30/10/11

Koala (Esther)

- Desde que ha regresado de Sidney Marcus sufre sonambulismo todas las noches - le digo a Ivonne quitándome las bragas. Me siento en esa silla que me hace sentir terriblemente patosa y me preparo para la ecografía - Llevo tres días sin dormir y no paro de sufrir calambres en las piernas - me quejo molesta.

- Baja un poco más el culete Álida. Un poco más... más... ¡Listo! - me dice Ivonne colocando su cabeza entre mis piernas - A parte de los calambres ¿has tenido alguna molestia más en estos días? - me pregunta mientras se coloca los guantes de látex.

- Un poco. Me han molestado los ovarios y he tenido más nauseas que de costumbre. He vomitado toda la semana al despertarme. Ahora no puedo soportar para nada el olor de la leche.

- No te preocupes, es algo normal. Ya estas en la semana número treinta y seis del embarazo, nos quedan a penas cuatro semanas para ver a esta ricura nacer - me dice sonriente. A Ivonne le encantan los bebés, pero la pobre no consigue quedarse embarazada, ya que tiene ciertos problemas en el útero. Nunca me ha dejado claro de que se tratan, pero se que algo no le funciona bien por esa zona. Ella sabrá bien, es la ginecóloga.

- Como te estaba diciendo, Marcus me esta volviendo loca. No me deja dormir ni una sola noche. Además, lo paso realmente mal, pues pienso que puede acabar haciéndose daño, andando de un lado a otro de la casa, a oscuras - le digo mientras me coloca ese gel fríoy pringoso sobre mi barriga. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

- Bueno, no te preocupes, que vaya al médico y se lo comente. Seguro que es por el cambio de horario y demás. Le estará costando acostumbrarse a las horas de sueño y necesitará gastar más energía por la noche - me dice apretándome la barriga y palpando la zona - Yo tengo un amigo que comenzó a tener episodios de sonambulismo por el estrés en el trabajo y una paciente que pillo a su marido en la cama con otra y más de lo mismo. Así que vaya al médico pronto, y por su bien y el tuyo, que solucione ese problema cuanto antes. Que dentro de poco comenzareis a dormir menos - me dice guiñándome un ojo - Esta todo en orden preciosa. Vamos a hacerte una cito también.

Comienzo a llorar sin control alguno. Ivonne levanta la cabeza y me mira.

- ¿Pero que te ocurre guapa?. Todo va bien, no te preocupes - me dice intentando reconfortarme.

- No Ivonne. El problema es que Marcus cuando esta sonámbulo cree que es... que es un... - trago saliva - ¡Oh Dios!, me da vergüenza hasta decirlo en voz alta. No quiero creérmelo.

- ¿Un que Álida? - me dice incorporándose y cogiéndome de la mano.

- Un koala - le digo en un llanto interminable. La pobre no contiene la risa y una carcajada sana y profunda retumba en la habitación.

- Lo siento - me dice arrepentida - ¿Cómo sabes que actúa como un koala?.

- Pues por que esta durmiendo más de quince horas al día, se ha comido todas las plantas de casa, incluso el tronco de las mismas, y salta de sofá en sofá y de lámpara a lámpara, que ya se ha cargado todas las del comedor, y se queda enganchado ahí, sonriendo, como si fuera un koala - dejo de llorar e intento calmarme - Y se que es un koala por que Marcus ha estado seis meses fuera estudiándolos y de tanto estudiarlos se ha quedado tonto - sollozo.

- No se Álida. Quizás no sea nada. Tú lo que tienes que hacer ahora es tranquilizarte e ir cuando antes con él a un médico.

- Pero el problema es que él no lo sabe. En las horas que esta despierto, que son pocas, actua con tanta normalidad que me sabe mal asustarlo con esto. No se, no quiero que se preocupe. En nada va a nacer Roberta y lo que menos quiero es que recaiga en un estado peor que en el que se encuentra.

- Vamos a ver. ¿Él no se ha dado cuenta de nada? - me dice quitándose los guantes.

- Pues si. Se nota más cansado de lo normal, pero lo asocia a que no lleva casi nada de tiempo en casa y ya esta. Ni siquiera se dio cuenta de que faltan las dos lámparas grandes del comedor y que las plantas que teníamos en nuestro cuarto han desaparecido.

Ivonne me ayuda a levantarme de esa puñetera silla y me visto en un momento.

- Bueno, pasate dentro de un par de días y terminamos con la revisión. Ahora estas demasiado alterada para seguir.

- Vale. Te llamo en un par de días y concretamos - le digo con una sonrisa rota. 

Salgo de la consulta cabizbaja, muerta de la vergüenza. Cuando llego a casa, Marcus está dormido en el sofá, desnudo. Esta abrazado a un peluche de un koala, uno que me regalo mi madre para la niña. Intento quitárselo realmente enfadada y este me gruñe, como un animal.

- Hija mía, este es tú padre - digo en voz alta acariciándome la barriga. Marcus me mira y agarra con más fuerza a su nueva "pareja". 
 
Esther

14/10/11

El día que nunca llegó (Blanca)


¿Nunca os ha pasado como si quisierais llegar a un lugar o encontraros en un momento preciso en el futuro imaginándolo con viva fuerza pero luego abrir los ojos y descubrir que no es cierto?
La parada del metro Pío XII se encontraba prácticamente vacía a las 11:30 de un lunes y yo ando vagabundo como perro sin amo. Me gusta el metro de noche, es mi escondite favorito y no estoy esperando a ningún gusano de metal enorme que me lleve a algún destino preciso, sino aquí, por estar en alguna parte. Sin motivo ni razón, como si estuviera en un banco de un parque o en el infierno, a estas horas y en estos momentos, me da igual.
Yo Esteban Trueba he discutido con mis padres y estoy de mal humor, de un humor de perros para ser preciso. Creo que dormiré en el metro.
¿Qué porqué he discutido con mis padres? Me reprimen, no me dejan que sea yo mismo, estoy de su moral cristiana hasta lo mismísimos… A parte  son de la extrema derecha y me intentan inculcar esos valores, pero yo paso de política.
Además en el instituto, algunas asignaturas las arrastro como si se tratara de una losa pesada y continua desde hace uno meses.
Se me dan mal las lenguas, ¿que se le va a hacer? Tanto castellano como inglés, que lo odio desde que tengo uso de razón. Y luego las matemáticas, esa pesada ciencia incuestionablemente adorada por la profesora pedante que nos han asignado de sustitución.
Mi colega de toda la vida se ha tenido que mudar, sus padres se van de Madrid y él claro con ellos. Suena un poco cursi en un hombre de pelo en pecho ya, pero lo voy a echar de menos, eso es así.
Y mi perro Scotty que lo tenemos desde que tengo uso de razón murió el pasado mes de octubre. Pobrecito. Desde que tengo cuatro años ha sido un fiel perro, mi mejor compañero, hemos pasado grandes momentos, la verdad que me ha dejado un gran vacío.
Lo tuvimos que llevar a sacrificar porque se tragó repentinamente el mercurio de el termómetro; mi madre (algo despistada ella) lo dejaría por el suelo y al pobre chucho le entraría curiosidad. Estuvo como unos cuatro días acorralado en un rincón sin comer y a mi me cambió el ánimo y la tomé con mi madre.
Por otro lado está el tema de mis estudios que  tanto se habla últimamente en mi casa, como dentro de poca más de medio año acabaré el bachillerato, tendré que decidir claramente qué quiero estudiar. Bien, mi padre, como buen médico hace promoción de su profesión, quiere que yo también estudie lo mismo y que me encante la carrera, y que sea un buen médico feliz de la vida, como él. A veces de tanta persuasión no sé si solo me anima o me quiere obligar directamente.
Pero, ¡que coño! Dentro de algunos mees cumpliré la mayoría de edad, tengo el raciocinio fresco como una lechuga y puedo elegir por mi mismo en algo tan importante como qué quiero llegar a ser en mi futuro.
Y yo quiero ser médico, pero de coches; quiero ser mecánico. En verdad entré al bachiller solo por presión paterna y bueno… no me arrepiento del todo, pero ahora quiero elegir por mi mismo y si me arrepiento, será solo culpa mía ¿Qué pasa? Parece que hoy en día si no tienes un título universitario no eres nada. A mí lo que me gusta es pues eso, arreglar los coches, tan simple como eso, y por eso tengo que ser “menos culto”. Si eso es lo que me gusta… me da igual la presión social. Aún no les he dicho nada de mis futuros proyectos, ahora les doy largas no por miedo a enfrentarme a ellos o que no “me dejen”, sino sinceramente porque no me apetece y punto.
Aparte de esto… bueno ya está, pero ¿os parece poco?
Ahora mismo desearía estar en todos lados menos en la casa de mis padres, decirles adiós y hasta nunca. Puede que mis palabras suenen llenas de odio y rabia, no me reprimo, es lo que siento y lo digo sin reparos.
Estoy absorto en mis pensamiento, lo sé; desde hace unas cuantas semanas no paro de pensar en mis problemas antes citados, quizás para otras personas sean una nimiedad, pero para mí son sumamente importantes.
Subo las escaleras y digo adiós al último gusano gigante metálico de la noche a saber qué dirección toma cada viajero nocturno, de los pocos que hay. He cambiado de opinión.
 Y antes de que cierren el metro (la trabajadora de la cabina me mira con mala sombra), me acerco a la máquina del fotomatón. Llevo unas cuantas monedas en el bolsillo, creo que será suficiente para un par de fotos… no sé por hacer algo, todo lo que sea menos pensar.
Meto los tres euros que me piden para tres fotos.

Allá va la primera…
Y como si de un sueño se tratara mi cuerpo y mi mente están como en otra dimensión más allá del tiempo y del espacio…
¿Otra dimensión? No sé si definirlo así, lo que sé es que no estoy en la estación de Pío XII ni tampoco en la máquina de fotomatón.
Estoy de repente en una gran sala llena de gente que no conozco, que nunca he visto si quiera una vez. Están todos sentados en sillas mirándome; tengo un micrófono delégate de mi cara (supongo que asustada) y me encuentro en una especie de palco tras un mesa rectangular donde reposa una botella pequeña de agua con gas.
Estoy asustado. Sé que soy yo, pero mi instinto me dice que no estoy en mi cuerpo, pero que parte de mi mente tampoco; que solo soy un mero espectador de lo que me rodea, de las circunstancias.
- Eduardo, te han hecho una pregunta, ¿que te pasa?- me despierta una voz de mi ensimismamiento, una mujer que está a mi lado.
- ¿Perdón?
- Que si se adaptó al instante al papel de delincuente toxicómano en la pantalla.- pregunta una voz tremendamente aguda.
- Al principio sí, me costó adaptarme al guión, porque el personaje es tremendamente complejo. Tiene bastantes cambios de humor porque tiene una personalidad peculiar. Me costó adaptarme, sí… aunque yo creo que he sabido captar la esencia del protagonista, lo que quiere transmitir al espectador.
¿El que está hablando quién es? Porque yo no puedo ser ni de casualidad, pero tengo la impresión como que alguna fuerza extraña no me dejara controlar el cuerpo en el que está mi consciencia. Dios que lío… ni siquiera yo me aclaro con mis divagaciones.
¿Es un sueño?
Tras unos quince minutos que se me hacen eternos, se acaba la rueda de prensa para Eduardo, el actor tan famoso y acto seguido se va al hotel donde está hospedado ( y yo con él) hasta que este estúpido juego que me esta aterrando decida parar.
¿Por qué me habré metido en la máquina del fotomatón? A mala hora…
Eduardo entra en su habitación lujosa de pleno centro y redirige al baño para darse una merecida ducha después de un largo día.
Se mira directo sus ojos, su cuerpo en el espejo y da un grito de terror al no reconocerse a sí mismo. El que está delante del espejo no soy yo, pero Eduardo sí que nota que no es el mismo. Lo puedo sentir.
De pronto y como si los sucesos acaecieran raudos como flechas, ya no me encuentro en su cuerpo, sino otra vez en la máquina del fotomatón de la parada de metro Pío XII de Madrid.
Yo, Esteban Trueba de diecisiete años, acabo de experimentar una sensación sobrenatural. Me toco: soy yo mismo, me miro al espejo de la máquina: es mi cara palidísima un tanto asustada.

De repente ¡allá va! La segunda foto me sobreviene como algo inesperado.
Estoy en un coche, conduciendo… es una sensación extraña. Me estoy sacando el teórico en la autoescuela y he soñado unas cuantas veces con conducir, me sentía libre en esas ensoñaciones, luego despertaba y sólo  me acordaba de esa sensación, de lo que había alrededor, nada.
Pues bien, creo que ahora estoy en el cuerpo de un taxista; sí, todo a mi alrededor lo indica, sobretodo la maquinita que indica lo que las tres chicas de detrás de mi vehículo me pagarán.
Sí, son tres jóvenes que parece que vienen de fiesta, por sus monas vestimentas: tacones, vestidos algo cortos… que ¿cómo lo sé? Lo intuyo al ver el retrovisor y descubrir lo maquilladas y adornadas que lucen. Sus caras inspiran cansancio, noche de alcohol, risas y música.
Adorada juventud, dice una voz interna.
Miro el reloj y son las cuatro de la mañana.
- Pues sí Marta, que la música era malísima, además solo habían niñatos… no sé, no me ha gustado.
- Mujer, no ha estado mal, además era gratis..
- Sí para estar un rato no ha estado mal.
- Joder, que dolor de pies…
- ¿Puedo bajar la ventanilla? Me duele la garganta…
- Sí, mujer.
- Por cierto, ¿cómo dormimos? Una puede dormir conmigo y luego abro el sofá cama…
- Sí, mismo… yo no creo que duerma mucho.
- ¿Qué no tienes sueño?
- Nada… estoy pensando en el pastón que nos hemos dejado hoy.
-Un día es un día,, tampoco lo pienses más, siempre estás con eso…
- Joder, pues porque me da rabia gastarme tanto…
-Sí, y a mi eso es así, que no somos ricas.
- La próxima vez en un burguer y yo más feliz que una perdiz.
Hablan sin escucharse casi las unas a las otras en un torrente impreciso de palabras desbordadas por el sueño y el cansancio de unos pies que lo han dado todo.
Calle Pedro Salinas número 12 creo que me han dicho al principio, nos acercamos. El trayecto en taxi les ha durado un cuarto de hora, casi diez euros.
- Pare aquí- dice una antes de llegar al número doce de la calle Pedro Salinas.
- Nueve cuarenta- digo sin girarme después de haber parado el taxi en doble fila.
Me dan un billete de diez euros, les devuelvo el cambio y se bajan del vehículo con cierta dificultad debido a las minifaldas, los tacones y el peso del cansancio acumulado de toda una semana.
- Adiós y gracias.
Me quedo un rato antes de que entren al portal, tras haber andado un poco. Mi hija tendrá la mima edad que ellas, unos veinte años.
La noche es peligrosa y no quiero que les pase nada.
Me encuentro por segunda vez de vuelta a la realidad, a mi mundo, al mundo de tan solo un joven que no quiere estar en casa a las once de la noche, un chico con algunos problemas que en estos momentos tiene mucho que contar, un joven que está en una máquina de fotomatón viajando a otras mentes y otros cuerpos.
Al principio es divertido, pero ahora desearía estar en mi cama, tapado hasta las cejas con mi manta caliente y sedosa.

Por último la tercera y última foto de la máquina,¿qué persona será la elegida?
-¡Antonio! ¡Pásame esas tablas de veinte por diez!
Me miro mis manos, las noto duras, enjutas; vale, no hace falta mirar a mi alrededor para saber que soy carpintero.
Me noto cansado, como si estuviera en un cuerpo que ha soportado mucho vaivén en su vida. Pero que aún tiene mucha fuerza, un cuerpo de un hombre algo gastado. Siento un dolor algo punzante en el codo, me miro y y llego como una especie de venda.
-Sí, ¡ya voy Manolo!- grito, mi voz suena como grave, pero con energía.
Son las cinco de la tarde y pronto acabará la jornada de trabajo en el taller, siento una enormes ganas de irme a mi casa, de ver a mi hija y que me cuente qué tal le ha ido en la universidad.
Últimamente tengo mucha confianza con ella, hay mucha comunicación y eso me gusta.
Está estudiando Arquitectura, es más lista que el hambre…
La verdad que estoy muy orgulloso de ella, está aprovechando la oportunidad de sacarse unos estudios, oportunidad que yo no tuve por la situación de mi familia. Me tuve que poner a trabajar en la profesión de mi padre, que también era carpintero y conformarme con trabajar de ello aunque mi alma anhelara poder llegar a ser… quien sabe, ¿profesor?, ¿abogado?…
Por eso, veo que esas oportunidades ahora están en ella, en mi lucero del alba, mi niña querida.
- ¡Antonio! ¡Que nos van a dar las uvas! ¿Estás o no estás? Es para hoy hombre…
Despierto de mis tribulaciones y ensimismamiento y hago lo que me pidió.

Ya se acabó mi aventura… parece que la máquina ya se ha cansado de disparar flashes mágicos y doy gracias, pues me empezaba a sentir mareado.
Recojo las fotos que la máquina, gracias a mis dos euros ha parido gustosa, salgo con una cara de susto que no me reconozco…

Susana acaba recitándome el relato escrito por su puño y letra con cara gustosa y sonriente. Luego me mira como si le debiera algo.
-¿Te ha gustado? ¿Crees que ganaré algo con esto?
- ¿Pero no se supone que es un sueño del protagonista? ¿Porqué no lo indicas? Si no lo escribes abiertamente de que todo ha sido producto de la imaginación del protagonista… los examinadores no se percatarán…
-Yo creo que lo dejo bastante claro, ¿no? ¿Cómo va a haber una máquina fotomatón que le transporte a otras realidades? Yo creo que de tanto desearlo, Esteban sueña con eso, pues quiere escapar aunque sea unos instantes de su realidad. Pero ese día no existe… Tiene que aceptar sus problemas y hacerles frente, no esconderse y desear ser otras personas.
-Bueno, sigo pensando que no lo dejas del todo claro…
- ¿Y si me ayudas y lo escribo otra vez?

                                   Blanca...


12/10/11

El día que nunca llego (Esther)


- ¿Quien es esa mujer? - le digo a Rocío señalando a una mujer vestida de verde pistacho que se toma una ginebra a las diez de la mañana, y mira con cierta desesperación hacía la entrada de la cafetería. Me quedo con los ojos clavados en su pequeña espalda y siento, que mi mirada es tan fuerte, que le puedo hacer daño de lo débil que me parece la mujer.


- Es Teresa. Es una cliente muy fiel del establecimiento - me dice abriendo el lavavajillas. Me pasa la pila de platos blancos limpios y yo comienzo a secarlos, uno a uno, y a organizarlos en los armarios que tenemos detrás de la barra plateada.


- ¿Por que tiene esa mirada?, ¿le ocurre algo a la señora? - la miro con preocupación. Me parece que esta llorando.


- Es una larga historia. Hace seis años Teresa conoció a un hombre en esa misma mesa. Un hombre que la dejo completamente prendada. Sonia, la pitonisa que tiene su puesto en el parque Alegre, le predijo que iba a conocer al hombre de sus sueños en la cafetería "Villa Rica", justo con la primera nevada del año.


- ¿Cual parque? - le digo con cara de desorientación. Jamás reconozco los sitios que me cuentan, aunque haya estado en ellos.


- Ya sabes cual... el de tan mala reputación. Donde encuentras a la mitad de maridos de las mujeres de este pueblo - me dice con una cara de desaprobación – Eso a mi jamás me pasará – me dice confiada.


- ¡Ah!. Vale, vale... perdona, sigue - le digo sin saber de cual me habla aún. Termino de ordenar todos los platos y pongo a limpiar ahora las tazas. Ella ha comenzado a cortar jamón serrano y esta preparando los bocadillos de los almuerzos. 


- Vale. Pues cuando calló esa primera nevada, que fue asombrosa, pues nunca había caído tanta cantidad en tan poco tiempo, y no estábamos preparados para ello... acabaron cortándose casi todas las calles y fue imposible abrir la mayoría de comercios de la zona. Pero yo estaba aquí. Ya sabes, llueva, truene o nieve, siempre abro y, ese día le pude dar cobijo a todos aquellos que les había pillado esa furiosa nieve. Bueno... ¿por donde iba?.


- Por que esa señora - le digo señalándola - tenía que venir justo aquí cuando cayera la primera nevada - me mira con mala cara. Odia que le corten cuando habla, incluso cuando se pierde en sus historias, que le pasa muy a menudo, y te mira como pidiéndote ayuda o te pregunta directamente. 


- Si - dice refunfuñando entre dientes - pues Teresa vino corriendo hasta la cafetería, se había puesto sus mejores ropas y se había maquillado como una famosa del cine, estaba guapísima, si la hubieras visto, brillaba hermosa. Y vino tan alterada a contarme lo que le había predicho la pitonisa hacía un par de semanas, que acabo despeinándose toda entera. Sonia le dijo que conocería al hombre que compartiría el resto de su vida junto a ella, él que le daría los hijos que ella tanto deseaba, aunque parecía imposible, pues Teresa había sufrido hacía años dos abortos, y junto al que envejecería y sería feliz. Ella se sentó nerviosa, se bebió un vaso de agua y espero y espero durante horas. La nieve cada vez caía más fuerte y parecía que no tenía ningún fin. Entraron los habituales a la cafetería. Y Teresa comenzó a sentirse estafada hasta que de repente entro un forastero en la cafetería. Un hombre de unos cuarenta años, con el pelo corto y castaño. Unas primeras canas comenzaban a aflorar en su pelo, pero salvo por eso, se mantenía con una apariencia muy jovial. Tenía una barba rasa y oscura. Vestía normal, con vaqueros y un buen abrigo. Se dirigió a la barra y habló conmigo, me dijo que se le había averiado el coche, justo unos kilómetros atrás y que necesitaba hacer una llamada. Después de hablar unos minutos por teléfono se pidió una buena comida y la devoró en silencio. Luego le serví el café y se levantó de la barra, dirigiéndose directamente a la mesa de Teresa. Te lo digo yo, parecía como si una fuerza superior los hubiera predestinado a estar juntos y él fue como una abeja a una bonita flor. Oí la conversación con mínimo detalle. Él se sentó frente a ella y se presentó, su nombre era Steve, era americano, y le dijo que no le gustaba tomar el café solo y si no le importaba que se sentará junto a ella. Ella acepto feliz y su cara se iluminó por completo. Se dio cuenta al instante que ese era el hombre, en especial, su hombre. Hablaron poco, pues su nivel de castellano era muy básico, pero consiguió robarle el corazón con simples palabras. Cuando dejo de nevar él se marcho, se despidió de ella con un suave beso en la mejilla y una encantadora sonrisa y le dijo donde pasaría la noche. Justo en la pensión de Roberta, la que estaba enfrente de mí cafetería. Teresa vino corriendo a hablar conmigo, no sabía que hacer y yo fui toda orejas y la ayude, como buena amiga. Al final ella se armo de valor y fue a verlo a la pensión. Pero se ve que cuando llego él ya se había marchado. Una mujer había venido a por él, según Roberta era su esposa quien lo había recogido. Se dijeron muchas cosas sobre lo ocurrido pero nunca se volvió a saber de él. Ya han pasado seis años desde que se conocieron y Teresa sigue sentándose en esa mesa a esperar a que regrese con ella.


- ¡Dios mío es horrible!. ¿Por que nadie le dice la verdad y que haga su vida la pobre señora?. No existen probabilidades de que vuelva a este pueblo perdido ese hombre.


- Tú que sabes chiquilla. Como tú viniste hasta aquí él también puede venir. No le robes la ilusión de vivir a Teresa y no la molestes - me dice regañándome. Vieja harpía, a ti te viene de maravilla que venga a beber todos los días a tú estúpida cafetería. Molesta me quedó en la barra, sin hacer nada. Justo Teresa levanta la mano y me llama. Me acerco hasta ella sintiéndome culpable, por saber que estábamos hablando de ella tras sus espaldas.


- Bueno días, ¿que desea? - le pregunto con una voz triste.


- Quería otra copa. Y dile a tú jefa que no gorronee con la ginebra, que ya llevo dos copas y sabían demasiado a agua.


- Claro. Yo misma se la preparó - le digo recogiendo su vaso vacío. De repente, me agarra con fuerza y me clava la mirada fría.


- Oye, tú eres nueva por aquí, ¿verdad?.


- Si, llevo dos semanas trabajando en la cafetería y un mes viviendo en el pueblo - le digo intentando soltarme del nudo que ha formado con sus manos y mi muñeca.


- ¿Y conoces a Steve? - me mira con lágrimas en los ojos. Parece que nieve en su mirada.
 

- No, lo siento – le digo bajando la cabeza.


- Sabes, pronto volverá. Debe de estar en un viaje de negocios o algo. Pero pronto regresará - me mira como suplicándole que le mienta, que le siga esa enorme farsa.


- Tienes razón Teresa. Algún día llegará. Seguro que pronto - siento como vomito esas mentiras con un dolor que me desgarra viva. Teresa me sonríe y de golpe se queda mirando la puerta de la cafetería, sin perder ni un solo detalle de lo que podría llegar o jamás lo hará.

Esther

4/10/11

Papel Soldado (Esther)

- ¿Y por qué no “Papel Mojado”? – me pregunta la reportera apuntándome con el micrófono a la cara con decisión. Él cámara nos apunta con un precario primer plano que va desde nuestra cintura hacía arriba. Estamos enfrente de uno de mis últimos trabajos.

- “¿Y por qué no “Papel Mojado”?” – repito con mofa.

- ¿Cómo dice? – me pregunta incrédula. Venga sanguijuela no me vengas de Santa ahora, esto te va a venir de perlas para tú revistilla sin importancia. ¿No me digas que no me has preguntado esto para hacerme explotar?. Una pregunta como esa merece una contestación igual o superior. Ya me imagino el titular “Demente pintora agrede verbalmente a una reportera de la prensa local”. Como apesta esto.

- ¿Y por qué no Papel húmedo, calado, empapado, chorreante, inundado, rociado, acuoso, bañado, chapoteado, regado, aguado, duchado, salpicado, embebido, impregnado, viscoso, gelatinoso e incluso, sudado?- le contesto ya cabreada con un sin fin de sinónimos que han aparecido en mi mente desordenados – Es Papel Soldado, solamente se llama así la obra y punto. ¿Acaso yo le digo como hacer su trabajo?, ¿qué titular ha de poner en sus artículos?, ¿a quién debe de entrevistar?. ¡Pues no!. En lugar de hacerme preguntas banales y estúpidas por que no me pregunta lo verdaderamente importante, ¿qué es lo que me inspiró para hacer esta obra?, ¿cuánto tiempo dediqué a ella?, ¿cuál va ser mi próximo trabajo?, ¿seguirá la misma línea en sus futuras obras?. ¿Tan difícil es hacer las preguntas correctas y obtener las respuestas que tus editores deben de estar esperando?. Una pregunta que a lo mejor es un poco inoportuna y difícil para ti, ¿te pagan por ser tan sumamente imbécil? – digo totalmente aliviada. Me he quitado un enorme peso de encima.

Después de un silencio incómodo me marcho y la dejo allí parada con cara de perro desvalido, siento que me mira con unos ojos llenos de odio, como si le hubiera pegado una paliza o le hubiera hundido hasta las profundidades de un abismo sin sentido. Todo lo contrario, la que se siente atacada soy yo, por semejante cronista gilipollas que me ha tocado para una entrevista que debía de ser un total éxito y dar la necesaria publicidad de mi trabajo, ahora solo tengo dos minutos de amarga crueldad. Él cámara la consuela, mientras mira las imágenes que acaba de grabar, hasta el último segundo, de esa increíble y peculiar entrevista. La periodista rompe a llorar en cuanto me ve lejos de ella. ¿Quizás he sido más dura de lo que pienso o solo me siento culpable por verla llorar?. No soporto que la gente lloré, me  hace sentir una empatía extraña, no propia de mí, que me aturde y me confunde.  

Esa fue mi última entrevista en tres años y medio, pero en ese momento no lo sabía y ni si quiera me importaba, lo único que quería hacer era salir de esa galería de arte en cuanto antes mejor. Me despido de Suzanne, la directora de la galería y mi adorada hermana, y me marcho rápidamente para no toparme con nadie más, aunque han asistido algunas de las personas que más verdadera ilusión me hacía ver en esa noche, no tengo ganas de cordiales despedidas y recuerdos a todo el mundo. Para mí la noche ya ha acabado.

Fuera, en una oscura penumbra, cojo mi bicicleta roja, que estaba atada a un escuálido árbol, y cruzo un par de calles hasta encontrarme con un carril bici que me lleva directamente a casa, en una interminable línea recta de hora y media. Me encanta ir en bicicleta por la noche, apenas te cruzas con peatones que andan pensando en las nubes y se ponen a caminar de forma ralentizada sobre el carril o esos/as asesinos/as en potencia que son los/as conductores/as de los coches. ¡Me enferman!. Si no es por mi constante ojo avizor y los buenos frenos de mi querida Loretta, hubiera muerto más de…. no se ni siquiera cuantas veces… pero ya son demasiadas. Además luego siempre tienes que soportar los comentarios de “por aquí no se puede pasar, va demasiado rápida, tenga cuidado hay niños…”. Mira, no les digo por donde me paso yo sus palabras sin vergüenza alguna.

Pero esta noche es distinta, la calle esta repleta y no es fin de semana y ni tampoco ocurre nada en especial (no hay fútbol ni ningún evento alguno a destacar). Hay un gentío molesto por todas partes. Una pareja camina a paso de tortuga, parándose cada dos segundos para besarse y decirse gilipolleces al oído, luego un viejo verde va alucinado mirándoles las piernas a las adolescentes que salen de sus casas ya ebrias, además de lanzarme una mirada de odio cuando me toca esquivarle, y claramente todo esto sobre el violado carril bici (así se debe de sentir con tanta zapatilla desgastándolo en lugar del neumático que desea).

Pedaleo a toda velocidad, sin importarme ya nada. El viento atiza mi cara, muy frío. La noche esta más bella en otoño, me embriaga el aroma de las últimas flores del verano. Es un como un ciclo hermoso, después de la magnificencia de las flores viene su muerte, y los cadáveres son arrastrados por el viento. Cierro los ojos y pedaleo, olvidando todo el ruido que hay a mi alrededor, e intento concéntrame en el sonido que producen las hojas secas al ser chafadas por las ruedas de mi bicicleta. Me parece macabro. Al abrir los ojos veo a una chica que camina rápida por mi diminuto carril. Camina sin mirar hacía delante, tiene clavada la mirada en sus cordones roídos.

- ¡Aparta subnormal! – grito ya de los nervios. La tía se queda quieta asustada y rompe a llorar en medio del carril - ¡Venga ya!. No me jodas. Más lágrimas por mi culpa - Salgo lo más rápido posible de esa situación que me la trae floja (si es que tuviera pene para usar esta expresión como es debido) y pedaleo sin mirar atrás. Los sollozos de la cría se avivan como el fuego que relame un edificio viejo. ¿Pero por que me pasa esto a mí?. Doy media vuelta arrepentida y me acerco a la niñata - ¿Qué te pasa?. Mira lo siento, hoy no ha sido mi noche. Primero no ha salido como esperaba la presentación de mis nuevos cuadros. El traductor ha llegado tarde y la mitad de la conferencia no la hemos podido dar por falta de tiempo. Luego el catering era penoso, además, estaba tan nerviosa que no he podido comer nada en todo el día. Después la reportera esa mierdosa me viene con esas preguntitas inoportunas que me han sacado de mis casillas y por último, cuando lo único que quiero hacer es irme a mi casa a descansar y olvidarme de este inacabable día, la gente no me deja avanzar ni por el jodido carril bici y ya he reventado contigo.

- Mi madre ha muerto esta mañana – me dice dejándome petrificada. La bici se me desequilibra y caigo con ella al suelo. Me ayuda a levantarme y nos apartamos del carril juntas. Ahora me siento realmente estúpida y despreciable. He gritado e insultado a una cría huérfana y le acabo de taladrar con mis problemas sin importancia para ella en estos momentos.

- Mira… no sabes cuanto lo siento. ¿Quieres venir a tomar algo?. Quizás te venga bien charrar de algo ahora.
- Vale, pero yo no quiero hablar de nada. En estos momentos prefiero oír la voz de cualquiera, menos la mía.

- Como quieras – le respondo.

Caminamos lentas, en silencio, hasta una de mis cafeterías preferidas. Yo me pido un café con leche y ella un vaso de agua. Le insito a que pruebe los creppes, ya que la cocina aún esta abierta, pero no tiene ni pizca de apetito. Sabes que, lo comprendo. Cuando murió Josefine (mi madrastra, pues a mi madre no la conocí), sentí como si una parte de mí se perdiera y no pudiera seguir hacía delante. Después de varios años de terapias y medicamentos, frustre todas mis emociones en el arte, y así es como nació lo que soy ahora, una pintora llena de amargura y con mucho talento.

- ¿Cómo te llamas? – le pregunto buscando su mirada esquiva.

- Itziar – me responde volviéndola a esconder bajo su largo flequillo - ¿Y tú? – me pregunta tímida.

- Llámame Lady Godiva – le digo sonriendo.

- ¿Esa no fue la mujer que paseo desnuda a caballo?.

- Exactamente.

- ¿Y tú también lo has hecho? – me pregunta con las mejillas sonrojadas.

- Esta en mi lista de tareas pendientes. Lo debo de hacer antes de cumplir los cuarenta – sorbo un poco de café – Mira, yo no puedo resistirlo más. Voy a pedir un par de creppes y los compartimos. ¿Chocolate? – le pregunto levantando la mano para que me vea la camarera.

- Vale – dice encogiéndose de hombros. Pido mis dos creppes favoritos: chocolate con nueces y mermelada de naranja amarga con frutas del bosque. Deliciosos.

- Me vuelven loca la presentación de los postres – le digo sinceramente – En mi casa solo tengo libros de cocina, en especial, de postres. Y solo los tengo por las fotografías. Jamás cocino nada que me tenga más de cinco minutos ocupada. Yo soy de sacar, calentar y masticar – Ella se queda muda, mirando el plato de creppes con asco – En el fondo adoro la cocina. Pero fue por culpa de mi padre. El hombre tuvo un ataque que lo dejo vegetal, así de repente. Y cuando fue recuperando sus capacidades se dedicó a cocinar en casa. Lo que más me gustaba era verlo preparándose. Se limpiaba las manos, se colocaba los guantes, se ajustaba el delantal y se ponía una redecilla en el pelo, de esas de comedor de colegio. Incluso se colocaba una mascarilla sobre la boca. Mi padre había sido cirujano, por eso tanta parafernalia, pues se creía que estaba interviniendo en alguna operación de vida o muerte, incluso en un parto. Me servía en la mesa diciéndome “Han sido tres kilos y medio. El niño es sano y fuerte. La madre está descansando” refiriéndose a un pollo asado o “Lo sentimos, no hemos podido hacer nada más. Puede pasar a despedirse si quiere” enseñándome algún plato con una salsa rojiza. Lo suyo es que cocinaba de fábula y las presentaciones de sus platos eran como de chef de primera. Cocinar con él era una aventura, a veces era la comadrona, otras la anestesista, una enfermera, otra cirujana, etc.

- Parece divertido tú padre – me dice con una triste sonrisa.

- Si, lo fue. Se suicidó hace tres otoños ya. En una de sus “intervenciones” se rajo las venas con un cuchillo. Me dijo que debía de darle su sangre a un niño pequeño. Si no hacía algo iba a morir. Así que enfrente mía se reventó las venas y puso sus brazos chorreantes de sangre sobre una patata cruda.

- ¿Y como conseguiste superarlo? – me pregunta desvalida.

- No lo superé. Es algo con lo que vivo y viviré. Las muertes no son cosas que se superan en horas, días, semanas, meses ni años. Los recuerdos te persiguen por cualquier parte. Hasta la mínima gilipollez te rompe en mil añicos. Desde un sonido, una canción, un poema, una estación, hasta una jodida hortaliza con la que puedes tener hasta pesadillas. Lo único que puedes intentar hacer es vivir, sin olvidar, pero seguir viviendo. Levantarte de la cama y seguir.  

- ¿Por qué?. Mi vida ya no tiene sentido.

- Te equivocas con eso. Tú vida tiene el sentido que tú le das y si no te gusta ese camino es hora de que cojas otro rumbo. Eres libre de hacer lo que desees. ¿Qué es lo que más te gustaría hacer en este momento? – le pregunto ilusionada.

- Quiero ir a la playa y zambullirme desnuda en el negro mar, quiero saltar y gritar, quiero correr por la calle, golpear a alguien, quiero insultar a los pájaros y mirar con desprecio a las nubes, hacer pompas de jabón, robar un coche, trepar un árbol…

- Todo está en tus manos. 

Esther

3/10/11

Papel: soldado (Blanca)

1947, Sierra Morena.
La cadenciosa mirada del soldado recorría los montes verdes, llenos de árboles sin mancillar, de toda clase de insectos viscosos, de animalillos a la espera de que una bala cazadora les atravesara la vida.
Al soldado Rovira le gustaba el olor a húmedo, a tierra viva, a rocío de la aurora virgen: el monte en primavera explotaba de un lujurioso deseo de ver florecer, de rayos de sol impasibles durante las horas más luminosas de la jornada.
En esos momentos se encontraba solo y se alegró por ello; sus compañeros de aventura habían ido a por no sabía el qué, pero le dijeron que regresarían dentro de media hora, que no se moviera de donde estaba. Más les valía.
Le gustaban aquellos  momentos de quietud y soledad, para escuchar el sonido de los pajarillos mientras se liaba un cigarrillo y recordar a sus viejas amistades: algunos muertos, otros desaparecidos… Otros tiempos.
La vida de la postguerra era dura para los  republicanos que aún quedaban esparcidos por tierras castellanas…
Después de tres años acabado el conflicto bélico que hizo temblar no solo a España, sino a todo el mundo algunos soldados nostálgicos de un nuevo cambio político, una vuelta a la república y a un estado democrático.
Los maquis. La guerrilla antifranquista española.
Antiguos soldados valerosos milicianos; ahora, guerrilleros maquis, una especie de bandoleros con esperanza de ganar en combate.
El soldado Rovira era maqui de corazón, alma y espíritu. A sus casi treinta años tenía el convencimiento que moriría en el monte, defendiendo sus ideales, como buen republicano español católico, y comunista.
¿Su pasado? ¿Para qué nombrarlo?
 ¿Su futuro? Tenía claro que iba a morir en el monte, luchando. Así que no tenía muchas expectativas de futuro, solo esperaba que algún día el carbón de Francisco Franco muriera.
La Sierra Morena saludaba al soldado Rovira  con sus alegres vistas, a lo lejos la visión algo borrosa de un pueblo anclado en un precioso valle, el cual partía en dos un río de agua brava.
Ya llevarían como nueve meses viviendo en el monte, escondidos de la guardia civil, al margen del nuevo orden y Rovira y sus camaradas ya se habían acostumbrado casi por completo a aquella vida ruda, los había curtido y hecho hombres por completo.
“Tardan bastante… ¿acaso han ido a tocar la zambomba ya de paso?”, pensó con sentido del humor el soldado Rovira.
Sentado en un roca, a la sombra de un pino, junto a un riachuelo, se puso a llenar de agua clara su cantimplora vieja y algo abollada, cuando de repente escuchó un pisar de botas en la tierra húmeda detrás de él.
- Bueno camaradas, ya era hora, no?- dijo sin girarse el buen hombre.
Pero al cabo de dos segundos se arrepintió sobremanera, pues su instinto le advertía peligro a sus espaldas.
Y su instinto no lo traicionaba como siempre, ya había aprendido a fiarse de él tras largos meses durmiendo a monte abierto.
Se giró y vio a cinco guardias civiles apuntándole con una pistola, directa la bala al cerebro. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
- No le disparéis muchachos, prendedle. Nos vas a acompañar, querido “camarada”. - dijo el que parecía el superior de todos, con voz gravemente ronca.
Era un hombre con una parche en el ojo derecho, barba densa, algo entrado en años, solo le faltaba un par de aros en las orejas para parecer un completo pirata.
- ¡Andando coño!- gritó estrepitosamente al ver que no se movía aunque me empujaran, sin darse apenas cuenta habíanle amarrado su manos y quitado todas sus pocas pertenencias, entre ellas, su pistola.
“Debería haber advertido que algo así sucedería, debería haberme escondido” pensó con cierta rabia el soldado Rovira.
Lo llevaron a una camioneta, siempre apuntándolo con una pistola para prevenir cualquier intento de fuga extraña.
En todo el trayecto nadie dijo una palabra. Nada.
Lo llevaron a la comisaría de guardia civil más cercana… por todo lo que había pasado antes y después de aquella guerra, tenía el presentimiento que su muerte se avecinaba a pasos agigantados, lo habían cogido como a un conejo despistado y lento.
Aquellos hombres no tenían compasión. Rovira temblaba como hoja marchita de árbol caduco en otoño, ya no temía por su vida, sino por cómo iba a morir, pues bien sabía que lo iban a torturar cruelmente.
Le dieron al soldado Rovira una buena paliza nada más entrar a una de las salas de paredes blanquísimas de la comisaría para debilitar tanto cuerpo como espíritu y tuviera que pedir piedad a aquellos hombres miserables.
Despertó al cabo de tres horas (la paliza lo había dejado tremendamente inconsciente); se encontraba el apuesto soldado tirado en el suelo con las manos y pies atados violentamente, produciéndole una presión escandalosa.
No veía nada, hasta que al cabo de diez minutos una luz lo cegó, como cuando se mira sin vergüenza y directamente el valeroso sol.
Acorralado en un rincón, pero impasible, el soldado Rovira no dudó en mirar directo y preciso a los ojos de quienes lo tenían en tan cruel condición.
Sus enemigos y a la vez sus hermanos.
Tres hombres, a cual más serio y poco agraciado empezaron a interrogarle:
- Veamos rojo de mierda, ¿como te llamas?
Silencio.
-¡Contesta coño! ¿Quieres jugar a las adivinanzas? Como no hables y te lo aviso de antemano preferirás no haber nacido. Trae el material López. Te podríamos haber matado, sí… pero mira cuanta bondad hay en nosotros.
Al cabo de cinco minutos el aludido trajo el “material” deseado por el que parecía el superior.
Toda clase de tijeras, martillos y utensilios extraños los dispuso en una mesa de madera, a buena vista del soldado Rovira.
Se le revolvieron las entrañas… hasta incluso los sesos.
- Bien, no hace falta más explicaciones, ¿no? Dinos lo que queremos y no será necesaria la tortura.
- ¿Qué queréis?- y al hablar le dolieron las palabras.
- Venga va, no te hagas el tonto; sabemos que tienes un grupito de amigos viviendo como liebres en plenos monte y ya era hora de coger a uno dicho sea de paso- pausa para encenderse un cigarrillo-  bien… tenemos constancia, como digo, de que vuestro grupito de colegas tramáis algún ataque, algún plan oculto en contra de la guardia civil y por tanto en contra de la patria. Por eso y no por nada más ahora estas vivo. Nos eres de utilidad ¿entiendes?
Sentaron al sondado Rovira en una silla “¡Ya era hora!”, pensó.
-¿Un poco de agua?- le ofrecieron.
Silencio.
El vaso casi rozaba sus labios cuando de repente te la tiraron encima.
-¡Para que te despiertes huevón!- y risas masculinas escandalosas precedieron esta frase.
-¡Habla!- y de repente pellizcaron su oreja izquierda con unas pinzas.
Y un grito desgarró la tranquilidad de la estancia fúnebre así como de la tarde rota.
El soldado Rovira empezó a rezarle a Dios para sus adentros, preferiría mil veces morir entre  un terrible sufrimiento que delatar a sus nueve compañeros. Podían seguir la operación sin él, era uno más; pero si hablaba estarían todos perdidos y la operación sería abortada, así como descubrirían los contactos y ayudas que éstos recibían.
No, antes morir.
¿Acaso habría alternativa de salir de aquella situación desagradablemente asfixiante?
¿Aguantaría hasta el final? Solo el destino tenía la respuesta y el destino es incierto.
Sus compañeros, en el monte estaban preocupados, pues se temían que la guardia civil lo había atrapado y su consecuente tortura para que dijera el paradero del grupo de maquis.
El juego del ratón y el gato. El gato busca al ratón y éste se esconde para no ser cazado.
Aumentaba el dolor por momentos.
Patadas, puñetazos, pinzas, piel, sangre, gritos, se mezclaban en una danza inacabada en la que bailaba solo.
 Y tras los diversos métodos crueles de tortura con los que le castigaron empezaron a azotarle el zócalo de su memoria limpia, toda clase de recuerdos. Se percató el soldado Rovira que de alguna manera se abstraía y le era efectivo este método, pues por algunos segundos sentía como que dejaba su cuerpo marchito y violado, que era el que le producía el dolor para pasar a un estado mental de constante recuerdo.
Buenos recuerdos, los mejores de su vida paseaban ante su mirada, ya no atendía a los gritos insultantes, al trato sucio, al desprecio, la vergüenza que sentía ante su situación deplorable iba perdiendo fuerza y esas ganas de venganza primitiva ahora las veía como lejanas sendas sucias sin recorrer.
¿Qué somos sino nuestros recuerdos?
Su hermano gemelo del cual nada sabía desde hacía años, sus padres un tanto estrictos, el huerto familiar en el cual plantaban tomates, pepinos, lechugas, calabazas…. las calles estrechas del pueblo antiguo donde nació y creció, la noches sin dormir con los amigos, el duro trabajo en el campo, la vendimia. Le gustaba cuando arribaba septiembre y ver el fruto de la tierra fértil, aquellos racimos tiernos, la buena vid.
Recordó a Juana María Rodríguez Agudo, se iban a casar cuando sobrevino la guerra; mal momento para hacer todo y nada.
Le prometió que volvería de la guerra ¡pardiez! Y ella que esperaría… Ninguno de los dos creyó al otro y no porque descubrieran falsedad en sus palabras y miradas, sino porque el destino es caprichoso. Estaban en guerra.
Y el joven soldado Rovira, después de sobrevivir a ésta, en vez de buscarla estaba escondido como vil bandolero, protegido por el verde pardo de las montañas de la Sierra Morena.
Como nada sabía de ella desde hacía años (suponía que se habría casado con otro hombre, no le extrañaba) decidió que lo último que haría sería escribirle una carta en señal de disculpa por haberle prometido un posible regreso.
A  los tres días después de su captura estaba el buen hombre pidiendo lápiz y papel para hacer realidad su último deseo.
Al cabo de largo rato discutiendo sobre el asunto, los guardias civiles tuvieron la compasión que no habían tenido con él desde que lo divisaron cerca del río.
Iban a leer la carta, claramente. Sino les era de su agrado, la romperían.

A Juana María Rodríguez Agudo. Calle la Piedra, num. 3 Benalua.

Demasiado tiempo ha pasado desde que nos separó esta guerra que para mi aún sigue durando.
¿Sigues en el pueblo?
¿Te casaste?
¿Tienes hijos?
Yo seguí mi vida en las montañas y ahora preferiría morir.
Te prometí que volvería y no fue así, así que mereces una disculpa. Quizás creyeras que estaba muerto, que me mataron, pero no.
¿Por qué te escribo a ti? Sinceramente no lo sé…
Tampoco sé mucho qué decir en estos momentos, son tantas cosas. Ya ahora me viene a la mente recuerdos borrosos de mi pasado, de cómo podría haberlo cambiado, de mis errores, mis fracasos y mis éxitos.
Pero aún así no me arrepiento de estar donde estoy si soy sincero, moriré pronto; pero no me deprime la idea, pues me reuniré con Dios y donde vaya, solo habrá paz. Toda la que aquí no hay.
Deseo y rezo por tu salud y la de los tuyos, diles a mis padres si aún vives en el pueblo y si aún viven que la felicidad abunde en sus vidas y en la tuya, Juana.
Santiago Rovira Jiménez.


La carta fue entregada a la mujer.
Y el soldado Rovira murió en paz, sin rencor ni venganza. Feliz.

Blanca.