28/11/11

Inquilinos en esta celda (Esther)

Exterior:

- Ya no queda nada para el gran día. ¿Cómo lo estas llevando guapa? - dice Victoria dándole un largo trago a su cerveza. 

- Pues con ganas de que acabe este martirio, pero por otro lado, me da pena, no se... he llevado a estos dos gamberros aquí dentro - dice Marga acariciando su vientre con expresión risueña - tanto tiempo, que ya me he acostumbrado a que sea así. No se... es como si abandonaran su hogar... su primer hogar - unas lágrimas finas le caen de los ojos - Pufff, llevo las hormonas alteradísimas. En estas dos últimas semanas he tenido unos cambios de humor impresionantes - dice mientras saca un pañuelo de tela azul del bolso y se seca las mejillas.

- Que cosas dices tía - dice Victoria riéndose. Marga llora un poquito más - Voy a pedirme otra cerveza, ¿tú quieres algo más?. Anda, que invito yo. Aprovéchate, es una oportunidad única en la vida - le dice con una sonrisa inocente.

- No Victoria, tengo el estomago extraño. Ya te digo que no se que traman estos dos, ¡no se quedan quietos ni un segundo!. Espero que estén más calmados cuando salgan - dice incrédula de sus propias palabras. Más lágrimas caen de sus ojos - Me termino el zumo y me voy para casa, estoy bastante cansadita. Me siento como una abuela, pero con la capacidad reproductiva en funcionamiento - ríe a carcajada limpia.

- Extraordinario - dice en voz baja Victoria, que se queda alucinada ante el cóctel de hormonas que tiene delante suya. Sin duda, no quiere pasar por lo mismo. La maternidad no es lo suyo - En fin... yo me tomo la última y ya te acompaño para casita, ¿te parece bien?.

- Claro, no tengo problema. Con la velocidad que bebes solo serán cinco minutos más, y eso lo puedo aguantar - dice puñetera.

- ¡Exacto!. Además, con el calor que hace, tengo una sed que parece irrefrenable - dice Victoria yendo hacía la barra dando saltitos.

- Pero si estamos a cinco bajo cero loca - grita Marga.

Interior:

- Gemelo 1: Llevamos más de siete meses y pico metidos aquí, los dos juntos, apretujados en este incómodo útero. Que te tiras un pedo y me das en la boca, así están las cosas de chungas en esta pringosa y húmeda celda. Aquí no hay espacio suficiente para dos tipos como nosotros. Fuimos grandes y lo seguimos siendo, aunque ahora nadie nos reconocería y ni se atrevería a admitirlo, hemos vivido una lujosa y exitosa vida, teníamos amigos y mujeres por todas partes y ahora, estamos condenados a yacer en esta cárcel caliente no sé sabe hasta cuando. 

- Gemelo 2: Míralo desde el lado positivo y no te quejes, al menos nos han dejado la calefacción puesta durante todo este tiempo. Podría haber sido peor.
- Gemelo 1: ¿Yo no se a quien se le ocurriría meternos a los dos aquí?. ¡No se han dado cuenta de que no cabemos!. No hace falta estar licenciado en arquitectura o ser un fanático del T-trix para saberlo. ¡No hay espacio!.

- Gemelo 2: Da gracias de que no seamos tres. He oído por ahí que a veces eso ocurre y que la situación es, mucho peor que esta.

- Gemelo 1: ¡Cállate enano!. Siempre con tus gilipolleces. Me tienes hasta los huevos.

- Gemelo 2: Pero si tú eres más pequeño que yo. ¡Yo llegué antes y lo sabes!.

- Gemelo 1: Que tonterías dices. Anda, quítate de aquí, que me molesta tú jodido brazo.

- Gemelo 2: Quien me mandaría dar las órdenes para fecundar a ese óvulo.

- Gemelo 1: ¿Que dices cretino?.

- Gemelo 2: Nada... estamos los dos algo irascibles. Mejor será que nos mantengamos callados un rato. ¿Te parece?.

- Gemelo 1: ¡No!. Ni tú ni nadie me dice cuando tengo que mantener la boca cerrada. ¿Me has entendido?.

- Gemelo 2: Estoy harto de que te creas superior a mi. 

- Gemelo 1: ¡Es que lo soy!.

- Gemelo 2: Lo que eres es un fantasma y un caradura. Siempre estas robándome la comida, durmiendo en mi cama y luego meas en cualquier sitio.  No eres más que un pringao' y un cerdo.

- Gemelo 1: No te atreverás a repetir lo que acabas de decir de nuevo, cabrón.

- Gemelo 2: Venga... mejor haya paz, ¿vale?.

- Gemelo 1: Ves... te rajas. ¡No vales para nada!. ¡Gallina!.

- Gemelo 2: ¡Ah! no puedo más. No hay quien te aguante. Eres... eres... 

- Gemelo 1: ¡Cuack! cuack cuack cuak. ¡Cuak! 

- Gemelo 2: ¡Te vas a enterar bastardo!.

- Gemelo 1: ¿Tú y cuantos más? - El gemelo 2 salta sobre el gemelo 1 y comienza a zurrarle. Pero el gemelo 1 lo agarra con el cordón umbilical y se pone sobre él - Acabaré contigo como acabé con el primero que apareció por aquí – el gemelo 2 pone una expresión confusa e intenta decir unas palabras, pero es demasiado tarde, el gemelo 1 lo mata a golpes – Es hora de salir de esta terrible cueva.

Exterior:

Auuu,auuu,auuu...¡Ahhhhhhhhh!,¡Ahhhh!,¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH! - aúlla Marga dolorida.

- ¿Qué te ocurre Marga? - dice preocupada Victoria, acercándose a ella, corriendo, esde la barra.

- Creo que he roto aguas - dice con cara de felicidad.

Interior (empujando al exterior):

- Gemelo 1: La guerra no ha hecho más que empezar.

Esther

20/11/11

Encuentros inesperados (Blanca)

La erosión de los años raudos había hecho mella en aquel aciano viejo llamado Antonio Mejías.

La animadversión que el viejo sentía hacia ya sus ochenta años hizo que una tarde calurosa del verano del 98’ se fuera a la cama, a acostar su cuerpo frágil, a dormir y descansar por enésima vez. La soledad lo corroía, el aislamiento. El aburrimiento hacía que la cama y el sueño fueran medicinas celestiales.

Dejó su dentadura postiza en el vaso, quitose las gafas, se bebió un vaso de vino. Directo y diligente hacia la cama cómoda, se desvistió religiosamente y al cabo de quince minutos estaba sumergido en un profundo sueño.

Descubriose de repente inmerso, concentrado en el andar de sus pasos por aquella calle tan concurrida y a la vez recorrida durante su larga y efímera vida. Pero no había nadie que pisara aquel adoquín antiguo y gris. Estaba completamente solo. Y aquella soledad lo embargó como cuando una tremenda ola se come la arena de la orilla.

Era más fuerte aquello que sentía, aquella sensación indescifrable nunca antes sentida que le embargaba inhóspitamente al viejo Antonio Mejías, que lo que fluía alrededor: una tienda de comestibles borrosa, un cine abandonado, una cafetería quizás… Estuvo vagando sin rumbo fijo como alma en pena durante lo que le parecieron años, décadas, siglos, pues bien sabía aquel viejo Mejías que tanto había vivido que el tiempo es relativamente relativo.

Fue curioso, el cielo de pronto se volvió rojo, un rojo intensamente mercenario y soplaba un aire gélido. Además, el cielo empezó a rugir con furia, enfadado. Lo sentía tanto en la piel como en el espíritu. Y de pronto tuvo el anhelo inacabadamente continuo de querer alzar el vuelo, de surcar el cielo escarlata; ese fue el primer deseo del viejo y bueno Mejías.

De repente, descubrió que todos los deseos de su infancia le sobrevenían como sin quererlo evitar: el deseo de comer piruetas dulces, deseo de que su madre le riñera a la vuelta del colegio por haberse ensuciado el trasero de los pantalones de barro, el deseo de jugar a las canicas con sus amigos, el deseo de correr veloz en pos de un perro galgo corredor: Manolo, también llamado Lolo, el perro de su infancia… El deseo de querer reír sin descanso hasta que le doliera la barriga.

- ¡Hola!- le apeló una voz blanca detrás de sí. Se tornó, sorprendido, pues creía desde que había comenzado su viaje onírico, que estaba completamente solo en el mundo. ¡Solo! já, sintiéndose como el centro del globo terráqueo, donde todo giraba en torno a sí.

Era un niño alrededor de diez primaverales primaveras. Un niño de mirada despierta, grandes ojos azules impávidos que lo desafiaban y decían a voz dormida y oculta: “no estás solo viejo, no eres el único”.
Pero indescifrablemente enigmático, sucedió lago inhóspitamente inesperado… Aquello que lo iniciaría para su viaje al mas allá.

Descubrióse a sí mismo en el niño: era él, Antonio Mejías a la edad de diez años raudos, setenta años antes de que el tiempo impiadoso hiciera mella en su cuerpo y  su alma.

¿Cómo se reconoció? Fácilmente calculable: cuando era un crío como el que tenía delante de sí, usaba gafas redondas, el pelo rapado casi al cero, y un diente mellado. Creyó por un instante que era un espectro, que se iba a desmayar a causa de la tremenda sorpresa que le produjo encontrarse con su yo infantil vestido como en su época. Parecía un personaje salido de un cuento, un personaje del pasado.

- Hola pequeño, ¿cómo te llamas?- quería cerciorarse de que era él mismo.

- Antonio Mejías, pero me apodan el “lolo”- contestó con voz cantarina y débil. ¡Efectivamente! Lo apodaban el “lolo” en honor a su perro Manolo. En verdad no le gustaba mucho que le recordaran por su perro, que aunque lo quisiera con todo el corazón ese apodo no era ninguna cualidad suya, sino, eso: el nombre de un chucho.- ¿Y usted como se llama?.

- También me llamo como tú, pequeño.

- ¿Si? ¡Eso es casualidad!- Y aquel niño le regaló al viejo Mejías la sonrisa mellada que fue suya durante el período de su infancia siempre rauda algo dura.

- ¿Y qué haces por aquí pequeño Antonio?.

- Estaba jugando con mis compañeros al pilla pilla y los he perdido y al adentrarme en una casa antigua y abandonada, me he encontrado aquí y estaba andando y no veía a nadie más y le he visto a usted. Por favor, no se separe de mí, este sitio me da algo de miedo.

- Pues no lo pareces, creo que eres un niño muy valiente y fuerte, lo transmite tu mirada.

- ¿Y usted? ¿Porqué está aquí?- le preguntó al viejo Mejías, sin hacer casi caso omiso a su anterior cumplido.

-Sinceramente chico, no lo sé; estoy en la teoría de que este mundo es una señal divina, pero aún no sé lo que quiere decir… - y al comprobar que el jovencito le miraba con ojos incrédulos le dijo:- Pero bueno, da igual, lo importante es que ahora estamos juntos y no tienes porqué tener miedo.- Tras una breve pausa- ¿sabes? Tú te pareces mucho a mí cuando era joven - esa era la manera suave de decirle al pobre chico que era él mismo hace setenta años, no lo iba a creer ni mucho menos a entender.

Y comenzaron el Mejías niño y el Mejías viejo a caminar sin rumbo fijo por las calles solitarias de la ciudad, contando sus inquietudes, sus gustos, sus miedos.. Como dos personas ajenas que se habían conocido no hacía más que un rato, pero a la vez sintiendo que se conocieran de toda la vida, pues si era bien cierto, eran la misma persona en dos momentos vitales diferentes como el agua y el fuego: el niño Mejías sentía respeto y algo de envidia por al sabiduría del viejo, que era él mismo pero setenta años mayor y por el contrario, el viejo Mejías sentía un torrente de nostalgia, inocencia, quizás un deje de pérdida… decirle adiós a su infancia, quizás a su vida.

A lo lejos de la calle solitaria se vislumbraba una luz y de repente ya no tronaba y nubes blancas surcaban el cielo celeste.

A la mañana siguiente del día caluroso del verano del 98’ , la hija de Antonio Mejías fue a visitarlo y encontrose el cadáver de su ya difunto padre con una sonrisa en el rostro. Aquel sueño épico solo era el comienzo de un intrépido viaje lleno de posteriores encuentros inesperados.
                                                                                               Blanca

19/11/11

Encuentros inesperados (Esther)


- Cuéntemelo todo. Desde el principio por favor - le dijo el teniente encendiendo la grabadora y la dejó en una esquina del escritorio, repleto de carpetas (toda llenas de casos a medio concluir o incluso a empezar). Se recostó en su silla, de un tamaño enorme, y se quedó callado, a la espera de que la joven comenzará su testimonio. Colocó sus manos peludas sobre su panza redonda y dejó caer el peso de su espalda sobre el respaldo. Parecía tremendamente agotado y reflejaba tener graves problemas a la hora de respirar. Julia no podía parar de mirarlo con desconcierto y en su cabeza, una batalla de palabras luchaba por salir ordenadas y contar los hechos con mayor detalle. El teniente cogió un caramelo de tofee, de una bombonera de cristal que tenía sobre la mesa, y comenzó a rechupetearlo poco a poco, después empezó a morderlo, y una masa pegajosa se formó en su dentadura postiza. Solo se escuchaba el sonido de su respiración agitada y el viscoso movimiento del dulce en su boca.

- Todo empezó de la forma más natural posible - dijo Julia queriendo romper esos sonidos que le daban arcadas. El teniente ni se inmuto, estaba cayendo en un espiral de sueño, con parte del caramelo pegada en su frondoso y negruzco bigote - Nuestros primeros encuentros fueron fortuitos, frutos del destino, como mucha gente suele decir. Nos conocimos en un bar de tapas del centro. Era viernes, y yo, como todos los viernes, esperaba a mi novio, para almorzar juntos en el bar. Yo estaba esperando a Roberto, y él, Ramiro se llama, estaba solo, bebiéndose una cerveza y leyendo el periódico. A primera vista observé a un hombre de lo más normal, de cara simpática e interesante. Él se acercó a la barra, donde estaba yo esperando, y comenzó a hablar conmigo, muy fluido todo. Yo no suelo hablar con la gente así por que sí, pero Ramiro me transmitía buenas vibraciones. ¿Sabe a lo que me refiero? - le preguntó al teniente, el cual luchaba con aparentar estar despierto. Julia gruño molesta y siguió narrando lo ocurrido, al menos la grabadora estaba atenta a sus palabras, y hacía tiempo que nadie la escuchaba con tanto interés - Ramiro fue muy amable conmigo y nos reímos muchísimo. Hablamos pocos minutos, pero el escaso tiempo que estuvimos juntos fue de lo más agradable, e hizo la espera de mi ex, sí, actualmente Roberto y yo ya nos somos pareja, ahora le cuento bien el porqué… pero eso, que hizo la espera muy llevadera, por que si en algo destacaba Roberto, era en llegar tarde, siempre - quiso recalcar - Parecía que nos conocíamos de toda la vida Ramiro y yo. No se, enseguida me comenzó a atraer mucho, y jamás me había pasado eso con otros hombres, aunque pasaba por un mal momento con Roberto, seguía luchando por el bien de nuestra relación. Cuando llegó Roberto, Ramiro se marchó en un abrir y cerrar de ojos, y yo, ingenua, pensaba que jamás lo iba a volver a ver y una suave tristeza se apoderó de mí. Aún no sabía como se iban a torcer las cosas en mi vida con él. Entonces fue cuando comencé a encontrarme a Ramiro de forma frecuente. En el supermercado cercano a mi casa, en la peluquería de mi barrio, en la biblioteca del centro, en el videoclub de mi hermana, en el veterinario, etc. ¿Casualidades?. No había día que no me lo encontrará, y a mi, ciertamente, me tenía ilusionada saber que al día siguiente la fortuna me iba a regalar unos minutos con ese hombre tan cercano y a la vez tan ajeno a mí, no se, me sentía como una adolescente, con esas mariposillas, que te llevan de cabeza, rondado todo el día en el estómago. Al final, un día, decidimos quedar y que no fuera el azar el que nos hiciera encontrarnos. Ese día mentí a Roberto, por primera vez en nuestros seis años de relación, le dije que me iba a cenar con mi hermana, y no me sentí para nada culpable, notaba la adrenalina fuerte, por todo mi cuerpo y en esos momentos creía que era capaz de hacer cualquier cosa. Pase una noche estupenda con Ramiro. ¡Me hizo sentir tan viva!. Hacía tanto tiempo que me encontraba anquilosada en una relación rutinaria que no me aportaba nada y Ramiro fue como una salida rápida que me traía nuevas emociones. Le conté mis inquietudes y sueños, mis metas y logros , finalmente, mis problemas con Roberto y él me aconsejó que lo dejara y que comenzara una nueva vida junto a él, y yo, ciega por un sentimiento extraño y travieso, le hice rotundo caso a cada una de esas palabras que salían de su pequeña boca, sin pensarlo ni una sola vez, sin plantearme nada, sin valorar si quiera el tiempo pasado con Roberto. Cuando regresé a casa, en plena madrugada, desperté a Roberto y le dije lo que pensaba, así, en caliente. Tuvimos una pelea enorme, la cual jamás podré olvidar, y él se marchó de casa, hecho un mar de lágrimas. Al principio me sentí como si me hubiera extirpado una pesada carga de mí, pero en el fondo me mentía a mi misma, para poder llevar la situación de la mejor forma posible. Todo el mundo se quedó desconcertado, nadie comprendió por que había dejado a Roberto y yo, no quise dar ningún tipo de explicación. Comencé a quedar con Ramiro todos los días y sin darme cuenta, me dejé enganchar por su magnetismo y su falsa palabrería, que estaba dirigida a dejarme sola y alejarme de todos, para tenerme enteramente a su lado. Primero fue Roberto, el rival más fuerte, al ser mi pareja, pero aprovechó mis dudas y problemas con él para que fuera yo la que se deshiciera de él y no me diera cuenta de la verdadera influencia que había sido en mi decisión, luego arremetió contra mi familia, con el pretexto de que me utilizaban cuando querían y luego me dejaban tirada, como una sucia colilla, después mis amigas, la gente del trabajo, incluso simples conocidos del día a día, el carnicero, la frutera, la cartera, vecinos… todos. Me quedé completamente sola con él, y me acabé sintiendo acorralada, como cuando un niño pequeño juega con un bichito, y ese bicho soy yo, un puñetero conejito de indias que ha seguido sus órdenes a su antojo. Bien. Ya se que es ridículo que me haya planteado denunciarle, pero es que no estoy segura con él, cada día tengo más miedo. Supo como conquistarme, supo como alejarme de mis seres queridos, y yo no rechiste, cualquiera diría que yo lo hice por que me daba la gana, pero al final he sido consciente, ha sido él, me ha metido falsas palabras en la mente, basura ponzoñosa que me he tragado sin reparo alguno y me tiene donde él quiere. Yo no quiero estar con él, quiero volver a mi vida normal. Se que necesito ayuda, necesito protección, necesito vigilancia – Julia se queda callada, a la espera de preguntas o respuestas por parte del teniente, pero solo recibió los leves ronquidos que emanan de su boca pastosa.

Se marcha molesta, pegando un portazo ruidoso que ni siquiera hace inmutar a ese gordinflón que es la ley. Se encierra en el baño y rompe a llorar, sabiendo lo que le espera al salir de esas cuatro paredes. Ramiro en todas partes, persiguiéndola, acaparándola, sin dejarle un segundo para respirar. Se siente con la cuerda al cuello y cada vez le cuesta más querer seguir hacía delante.

 Al salir de la comisaría Ramiro esta en la puerta, con un enorme ramo de flores de todos los colores. Julia tiembla con miedo, pero intenta disimularlo como puede, con una risa forzada, que le parte el alma.

- ¡Cariño! – dice Ramiro con una sonrisa postiza - ¿Qué hacías en la comisaría?.

- Nada… había ido a denunciar el robo de mi bicicleta – miente descarada y Ramiro lo sabe – No me encuentro bien Ramiro. Esta noche me gustaría estar sola y dormir pronto. Creo que estoy incubando algún virus y no quiero contagiarte. No me encuentro bien últimamente.

- No importa preciosa, está bien. Ahora descansa y nos vemos mañana – A Julia se le escapan las lágrimas de los ojos y Ramiro sonríe feliz al ver su reacción– Yo te encontraré tesoro y te cuidaré como solo yo puedo hacerlo, ya sabes, nadie más quiere estar contigo, solo yo amor, solo yo.

Julia llega a su casa abatida. Cierra ventanas y puertas con cerrojo y se tumba en la cama, hecha un ovillo mojado. El sueño no se apodera de ella, ni con todas las pastillas que se ha tomado. Enciende la radio, para no sentirse sola. Escucha, entre sollozos, las canciones de todas las cadenas. Pone la emisora favorita de Roberto, la que escuchaban juntos cuando trasnochaban. Decide llamar al teléfono de atención de la emisora.

- Buenas noches oyentes, son las 4.30 de la madrugada y eso era Wrong de Depeche Mode. Ahora pasamos al consultorio de llamadas. La primera llamada que nos entra en la centralita viene desde Valencia. ¡Buenas noches Julia! - dice la reportera con un énfasis desgarrador.

- Buenas noches - se escucha una voz muda. Se respira absoluta tristeza en el aire.

- ¿Qué es lo que nos quieres relatar Julia?. Ya sabes que el programa de hoy trata de encontrar el perdón de un ser querido y que contamos con la colaboración de Yolanda Ruiz, psicóloga de la emisora. ¿Cuál es tú historia? - dice la reportera, Silvia Domínguez.

- Me siento realmente confusa y lo que necesitaba ahora era hablar con alguien. No se por que se me ha ocurrido llamar aquí. Soy estúpida por pensar que aquí hallaría alguna solución. Nadie esta por la labor. Yo la fastidie y ahora estoy completamente jodida.

- Has llamado al lugar correcto. Aquí te podremos ayudar a solucionar tus dudas y problemas. Ánimo Julia, por favor, confía en nosotras y cuéntanos, ¿que es lo que te ocurre?.

- Solo quiero decirle a Roberto que todo fue un error y que le amo. Que ojalá algún día quiera verme y que escuche mis palabras. Tengo mucho que explicarle. Que lo siento y que jamás en mi vida lo había necesitado tanto como ahora mismo. Que es ridículo darme cuenta ahora, que esta todo negro, lo que él ha significado para mí. Pero que sepa que siempre le querré, pues ha sido lo mejor que he tenido en mi vida.

- ¡Ohhh Julia!. Eso es realmente tierno. Seguro que Roberto se da cuenta de que ya estas completamente arrepentida por lo que fuera que hicieses o pasara entre vosotros dos. Gracias por llamar y esperamos que te hayamos servido de ayuda, transmitiendo tú mensaje en esta noche, ahora no tenemos más tiempo contigo, debemos responder las restantes llamadas – dice la reportera cortando a Julia de golpe con la mitad de palabras en la boca - La siguiente llamada también viene desde Valencia y es para Julia, nuestra anterior llamada.

Julia se sienta en el borde de la cama, pegando sus orejas a la radio, para oír la voz que tanto anhela. “Roberto, perdóname” – suplica en susurros.

- Julia, duerme, duerme tranquila mi amor – dice Ramiro, rompiendo todas sus esperanzas – Roberto fue estúpido por dejarte escapar de su vida, pero yo jamás te lo permitiré. Te amo y siempre estaremos juntos. Solos tú y yo tesoro, solos, siempre, tú y yo. 

Esther

1/11/11

Koala (Blanca)


Día 14-10-2010
<<Darcy limitóse a sonreír y todos permanecieron unos minutos en silencio. Elizabeth estaba como en ascuas, no fuese otra vez su madre en ponerse en evidencia. La señora Bennet rabiaba por hablar, pero no encontró nada que decir. Al rato, volvió a repetir sus efusivas frases de gratitud al señor Bingley por sus amabilidades por Jane y volvió a excusarse por las molestias que le ocasionaba con Lizzy. El señor Bingley se mostró sinceramente cortés en su respuesta y obligó con ello a su hermana a mostrarse igualmente cumplida, expresándose como la ocasión lo exigía. Aunque sin mucha voluntad, supo estar en su papel, y la señora Bennet se dio por satisfecha, pidiendo poco después su carruaje. Esta fue la señal para que sus hijas más pequeñas se hiciesen presentes. Durante toda la visita no habían hecho más que cuchichear entre ellas, afirmando las más joven que el señor Bingley había prometido, al llegar al campo, que daría un baile en Netherfiel.>>


Cerré el libro estrepitosamente al escuchar que el teléfono sonaba estridente y sin pausa, descontrolado, cada vez con mayor fuerza y que ninguna de mis compañeras de piso lo cogían.

Estoy casi segura de que mi madre es, pienso mientras descuelgo el teléfono.

- ¿Sí?

- Hola Tamara, ¿qué tal?. Pues no, no es mi madre.

-Rebeca son la ocho de la mañana...

- ¿Quieres ir a Koala esta noche?- haciendo caso omiso.

-Mmmmmm...- me quedo pensando, pero casi no me da tiempo a contestar cuando me dice:

- ¿Que estabas haciendo?

- Nada, leer un ratillo, estaba en la cama….

- ¿A estas horas?

- Sí, es que me he desvelado, así que esta noche prefiero dormir plácidamente en brazos de Morfeo que no que me soben cuatro estúpidos en una discoteca abarrotada.

- Venga Tamara, no seas aguafiestas, que es sábado sabadete y hay que salir: toca.

- ¿Y esa nueva ley?

- Bueno, ¿vas a venir o no? Que además es gratis…

Y después de tres o cuatro persuasiones más de mi compañera de clase Rebeca, acepto. Estoy algo enferma: me duele la garganta y un poco la cabeza pero en el fondo me apetece, aunque sea un poco, pero… me da pereza.

Llevo un mes en Salamanca, tierra querida. Estoy cursando mi tercer curso de licenciatura de Filología Hispánica.

Tengo mi vida en Madrid: soy de allí y de allí me dejo muchas cosas, sobretodo echo de menos las personas: mi familia, mis amigas…

Echo de menos las largas conversaciones nocturnas con mi madre cuando me desvelaba, mi habitación y todo lo que contiene dentro de ella, el cocido de mi abuela Petra, los paseos interminables por las calles madrileñas… Es curioso lo difícil que cuesta desacostumbrarse a lo bueno, a lo conocido, a lo internamente rutinario y familiar.

Pero como Madrid y Salamanca están muy cerca geográficamente, pues voy a menudo y tampoco es gran problema.

Pero creo que esta experiencia me hará crecer como persona, y madurar, además es una muy buena oportunidad que la universidad ofrece.

Alquilé la habitación de un piso cercano a la Universidad de Salamanca, preciosa por cierto: todo como retrógradamente antiguo.

Escogí voluntariamente mi carrera con respecto a mi devoción: la pasión por la literatura, desde que tengo uso de razón me gusta leer y también sobretodo que me leyeran, viajaba a otros mundos, a otras realidades solamente con mi mente.
Mis padres no me apoyaron cuando decidí esta preciosa carrera, si es bien cierto que las salidas profesionales son reducidas. Pero como a cabezota no me gana nadie, pues me salí con la mía.

Mi escritora más querida desde hace unos cuantos años es la indiscutible Jane Austen, le tengo una devoción como si fuera una virgencita adorada por una devota cristiana.

Me he leído todos sus libros como un par de veces. ¿Qué qué tiene? No sabría muy bien cómo definirlo…. Es su lenguaje, su vocabulario, su forma de describir la psicología oculta de cada personaje, como si los hubiera parido o conocido desde hace tiempo. La trama de sus novelas es bien casi siempre lo mismo, pero me gusta.

Es más aunque fuera por un instante me gustaría viajas a aquella época: a la Inglaterra victoriana del siglo XIX y ser como una simple y compleja observadora de pensamientos y sentimientos ajenos.

La demasía de tiempo libre en una tarde otoñal es tediosa, por eso cuando no sé que hacer muy bien para “matar” un poco el tiempo me bebo una copa de vino tinto mientras ojeo alguna revista o veo alguna película por enésima vez.

Bueno, son las ocho de la tarde, ya toca arreglarse  para la discoteca Koala. Al final vienen tres compañeras de clase, con las que voy más a menudo y he cogido confianza en este último mes en el que he asistido al comienzo del curso. Parece según me han comentado que Koala es la mejor discoteca del centro de Salamanca y desde el primer día de clase ya estaban diciendo de ir y hoy ha sido el día elegido.

Como no me gusta arreglarme en demasía, pues creo que yendo bien sencilla voy más cómoda y por lo tanto más guapa, no tardo mucho: unos vaqueros, zapatos, camisa blanca y eso si: pintados los labios, me encanta el toque carmín a mi cara algo pálida.                                   

Las mujeres entramos gratis (¿privilegio o estrategia de mercado?.. según por donde se mire). La sala principal es extensa: a la izquierda está la barra, a la derecha el guardarropa y al fondo los baños femenino y masculino.
La música no está mal: entre pachangeo, rumba y algunos remix de canciones conocidas del verano pasado que ya estoy más que harta de escuchar…
¡Si! ¡Harta! Porque la repetición insaciable de una canción, aunque sea buena es una aberración a su dignidad; vale que haya triunfado, pero hay otras canciones que creo yo también merecen ser escuchadas.

La decoración es, pues eso, nada especial, como muchas de las discotecas en las que he entrado.

Como tenemos una consumición gratis además Rebeca, Lucía, Paula y yo nos acercamos a la barra y cada una pide pues lo que más le apetece , claro. Posteriormente, hacemos una especie de “corro” y comenzamos a bailar a nuestro ritmo entre estridentes risas, haciéndonos fotos de caras amorfas como crías de doce años: ahora no es momento para hablar de cómo llevamos el libro que hay que leerse, bueno…. la cantidad de libros de cada asignatura (cinco específicamente) o de qué nos parece el nuevo profesor de sustitución o sobre la porquería de sillas que nos han asignado.. O sobre la cantidad de trabajos individuales y grupales.

No hay que agobiarse esta noche. Sólo de disfrutar de la juventud, de los años de facultad, de la posibilidad de estar unos meses fuera de casa paterna y no tener que dar explicaciones. De no depender más que nada de los padres.

Cada vez se va llenado más la gran sala de Koala y cuando ya estamos cansadas de bailar y los tacones han hecho su efecto en nuestros pies, yo les propongo sentarnos un rato en unos sillones aparentemente muy confortables, pero de repente ¡Oh! Parece ser que hemos captado la atención de cierto caballeros que empiezan a bailar detrás nuestra, así como ( lo sé como si tuviera un retrovisor innato)mirarnos vilmente el trasero. Parece que a mis compañeras no le importa lo más mínimo, es más parece que su intento de acercamiento les gusta: han captado su atención, se sienten bellas y su ego sube hasta las nubes.

No intercambian ninguna palabra ¡no!  Las tres como si estuvieran sincronizadas literalmente al cabo de un tiempo bailando como gogos e insinuándose, se giran y comienzan a bailar en su cara de una manera que a mi abuela le daría un ataque. Algunos pensarán que soy algo retrógrada en estas cosas, pero no me gusta este tipo de técnicas de seducción, por llamarlo de alguna forma.

¿Y ahora yo qué hago? Parece que algunas amigas como que se olvidan instantáneamente de con quién han venido y el anterior corro que habíamos formado dos horas antes se ha extinguido como el resplandor de una estrella fugaz.

Panorama: cada una a lo suyo. Y a mí se me acerca uno también con la misma técnica (pienso más que nada para que no esté sola, sintiendo algo de empatía hacia mí) pero cuando le voy a hablar la música impide que mi aguda y fina voz llegue hasta sus oídos y tampoco parece que el hombre en cuestión tenga ganas de hablar… Parece que tan solo de que baile para él, de que haga los mismo movimientos que mis compañeras de clase. Y como no me ve moverme mucho y mi cara de incomodidad debe de asustar. Me echa una mirada como diciendo: “chica, anda muévete un poco, ¿no ves a tu amigas? Viniendo aquí te hago un favor.. Que te he visto tan sola”. Un borracho más haciéndose pasar por el simpático de la noche. Adiós, anuncia mi cara. El susodicho se encoge de hombros y se va de caza, en busca de otras presas.

Bueno, allá ellas. Yo me voy a casa. Koala me ha defraudado, como casi todas las discotecas en las que he echado el pié. Sí, definitivamente no soy de estos lugares, lo siento por mis compañeras. Le escribo un sms a Rebeca y me dirijo a la salida. Abro la puerta principal y de repente entro en otra “dimensión”. Bueno, otra dimensión es mucho decir pero sí digamos estoy en otra época, eso salta la vista.

Me explico: la habitación en la que estoy en estos momentos parece extraída de una película de época, juzgaría que estoy en el siglo XIX, en un baile. De repente todo me recuerda a la escena de Orgullo y Prejuicio en la cual se producen el baile esperado donde los dos protagonistas se conocen y tan mala opinión se crean el uno del otro.

No es como antes… nada es como antes. Bueno, es natural, ¿no? Es otra época. Las mujeres usan vestidos largos, con guantes y joyas que adornan sus cuerpos, con grandes recogidos en el pelo; la mayoría van de blanco inmaculado. Por el contrario, los hombres visten elegantes trajes negros, que parecen que se los hayan comprado todos en la misma tienda, porque no hay diferencias entre unos y otros.

La sala está decorada al estilo de la época. Grandes cuadros, velas por doquier, paredes blanquísimas, gran chimenea y al fondo, los músicos que deleitan al público con sus notas musicales entre el violín y el piano.

No hay apenas ruido estridente y se puede hablar perfectamente y lo más importante: ser escuchado.

Hay grupos que conversan felices mientras el camarero va pasando ofreciendo con una bandeja copas con bebida. Y la mayoría de personas que se les ve sentadas son mujeres.

Parece que aquí, el ritual de seducción también es iniciada por el hombre, pero tienen bastantes diferencias, eso es notorio. Me fijo de pronto en una escena específica: un caballero acaba de parar a una dama que estaba caminando tan tranquila junto a su compañera y le dice.

- Señorita Jane, ¿me concedería el próximo baile?

La mujer se queda anonadada y tras una larga vacilación, acepta. Y tras las reglas que impone el baile (pasos acompasados, fluidos y lentos) toman el único contacto físico que se les está permitido a dos desconocidos: el roce de las manos.

Y de pronto, escucho tras de mi:

- Perdone, señorita, ¿me concedería el próximo baile?- Y como ahora al menos me han preguntado si me apetece o no me apetece bailar con el susodicho, al menos por pura cortesía, acepto encantada.

Será divertido adentrarme en el mundo Austen.
                                                                                  Blanca:)