3/1/12

Ned Logan ( Blanca)


Tierras baldias, - día 345 del Ciclo de Neptuno de la Era  37 d.R. (después de la Resurrección)

  Era por la tarde, en uno de los caminos puente entre las Grandes Ciudades, en un planeta situado en el 7º y último círculo de la galaxia conocida hasta ahora. Ned estaba sentado junto a la estación de paso. Se encargaba un día a la semana de reabastecer de comida o combustible a los viajeros que pasaran por allí, viajando de una ciudad a otra.

 Este era el séptimo día de la semana y por lo tanto le tocaba un trabajo de Nivel 3, uno de los más bajos. Sin embargo Ned estaba feliz. Todos los habitantes de ese bello planeta llamado Silicia tenían la misma organización de trabajo. Sus semanas tenían 7 días, a diferencia de otros planetas vecinos. Y todas las personas, desde las más a las menos importantes socialmente tenían una misma organización: 2 días a la semana toda la población tenía un trabajo Nivel 1, bien retribuido para el que habían sido educados desde jóvenes según lo que quisieran y lo que se les diera bien. Luego los 2 siguiente días un trabajo Nivel 2, de nivel medio por el cual no tenían que haber tenido más que una breve preparación. Y por último todos los habitantes de Silicia trabajaban un día a la semana en un trabajo simple que hasta un niño pudiera hacer. Era el llamado “día de humildad”.

En ese bello y soleado día de humildad Ned se encontraba en la estación de servicio y recarga num. 67 esperando a algún cliente. Estaba sentado junto a la carretera, sentado en su antigua y crujiente silla de madera. Ladeándose hacia delante y hacia detrás, como si estuviera meciendo a un bebe. Ned tenia avanzada edad, unos 32 años, piel oscura café con leche y una cicatriz que le rasgaba su ojo derecho. Como si un tigre le hubiera arañado solo con un dedo. Su porte era atlético y su vista perfecta.  El lugar que rodeaba la estación de servicio era un desierto, lo que los antiguos habrían llamado “ un endiablado conjunto de arena y bichos peligrosos”. Pero cada 2 kilómetros sobresalía una cabina metálica que servía para llamar en caso de emergencia o accidente. Las llamadas “cabinas socorro”. Cabinas que debido al paso del tiempo habían dejado de funcionar en su mayoría. Nadie las utilizaba, nadie se perdía por esos lares y por lo tanto nadie tenia ninguna necesidad de que esas cosas metálicas funcionaran.

Nadie tocaba el desierto, al menos ese desierto de 5 millones de kilómetros cuadrados . Lo llamaban: el océano de arena. Aunque había una carretera que lo traspasaba uniendo la ciudad de Lisdos con la ciudad de Miria. Y Ned tomaba el sol allí. Esperando que se hiciera de noche para entrar y cubrir sus últimas horas de turno dentro de la pequeña estación de servicio. Al día siguiente volvería a su casa, en la ciudad, y seguiría su parsimoniosa vida familiar y social.

Pero ese día era su día de solitaria  paz y tranquilidad.

Una paz que no se vio rota hasta que se oyó un seco pero brusco ruido detrás de la estación de servicio donde Ned trabajaba. Un ruido que podía ser muchas cosas, pero que Ned rezaba porque no fuera lo que el pensaba que podía ser...




Lo que se pensaba que podía ser esa cosa que había producido ese brusco ruido que tensó todo su cuerpo era su peor enemigo. Pero no era así,  al ir a comprobar quien o qué había producido aquel ruido que lo asustó estrepitosamente, diose cuenta su espanto que solo se produjo a causa del viento caprichoso e impertinente al dar con una tabla de madera casi desvencijada y jubilada del turbio mundo al chocar contra el vasto suelo marrón y seco.
Un susto algo extraño, pues se consideraba un hombre valiente y bravo; aunque cuando estaba solo no tanto. Y ese día le tocaba estarlo a su pesar, pues aborrecía la soledad silenciosa. Aun así estaba feliz.
Echaba de menos ante todo a su queridísimo hijo Sthiven, su gran regalo divino al que tanto admiraba. Tenia cinco años, era atento, con la mirada bien abierta, como un búho, con una sonrisa feliz de dientes blancos y rectos.
La estación de servicio donde el día de la humildad trabajaba Ned, era curiosa. Dentro, las estanterías estaban repletas de productos alimenticios decorosamente envueltos para protegerlos del ambiente, fuera del establecimiento de hormigón armado, surgían del suelo una especie de tuvo, con una gran boquilla en su fin, el material que almacenaba en el interior de aquella tierra yerma y árida era el combustible necesario para el funcionamiento del transporte de aquel mundo ( una especie de gusanos de metal que flotaban a un metro del suelo).
Ese día hacia mucho calor para el bueno de Ned, su piel se tostaba más de lo normal; ese día se ducho tres veces con agua fría que brotaba de otro tuvo, pero en el interior del pequeño establecimiento de hormigón armado.
Aquel hombre moreno y enjuto deseaba con toda su ánima valiente y desesperada que el sol se pusiera tras el horizonte liso y recto que su vista le ofrecía desde la estación de servicio y recarga numero 67. Deseaba encontrarse con su querido hijo, el cual sabia que estaba en la comunidad, con la familia de su madre: María que veía muy poco.
Muchos compañeros de trabajo de aquel curioso planeta llamado Silicia, habían decidido no ser padres de familia nunca para despreocuparse y ser un poco más libres, así como tener más tiempo libre para si.
A Ned Logan le gustaba la organización del trabajo impuesto por el líder del Partido. Amaba al líder de la comunidad en la cual había nacido, crecido, reproducido y posteriormente, moriría.
El partido de la comunidad era uno, no había oposición y si se producía cualquier intento de subversión impertinente, era aniquilado al instante por los camisas rojas, la llamada policía del Partido único. Los defensores del orden y de la justicia según las signas del Partido eran unos seres serios violentos, medían como mínimo 1.90 metros de altura, debían estar fuertes y ágiles, con reflejos, así como amar por encimo de todas las cosas al Partido y también al líder de éste.
El partido establecía las normas y condiciones justas para la vida en comunidad, todo se debatía, pero nada quedaba establecido sin la aceptación del líder, un ser abstracto que nadie conocía, como un espíritu que cada persona portaba en el ánima.
Decían que desde la gestación del individuo, se introducía en los seres que posteriormente servirían a la comunidad y también al Partido único, una adoración perenne del líder y del régimen establecido; estaba codificados antes de nacer y gracias a ello no se producía casi subversión del régimen; pues todos lo consideraban natural y justo para la vida en comunidad.
La forma de gobierno era la natural, desde siempre estaba establecida pues no se encontraban vestigios de otra forma de gobernarse.
Se podía decir que estos seres del planeta Silicia estaban alienados; un visitante de otro lugar del universo, tras cierta investigación, lo establecería. Pero los habitantes de aquella comunidad no eran conscientes de su propia alienación. Ni nunca lo serían.
Pero vivían felices en su ignorancia de mundo feliz y perfecto, donde el líder todo lo solucionaba, donde todos querían a aquel ser abstracto, donde el líder controlaba todos los aspectos de la vida individual y colectiva.
Los guardianes del orden y la ley de aquella comunidad, los llamados camisas rojas, eran elegidos al azar de uno de cada cinco niños. Educábanles para su desarrollo posterior, aprendían a sobrevivir en condiciones extremas, así como amar por encima de todo al partido.
No tenían derecho a la descendencia, así como crear vínculos afectivos con personas cercanas.
Mucha gente los temía y las malas lenguas decían que eran seres sin sentimientos incapaces de protestar si algún mal se producía en ellos, incapaces de llorar si su madre faltaba.
Los camisas rojas no tenían la organización laboral igual que el resto de los mortales, su deber de salvaguardar el orden colectivo de la comunidad debía de ser continuo. Se beneficiaban de ciertos “premios”, que el Partido les otorgaba. El vulgo de la mayoría lo consideraba justo. Los respetaban y veneraban como verdaderos héroes. Pero también los temían.
A Ned Logan le hubiera gustado ser uno de aquellos seres de amplias espaldas y caras serias. Pero aquello no pudo ser; de todas formas, vivía feliz con su condición de trabajador, servidor del Partido y del líder, al que adoraba casi como a su hijo.
Trabajaba durante los dos primeros días de la semana al Nivel 1 como instructor en una academia, estudió durante dos años Historia del Partido y en esos momentos instruía a los jóvenes servidores de la comunidad. Era el trabajo que más le agradaba.
En relación al Nivel 2 que el moreno varón desempeñaba, se trataba de conducir el transporte de aquella comunidad, los llamados Nómen, trasladaba alimentos y demás mercancía a otras zonas de la comunidad, ofreciendo servicios de logística.
Ese tipo de trabajo no lo disgustaba, pero tampoco lo llenaba en cuanto a realización personal; sabía que ese simple trabajo, fácil y algo rutinario beneficiaría a la comunidad, que su trabajo era como una pieza en el todo de una gran puzzle, tan necesario como cualquier otro.
Aquel día caluroso y amarillo que el Partido le ofrecía, lo desempeñaba en soledad, la jornada era para la visualización del paisaje y la meditación personal de la semana, ya que en este trabajo de Nivel 3 o día de la humildad solo hablaba con los escasos viajeros que necesitan llenar su depósito con alimentos, y el depósito de sus Nómens de combustible fósil. Eses trabajo no le aportaba nada, pero se sentía feliz, porque sabía que aquella organización laboral, era el precio para una sociedad más justa. Que ese trabajo también ofrecía un bien a la comunidad y eso lo reconfortaba.
De pronto escuchó otro ruido. Se había quedado dormido en la silla casi desvencijada de madera crujiente.
Empezaba el ocaso de los tres soles.
Aquel ruido sonoro y estridente provenía de un Nómen color rojo sangre. Se aproximó hacia la altura de el moreno hombre; bajó la ventanilla el conductor.
-Buenas tardes, compañero- le saludaron con voz tajante y morada severa, los camisas rojas.
-Buenas tardes; ¿que desean? Pronto vendrán a recogerme. El ocaso se acerca.
- Usted no  puede quedarse en esta estación de servicio. Ha habido un problema grave y no debe permanecer en su puesto, compañero.
Ned Logan se asustó sobremanera por la noticia inesperada del joven camisa roja; se levantó de la silla de un salto sobresaliente, con los ojos más abiertos que los búhos en la noche.
Esperaba que no fuera lo que él más temía. Un altercado en la comunidad.
- ¿Qué ha ocurrido?- preguntó casi tartamudeando.
-Se ha producido un accidente en la comunidad. Un grupo terrorista de otra comunidad lejana la nuestra ha provocado el caos en nuestra gente. Es imposible identificarlos, tienen disfraces y sus caras no se ven por una máscara. Atacaron esta mañana la sede del Ministerio de Igualdad y Bienestar. Quieren nuestra subordinación. Parecen una plaga, son muchos.
Necesitaremos su ayuda, compañero. Sabemos de su inexperiencia en la defensa del Partido. Pero créanos, es necesario que nos acompañe.
No hizo preguntas.
Sobresaltado, al igual que conmovido, ya que podía directamente ayudar a el Partido y en general a la comunidad, aceptó con honor, con la cabeza bien alta dispuesto a morir su fuese necesario por la lucha de su identidad comunitaria y la no subordinación ni acatamiento de órdenes que provinieran por una fuerza violenta.
Recogió las pocas pertenencias que portaba aquel día en un mochila y subió raudo como un huracán al Nómen rojo.
Eran tres camisa rojas, dos morenos y uno pálido como el papel.
- Ahora nos dirigiremos a una base secreta de la comunidad solo conocedora del Partido, el líder precisa de tu ayuda
Se sintió honrado por aquel sublime comentario que el frente pálida le ofrecía con voz valerosa, pero ¿qué podría el ofrecer, si no había obtenido formación especial para la lucha armada, si nunca había tocado un arma de largo alcance? Solo era un buen ciudadano que intentaba mejorar gracias a su trabajo y esfuerzo, la comunidad donde habitaba, para conseguir una vida plena y feliz que prometíale el preciado líder después de la muerte, a través del trabajo.
Podía ofrecer su vida en la lucha de la comunidad, para que en un futuro, su hijo pudiera convivir con los suyos y se perpetuara el justo y armonioso estado que el Partido les ofrecía.
Al cabo de una hora de trayecto, en un terreno arenoso y completamente desierto, se adentraron hacia un túnel subterráneo que conducía a un centro de información altamente secreto del Partido
Ned aún no se creía aquello; él, tener el privilegio de entre tantos mortales de servir con orgullo hasta la muerte hacia su comunidad.
 Mucho antes que su hijo, se encontraba el Parido.
- Bienvenido, compañero-  le comentó un camisa roja con una media sonrisa en el rostro.
Llegaron a una gran habitación provista de todo material armamentístico, más tarde le conducieron hacia una sala más pequeña.
Lo único que recordó ante de desmayarse de un golpe en la nuca fueron tres armas apuntándole en el rostro y aquesta infernal frase de traición:
- Ahora serás nuestro infiltrado. Los días del Partido están contados.
BLANCA.

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