17/12/11

Mísera Sofía (Blanca)

- Déme otra copa de absenta - dijo la mujer que estaba en la barra, nerviosa, mientras se secaba el espeso sudor de la frente, con una manga de su blusa rosada, algo sucia y vieja.

- Mucho esta bebiendo usted... ¡y eso que es una mujer! - exclamo el rudo camarero, de apariencia grotesca y salvaje - Debería de parar ya, no es propio de una dama decente tal comportamiento – sermoneo a la joven, mientras limpiaba un vaso con un mohoso trapo azul.

- No es de su incumbencia lo que haga o deje de hacer. ¡Así que sírvalo deprisa! – ordeno furiosa, golpeando la barra con sus delgadas manos, que crujieron estrepitosamente.

- Voy, ya voy... ya veo con que clase de mujer hablo, con una simple puta enfadada que no tiene clientela jajaja - comenzó a reírse fuertemente, mientras le servia una copa. Los brazos le temblaban, como una masa hipnótica. Los pocos clientes que habían en el local miraban la escena intrigados - Toma guapa aquí tienes tú copa. En fin… ¿tienes dinero para pagar todo lo que te bebiste o te voy a tener que fiar de alguna otra manera? – dijo el camarero mirándola lascivamente, mientras se frotaba sus genitales contra la barra.

- Supongo que te gustaría más que te pagará de otra forma, ¿verdad? - Salto la barra, con cuidado, y se puso frente a él, se acerco suavemente a su oído y le dijo dulcemente, como si fuera la melodía de una sirena que embriaga al descuidado marinero - Ven... acércate a mis labios... jamás habrás probado nada mejor, ni habrás sentido tanto placer - El camarero se acerco a ella, con la boca abierta, dejando a la vista una dentadura nauseabunda y un aliento pestilente. A Sofía (que así se llamaba la mujer), se le revolvió totalmente el estómago y este le dijo confuso – Bueno niña, ¿a que esperas?

 Así que él camarero la cogió violentamente y la empotro contra las botellas de alcohol, que se clavaron contra su espalda. Comenzó a besarle como un cerdo, mientras desabotonaba su blusa y apretaba sus pechos, y después, sus manos se deslizaron por su vientre hasta llegar a su sexo. Mientras él camarero se frotaba como un animal sobre Sofía, ella cogió la delgada cuchilla que llevaba en el liguero, y se la clavo con todas sus fuerzas, en su pierna de puerco. El camarero no paraba de gritar, como un loco poseso - Puta... Eres una ¡PUTA!.  Sofía le cruzo la cara, y le dijo, mientras le arrancaba la fría cuchilla de su obesa pierna - ¡Maldito enfermo!. Machista, cerdo y putero – Se bebió toda la absenta de un trago y se fue prontamente del local. La gente se quedo alucinada.

Ya era bastante tarde y el frío calaba sus delgados huesos. Sofía caminaba a solas, por las tortuosas calles de Londres. Solo se escuchaba el ruido de sus tacones contra el asfalto y el incesante ruido de la lluvia invernal. Encendió un cigarrillo y, apoyada sobre una valla de color blanco, fumo, relajadamente, exhalando el humo de su cigarrillo y el vaho de la misteriosa noche. La lluvia se agarro más fuerte y Sofía comenzó a correr, en busca de un techo donde guarecerse, cuando sus piernas se enredaron con su larga falda, de encaje negro, cayendo al suelo, dándose con un alto bordillo en la cabeza y quedándose completamente inconsciente. Su cuerpo frió, mojado y cubierto de sangre, quedo en la calle principal.



Londres a 1836.
Sofía nunca había tenido una educación escolar; sus padres, proletarios como otros muchos no podían llevarla a la escuela, además eran tres hermanos a los que alimentar y ella era la más joven, la hija que tendría la obligación de no casarse para cuidar a su madre en la vejez .
Sus padres trabajaban en unas condiciones precarias en la fábrica textil de la ciudad, trabajaban 10 horas diarias por un salario mínimo que no les alcanzaba ni para calzarse decentemente; la madre de la niña le había enseñado el arte del bordado y Sofía se pasaba el día bordando con sus delicadas manecillas manteles de mesa o calcetines para bebe que posteriormente disfrutaría la burguesía.
Su padre era un hombre alegre que quería con locura a sus hijos y especialmente a las más pequeña, se había afiliado a un sindicato clandestino para luchar por los derechos de los trabajadores. Era un buen hombre. Cuando Sofía tenia 12 años, le sobrevino un horrible accidente en la fábrica que acabó con su vida y marcó levemente el destino de su adorada hija.  A  causa de aquel accidente que los dejó sin padre de familia, sus hermanos mayores trabajaron más horas en la fábrica y también su madre para poder sobrevivir del cruel sistema capitalista. Ella se quedaba cuidando la casa, bordando, triste y sola por la muerte de su  padre que tanto la había querido.
La vida en Londres era monótona, rutinaria, las desigualdades sociales se veían a kilómetros de distancia, pero nadie hacia nada para evitarlo.
 Sucedieron los años de la adolescencia de Sofía, consciente de la miserable vida que le tocaba vivir; en una fábrica, pensó, claramente, como sus padres y sus abuelos también. El sueño de su vida a la edad de 16 años era ser profesora de ingles en una escuela infantil, para poder enseñar a leer y escribir a las futuras generaciones, pues en ellos estaba el futuro, en los hijos de los proletarios que tendrían que abrir una página en la historia: la lucha de las desigualdades y el cumplimiento de sus derechos como trabajadores.
Los hermanos de la muchacha de pelo enredado hicieron sus vidas propias: su hermano mayor emigró a Francia, gracias a unos pequeños ahorros guardados, dispuesto a empezar una nueva vida lejos de aquella ciudad hambrienta. Éste no cedió a las súplicas de su hermana de llevarla consigo y le repitió que tenia que cuidar a madre. Les prometió que escribiría. Por otra parte, su otra hermana se caso con un compañero de trabajo diez años mayor que ella y se fueron al norte, cerca de la bucólica pero dura vida en el campo.
Sofía pronto se vio con su madre, que poco a poco envejecía, gracias a la dura vida en las fábricas. Pensaron que la vida en los alrededores de Londres era muy cara incluso para los obreros y se trasladaron a un pueblo marítimo relacionado con la pesca llamado San Nicolás.
Era un pueblo tranquilo, alejado del bullicio de la antigua capital hambrienta; la mayoría de hombres trabajaban actividades relacionadas con la pesca, como marineros o tejedores de redes. Habían diferentes tabernas, hostales, droguerías o incluso prostíbulos, donde los marineros sin relaciones estables desahogaban su apetito sexual.
Su casa se encontraba cerca del muelle junto a la brava e inmensa mar que rodeaba aquel pueblo pesquero. Los atardeceres en aquel pueblo los definían como nostálgicos, al recordar a mucha gente que la mar, con sus aguas infinitas, se había llevado tras de si a muchos seres queridos.
Habían alquilado una pequeña habitación que contenía dos camas algo viejas, un armario, una mesa y dos sillas; a la chica de pelo enredado le gustaba mirar la mar por la ventana sin cortinas. Todo ello gracias a unos pequeños ahorros que pronto se les agotarían, pues aunque no tuvieran deudas, la madre no estaba dispuesta a trabajar debido a una enfermedad en los huesos que le impedía moverse lo más mínimo. Sofía bordaba y vendía su escasa mercancía de ropa infantil a las futuras madres de los alrededores. No era mucho y con ello no podía costear del todo las medicinas de su madre así como los alimentos de ambas, pero aun les quedaban algunos ahorros guardados.
De vez en cuando, recibían carta del hermano mayor que inmigró a Francia, les comentaba que había habido una revolución de obreros hacia 1848 donde los trabajadores lucharon junto a la burguesía contra las fuerzas conservadoras, pero la experiencia fracasó y se abrieron las puertas hacia otras doctrinas como el marxismo o el anarquismo. Se había casado y tenia dos niños. Trabajaba en la construcción, no había dejado de ser un proletario más. Se dirigía a la hermana con esperanza de volver a visitarlas y llevárselas consigo y a la aún joven Sofía le apasionaba esa idea.
En cada ocaso del día, la muchacha de pelo enredado y blanca tez se dirigía al puerto y disfrutaba viendo volver a los barcos que habían zarpado al amanecer con la esperanza de que en alguno se encontrara su hermano y la llevara hacia otras tierras en busca de una vida mejor. Sus ojos se fueron llenando de atardeceres, le encantaba ver cada crepúsculo en el puerto de San Nicolás
Pasaron los años y los ahorros se iban agotando, rápido, como el ocaso en un día de invierno; su madre empeoraba y apenas le daba tiempo a bordar calcetines de bebes (que poca renta le suministraba)  debido al cuidado casi intensivo que precisaba ésta.
Le habían comentado iniciarse en la prostitución, en la venta de su cuerpo...¿qué la iniciaría a aceptar esa oferta? ¿qué otra cosa podría hacer una pobre analfabeta sin recursos, con una madre enferma? Podría conseguir dinero para pagar las medicinas de su decadente y depresiva madre y además haría que las dos no tuvieran que verse afectadas si el hambre llamara a su puerta. Por otra parte, aunque fuera rechazada o caída en desgracia no seria durante toda su vida virgen, ya que prohibición de casarse para cuidar a la madre se lo impedía. No quiso revelárselo a ésta (pero en el fondo lo sabia) pues la haría entristecer..
A partir de los 19 años, la muchacha de pelo enredado vendía su cuerpo en el prostíbulo y fuera de él, le sobrevinieron muchas historias, la mayoría trágicas pero tenia que acostumbrarse a ello. Después de la vista de cada atardecer iba en dirección al prostíbulo donde mermaban las esperanzas de que su hermano la sacara de las sucias manos de un marinero borracho, su principal clientela. Hacía noche en la casa de putas, pero al amanecer volvía a casa a bordar más calcetines que le destrozaban la vista y sobre todo a cuidar a su madre.
Fue duro al principio, pero Sofía, flexible y ágil en comportamiento, se adaptó; tuvo un par de cortes en las piernas y se quedó sorda de una oreja debido a una reyerta. Conoció a compañeras, pero apenas tenia relación con ellas, pues iban a comisión y había mucha competitividad entre ellas. Cada noche se echaba a la conciencia a algún viejo verde o algún marinero solitario.
Aquello la hizo cada vez mas depresiva, como su madre, perdiendo progresivamente la alegría que la habían caracterizado.
Pasaron los años y su hermano no iba a sacarla de aquel pueblo que parecía maldito o caído en desgracia para la mujer de blanca tez. Sofía seguía con la rutina de su vida: cuidaba a su madre, cosía ropa de bebe, vislumbraba cada atardecer en San Nicolás y cuando caía la oscura noche plagada de estrellas, que se le antojaban como las pecas de su cara, iba casi arrastrando los pies hacia el prostíbulo.
 Un año, sobrevino un frío invierno en aquel pueblo pesquero; una semana de diciembre su madre empezó a tener unos dolores terribles que anunciaban su muerte, aquella semana Sofía se dedicó intensivamente al cuidado de su madre, pidiéndole con fervor que no le dejara sola en aquel lugar miserable. Apenas comía o dormía.
Y una noche, cuando el viento azotaba sin piedad las ramas de los árboles, su madre dejó este mundo y pasó a mejor vida dejando un profundo sentimiento de soledad en la muchacha de pelo enredado. Se vio desamparada y sin fuerzas de seguir con su ruin existencia.
Estuvo a su lado, rezando para que Dios la ayudara.
Un pensamiento fugaz, fue el de suicidarse; pensó en tirarse a la profunda mar que la acogería con su frió abrazo; tenia motivos (o eso creía ella), pero no fuerza de voluntad. Entonces decidió emborracharse en la cantina de marineros. Aquella noche en la cual llovía a cántaros, como si el cielo llorara por la muerte pasada de su madre y futura de ella, marcaría de manera definitiva su destino. Tuvo un altercado con el rudo marinero que quiso sobrepasarse con ella; mareada por el efecto de la cantidad de alcohol tomada, se dirigió a las calles mojadas de aquel pueblo marítimo dispuesta a su propósito, en dirección al muelle, pero le había sucedido un accidente que había perjudicado levemente su cabeza, dejándola inconsciente en la mojada calle principal.
A los tres días despertóse del profundo sueño posterior a aquella noche fatal; se encontraba en un casa desconocida
-Bienvenida de nuevo a la vida- estaba tumbada en una cama estrecha, delante suya se encontraba un viejo de blanca barba, con una media sonrisa en su rostro- Te encontré en la calle y como creo en el karma, te he recogido.
Le prepuso quedarse como criada del hogar, pues necesitaba una mujer que organizase aquella casa antigua y sucia, se quedaría como interna, claro, pero no cobraría; a ella le pareció bien, pues se sentía como un a mujer con suerte.
-¿Cómo agradecérselo? Bueno, yo podría...
El viejo intuyo sus intenciones y la paró en seco.
-Lo siento, el sexo sin amor me pone triste, ¿sabe?
Se repuso del golpe en la cabeza con facilidad.
A sus veinticinco años, como dijo el viejo, volvió a nacer, pues según sus cálculos aquella noche cruel, iba a ser la última. Enterraron a su madre, también en un día de lluvia.
El viejo hombre que la recogió de la desgracia era una vecino del pueblo, un escritor en decadencia, que fracasaba en sus intentos de ser publicado por alguna editorial, el señor Elton. Tenia de vez en cuando tics nerviosos y un fuerte carácter, pero en el fondo era un buen hombre, alegre y algo despistado . Su casa estaba llena de cosas antiguas, recuerdos de otra época, así como muchas estanterías llenas de libros que la mujer de pelo enredado limpiaba con esmero.
Sofía se adaptó genial al trato: cocinaba, lavaba ropa, limpiaba en general la casa a cambio de tener un lugar donde guarecerse y comer.
A pesar del fuerte carácter del viejo, surgió sin querer la confianza entre estos dos personajes; se contaban sus vidas sin pudor y Sofía aprendió de aquel viejo sabio, caído en desgracia como ella; después de todo, la vida para ello no les había sonreído como ellos hubieran querido.
Después de unos meses de que el viejo de blanca barba la recogiera de las frías y mojadas calles,  Sofía se entretuvo a abrir uno de tantos libros que tenia el viejo en sus estantes; en aquellos momentos le hubiera gustado leerlo y hundirse en su historia, imaginarse en la mente del protagonista y poder viajar hacia otros lugares solo con su imaginación.
- No sabes leer, verdad?- le susurro el viejo a sus espaldas; era verdad, pero la mujer de pelo enredado no se atrevió a asentir. Era un secreto que un buen día aquel hombre descubriría- Te gustaría leerlo, pero no puedes; como si lo viera.
Cada noche, el viejo de barba blanca le leía un fragmento de un libro o un pequeño cuento, y ella se quedaba embelesada, preguntándose cómo no había echado de menos la lectura antes, se reía del énfasis que ofrecía su lector con un diálogo enfadado, así como lloraba cuando un final trágico se avecinaba.
Le propuso enseñarle a leer y a escribir, ella encantada, aceptó; así que un rato cada día, el viejo y la antigua prostituta dejaban sus tareas para dedicarse a la lectura. Al principio, a Sofía le costó, leía muy despacio y escribía torpemente, pero gracias a ese viejo que era como su ángel de la guarda y a su perseverancia, consiguió su propósito. Gracias a ello, consiguió escribirle una carta a su hermano con ayuda del señor Elton, se sabia de memoria su dirección. En ella le explicaba la agónica muerte de madre, el altercado que sufrió así como su actual situación, le recriminó el no ir a visitarlas anteriormente, su despreocupación hacia ellas.
Sofía se leyó muchos libros de su estante, pero lo que más le gustaba era escuchar al viejo leer con su voz ronca; el señor Elton le comentó las historias que había escrito y ella daba su opinión al respecto, ofreciéndole nuevas ideas que a aquel viejo de barba blanca le encantaban.
Empezábanse a coger cada uno una confianza y un cariño propios de un padre y un hija.
Llegados hasta ese punto, Sofía le comentó una noche nostálgica que el sueño de su vida era ser profesora de ingles de niños; al viejo le pareció entrañable.
Retomó el hábito de coser y bordar ropa interior de bebé para futuras madres, así como observar los atardeceres en el muelle de San Nicolás y en esos momentos no con la esperanza infantil de ver volver a su hermano que tantos años se había marchado y que por lo visto, poco se acordaba de ella, sino más bien para despejar su mente o en un intento desesperanzado de olvidar el fatídico pasado de su vida, de que aquel pasado oscuro se lo tragaran las profundas aguas de aquella brava mar.
Pasaron los años, la rutina de su vida no variaba, se entretenía leyendo o cosiendo calcetines. No recibió carta de su hermano, quizás se extraviara en el camino, pensó.
Sobrevino un noche de otoño una tormenta que rasgó la tranquilidad de la noche, así como el estrellado cielo de aquel pueblo marítimo. Un mal presentimiento se le antojó a la mujer de pelo enredado; el cielo le quitaría otro ser querido, estaba escrito. Aquel viejo de blanca barba pronto se reuniría con su madre, donde quisiera que ella estuviese.
Sofía acertó, al viejo le quedaba poco de vida.
-Pequeña, de esta noche no paso, lo sabes ¿no? Bueno no te pongas triste, no llores. Nos lo hemos pasado bien, me has aportado muchas cosas; te he cogido mucho aprecio y por eso quiero que te quedes con la pequeña herencia que puedo ofrecer, no tengo familia, nadie reclamará nada mío. Aprovecha el poco dinero que te puedo ofrecer para cumplir tu sueño de ser profesora y vive una vida plena y feliz- estas fueron sus últimas palabras, que desgarraron el alma de la mujer como una hoja de afeitar. Aquel hombre era como su padre, le debía la vida.
La mujer de enredados cabellos, en un arrebato de agradecimiento se acercó y rozó sus labios junto con los del viejo. Era la primera vez que besaba en la boca, sin sentir asco.
A los pocos días del entierro de aquel gran personaje, la mujer de blanca tez, se compró un vestido nuevo y embarcó en un barco rumbo a Francia. Cumplió su anhelo de niña de convertirse en profesora de ingles.
Cuando observó su propia autorrealización como persona, pensó que todo lo que había pasado eran obstáculos victoriosamente esquivados, que había merecido la pena pasar por todo ello y ver que por primera vez el destino le sonreía.
BLANCA.

2 comentarios:

  1. No me acordaba de esto ^^ ese intro lo dí yo :)

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  2. Jajaja si es verdad, lo diste tú:)
    La verdad que me gustó mucho cómo lo enfoqué.

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