de Zoya, que encendió una cerilla y prendió a Beatriz sin que me diera cuenta enseguida.
    ¡¡Pero qué haces estúpida!! —estallé al girarme, le di un bofetón que me devolvió airada, y le arrebaté los restos abatidos de la fotografía, quejumbroso como un bebé. Ella se levantó con un deje desdeñoso.
    Te irás mañana, cuando amanezca.
    Muy bien—escupí.
Se fue a acostar. Me acosté a mi vez, abrazado a las cenizas de mi muerta. Lloré un poco, de dolor, de culpa.
    ¿Zoya?
    ¿Hm?
    ¿Me perdonas?
    ¿Y tú a mí?
Nos perdonamos en el silencio, pero los dos habíamos decidido ya que me iría a la mañana siguiente, y así fue. El amanecer fue de un gris plateado especialmente antinatural que confirmaba la anomalía que Zoya deploraba en ese lugar, porque en las demás partes del mundo los amaneceres se pintan con colores cálidos. Zoya fue a la casa, volvió con espuma y una cuchilla y, mientras ella me afeitaba y cortaba el pelo, Zacharias me preparó un macuto con comida y tabaco para varios días, un mapa y un poco de ropa de abrigo que le agradecí encarecidamente. Luego se marchó al colegio y me quedé solo con Zoya. Le dije que le guardaría toda la vida un celosísimo agradecimiento, que si podía hacer algo por ella, me lo pidiera, pues me sentía capaz de hacer cualquier cosa que me exigiera su capricho.
    Quiero una bala—pidió con una humildad aviesa, decidida, y engarzó con los míos sus peligrosos ojos. El silencio me revolvió el estómago.
    Déjame hacerlo a mí, Zoya—le pedí comprendiendo esa mirada, con un tono profesional del que me hubiera sentido avergonzado en cualquier otro momento—. Sólo tienes diez años.
    Y tú veinte, y eres un crío—replicó con una sonrisa sorprendente, triste pero muy ufana, y añadió con celo—. No, Alfred. Es mi responsabilidad.
Sus palabras me perturbaban porque, dijera lo que dijera, era demasiado joven. Pero supongo que confiaba en ella y que admiraba a la soberbia renacuaja hasta el punto de respetar cualquier decisión que erupcionara de su corazón enfermo de ira. De modo que deposité mi arma entre nosotros.
    Quédatela, yo no la necesitaré.
Tragó saliva, la cogió con respeto y cuidado. Estaba cargada. Mi paranoico pasado de soldado no me había permitido deshacerme de ella, pero tampoco utilizarla de nuevo después de mi deserción, ni descargarla e inulitizarla como si realmente ¿nunca más? fuera a servirme de ella, porque pensaba que eso hubiera sido como castrarme sólo porque a lo largo de la semana no hubiera tenido ganas de hacer el amor. Esta última idea me daba auténtico pánico. Enseñé a Zoya cómo quitar y poner el seguro, cómo disparar con ambas manos y le hice con respecto al arma algunas advertencias útiles que espero no olvidara. Luego me despedí del fantasma de su padre y salimos afuera. Llovían tenuemente unos rarísimos copos de agua gris que no eran nieve, y me expliqué la extrañeza de Zoya ante la lluvia irreal de este lugar del tiempo donde vivía. Nos dimos un abrazo de amigos, nos deseamos suerte con ojos serios, me eché el macuto al hombro y partí en silencio, sin volver la vista hacia atrás para no turbarme. Nunca me costó tanto dar un paso, avanzar, ni siquiera cuando tuve por tiranos a la enfermedad y al hambre, como en aquel momento al alejarme de Zoya, de Zacharias ignorante en el colegio, del espíritu del pintor atrapado en su taller, de Ava von Aschenbach dormida en su cama llena de babas…Avancé, porque algo más fuerte que yo me decía que eso era lo que debía hacer, que debía dejarlos solos, pero desde entonces aquellos cinco días no han dejado de perseguir mi conciencia desarmada, y mi cariño por aquella primera tierra que me acogió y por los gemelos que tan nítidamente recuerdo sólo ha ido en aumento. Muchas veces escribí cartas a aquella dirección, por supuesto con el nombre de Alfred, para que Zoya entendiera, pero nunca obtuve respuesta, y no he podido saber si eso es bueno o malo. Mi ansiosa esperanza por obtener noticias sobre ellos y lo que les ha ocurrido nunca perdió la fe, y he esperado y esperado, hasta el día de hoy, en que esto ha venido a mí.

26/3/11

Agua en polvo (Blanca)

El Dios del agua, Jnum, los había maldecido en aquellos días de intenso sofoco a una carestía de lluvias durante dos años enteros.
En la mítica ciudad de Egipto faraónico, vivía una civilización de piel morena y costumbres ancestrales.
Eran agricultores la mayoría de la población y aquella horrible sequía sumiría a la desesperación y locura a miles de egipcios, tanto esclavos como libres. En el cauce del río Nilo mucha gente te disputaba ese recurso tan preciado por el cual gente moría.
Muchos decían que aquella sequía era una maldición del Dios del agua, para castigarlos por algún error cometido.
El agua pasó a ser la sustancia más valiosa de entre todas en aquel tiempo de la Era Antigua, recurso preciado que el Dios del agua les negaba.
Y cuenta la leyenda que por aquel entonces, el faraón ejercía un poder total sobre el resto de la población, sus súbditos que lo servían a su propio beneficio. Los sacerdotes estaban convencidos de que en todo el imperio, en algún lugar escondido se encontraba una sustancia mágica que ofrecía poderes curativos para los enfermos con diferentes patologías.
La sustancia mágica y preciada era el agua en polvo. Y estaba en boca de todos, no era un tema tabú.
El agua en polvo por raro que pudiera parecer, eran polvos mágicos que si un humano en mal estado de salud tocaba solamente a la luz de la luna llena te convertía en agua curativa ofreciendo propiedades muy preciadas, tanto de rejuvenecimiento como heridas leves en la piel. Además algunos decían que procuraba la felicidad y sabiduría eternas. Su valor además se multiplicó exponencialmente en esa época, pues la sequía era insoportable y en realidad aquel bien tenía las mismas propiedades que el agua.
Otros pensaban que todo era un mito, una mentira, que el agua en polvo en realidad era nieve blanca, agua ni en estado líquido ni en estado sólido, que solo había sido vista por lo países del norte.
Pero ¿Cómo conseguirla si existía? Ese era el gran misterio y muchos estaban dispuestos a dar la vida por conseguirlo.
De hecho había una canción popular que cantaban en su mayoría los niños que recitaba así:
Cuando caiga la luna en el pueblo egipcio,
Te acordarás de la leyenda que nos une,
Es el secreto del agua en polvo, un misterio,
Dicen que cura los males del alma, los males del cuerpo,
Pero nadie sabe donde está,
Ni siquiera saben si existe o es un mito
Para dar esperanzas al pueblo egipcio de sus males
ésta sustancia has de poseer
¡Oh! ¡Dios del agua! Apiádate de nosotros
y revélanos el secreto
del agua en polvo.
- ¡Hiba, Sinuhé! ¡¡Despertaros ya!!.- Gritó la madre furiosa.
Estaban en el piso de arriba de la cabaña de barro donde convivían con sus padres estos dos muchachos de diez y doce años.
Al padre lo apodaban el “médico de los pobres”; en casa, a la salida, había un jardín al que la madre cuidaba con todo su cariño, hacía dos años atrás el padre de ambos muchachos había plantado un almendro, árbol se secano, donde cada inicio de otoño daba su fruto y del que se beneficiaba toda la familia y sus invitados. Además los niños cuidaban con delicadeza los cactus punzantes que habían plantado de unos brotes hacía poco.
Una vez a la semana, la madre llevaba a Hiba y a Sinuhé a mercado de la plaza, donde se compraban y vendía productos de alta, media y baja calidad y donde se regateaba el precio de la venta.
Al dormir, a los dos niños les contaba leyenda que le había contado cuando era pequeña su madre, pero muchas veces los niños se dormían antes de acabarlas, puesto que algunas eran extensas.
Desde pequeños, el padre de los niños los dejó acercarse a sus consultas médicas, donde les explicaba todos los instrumentos que necesitaba, así como pomadas o ungüentos de los que se servía para sus curaciones; pero no todos los que acudían a la consulta del padre de familia eran pobres, también asistían comerciantes, por ejemplo.
Sinuhé era un niño de mirada ávida, despierto, interesado por conocer, tocar, experimentar todo lo que el mundo le pudiera ofrecer; sano como un roble, según diagnosticaba su padre y muy listo. Le gustaba jugar con los niños de su edad y escuchar horas y horas las historias y leyendas de los mayores. Por ejemplo, la leyenda del agua en polvo por aquel entonces era su favorita y algún día soñaba con ser el descubridor y poseedor de tan valiosa sustancia siempre para hacer el bien.
Su hermana pequeña se llamaba Hiba y era sorda leve de nacimiento; esta minusvalía le provocaba algunas deficiencias sociales, por ejemplo no le era tan fácil el nivel de relación con iguales y con personas mas mayores de la que tenía su hermano mayor, el cual se socializaba por los dos. Era tímida y retraída, el encanto favorito de su madre laboriosa. Pero también, como su hermano tenia cierta habilidad cognitiva fuera de lo común, y aunque fuera la pequeña, a veces era la más ingeniosa de todos. Sólo hacía falta fijarse en ella unos momentos y bucear en su profundo mirar negrísimo para saber lo que quería comunicar.
Los dos hermanos siempre habían estado muy unidos, el uno ayudando al otro en lo que fuera menester; sobretodo Sinuhé, pues aparte de ser el varón y mayor que ella, le ofrecía una seguridad, confianza y protección que ni incluso se la podría donar su madre.
Y la niña… bueno la niña solo tenía ojos para con su hermano al que quería y alababa como a un héroe.
Sus padres estaban muy orgullosos de ellos y les pronosticaban un muy buen destino, pues no había corrupción en sus almas infantiles.
Un día levemente soleado salieron los niños junto con su madre para buscar conchas marinas a la orilla del mar. Les encantaba el ruido de las olas chocar contra las rocas antiguas, el ir y venir del agua salada y limpia, el horizonte infinito, allá donde se perdía la vista: donde se juntaba el mar y el cielo en una línea recta.
Jugaban divertidos Hiba y Sinuhé, su madre siempre vigilándolos, cerraba los ojos sentada en la arena blanquísima y dejaba que los rayos del sol le dorasen la cara.
La playa estaba casi desierta.
Era un día muy alegre para los niños, que no paraban de hacer figuras animales con el barro que les ofrecía la mezcla de agua y arena a la orilla del mar tranquilo.
- ¡Hiba, mira! ¿Qué es esto?- señalaba Sinuhé, había dibujado en la arena una media luna; hablaba muy despacio, para que su hermanita pudiera percatarse de lo que le estaba diciendo con solo mirar sus labios.
Ella rió y señaló al cielo.
Pasaron las horas, pronto atardecería.
Comenzó Sinuhé por puro aburrimiento ya, a escarbar en la arena húmeda de la orilla, quería hacer una cavidad tan profunda que pudiera meterse de lleno en ella. Su hermanita lo ayudó sin que él se lo pidiera, pues no tenía nada que hacer y podía ser divertido aquel entretenimiento deslizante.
Al cabo de treinta minutos de hurgar las entrañas de la tierra con sus manos infantiles dieron por azar del destino con una urna azul celeste no muy grande, lo cogieron ambos con sumo cuidado pues era de delicada porcelana.
Por intuición infantil y con solo mirarse los ojos negros los desavían llegado a la conclusión de que en esa urna se encontraban el agua en polvo tan ansiada por todos los egipcios.
Aquel bien tan preciado y buscado, se encontraba en aquellos momentos al lado de dos niños alegres y humildes, que apenas tenían uso de razón y apenas comenzaban a vivir.
Mas por casualidad o destino ahora el agua en polvo estaba en sus manos; abrieron la tapadera con cuidado y allí estaban, no se habían equivocado.
Se quedaron cinco largos minutos quietos, sin dejar de mirar el contenido del recipiente.
La leyenda era cierta y ellos tenían su posesión; de ellos se decidiría el uso que le dieran a aquella sustancia tan valiosa. Era como tener un grandísimo poder y meditar que hacer con él, pensando en lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Dentro del frasco había un pergamino pequeño que rezaba estas palabras:
“He aquí, el agua en polvo venerada ¡Gracias Dios del agua Jnum! Quien lea estas palabras es poseedor del agua en polvo en estos instantes; pero he de advertir: si la ambición te permite guardar esta urna en otro lugar escondido para que otra persona lo encuentre otra vez. Si haces caso omiso a esta petición, caerá sobre ti una maldición horrible y desearás que este día nunca hubiera llegado ni te hubieras encontrado nunca con el agua en polvo”.¿Qué maldición era esa?
Los niños comprendieron al instante que la mejor opción era esconderla en un lugar seguro, pero que a la vez pudiera ser encontrado por otra persona.
Pero Sinuhé pensó también que podría hacer mucho bien con el agua en polvo: podría curar a su hermana pequeña de la sordera y a la cantidad de pacientes que asistían a la consulta de su padre, podría curar a muchas personas y ayudarles un poco más en sus vidas, además sería considerado un héroe por toda la eternidad y alcanzaría la felicidad y sabiduría eterna.
¿Qué hacer?
Obedeciendo al pergamino no probaba si aquella maldición era cierta o una amenaza falsa, pero ¿valía la pena arriesgarse?
Por el momento ningún alma se había corrompido, por raro que pareciese, ante la posesión del agua en polvo y había sido escondido por ciertas manos misteriosas, quizás también por niños, pues ya se sabe que os niños son muy ávidos y todo lo quieren descubrir.
¿Estaba mal utilizar aquellos polvos si salvaba la vida de muchas personas y mejoraba la de su hermana?
-¿Qué hacemos Hiba?-dijo mirándola a los ojos.
Ella asintió, cerrando los ojos.
Lo más sensato.
Pero su hermano mayor, tenía otros planes en aquel momento y…
 
 
 
 
 
La madre cerró el libro de cuentos.
- Cariño, te estas durmiendo..- le dijo la madre a la niña ya en la cama. - Mejor que te acabe de contar la historia mañana, que después de la clase de ballet parece que vienes hecha polvo.
- Es bonita… ¿De donde la has sacado?- susurró la niña con voz apenas audible.
- Me la contaba mi madre cuando tenía tu edad y no me cansaba de escucharla; en realidad era mi historia preferida. Pero tendrás que esperar a mañana para que te cuente el final, que aún queda mucho de la historia. Ahora te dejaré pensando en cómo acabará, ¿te lo imaginas Clara?
- Yo creo que el niño es algo tonto… y al final le convence su hermana de no utilizar el agua en polvo. Es lo que yo haría. ¿Por cierto, donde está Egipto?- preguntó ésta sin saber que tenía genes de este país, que su padre era de allí.
- Al norte de África, pero eso es otra historia. Ahora tienes que descansar.
La madre tapa con la manta gruesa a su hija y le da un beso en la frente. Se lleva el libro a su cuarto, no quiere que su hija acabe el cuento por su cuenta, lo bueno es compartirlo. Además la ha dejado con la intriga del final.
De pronto, oscuridad en la estancia.

 Blanca

19/3/11

Hoja de otoño (Blanca)

El viento azotaba sin piedad las ramas de los árboles desnudos.
Era lunes triste y nublado en la ciudad costera de A Coruña.
Estaba yo sentado en mi sillón marrón viendo una álbum de fotos antiguo cuando la voz de Juana, mi esposa, me dijo con voz dulce:
- Felipe querido, esta aquí tu amigo Rufo.
Cada tarde, mi amigo me visita unas horas, jugamos al naipe como en los viejos tiempos, como cuando éramos más jóvenes, me dice él, paseamos también por las calles de adoquín de piedra vieja, a veces entramos a bares nostálgicos, y en las ocasiones especiales damos paseos por la orilla del mar si el tiempo nos lo permite. En algunos aspectos, esta ciudad parece casi medieval y eso me gusta, según él no ha cambiado apenas desde su infancia, y eso me alegra.
Esto no es Madrid, está claro, y mejor, porque ya estaba harto del ruido, polución y urbanización masiva de la capital española.
Cierro el álbum de fotos con suavidad y lo dejo sobre el mantel bordado de la mesa redonda.
- ¿Cómo vas Felipe? ¡Menudo día nos ha salido!- me saluda con voz alegre mi gran amigo.
Según me cuenta Rufo, somos amigos desde la infancia, pero en este punto, no se si miente o es sincero, porque apenas me acuerdo.
Me diagnosticaron hace seis meses Alzhéimer , vaya, que pierdo memoria y punto, en cristiano.
Yo ya me temía algo parecido, en este punto, no es muy grave, pero con el paso del tiempo puede ir a más, este hecho no me preocupa masivamente, pues me considero un hombre que disfruta del presente y además no soy proclive como algunas personas a la depresión o soledad.
Intento mantenerme ocioso, como aquella temporada hace unos siete años, cuando trabajaba pero estaba en el paro.
Nací en esta provincia maravillosa, aquí conocí a Juana, pero por motivos laborales tuvimos que emigrar a Madrid poco después de casarnos.
Hicimos vida en Madrid, como muchos obreros de otras provincias, allí nacieron nuestros dos hijos. Éramos una familia tradicional y unida, como debe ser.
Pero hace siete años, cuando dejé de trabajar cobrando la pensión de la jubilación, me entró nostalgia infinita por esta ciudad encantada, la ciudad de mi infancia y adolescencia: A Coruña.
Y decidimos pasar lo que nos queda de vida tranquila y sin aprietos en la ciudad que nos vio nacer y crecer.
Los dos estábamos decididos y de acuerdo con la decisión. Nuestros hijos, como es natural se quedaron allí, y hacen sus vidas con buenos trabajos. A Juana muchas veces le da tristeza el no verlos, ni a sus hijos, ni a sus nietos. Pero muchos fines de semana vienen a visitarlos y a veces nosotros también.
Me considero un muy buen jugador del ajedrez, de la baraja española, del dominó, y bueno, en general de casi todos los juego de mesa, cosa que siempre me llevo un pellizco de monedillas a casa jugando con los vecinos. Me dice mucha gente que este tipo de juegos activan la mente y la ejercitan, e intento practicarlos todo lo posible.
Me gustan los toros, el vino y los paseos por la playa.
Pero la enfermedad triste que me diagnosticaron entristece mucho a Juana, ella cree que un día no la reconoceré ni me acordaré de cómo nos conocimos, o de cómo crecieron nuestros hijos encantadores. Yo intento no afligirme por este hecho, pero muchas veces no paro de pensar en ello y rogarle a mi dios que no me deje sin memoria.
¿No reconocer a mis hijos, a Juana, a mis amigos de toda la vida? Me sentiría solo y abandonado y preferiría morir. Pero tengo que ser fuerte.
Odio las pastillas que me tengo que tomar diariamente, paso a ser esclavo de ellas, nunca me han gustado los medicamentos también lo tengo que decir, pero en este punto Juana es pesada hasta la extenuación y me lo repite cada mañana, pues sabe que siempre he sido muy despistado.
Lo que me da miedo además de esta enfermedad, es olvidar mi infancia entre estas tierras benditas. De olvidar a Rufo, mi gran amigo, que tantas cosas hemos vivido según él me cuenta.
Aparte de esto, tengo miedo a olvidar mi identidad como persona, y no solo no reconocer a las personas que me han acompañado toda la vida, sino a no reconocerme a mi mismo.
¡Tiempo y memoria! Apiadaos de mi, ser entre tantos seres.
Intento aferrarme a los buenos recuerdos, los malos que se los lleve el viento, intento no sucumbir en la desesperación ante este destino cruel.
- ¿Te acuerdas cuando jugábamos a la salida del colegio de vuelta a casa a chafar hojas secas? Nos encantaba el ruido de la hojarasca hacerse pedazos. Era otoño, la estación más bonita del año ¿verdad que si?.
Estábamos paseando por las calles de la ciudad, y las hojas caían raudas de los árboles, eran hojas secas y tiesas. Me dieron ganas de chafarlas. También era otoño aquel día.
Rufo se rió.
- ¿Cómo era? ¿Solo lo hacíamos nosotros dos?- pregunté, pues apenas recordaba.
- Parece ser querido amigo, que ese año lo pusimos de moda y por las calles, al pasar el torrente de alumnos del colegio, no quedaban hojas de otoño sin que las chafáramos con ansia viva. ¡Qué tiempos! Tú eras del grupo, el que más bromas hacía - Risas- A veces eras un poco molesto, Felipe.
Nos sentamos en un banco de un parque cualquiera de tanto, a descansar las piernas.
- ¿Cómo era esta ciudad cuando éramos unos crios?- quise saber, sin parecer demasiado nostálgico.
- Buena pregunta. En realidad, no ha cambiado tanto como lo han hecho otras ciudades españolas. Solo he de decir que sigue siendo la misma, pero cada vez con más años, como nosotros. A Coruña seguirá viendo crecer a chavalines como lo fuimos en su día nosotros dos ¿qué cosas, no?- dice mi gran amigo, mirando fijamente el horizonte rojo.
- Tú acuérdate siempre de mi, yo lo intentaré.
-Descuida Felipe, yo me acordaré de nuestra infancia por los dos.
De pronto, se presentan en el parque donde nos encontrábamos un grupo de cinco chicos de diez años y empiezan a jugar con un balón de reglamento con una maestría de infantes.
Uno de ellos se aparta y empieza a jugar con un maquinita muy atento.
Nos quedamos observándolos como dos tonto, como si esa etapa vital fuera muy lejana.
Al cabo de un rato nos marchamos, es viernes por la tarde, vamos a jugar al naipe un rato.
-¿Dónde esta el bar del Perico?.
- Por aquí, tú sígueme.
Mañana es sábado, vendrán mis dos hijos con sus respectivas familias a visitarnos y a pasar el fin de semana.
Juana hará un fabada deliciosa, veré a mis nietos, una alegría inmensa, sin duda.
Espero si un día no los llego a reconocer, que se acuerden siempre de su abuelo Felipe, si la memoria y el tiempo los deja.

 Blanca
 

18/3/11

Hoja de otoño (Esther)

- Siempre usaba hojas secas para hacer sus cigarrillos. Mi abuelo, Ernesto Corona, se ponía las botas en los jardines y parques, cogiendo hojas del suelo y mezclándolas con su tabaco. Se llenaba los bolsillos de su gabardina, hasta no poder más, además de todas las bolsas de tela, tejidas por mi mañosa abuela, también hasta los topes. Se hacía unos fabulosos pitillos con un aroma evocador al otoño. ¡Deliciosos!. En su casa había sustituido la antigua sala de revelado de fotos para instalar una de secado de hojas. Antes amaba hacer fotos a los árboles y, después, pasó a dedicarse a desnudarlos con delicadeza, para después fumárselos con su oscura pipa de roble. Incluso había comenzado ha hacerse su propio papel de fumar. ¡Todo un genio fue este hombre!. Mi abuela Isabella murió hace cinco años y fue desde entonces cuando mi abuelo dejó su auténtica pasión, la fotografía, pues su musa querida yacía bajo tierra, abonando las tierras sin vida del cementerio y otorgándole a las plantas su dulce sangre revitalizadora. Mi abuelo siempre me dijo que su último cigarro procedería del naranjo que está sobre la tumba de mi abuela, el cuál se nutre de su esencia. Ese sería su último veguero, con sabor a cítrico sabroso, y sentiría los besos robados, por la muerte, de su bella esposa, bajo la sombra de ese árbol majestuoso. Decidió que sería así, que después de llenarse los pulmones de ese humo exquisito dejaría de vivir, esfumándose como el humo en el aire, como las cenizas muertas que cruzan el cielo invisibles. Y así, sin más, se fue. - Suzanne solloza y respira.

Al terminar el tierno epitafio de su abuelo, todos lloran conmovidos por la anécdota contada por su única nieta. Suzanne siente que ese día va a ser interminable y piensa que no va poder superarlo de una sola pieza. Sale fuera de la iglesia y saca la pitillera de su abuelo. En la cubierta están gravadas sus iniciales en un suave tono bermejo. Dentro de ella tiene un par de deliciosos cigarros con aroma a canela. Enciende uno y cierra los ojos, divisando el rostro de su abuelo, con cada una de sus profundas arrugas, sus lunares y pecas curiosas como él mismo, su larga barba canosa y sus diminutas orejas paliduchas. Esos ojos claros, como el océano cristalino y sus labios secos, de un intenso color rosado. Suzanne se queda inmóvil, con los ojos sumergidos en lágrimas silenciosas, y recuerda su primer cigarro.

- Suzanne, eres muy joven para fumar, pero si insistes, es mejor que fumes uno de mis cigarros - dice Ernesto preparándole un pitillo de hojas de mora y menta.

- Abuelo, no soy tan pequeña, ¡ya voy a la universidad!- dice protestona.

- Ya sabes que para mí siempre serás una diminuta niñita - dice con una suave sonrisa.

Se mete ambos cigarros a la boca, los enciende y chupa ese humo grato. Le pasa a su nieta el cigarrillo. Suzanne le da una corta calada y, siente como si una nube de frutas del bosque mentoladas, se deslizara por su virgen garganta. Suzanne le dirige una sonrisa cómplice a su abuelo. No quiere que pase el tiempo. No cambiaría ese instante de tiempo por nada.

Cuando Suzanne abre los ojos, observa el mundo gris que la rodea. Un cielo sin brillo, un aire denso y molesto y una lluvia que a penas siente que la moja. Siente el espíritu vacío, pero le pesa el alma. Suzanne camina ausente, hasta la tumba de su abuela. Se sienta en el suelo mojado, y acaricia la tierra húmeda. Sumerge sus dedos en ella, hasta cubrirlos de barro. Deja caer su tronco al suelo, y se ríe, furiosa, del cielo.
Enciende el último pitillo de su abuelo y cierra los ojos, sin querer volver a abrirlos nunca más.

Esther

16/3/11

Día rojo (Gerson)


Día Rojo.

Pero si fue ayer, Señor; no sé cómo se me ha podido ir de la cabeza tan pronto. Ahora que ha pasado, me doy cuenta de que es de este tipo de cosas de lo que se trataba la vida. Ay, sí, de días soñados, o no, pero que acaban siendo imágenes desgastadas que poco a poco van envejeciendo en el recuerdo.

Pero si fue ayer. No es que tuviera el impulso de un adolescente ni una necesidad rabiosa por hacerlo, creo que fue la insidiosa idea de que nunca me lo habría permitido. Una chica de mi estatura y majestad, de mi clase, ja-ja-ja, de risa. Y ya es hoy, todo vuelve a ser este vasto desierto ciego en el que deambulo como los camellos, sin nostalgia ni esperanza.

Hoy no me tomaré las pastillas, lo juro, y, si me da la vena, tomaré el billete a Finlandia . Oh, sí, voy a dejar reposar mi cadáver en las gélidas aguas de un lago del círculo polar, sí, para que si en el futuro a algún homínido presuntuoso se le ocurriera hurgar en él encontrara mis atléticos despojos petrificados, con el más íntimo deseo de ser la incorrupta reliquia exhibida en su sala de estar.

Ardor. No es posible que si puedo comprarlo todo, no puedo comprar más días de vida. Que alguien me saque el manual de instrucciones. Que alguien me desnude de nuevo en la vorágine del mundo. Que alguien me diga cómo calmo este estanque de furia. Señor, dile a mi alma, si no fuera más que el imaginario de deseos nacidos del subconsciente, dile, Señor, que me calme.

Tengo unos días muy malos y por eso nadie viene a verme. No los echo de menos, realmente; los echaría de nuevo a patadas de mi casa, no tienen más que ruido y vanidad para traerme; sí, los volvería a echar a patadas. Salvo a Primitivo, el jardinero. Ay, pero si desde aquí puedo verlo. Ha dejado el jardín tan bello como lo hubiera hecho un marmolista con mi ataúd.

Primitivo tiene el cuerpo de un luchador, las manos toscas y muchos cristianismos en la cabeza. Ayer, cuando me entregué a sus pasiones, me tomó como a una prostituta. Pudo leer en mi sonrisa que lo hiciera, que me lastimara, aunque sólo fuese en su deseo. Sólo hace un día y no es capaz de mirar hacia aquí arriba por miedo a saber que lo estoy mirando.

Mi causa tanta lástima. Auh, qué daño, me he mordido la lengua. Eso me pasa por ser tan libre y tener tanto tiempo. Seguramente podría estar haciendo ejercicio o leyendo un buen libro, podría elaborar un tapiz o escribir mis pensamientos, pero no, quiero saber hasta dónde me podrían llevar esta vez.

Ardor. Suspiro. No mira. Me acaricio el pecho y desciendo en picado hasta el pubis. Lo miro. No mira. Quiero que lo vuelva a hacer, no dejo de pensar en sangre y sé que es sexualidad reprimida. Sexualidades primitivas. Quiero sentirme como una australopitecus afarensis violentada por un macho de su especie. Señor, ¿dónde estás ahora? Lo miro, no mira.

Ardor. Me humedezco los dedos y vuelvo a acariciarme el clítoris. Lo miro, no mira. Veo cómo aparece en mi cuarto, acalorado, respirando muy fuerte, frente a mí. Simulo tener miedo. Él está sucio de arena y hojarasca. Me está apretando muy fuerte los brazos. Me empuja hacia la pared. No sé qué hacer, no puedo gritar. ¡Ah! Me ha arrancado el vestido. ¡¿Dónde estás ahora?!

Su pene se encuentra con las carnes de mis muslos. ¡No, Primitivo, no! ¡Ah! Lo hizo. ¿Dónde estás ahora? Le empujo los pectorales, pero es demasiado grande. No me mira. Empieza a jadear muy fuerte. ¡Ah! ¡Señor!Lo hizo. Su eyaculación ha sido tan violenta que la he sentido como una inyección dolorosa. ¿Dónde estás ahora?

Abro los ojos. Estoy mojada. Lo miro y me está mirando. ¿Qué haré con esta casa? ¿Se la doy a Primitivo? ¿Me voy a Finlandia? Ay, ja-ja-ja, cuántas tonterías soy capaz de pensar en un momento. Bueno, prepararé la ducha y llamaré a Ursulina para ver si nos vamos a la ópera. Realmente es una chica despreciable, pero no conservo muchas amigas por aquí. Lo mejor será hacer como que no pasa nada. Todo, a fin de cuentas, está perfecto.

Gerson

14/3/11

Día rojo (Esther)

Escena 1. Batalla campal:

- ¡Mataré a todo tú ejército Pangash, y mis dragones devoraran sus cuerpos enfermos! - grita colérico Adán.


- ¡No, si yo puedo evitarlo! - exclama Lady Magnabalarada - Encojo tú corazón con mi hechizo traicionero, y lo dejo como una pasa pocha, te quedas sin aliento, apagándote estas, poco a poco, tú miserable vida se desvanece ante mis ojos de fuego y, mis manos juguetonas, aniquilan a todos los vuestros jajaja- ríe maléfica.


- Lady Magnabalarada, ¡gracias a Itrosh que vos estáis aquí!. Ha salvado a mi ejército de una muerte injusta y atroz, como muestra de agradecimiento, por su servicial acto de honor y valentía, sembraré en su fértil vientre, mi semilla, a la que todas llaman la semilla del placer - dice gustoso Pangash.


Escena 2. Grandes estrellas:


- Míralos Cloe - dice Anna sirviendo más café, a un rubio de ojos miel y carita dulce - Cada uno de ellos más patético que el otro. No se cual es peor de todos, ¿si la rubia esa con la cara amorfa o el capullo retraído que quiere cepillársela?. ¡Que asco que dan tía!. ¿Por qué se reúnen todos los días aquí, estos frikies de mierda, a jugar a sus cosas extrañas?, ¿qué no tendrán casa?, ¿qué no existen más cafeterías en la zona? - dice Anna angustiada poniendo mala cara.


- No se Anna, tampoco lo veo tan mal. Cada cual a sus aficiones, por muy extrañas que te parezcan a ti - dice rallando unos tomates y colocándolos en una tostada.


- Pero tía, si deben de tener como poco, ¡treinta años! - dice alterada - Parecen una panda de fracasados, con la polla tiesa y más vírgenes que mi hermana de quince años - dice burlándose de ellos.


- ¡Bah! boba. ¡Calla y haz tú trabajo!. Que como nos vean mirándolos se harán ilusiones y si que no nos dejaran en una larga temporada - suelta una risotada fuerte y seca.


- ¡Qué Dios nos libre de semejante castigo! - dice Anna santiguándose de broma - ¡Aiii, por fin recogen sus cosas!. Palurdos pajeros - dice jactándose de ellos - Voy a cobrarles y espero que esta vez no me quieran dar dinero élfico o un polvete mágico que me dejaría secuelas irreparables.


Los "perdedores" se marchan del establecimiento y las "estrellas" del establecimiento siguen con su "maravilloso" empleo sirve cafés.


Escena 3. Frustrado y egocéntrico:


- Gracias baby - dice Tom a Cloe, la cual le ha traído las tostadas con tomate y aceite.


- Tom, no se que haré con el guión de esta película. ¡Me esta volviendo loco!. Tengo tantas ideas que no se con cual quedarme esta vez. ¡Una mierda tío!. Mi mente es demasiado compleja y especial, y siempre cargo con el mismo público mediocre - dice Maximiliam enfurruñado. Saca dos habanos del bolsillo de su chaqueta, los enciende con parsimonia, dándoles unas profundas caladas, y le pasa uno a Tom.


- Gracias man - dice Tom chupando el robusto purito. Se atraganta con el humo denso y fuerte de ese cigarrillo caribeño - ¿Qué es lo que llevas de momento, man? - dice tragando aire de nuevo.


- Pues tengo el título para la película y algunas ideas más. La película se llamará "Día rojo" - bebe un traguito de su café irlandés.


- Me gusta el título man, es como, transgresor, moderno y vanguardista, ¿no crees? - dice Tom haciéndose el interesante.


- No digas gilipolleces tío, es por cumplir con la parienta, que quería que llamará así a mi nuevo film. Decía que era un título con fuerza y pasión. ¿Qué va a saber ella? - dice con la nariz torcida y los ojos hundidos en la cremosa nata fresca del café.


- Man, es crítica de cine, algo debe de saber - dice Tom defendiendo a Adeleine, la esposa de Maximiliam.


- Pufff... de todas formas se me ocurren tantas cosas con ese puñetero título banal. Haber, quiero una separación del título. Primero tenemos día, entonces puedo narrar la acción de la película en un día o refiriéndome a la mañana, cuando sale el sol, después rojo, rojo pueden ser tantas cosas, desde el color, que evoca poderío, lujuria, fuego, sangre, violencia, muerte, traición, corazón, calor, etc., luego tienes objetos que te recuerdan ese color, desde un buen vino tinto a una deliciosa manzana ponzoñosa. Tantísimas cosas tío. Desde lo más simple a lo más bestia y, de lo más bestia a lo más romántico, y yo me siento acabado, en un pozo de mierda que me llega hasta las rodillas y me hunde con un pestazo nauseabundo - se bebe el café de un sorbo y grita a Anna - ¡Camarera, ponme un trozo de pastel de manzana y una copa de coñac, y no te cortes con el coñac, sirve el vaso hasta arriba!.


- Fucking man - dice Tom - Tienes una mente brillante y seguro que tú película también lo será. No te deprimas man, déjalo ir y saldrá todo.


- Eso pienso hacer - dice mirando como una fiera a Anna, que le esta llenando el copón de coñac hasta los bordes.


- Aquí tienes guapo - dice Anna dejándole en la mesa su pedido - ¿Puedo hacer algo más por ti? - pregunta pícara.


- Wohhh baby, yo si que haría cualquier cosa por ti - dice Tom, más baboso que nunca. Anna lo mira con desprecio.


- Perdone a mi basto amigo, mi douce fleur automnale dice Maximiliam haciendo uso del poco francés que sabe.


- No pasa nada, gajes del oficio - sonríe - ¿Desearías algo más de la carta o... quizás te pueda ofrecer alguna cosa más personal, por así decirlo? - dice con una voz tremendamente sexual.


- Lo primero, joven dama, mi nombre es Maximiliam - le coje la mano y besa su dorso. Anna se ruboriza - Ahora mi douce fleur automnale, podéis enseñarme lo que os plazca, pues yo os serviré fielmente - se levanta del sitio y sigue a la camarera. Se despide de su amigo con un guiño y una reverencia.


- ¡Será cabrón! - dice Tom molesto - Siempre acaba tirándose a las que están más buenas - coje la copa de coñac y le da un sorbo y empieza a devorar, enfadado, el pastel de manzana de su amigo - Yo no me muevo de aquí hasta que salga y pague la cuenta. ¡El muy cretino! - piensa.


Escena 4. Trastienda. ¡¡¡Oh yeah!!!:


- Maximiliam - dice Anna desabrochándose la blusa blanca que lleva y dejando ver un sujetador de encaje color lila - no te he dicho mi nombre - dice juguetona con su pelo.


- No hace falta preciosa, para mí eres mi douce fleur automnale - dice susurrándole al oído, Anna deja caer su cabeza hacía atrás excitada. Maximiliam le levanta la falda y le baja las bragas violentamente. Sumerge su cabeza en su pubis y lo lame como vil alimaña hambrienta. Anna controla sus gemidos potentes.


- Ahora es hora de conozcas a Thor, mi martillo poderoso - se baja el pantalón y los calzoncillos granates, hasta donde es necesario, y le mete su herramienta hasta al fondo, en su ya, mojada, dulce flor otoñal. Anna le mira extrañada, y lo analiza bien, para cerciorarse de que no es ninguno de esos frikies lame vasos de leche.


- Dime preciosa, te gusta, ¿verdad? - dice Maximiliam regocijándose como un loco.


- Ohhh, por Dios, me estas matando. ¡Clávamela, clávamela con más fuerza!. Rómpeme el coño con tu gigantesca herramienta - dice Anna desatada - Quiero sentir como Thor me parte en dos.


Escena 5. Matanza en la cafetería:


- Baby, mi amigo me ha dejado solo, como a un perro pulgoso y viejo. ¿Te lo puedes creer my little darling? - dice Tom a Cloe, que anda estresada, de aquí para allá, haciendo el trabajo de su "querida" amiga.


- Tranquilo, seguro que no tardará mucho - dice esta fregando unos platos roñosos.


- Sweethearth, ya que nuestros amigos nos han dejado tirados, ¿por que no me concedes un servicio más personal, como tú crazy friend? - dice este cogiéndola del brazo y mirándole el escote con ojos de buitre carroñero.


- Por que no soy ninguna puta y esto es una cafetería, ¡cabrón! - dice ofendida.


- Ey bitch, solo quería alegrarte el cuerpo un rato, además, yo te trataría bien, como una princess. ¿Entiendes guapita? - sigue insistiendo el burro de Tom.


- Vale "jefe", lo que tú quieras. Ve al cuarto de baño y en nada me escapo para allá. Te voy a mostrar el cielo, "querido".


- ¡Ohhh my God!, eres tremenda. Voy pitando leches al baño - Tom sale escopetado, tropezándose con varias mesas y se mete de cabeza en el baño. Anna coge la llave y lo cierra ahí dentro, como el apestoso animal que es.


- ¡Aquí estamos para reventar vuestras cabezas! - gritan los frikies disfrazados y encapuchados, entrando en manada a la cafetería.


- Ey, chicos, voy a cerrar en diez minutos - dice Anna quitándose el delantal.


- ¡Tú no te vas de aquí zorra! - dice Lady Magnabalarada quitándose la capucha y dejando ver su rostro - ¡Ahora que llevo en mi vientre el fruto de Pangash, su deseo es que acabemos con todos vosotros y ocupemos vuestras tierras endemoniadas! - dice seriamente.


- ¿Pero de que gilipollez me estas hablando?, anda, iros a dar una vuelta y dejar a los clientes en paz y ya de paso, no volváis por esta cafetería - dice Anna irritada.


- ¡La ira de Itrosh caerá sobre ti en forma de lluvia de plomo! - grita colérica Lady Magnabalarada. Saca una pistola de un saco de terciopelo rojo y le pega varios tiros en el estomago. Cloe cae al suelo muerta.


Como locos, los camuflados, disparan por doquier, matando a toda la gente que quedaba en la pequeña cafetería. De repente, Tom entra por la puerta principal, diciendo "¡Maldita waitress!, he tenido que saltar por la ventana. Venga guapa, ¡comencemos la party!". Un chico, con una máscara de oso, le pega un tiro en los huevos, que lo deja medio muerto en la entrada del comercio.


Un bramido victorioso suelta todo el grupo al unísono y se marchan, contentos, por haber conseguido las tierras a su nuevo Emperador.


Escena 6. ¡Y ahora toca limpiar!:


- ¿Qué ha sido eso? - pregunta Anna alarmada.


- Preciosa, ya lo sabes, te he partido en dos como me habías pedido - dice con una sonrisa en la boca.


Maximiliam sale primero del almacén y Anna se queda vistiéndose, la cuál no encuentra las braguitas (Maximiliam se las ha robado). Cuando este sale sus ojos solo ven sangre por todas partes, vísceras pegadas en la pared, muertos en el suelo y en las mesas, tazas de café destrozadas, vidrios rotos, etc. Maximiliam se queda quieto, dentro de todo ese caos irreparable y, piensa que jamás una musa había sido tan directa con él, despejándole la mente y ofreciéndole todo lo que necesitaba para su próxima película.

Esther.