29/12/11

Madrid, febrero de 1939 (Blanca).

Madrid, febrero de 1939.
En el cuartel de la guardia civil se encontraban los dos hermanos, cada uno de ellos en situaciones muy distintas: Mario, de 38 años era inspector de las fueras sublevadas, se encontraba en esos momentos fumándose un cigarro con aire grave. Gabriel de 35, era un sargento de las fuerzas republicanas, se encontraba en esos momentos escupiendo sangre, con aire asustado.
Le habían prestado declaración y obligado a declarar el paradero de sus hombres para cazarlos como viles conejos. La guerra iba a acabar pronto y los republicanos( en vista de su global derrota) tenían la siguientes opciones: el exilio, la cárcel, los trabajos forzados o la muerte.
De pronto el inspector entro en la fría y blanca habitación, le tocaba el turno de seguir las preguntas y  en consecuencia de la tortura( ya que el detenido se negaba a declarar). No se imaginaba que aquel hombre flaco era su hermano.
-Tienes que decir algo o si no te mataremos. Venga, coño, di donde están tus hombres- le dijo de espaldas con voz cortante.
-Prefiero morir- repitió por enésima vez su hermano.
- ¿Sabes que la....- se giró para verlo de frente, de cara, directamente a los ojos, como debía de ser. Y cuando vislumbró aquella mirada asustada, aquella cara tan familiar llena de moratones, enmudeció al instante.
-¿Hermano?- tan cambiado estaba que no lo había reconocido por la voz. Hacia mucho de aquella triste despedida que los separó.
Se le quedó mirando, estaba tan cambiado...Recordó su infancia junto a aquel niño tímido, sus travesuras, promesas y sueños.
-Joder...pareces un cristo- y era verdad, daba pena mirarlo. Después de una pausa añadió: Te debería odiar, por ser un enemigo de la patria, pero no puedo.
Tanto uno como el otro pensaban que si el honor , la patria o la victoria eran más importantes que las personas, la familia, los valores serían aniquilados.
La guerra los había separado, obligándolos a luchar cada uno en un bando”¿justificaba la victoria de un país el destrozar la vida de otras personas, en este caso a su propio hermano?”.
De pronto le comunicaron algo a aquel asombrado inspector, el cual se quedó estupefacto.
- Como no confieses el paradero de tus hombres, mataran a madre- tal era la gravedad del asunto.
Aquella triste guerra de tres años, suponía ante todo una guerra entre hermanos.



Mario
- Cuídate mucho, quizás un día nos volvamos a ver, con Dios hermano.
Esas fueron las últimas palabras que le dije, después de un largo abrazo; estábamos en la vía del tren. Nos habíamos tomado la última cerveza en el sucio bar de la esquina en la estación. Le habían enviado a Valencia. Yo partiría dentro de una semana, dirección Salamanca.
La guerra comenzaba y necesitaban hombres, para defender intereses contrarios. Por aquel entonces (y ahora me lo plantearía), no tenia una ideología definidamente exacta. Solo quería proporcionar a mi familia un sustento en esos tiempos difíciles; es decir, como a todo hijo de vecino, que no me faltaran las lentejas en la mesa. Quizás, gracias a la propaganda y las utópicas promesas que definían los nacionales, me convencí de que la mejor opción estaba en el ejercito anteriormente sublevado en la república.
En Salamanca, luchaba con valor y gracias a un par de contactos, conseguí ser lo que ahora soy. No es que sea el sueño de mi vida, ni mucho menos; el destino y las circunstancias son caprichosas.
Recuerdo a mi madre con cariño. Olía siempre como a limpio, de tanto lavar nuestras ropas en el río, supongo; nos reñía sobremanera cuando nos escapábamos a comer dulces higos al campo y llegábamos a casa con la barriga llena de fruta tibia. La recuerdo casi siempre con aquel delantal blanco y sus cabellos recogidos en un moño en la nuca. Muchas veces estaba triste y lloraba a escondidas. Su austeridad era desconcertante. No me acordé (creo que fue intencionadamente) de ir al pueblo a despedirme de mis padres y demás familia; ya bastante tenia con la mía, mi esposa e hijas, claro.
En la guerra mate a gente, tuve que torturar y creo que eso no es grato para nadie, ni siquiera para el mas vil de los hombres. Los católicos lo llamaban cruzada y me resulta graciosa esa comparación. No soy un patriota redomado ,pero eso si, amo a mi país. Aun me pregunto si la victoria justificaba tantas y tantas muertes de españoles como yo, pero con diferente ideología.
Mi hermano del alma calló, como muchos otros, no quiero contar los detalles, me resultan terroríficos. Le persuadí a decir lo que querían saber, la guerra pronto iba a acabar, que le suponía?  Ya no solamente por él, sino por madre. No contare mas detalles, me ponen triste. Aun tengo el último escrito suyo.
Conservo mi trabajo como inspector de la guardia civil. No me faltan las lentejas en la mesa, como muchos “salvadores de la patria”, pero no he de negar que estos tiempos son difíciles incluso para los que se alegran de la victoria. Mi mujer colabora en el Auxilio social, mis hijas crecen con la doctrina ultra católica pegada a sus cuerpos; hace una semana me preguntó la mas pequeña, Clarita, porqué no había que comer carne en semana santa, no supe contestar. Soy católico, claro, pero esas doctrinas impositivas nunca las he entendido.
Estamos aislados del resto de potencias extranjeras...bueno ya se les pasara la tontería y vendrán tiempos mejores.
Esta es la vida que me ha tocado vivir por azares del destino, intento vivirla para hacer el bien y proporcionar felicidad a mi familia y amigos, pero no puedo agradar a todos claro, soy como soy. Hace tres años la mitad de España me tildaría de facha desgraciado. Los entiendo. Por lo que a mi respecta, nunca me ha gustado la política y menos si es para separar a personas.
Todas las noches me acuerdo de mi querido hermano, de su cara magullada por las palizas, de su pelo rizado, negrísimo. Podría estar conmigo y tomarnos otra cerveza en aquel sucio bar sino fuera por aquella triste, triste guerra que nos separó. Me da igual lo que digan, pero no me siento un hombre afortunado. Después de todo, sin querer, él fue la víctima y yo el verdugo.
 Madrid, octubre de 1941


Gabriel
Mi vida ha sido un cúmulo de hechos ,de historias y anécdotas, de unas guardo mejor recuerdo que  de otras. No la cambiaria por nada.
Ahora pienso:” Con lo bien que estaba yo  en el  pueblo, cuidando de mis ovejas!! Con mi mujer embarazada!”  . Pero la guerra llama a los hombres y hay que acudir.
Me enviaron a Valencia, a ser miliciano, y tuve suerte, porque dentro de mi había un comunista, ateo y además cabezón. Esta ideología algo utópica es esperanzadora para los campesinos pobres como yo lo era en mi pueblo, de hecho, la mayoría de mis amigos de allí lo eran. También me influyó bastante la literatura; yo en mis tiempos mozos solía leer poesía de García Lorca y sobretodo de Miguel Hernández , me identificaba con él por sus orígenes humildes y su voluntad de cambio, también era comunista.
çA mi hermano mayor le resbalaba la política:”ya tengo bastante con mis cosas”, solía decir. Es  un buen hombre y no le guardo rencor por lo ocurrido. Cuando éramos pequeños siempre se salía con la suya, el beneficio de ser el mayor, claro; pero las reprimendas se las llevaba el, lo malo de hacerse responsable. Éramos una piña, siempre íbamos juntos. De pequeño era algo tartamudo, pero se le pasó; era un zopenco en la escuela y me acuerdo cuando don Anselmo le daba con aquella regla de madera en la mano. De verlo, me dolía hasta mi. Nos casamos con las hermanas García, las más guapas del pueblo; estábamos los cuatro muy unidos. Pero llegó la guerra y lo jodió todo.  Era un momento para el cambio, crucial para un futuro..
Sé que me queda poco de vida, porque la guerra acaba y pronto se impondrá un régimen fascista. La muerte no me da miedo, lo siento por mis seres queridos, pero no me gustaría vivir en un régimen conservador y ultra-católico, seria peor que la muerte.
A  estas alturas de la guerra, soy sargento de la decadente milicia y tengo a mi mando a diez hombres, soy res pensable de diez hombres, cada uno con sus diferentes vidas y diferentes familias.
Me cogieron los nacionales, hará como tres días, me tuvieron casi todo el tiempo en una habitación de paredes blancas algo sucias por el contacto humano, No quiero ser fino, era una sala de torturas  en el cual  era  yo el protagonista.
-Aquí se hace hablar hasta un mudo- así me recibieron.
El primer día fue horrible, esos hombres no tienen piedad. No solté prenda por más que me obligaran violentamente. Es más una cuestión de honor y orgullo que llevo en la sangre que me niega a traicionar a los míos; sé que mis hombres también caerán como yo sino consiguen escapar del país. Nunca pensé que los azares de destino fueran tan caprichosos, volví a ver a mi hermano, quizás no fuera el mejor momento ni lugar, pero me alegre de volver a verlo antes de morir. No me pudo torturar, lo cual era su cometido.
- Hermano, di lo que quieren, que te cuesta? ¿No ves lo que estamos haciendo por tu silencio?¿ Merece la pena?
-Voy a caer de todos modos- dije, y era verdad.
-¿Y madre?
- Ya es mayor; además hay una forma para acabar con este sufrimiento mío, que te retuerce las entrañas. Pásame una hoja de afeitar y acabará todo mi calvario. Me iré a la tumba sin sentir rencor hacia ti, es más, te lo agradecería sumamente.
Después de persuadirle, supongo que llegó a la conclusión de que era la mejor opción, de que me haría un gran favor, mi  última petición, haría un feo si se negara.
La despedida no la voy a narrar, no tengo palabras. Le deseo todo lo mejor de corazón.
Y aquí estoy ,cuchilla en   mano, estas, que serán mis últimas palabras en papel.
Como me dijo él cuando me vió, no puedo odiarlo, por muchos intereses contrarios que tengamos cada uno. Ante todo, es mi hermano.


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