20/11/11

Encuentros inesperados (Blanca)

La erosión de los años raudos había hecho mella en aquel aciano viejo llamado Antonio Mejías.

La animadversión que el viejo sentía hacia ya sus ochenta años hizo que una tarde calurosa del verano del 98’ se fuera a la cama, a acostar su cuerpo frágil, a dormir y descansar por enésima vez. La soledad lo corroía, el aislamiento. El aburrimiento hacía que la cama y el sueño fueran medicinas celestiales.

Dejó su dentadura postiza en el vaso, quitose las gafas, se bebió un vaso de vino. Directo y diligente hacia la cama cómoda, se desvistió religiosamente y al cabo de quince minutos estaba sumergido en un profundo sueño.

Descubriose de repente inmerso, concentrado en el andar de sus pasos por aquella calle tan concurrida y a la vez recorrida durante su larga y efímera vida. Pero no había nadie que pisara aquel adoquín antiguo y gris. Estaba completamente solo. Y aquella soledad lo embargó como cuando una tremenda ola se come la arena de la orilla.

Era más fuerte aquello que sentía, aquella sensación indescifrable nunca antes sentida que le embargaba inhóspitamente al viejo Antonio Mejías, que lo que fluía alrededor: una tienda de comestibles borrosa, un cine abandonado, una cafetería quizás… Estuvo vagando sin rumbo fijo como alma en pena durante lo que le parecieron años, décadas, siglos, pues bien sabía aquel viejo Mejías que tanto había vivido que el tiempo es relativamente relativo.

Fue curioso, el cielo de pronto se volvió rojo, un rojo intensamente mercenario y soplaba un aire gélido. Además, el cielo empezó a rugir con furia, enfadado. Lo sentía tanto en la piel como en el espíritu. Y de pronto tuvo el anhelo inacabadamente continuo de querer alzar el vuelo, de surcar el cielo escarlata; ese fue el primer deseo del viejo y bueno Mejías.

De repente, descubrió que todos los deseos de su infancia le sobrevenían como sin quererlo evitar: el deseo de comer piruetas dulces, deseo de que su madre le riñera a la vuelta del colegio por haberse ensuciado el trasero de los pantalones de barro, el deseo de jugar a las canicas con sus amigos, el deseo de correr veloz en pos de un perro galgo corredor: Manolo, también llamado Lolo, el perro de su infancia… El deseo de querer reír sin descanso hasta que le doliera la barriga.

- ¡Hola!- le apeló una voz blanca detrás de sí. Se tornó, sorprendido, pues creía desde que había comenzado su viaje onírico, que estaba completamente solo en el mundo. ¡Solo! já, sintiéndose como el centro del globo terráqueo, donde todo giraba en torno a sí.

Era un niño alrededor de diez primaverales primaveras. Un niño de mirada despierta, grandes ojos azules impávidos que lo desafiaban y decían a voz dormida y oculta: “no estás solo viejo, no eres el único”.
Pero indescifrablemente enigmático, sucedió lago inhóspitamente inesperado… Aquello que lo iniciaría para su viaje al mas allá.

Descubrióse a sí mismo en el niño: era él, Antonio Mejías a la edad de diez años raudos, setenta años antes de que el tiempo impiadoso hiciera mella en su cuerpo y  su alma.

¿Cómo se reconoció? Fácilmente calculable: cuando era un crío como el que tenía delante de sí, usaba gafas redondas, el pelo rapado casi al cero, y un diente mellado. Creyó por un instante que era un espectro, que se iba a desmayar a causa de la tremenda sorpresa que le produjo encontrarse con su yo infantil vestido como en su época. Parecía un personaje salido de un cuento, un personaje del pasado.

- Hola pequeño, ¿cómo te llamas?- quería cerciorarse de que era él mismo.

- Antonio Mejías, pero me apodan el “lolo”- contestó con voz cantarina y débil. ¡Efectivamente! Lo apodaban el “lolo” en honor a su perro Manolo. En verdad no le gustaba mucho que le recordaran por su perro, que aunque lo quisiera con todo el corazón ese apodo no era ninguna cualidad suya, sino, eso: el nombre de un chucho.- ¿Y usted como se llama?.

- También me llamo como tú, pequeño.

- ¿Si? ¡Eso es casualidad!- Y aquel niño le regaló al viejo Mejías la sonrisa mellada que fue suya durante el período de su infancia siempre rauda algo dura.

- ¿Y qué haces por aquí pequeño Antonio?.

- Estaba jugando con mis compañeros al pilla pilla y los he perdido y al adentrarme en una casa antigua y abandonada, me he encontrado aquí y estaba andando y no veía a nadie más y le he visto a usted. Por favor, no se separe de mí, este sitio me da algo de miedo.

- Pues no lo pareces, creo que eres un niño muy valiente y fuerte, lo transmite tu mirada.

- ¿Y usted? ¿Porqué está aquí?- le preguntó al viejo Mejías, sin hacer casi caso omiso a su anterior cumplido.

-Sinceramente chico, no lo sé; estoy en la teoría de que este mundo es una señal divina, pero aún no sé lo que quiere decir… - y al comprobar que el jovencito le miraba con ojos incrédulos le dijo:- Pero bueno, da igual, lo importante es que ahora estamos juntos y no tienes porqué tener miedo.- Tras una breve pausa- ¿sabes? Tú te pareces mucho a mí cuando era joven - esa era la manera suave de decirle al pobre chico que era él mismo hace setenta años, no lo iba a creer ni mucho menos a entender.

Y comenzaron el Mejías niño y el Mejías viejo a caminar sin rumbo fijo por las calles solitarias de la ciudad, contando sus inquietudes, sus gustos, sus miedos.. Como dos personas ajenas que se habían conocido no hacía más que un rato, pero a la vez sintiendo que se conocieran de toda la vida, pues si era bien cierto, eran la misma persona en dos momentos vitales diferentes como el agua y el fuego: el niño Mejías sentía respeto y algo de envidia por al sabiduría del viejo, que era él mismo pero setenta años mayor y por el contrario, el viejo Mejías sentía un torrente de nostalgia, inocencia, quizás un deje de pérdida… decirle adiós a su infancia, quizás a su vida.

A lo lejos de la calle solitaria se vislumbraba una luz y de repente ya no tronaba y nubes blancas surcaban el cielo celeste.

A la mañana siguiente del día caluroso del verano del 98’ , la hija de Antonio Mejías fue a visitarlo y encontrose el cadáver de su ya difunto padre con una sonrisa en el rostro. Aquel sueño épico solo era el comienzo de un intrépido viaje lleno de posteriores encuentros inesperados.
                                                                                               Blanca

2 comentarios:

  1. Woh! ^^

    Precioso viaje a la muerte (un reencuentro de lo más inocente y lleno de emotivos recuerdos) en un dulce sueño.

    ¿Se te ocurrió primero la historia y por eso el título o al revés?.

    Me ha gustado mucho Blanca. Últimamente estas escribiendo más hechos "paranormales", por así decirlo, como el chico que viajaba a otras vidas desde la cabina del fotomatón, la chica que viajaba atrás en el tiempo y este hombre, que se encuentra con su yo infantil, aunque este es un sueño. Me gustan estos relatos, por que no sé por donde vas hacer que vaya la narración, y esta muy bien eso :)

    Un beso y a seguir escribiendo.

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  2. Me alegro de que te haya gustado:)
    Pues se me ocurrió un dia, no sé como. En verdad empezó como un sueño normal y corriente y mira como acaba jejeje,
    Sí, la verdad que ahora me da por escribir más de esas cosas, me siento más inspirada.
    Blanca

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