10/1/12

Rodaje de una escena (Blanca)

Francia de Carlos IX; 24 de agosto de 1572.
La luna echaba furibundas miradas de plateado desdén a las calles tenebrosas de París ensangrentado, furiosa porque era suya la noche de San Bartolomé.
Constance se abría paso a empellones entre las bayonetas y los cuchillos desnudos de sus compatriotas. Hedía a sangre hereje y a gritos de pánico y dolor terrible. Esquivaba a vivos y a muertos con cuanta soltura le permitían sus ricas ropas, crispaba las garras ultrajadas en la falda del vestido cuyos bajos barrían sangre, levantándosela para no tropezar cuesta abajo con sus propias prisas. Un hombre la frenó aferrándola de un brazo, brusco, le dio la vuelta con un grito de alto. ¡Mademoiselle!, vociferó sin miramientos y preguntó: ¿Adónde creéis que estáis huyendo? Constance estalló: ¡Soltadme, pobre de vos! ¡Soy católica! El hombre no la soltó, no se explicaba qué hacía huyendo por la ciudad a esa hora, después de las campanadas de maitines, que daban aviso de (…), si en efecto era católica. Parecía de la Corte, pero el rico vestido podía ser un robo, un disfraz para… Una furia loca al ver que no eran creídas sus palabras se desató en Constance, por cuyos impacientes ojos de avellana parecía que se muriera de celos o rabiara de amor. Y gritó: ¡Soy hija de Raoul de Montaigne, desgraciado! ¡Soltad mi brazo o juro que vuestra cabeza se hundirá en el Sena antes del mediodía! Educado para las órdenes, él reconoció la voz de la autoridad en cuanto juró represalias y rezó para que, si ella era quien decía ser, al mediodía se hubiera borrado su rostro impertinente de la memoria de esa mujer.
Constance continuó corriendo, chocó con la pregunta perenne de un hombre armado con cuchillo a otro agarrado por los pelos: ¿Eres protestante? El cautivo clavó la mirada digna en los ojos del enemigo con un «Sí» que le valió un buen tajo en el cuello. ¡Y muere degollado en plena calle como el cerdo que es! Así pensaba Constance, que odiaba a los hugonotes y a su secta separatista con todo el ardor del que su alma de fuego era capaz. Aunque en su odio perfecto había una grieta con nombre propio, nada le impedía seguir deseando el infierno a todo protestante. Pero en medio de esta carnicería el alma se le había quejado a destiempo, protestaba a llanto vivo contra la idea de dejar que sus hermanos católicos aleccionaran a Philippe con una muerte para cerdos de granja. ¡Porque su caso era distinto, no había dejado de ser católico por mala fe…, lo excusaba ahora que los cadáveres de los suyos llenaban las calles de sangrienta demencia…, es que entonces estaba confuso y se había dejado arrastrar por influencias mezquinas, descarriado…! Y, si bien su hermosa terquedad no merecía que ella volviera a hablarle, Constance ya había decidido que ella era el único ser vivo digno de arrancarle la vida a alguien como Philippe, y que le rompería el alma a martillazos a cualquiera que se autoproclamara digno de rozarlo siquiera con una amenaza. Al doblar la esquina que la enfrentaba con la primera vista de la humilde casa de Philippe, de pánico se le hizo agua el corazón al ver entre el violento bullicio un cadáver frente a la puerta y a Emma, a la que reconoció al punto, sollozando sobre él. Corrió con angustia. Al tenerlos frente a sí, sintió un alivio asqueroso al comprobar que el muerto no era Philippe sino Étienne. ¿Dónde está Philippe?, preguntó a Emma levantándola sin miramientos y poniéndola contra la pared. A Emma le costó reconocer entre sus lágrimas de sangre a la católica maldita, pero en cuanto lo hizo no perdió tiempo en escupirle en la cara y chillar con odio de animalillo acorralado: ¡Ah, Constance, ramera de cuarta! ¡Mira cómo nos asesinan los tuyos, papistas al servicio del demonio, mira cómo nos…! A Constance, Emma siempre le había parecido un personaje ridículo; fría, preguntándose qué clase de buen católico habría dejado con vida a esta hereje histérica, la abofeteó gritando el nombre de Philippe sin considerar que el cadáver de Étienne todavía estaba caliente a los pies de la pobre mujer loca de dolor. Le arrancó a golpes cuatro palabras con sentido vago y penetró en la casa abierta de par en par como encendido ciclón. Removió otra vez la casa ya revuelta hasta hallar a Mathias bien escondido en el cobertizo, a quien zarandeó como a Emma. Mathias temblaba pálido como un muerto, los ojos despavoridos de terror balbuceando algo sobre Étienne y Louis y Agathe y Philippe. Constance se aferró a Mathias como a clavo ardiendo y lo sacó de la casa a viva fuerza. Me llevo a Mathias, anunció a Emma que se arrancaba los cabellos a manos llenas tirada en el suelo como un trapo rendido, estando conmigo ninguno de los míos le pondrá la mano encima. Emma se quedó chillando no, no, no por favor, sin fuerzas para levantarse e impedirlo, mientras Constance arrastraba consigo a Mathias, con el sincero deseo de protegerlo por Philippe, atravesando la descontrolada matanza de protestantes que había convertido cada hueco entre las piedras de las aceras de París en furiosos canales de sangre enemiga del Señor.



-¡¡Corten!!-  gritó el director, sentado en una silla, con un cigarrillo en los dedos y unas gafas algo grandes en su mirar.
La interpretación de los actores fue fabulosa.
Al acabar la escena, un cúmulo de aplausos se dirigían hacia éstos, en especial, hacia una mujer con cara de gata felina y traviesa, Kate Winslet, la preciosa actriz que interpretaba el papel de Constance.
El rodaje de aquella gran producción, relacionado al público de drama e histórico, se producía en un estado de Norteamérica, concretamente en el estado de Virginia.
Todo un verano, les había costado rodar aquel flim ambicioso; el guión era espectacular y estaba adaptado a un best-seller en ventas, una novela conocidísima sobre la guerra religiosa llevada a cabo por protestantes y católicos en el siglo XVI, en una Galia controvertida.
La historia en general consistía en la vida de la protagonista: la excelente Constance su juventud y amoríos, todo ello en el contexto de las guerras religiosas producidas en Francia entre protestantes y católicos, que tantos daños habían producido. Constance era una mujer fielmente católica, que avistaba las nuevas propuestas como una desintegración de la verdadera religión y una osadía que merecía ser castigada por ir en contra de la más alta orden en la iglesia católica: el Papa.
En esta controversia, tomaban protagonismo junto a ella, su hermano Philippe, así como la esposa de éste, Emma y sus hijos entre los cuales destacaba el pequeño Mathias.
A todo esto el hermano de Constance es protestante, por lo cual se crea una lucha de hermanos, que acabará trágicamente, pues esta señora quiere proteger a sus sobrinos a toda costa de la influencia protestante que tanto daño ha causado según ella a la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
El carácter de Constance es fuerte, se altera con facilidad, desde pequeña cuidó de su hermano con celo de gata rabiosa, siempre protegiendo todo lo que era suyo con especial ahínco.
Sufría una contradicción del alma: el conflicto que sentía entre el anhelo de maternidad y la aversión hacia el amor carnal al ser una señora de alcurnia extremadamente católica. Ya que para ella el alma significaba pureza y el cuerpo, pecado.
Cuando se produce la cruel guerra religiosa dividiendo incluso a hermanos, el hermano de la controvertida protagonista actriz principal muere y ésta decide hacerse cargo de sus sobrinos, teniendo según ella, más legitimidad que la madre en su crianza. Ella los salvará del pecado del mundo y los guiará hacia el camino recto y la salvación eterna de sus almas.
De entre todos los sobrinos suyos, eligió al pequeño Mathias, que sin pena ni gloria fue arrancado por la católica Constance de los brazos de su muy querida madre de ojos profundos. Y se lo llevó consigo. Nunca recordaría aquella noche trágica de verano.
La película se titularía El sol amanece.
El director del flim estaba como embelesado con la actuación de la protagonista principal, la aún joven Kate Winslet, dos años después del estreno triunfal de Titanic.
Dicho director con canas y arrugas maquillando su pronta vejez, quería para su película solamente la actuación majestual de la diva maravillosa Kate.
El decorado era espectacular en la escena número 30, escena importantísima para la historia de la película, pues en ella Kate debía de correr por las calles tortuosas del decorado escénico tan costoso, el cual emulaba a las calles parisinas, hambrientas de sangre y venganza.
- Kate, perfecto- la felicitó el director serio.
Ella sonríe cómplice; su actuación ha terminado por ahora.
Dentro de dos semanas acabaría la producción entre escenarios y cámaras caras, era el trabajo de Kate, pero muchas veces se producía un estrés derivado de la ansiedad provocada por ser el foco de atención de numerosas cámaras durante y después del rodaje y de numerosas miradas y críticas y que tenía que aceptar como constructivas.
En su camerino particular, Kate repasaba el guión para la siguiente escena. Triste; hacia dos meses que de un cáncer, su madre había faltado.
Pero había surgido aquella oportunidad de interpretación que no podía rechazar, pues al haberse leído el guión, se había enamorado de la valiente e indómita protagonista.
De pronto, sonó el teléfono de su camerino con un ruido estridente. Lo descolgó.
- Hola,¿Quién es?- dijo con voz cansada.
-Te deseo para mí, tocar tu cuerpo y….- contestó una voz enmascarada, apenas audible.
A Kate te le paró el corazón por un momento.
- ¿Qué? ¿Quién eres?- tartamudeó con voz ronca.
El fatal desconocido colgó. Y Kate te quedó un minuto con el teléfono en la oreja, bien pegado.
Podría ser cualquiera, e incluso sopesó la idea de una broma bien pesada. Ella no tenía enemigos, o al menos eso creía.
Podría haber sido algún loco fanático que se la quisiera follar, pero no podía, claramente.
Comenzó a hacer memoria de a cuantas personas había fallado, que ella conociese y la lista era pequeña; aún así, esas personas no eran capaces de hacer ni de mandar hacer una cosa así. O eso pensaba.
Avisó rápidamente de lo sucedido al director del film que se alertó sobremanera. A las dos horas la señorita Winslet ya  tenía guardaespaldas dispuesto a salvar su vida por una pesada cantidad de dinero.
La policía investigó el origen de la llamada; pero ésta provenía de una cabina telefónica y no se pudo hacer nada.
Prosiguieron los mensajes de amenaza hacia la estrella de cine Kate, que hasta pensó en la idea de abandonar la producción de la película, lo cual alertó  al director del film que no concebía aquella oportunidad, pues el papel de Constance pertenecía directamente a la joven actriz Kate y a ninguna otra, tal era su admiración hacia aquella mujer con cara de gata felina.
Un febril veinte de agosto de 1999, la aún joven actriz recibió una carta, un papel arrugado color crema con letras mayúsculas de revista cortadas perfectamente con tijeras y pegadas a aquel pergamino del demonio. Kate dejó escapar un grito y comenzó a llorar como a una cría perdida en la inmensidad de una ciudad.
El mensaje versaba:
REÚNETE CONMIGO A LAS 22:00H DE LA NOCHE EN LA ESUCELA DE DANZA MAS CERCANA O TU HERMANA MORIRA. VEN SOLA. NO TENGAS MIEDO.
Diose cuenta al poco rato que la carta venía acompañada como verificación de las palabras de aquel acosador de una fotografía. En ésta, su querida hermana se encontraba atada de pies y manos a un silla de madrea, con una cinta americana rodeándole la boca, con la cabeza mirando el techo.
Como no acudiera aquella noche, su hermana moriría. Decidió no decirle a nadie sobre el último mensaje enviado por aquel anónimo acosador. Estaba claro que iría, pero no sabía el embuste que pronunciaría para que su guardaespaldas la dejara salir sola, en mitad de la noche.
Su querida hermana estaba por encima de todo, incluso de su propia vida.
Escapó del hotel donde se alejaba y agarró el coche dirección de la escuela de danza más cercana, aquello que el acosador le indicó. Portaba consigo, por si era necesario el suicidio o el asesinato una pistola que le pesaba un quintal en el bolsillo de su gabardina negra azabache.
A las 22:00h ya estaba en el estudio, puntual como buena católica. Avanzó entre enormes espejos pegados a las paredes en los cuales veía reflejado si imagen de gata felina asustada por un mal presentimiento. Pero ella era valiente, dispuesta a dar la vida por su madre y enfrentarse aquel acosador. No despegaba la mano del bolsillo de la gabardina, donde guardaba su pistola.
Oyó unos pasos detrás de sí, diose media vuelta.
Había ante ella un hombre vestido de negro, con una máscara de mono con una sonrisa asquerosa que le recorrió las entrañas.
Estaban a seis metros.
- ¿Qué quiere usted de mi?. Déme a mi hermana, ¿Dónde esta?- casi gritó; lo apuntó con la pistola, con el pulso bailando un tic nervioso.
- Tranquila pequeña. La foto de tu hermana ha sido un montaje bien hecho y te lo has creído como niña tonta que eres. Ahora eres mía.- dijo con voz sádica, una voz que Kate reconoció ante todo por sus “corten” y “acción”.
- Hijo de puta, te juro que vas a pasar mucho tiempo entre rejas.
- Kate, te adoro y no sabía como decírtelo. Eres mi musa y te quiero para mí solo. Dime que te vendrás conmigo o tendré que matarte aquí nismo.
El acosador se quitó la máscara. Era el viejo director de la gran producción cinematográfica en la que la joven estaba trabajando.
-¿Cómo has sido capaz de hacerme esto si tanto me quieres? Prefiero morir antes que aceptar tus caprichos absurdos, que es una obsesión más que nada. ¿Serías capaz de matarme si tanto me adoras? - dejó de apuntarlo con el arma.
- Ven conmigo o te mataré.- la amenazó.
Pero antes que éste te adelantara, dirigió la pistola hacia su boca abierta y disparó.
Los espejos y aquel mente fría fueron los únicos cómplices de aquel suicidio que dejó sin vida a la muchacha de cara felina.
BLANCA.

3/1/12

Ned Logan ( Blanca)


Tierras baldias, - día 345 del Ciclo de Neptuno de la Era  37 d.R. (después de la Resurrección)

  Era por la tarde, en uno de los caminos puente entre las Grandes Ciudades, en un planeta situado en el 7º y último círculo de la galaxia conocida hasta ahora. Ned estaba sentado junto a la estación de paso. Se encargaba un día a la semana de reabastecer de comida o combustible a los viajeros que pasaran por allí, viajando de una ciudad a otra.

 Este era el séptimo día de la semana y por lo tanto le tocaba un trabajo de Nivel 3, uno de los más bajos. Sin embargo Ned estaba feliz. Todos los habitantes de ese bello planeta llamado Silicia tenían la misma organización de trabajo. Sus semanas tenían 7 días, a diferencia de otros planetas vecinos. Y todas las personas, desde las más a las menos importantes socialmente tenían una misma organización: 2 días a la semana toda la población tenía un trabajo Nivel 1, bien retribuido para el que habían sido educados desde jóvenes según lo que quisieran y lo que se les diera bien. Luego los 2 siguiente días un trabajo Nivel 2, de nivel medio por el cual no tenían que haber tenido más que una breve preparación. Y por último todos los habitantes de Silicia trabajaban un día a la semana en un trabajo simple que hasta un niño pudiera hacer. Era el llamado “día de humildad”.

En ese bello y soleado día de humildad Ned se encontraba en la estación de servicio y recarga num. 67 esperando a algún cliente. Estaba sentado junto a la carretera, sentado en su antigua y crujiente silla de madera. Ladeándose hacia delante y hacia detrás, como si estuviera meciendo a un bebe. Ned tenia avanzada edad, unos 32 años, piel oscura café con leche y una cicatriz que le rasgaba su ojo derecho. Como si un tigre le hubiera arañado solo con un dedo. Su porte era atlético y su vista perfecta.  El lugar que rodeaba la estación de servicio era un desierto, lo que los antiguos habrían llamado “ un endiablado conjunto de arena y bichos peligrosos”. Pero cada 2 kilómetros sobresalía una cabina metálica que servía para llamar en caso de emergencia o accidente. Las llamadas “cabinas socorro”. Cabinas que debido al paso del tiempo habían dejado de funcionar en su mayoría. Nadie las utilizaba, nadie se perdía por esos lares y por lo tanto nadie tenia ninguna necesidad de que esas cosas metálicas funcionaran.

Nadie tocaba el desierto, al menos ese desierto de 5 millones de kilómetros cuadrados . Lo llamaban: el océano de arena. Aunque había una carretera que lo traspasaba uniendo la ciudad de Lisdos con la ciudad de Miria. Y Ned tomaba el sol allí. Esperando que se hiciera de noche para entrar y cubrir sus últimas horas de turno dentro de la pequeña estación de servicio. Al día siguiente volvería a su casa, en la ciudad, y seguiría su parsimoniosa vida familiar y social.

Pero ese día era su día de solitaria  paz y tranquilidad.

Una paz que no se vio rota hasta que se oyó un seco pero brusco ruido detrás de la estación de servicio donde Ned trabajaba. Un ruido que podía ser muchas cosas, pero que Ned rezaba porque no fuera lo que el pensaba que podía ser...




Lo que se pensaba que podía ser esa cosa que había producido ese brusco ruido que tensó todo su cuerpo era su peor enemigo. Pero no era así,  al ir a comprobar quien o qué había producido aquel ruido que lo asustó estrepitosamente, diose cuenta su espanto que solo se produjo a causa del viento caprichoso e impertinente al dar con una tabla de madera casi desvencijada y jubilada del turbio mundo al chocar contra el vasto suelo marrón y seco.
Un susto algo extraño, pues se consideraba un hombre valiente y bravo; aunque cuando estaba solo no tanto. Y ese día le tocaba estarlo a su pesar, pues aborrecía la soledad silenciosa. Aun así estaba feliz.
Echaba de menos ante todo a su queridísimo hijo Sthiven, su gran regalo divino al que tanto admiraba. Tenia cinco años, era atento, con la mirada bien abierta, como un búho, con una sonrisa feliz de dientes blancos y rectos.
La estación de servicio donde el día de la humildad trabajaba Ned, era curiosa. Dentro, las estanterías estaban repletas de productos alimenticios decorosamente envueltos para protegerlos del ambiente, fuera del establecimiento de hormigón armado, surgían del suelo una especie de tuvo, con una gran boquilla en su fin, el material que almacenaba en el interior de aquella tierra yerma y árida era el combustible necesario para el funcionamiento del transporte de aquel mundo ( una especie de gusanos de metal que flotaban a un metro del suelo).
Ese día hacia mucho calor para el bueno de Ned, su piel se tostaba más de lo normal; ese día se ducho tres veces con agua fría que brotaba de otro tuvo, pero en el interior del pequeño establecimiento de hormigón armado.
Aquel hombre moreno y enjuto deseaba con toda su ánima valiente y desesperada que el sol se pusiera tras el horizonte liso y recto que su vista le ofrecía desde la estación de servicio y recarga numero 67. Deseaba encontrarse con su querido hijo, el cual sabia que estaba en la comunidad, con la familia de su madre: María que veía muy poco.
Muchos compañeros de trabajo de aquel curioso planeta llamado Silicia, habían decidido no ser padres de familia nunca para despreocuparse y ser un poco más libres, así como tener más tiempo libre para si.
A Ned Logan le gustaba la organización del trabajo impuesto por el líder del Partido. Amaba al líder de la comunidad en la cual había nacido, crecido, reproducido y posteriormente, moriría.
El partido de la comunidad era uno, no había oposición y si se producía cualquier intento de subversión impertinente, era aniquilado al instante por los camisas rojas, la llamada policía del Partido único. Los defensores del orden y de la justicia según las signas del Partido eran unos seres serios violentos, medían como mínimo 1.90 metros de altura, debían estar fuertes y ágiles, con reflejos, así como amar por encimo de todas las cosas al Partido y también al líder de éste.
El partido establecía las normas y condiciones justas para la vida en comunidad, todo se debatía, pero nada quedaba establecido sin la aceptación del líder, un ser abstracto que nadie conocía, como un espíritu que cada persona portaba en el ánima.
Decían que desde la gestación del individuo, se introducía en los seres que posteriormente servirían a la comunidad y también al Partido único, una adoración perenne del líder y del régimen establecido; estaba codificados antes de nacer y gracias a ello no se producía casi subversión del régimen; pues todos lo consideraban natural y justo para la vida en comunidad.
La forma de gobierno era la natural, desde siempre estaba establecida pues no se encontraban vestigios de otra forma de gobernarse.
Se podía decir que estos seres del planeta Silicia estaban alienados; un visitante de otro lugar del universo, tras cierta investigación, lo establecería. Pero los habitantes de aquella comunidad no eran conscientes de su propia alienación. Ni nunca lo serían.
Pero vivían felices en su ignorancia de mundo feliz y perfecto, donde el líder todo lo solucionaba, donde todos querían a aquel ser abstracto, donde el líder controlaba todos los aspectos de la vida individual y colectiva.
Los guardianes del orden y la ley de aquella comunidad, los llamados camisas rojas, eran elegidos al azar de uno de cada cinco niños. Educábanles para su desarrollo posterior, aprendían a sobrevivir en condiciones extremas, así como amar por encima de todo al partido.
No tenían derecho a la descendencia, así como crear vínculos afectivos con personas cercanas.
Mucha gente los temía y las malas lenguas decían que eran seres sin sentimientos incapaces de protestar si algún mal se producía en ellos, incapaces de llorar si su madre faltaba.
Los camisas rojas no tenían la organización laboral igual que el resto de los mortales, su deber de salvaguardar el orden colectivo de la comunidad debía de ser continuo. Se beneficiaban de ciertos “premios”, que el Partido les otorgaba. El vulgo de la mayoría lo consideraba justo. Los respetaban y veneraban como verdaderos héroes. Pero también los temían.
A Ned Logan le hubiera gustado ser uno de aquellos seres de amplias espaldas y caras serias. Pero aquello no pudo ser; de todas formas, vivía feliz con su condición de trabajador, servidor del Partido y del líder, al que adoraba casi como a su hijo.
Trabajaba durante los dos primeros días de la semana al Nivel 1 como instructor en una academia, estudió durante dos años Historia del Partido y en esos momentos instruía a los jóvenes servidores de la comunidad. Era el trabajo que más le agradaba.
En relación al Nivel 2 que el moreno varón desempeñaba, se trataba de conducir el transporte de aquella comunidad, los llamados Nómen, trasladaba alimentos y demás mercancía a otras zonas de la comunidad, ofreciendo servicios de logística.
Ese tipo de trabajo no lo disgustaba, pero tampoco lo llenaba en cuanto a realización personal; sabía que ese simple trabajo, fácil y algo rutinario beneficiaría a la comunidad, que su trabajo era como una pieza en el todo de una gran puzzle, tan necesario como cualquier otro.
Aquel día caluroso y amarillo que el Partido le ofrecía, lo desempeñaba en soledad, la jornada era para la visualización del paisaje y la meditación personal de la semana, ya que en este trabajo de Nivel 3 o día de la humildad solo hablaba con los escasos viajeros que necesitan llenar su depósito con alimentos, y el depósito de sus Nómens de combustible fósil. Eses trabajo no le aportaba nada, pero se sentía feliz, porque sabía que aquella organización laboral, era el precio para una sociedad más justa. Que ese trabajo también ofrecía un bien a la comunidad y eso lo reconfortaba.
De pronto escuchó otro ruido. Se había quedado dormido en la silla casi desvencijada de madera crujiente.
Empezaba el ocaso de los tres soles.
Aquel ruido sonoro y estridente provenía de un Nómen color rojo sangre. Se aproximó hacia la altura de el moreno hombre; bajó la ventanilla el conductor.
-Buenas tardes, compañero- le saludaron con voz tajante y morada severa, los camisas rojas.
-Buenas tardes; ¿que desean? Pronto vendrán a recogerme. El ocaso se acerca.
- Usted no  puede quedarse en esta estación de servicio. Ha habido un problema grave y no debe permanecer en su puesto, compañero.
Ned Logan se asustó sobremanera por la noticia inesperada del joven camisa roja; se levantó de la silla de un salto sobresaliente, con los ojos más abiertos que los búhos en la noche.
Esperaba que no fuera lo que él más temía. Un altercado en la comunidad.
- ¿Qué ha ocurrido?- preguntó casi tartamudeando.
-Se ha producido un accidente en la comunidad. Un grupo terrorista de otra comunidad lejana la nuestra ha provocado el caos en nuestra gente. Es imposible identificarlos, tienen disfraces y sus caras no se ven por una máscara. Atacaron esta mañana la sede del Ministerio de Igualdad y Bienestar. Quieren nuestra subordinación. Parecen una plaga, son muchos.
Necesitaremos su ayuda, compañero. Sabemos de su inexperiencia en la defensa del Partido. Pero créanos, es necesario que nos acompañe.
No hizo preguntas.
Sobresaltado, al igual que conmovido, ya que podía directamente ayudar a el Partido y en general a la comunidad, aceptó con honor, con la cabeza bien alta dispuesto a morir su fuese necesario por la lucha de su identidad comunitaria y la no subordinación ni acatamiento de órdenes que provinieran por una fuerza violenta.
Recogió las pocas pertenencias que portaba aquel día en un mochila y subió raudo como un huracán al Nómen rojo.
Eran tres camisa rojas, dos morenos y uno pálido como el papel.
- Ahora nos dirigiremos a una base secreta de la comunidad solo conocedora del Partido, el líder precisa de tu ayuda
Se sintió honrado por aquel sublime comentario que el frente pálida le ofrecía con voz valerosa, pero ¿qué podría el ofrecer, si no había obtenido formación especial para la lucha armada, si nunca había tocado un arma de largo alcance? Solo era un buen ciudadano que intentaba mejorar gracias a su trabajo y esfuerzo, la comunidad donde habitaba, para conseguir una vida plena y feliz que prometíale el preciado líder después de la muerte, a través del trabajo.
Podía ofrecer su vida en la lucha de la comunidad, para que en un futuro, su hijo pudiera convivir con los suyos y se perpetuara el justo y armonioso estado que el Partido les ofrecía.
Al cabo de una hora de trayecto, en un terreno arenoso y completamente desierto, se adentraron hacia un túnel subterráneo que conducía a un centro de información altamente secreto del Partido
Ned aún no se creía aquello; él, tener el privilegio de entre tantos mortales de servir con orgullo hasta la muerte hacia su comunidad.
 Mucho antes que su hijo, se encontraba el Parido.
- Bienvenido, compañero-  le comentó un camisa roja con una media sonrisa en el rostro.
Llegaron a una gran habitación provista de todo material armamentístico, más tarde le conducieron hacia una sala más pequeña.
Lo único que recordó ante de desmayarse de un golpe en la nuca fueron tres armas apuntándole en el rostro y aquesta infernal frase de traición:
- Ahora serás nuestro infiltrado. Los días del Partido están contados.
BLANCA.