29/12/11

Madrid, febrero de 1939 (Blanca).

Madrid, febrero de 1939.
En el cuartel de la guardia civil se encontraban los dos hermanos, cada uno de ellos en situaciones muy distintas: Mario, de 38 años era inspector de las fueras sublevadas, se encontraba en esos momentos fumándose un cigarro con aire grave. Gabriel de 35, era un sargento de las fuerzas republicanas, se encontraba en esos momentos escupiendo sangre, con aire asustado.
Le habían prestado declaración y obligado a declarar el paradero de sus hombres para cazarlos como viles conejos. La guerra iba a acabar pronto y los republicanos( en vista de su global derrota) tenían la siguientes opciones: el exilio, la cárcel, los trabajos forzados o la muerte.
De pronto el inspector entro en la fría y blanca habitación, le tocaba el turno de seguir las preguntas y  en consecuencia de la tortura( ya que el detenido se negaba a declarar). No se imaginaba que aquel hombre flaco era su hermano.
-Tienes que decir algo o si no te mataremos. Venga, coño, di donde están tus hombres- le dijo de espaldas con voz cortante.
-Prefiero morir- repitió por enésima vez su hermano.
- ¿Sabes que la....- se giró para verlo de frente, de cara, directamente a los ojos, como debía de ser. Y cuando vislumbró aquella mirada asustada, aquella cara tan familiar llena de moratones, enmudeció al instante.
-¿Hermano?- tan cambiado estaba que no lo había reconocido por la voz. Hacia mucho de aquella triste despedida que los separó.
Se le quedó mirando, estaba tan cambiado...Recordó su infancia junto a aquel niño tímido, sus travesuras, promesas y sueños.
-Joder...pareces un cristo- y era verdad, daba pena mirarlo. Después de una pausa añadió: Te debería odiar, por ser un enemigo de la patria, pero no puedo.
Tanto uno como el otro pensaban que si el honor , la patria o la victoria eran más importantes que las personas, la familia, los valores serían aniquilados.
La guerra los había separado, obligándolos a luchar cada uno en un bando”¿justificaba la victoria de un país el destrozar la vida de otras personas, en este caso a su propio hermano?”.
De pronto le comunicaron algo a aquel asombrado inspector, el cual se quedó estupefacto.
- Como no confieses el paradero de tus hombres, mataran a madre- tal era la gravedad del asunto.
Aquella triste guerra de tres años, suponía ante todo una guerra entre hermanos.



Mario
- Cuídate mucho, quizás un día nos volvamos a ver, con Dios hermano.
Esas fueron las últimas palabras que le dije, después de un largo abrazo; estábamos en la vía del tren. Nos habíamos tomado la última cerveza en el sucio bar de la esquina en la estación. Le habían enviado a Valencia. Yo partiría dentro de una semana, dirección Salamanca.
La guerra comenzaba y necesitaban hombres, para defender intereses contrarios. Por aquel entonces (y ahora me lo plantearía), no tenia una ideología definidamente exacta. Solo quería proporcionar a mi familia un sustento en esos tiempos difíciles; es decir, como a todo hijo de vecino, que no me faltaran las lentejas en la mesa. Quizás, gracias a la propaganda y las utópicas promesas que definían los nacionales, me convencí de que la mejor opción estaba en el ejercito anteriormente sublevado en la república.
En Salamanca, luchaba con valor y gracias a un par de contactos, conseguí ser lo que ahora soy. No es que sea el sueño de mi vida, ni mucho menos; el destino y las circunstancias son caprichosas.
Recuerdo a mi madre con cariño. Olía siempre como a limpio, de tanto lavar nuestras ropas en el río, supongo; nos reñía sobremanera cuando nos escapábamos a comer dulces higos al campo y llegábamos a casa con la barriga llena de fruta tibia. La recuerdo casi siempre con aquel delantal blanco y sus cabellos recogidos en un moño en la nuca. Muchas veces estaba triste y lloraba a escondidas. Su austeridad era desconcertante. No me acordé (creo que fue intencionadamente) de ir al pueblo a despedirme de mis padres y demás familia; ya bastante tenia con la mía, mi esposa e hijas, claro.
En la guerra mate a gente, tuve que torturar y creo que eso no es grato para nadie, ni siquiera para el mas vil de los hombres. Los católicos lo llamaban cruzada y me resulta graciosa esa comparación. No soy un patriota redomado ,pero eso si, amo a mi país. Aun me pregunto si la victoria justificaba tantas y tantas muertes de españoles como yo, pero con diferente ideología.
Mi hermano del alma calló, como muchos otros, no quiero contar los detalles, me resultan terroríficos. Le persuadí a decir lo que querían saber, la guerra pronto iba a acabar, que le suponía?  Ya no solamente por él, sino por madre. No contare mas detalles, me ponen triste. Aun tengo el último escrito suyo.
Conservo mi trabajo como inspector de la guardia civil. No me faltan las lentejas en la mesa, como muchos “salvadores de la patria”, pero no he de negar que estos tiempos son difíciles incluso para los que se alegran de la victoria. Mi mujer colabora en el Auxilio social, mis hijas crecen con la doctrina ultra católica pegada a sus cuerpos; hace una semana me preguntó la mas pequeña, Clarita, porqué no había que comer carne en semana santa, no supe contestar. Soy católico, claro, pero esas doctrinas impositivas nunca las he entendido.
Estamos aislados del resto de potencias extranjeras...bueno ya se les pasara la tontería y vendrán tiempos mejores.
Esta es la vida que me ha tocado vivir por azares del destino, intento vivirla para hacer el bien y proporcionar felicidad a mi familia y amigos, pero no puedo agradar a todos claro, soy como soy. Hace tres años la mitad de España me tildaría de facha desgraciado. Los entiendo. Por lo que a mi respecta, nunca me ha gustado la política y menos si es para separar a personas.
Todas las noches me acuerdo de mi querido hermano, de su cara magullada por las palizas, de su pelo rizado, negrísimo. Podría estar conmigo y tomarnos otra cerveza en aquel sucio bar sino fuera por aquella triste, triste guerra que nos separó. Me da igual lo que digan, pero no me siento un hombre afortunado. Después de todo, sin querer, él fue la víctima y yo el verdugo.
 Madrid, octubre de 1941


Gabriel
Mi vida ha sido un cúmulo de hechos ,de historias y anécdotas, de unas guardo mejor recuerdo que  de otras. No la cambiaria por nada.
Ahora pienso:” Con lo bien que estaba yo  en el  pueblo, cuidando de mis ovejas!! Con mi mujer embarazada!”  . Pero la guerra llama a los hombres y hay que acudir.
Me enviaron a Valencia, a ser miliciano, y tuve suerte, porque dentro de mi había un comunista, ateo y además cabezón. Esta ideología algo utópica es esperanzadora para los campesinos pobres como yo lo era en mi pueblo, de hecho, la mayoría de mis amigos de allí lo eran. También me influyó bastante la literatura; yo en mis tiempos mozos solía leer poesía de García Lorca y sobretodo de Miguel Hernández , me identificaba con él por sus orígenes humildes y su voluntad de cambio, también era comunista.
çA mi hermano mayor le resbalaba la política:”ya tengo bastante con mis cosas”, solía decir. Es  un buen hombre y no le guardo rencor por lo ocurrido. Cuando éramos pequeños siempre se salía con la suya, el beneficio de ser el mayor, claro; pero las reprimendas se las llevaba el, lo malo de hacerse responsable. Éramos una piña, siempre íbamos juntos. De pequeño era algo tartamudo, pero se le pasó; era un zopenco en la escuela y me acuerdo cuando don Anselmo le daba con aquella regla de madera en la mano. De verlo, me dolía hasta mi. Nos casamos con las hermanas García, las más guapas del pueblo; estábamos los cuatro muy unidos. Pero llegó la guerra y lo jodió todo.  Era un momento para el cambio, crucial para un futuro..
Sé que me queda poco de vida, porque la guerra acaba y pronto se impondrá un régimen fascista. La muerte no me da miedo, lo siento por mis seres queridos, pero no me gustaría vivir en un régimen conservador y ultra-católico, seria peor que la muerte.
A  estas alturas de la guerra, soy sargento de la decadente milicia y tengo a mi mando a diez hombres, soy res pensable de diez hombres, cada uno con sus diferentes vidas y diferentes familias.
Me cogieron los nacionales, hará como tres días, me tuvieron casi todo el tiempo en una habitación de paredes blancas algo sucias por el contacto humano, No quiero ser fino, era una sala de torturas  en el cual  era  yo el protagonista.
-Aquí se hace hablar hasta un mudo- así me recibieron.
El primer día fue horrible, esos hombres no tienen piedad. No solté prenda por más que me obligaran violentamente. Es más una cuestión de honor y orgullo que llevo en la sangre que me niega a traicionar a los míos; sé que mis hombres también caerán como yo sino consiguen escapar del país. Nunca pensé que los azares de destino fueran tan caprichosos, volví a ver a mi hermano, quizás no fuera el mejor momento ni lugar, pero me alegre de volver a verlo antes de morir. No me pudo torturar, lo cual era su cometido.
- Hermano, di lo que quieren, que te cuesta? ¿No ves lo que estamos haciendo por tu silencio?¿ Merece la pena?
-Voy a caer de todos modos- dije, y era verdad.
-¿Y madre?
- Ya es mayor; además hay una forma para acabar con este sufrimiento mío, que te retuerce las entrañas. Pásame una hoja de afeitar y acabará todo mi calvario. Me iré a la tumba sin sentir rencor hacia ti, es más, te lo agradecería sumamente.
Después de persuadirle, supongo que llegó a la conclusión de que era la mejor opción, de que me haría un gran favor, mi  última petición, haría un feo si se negara.
La despedida no la voy a narrar, no tengo palabras. Le deseo todo lo mejor de corazón.
Y aquí estoy ,cuchilla en   mano, estas, que serán mis últimas palabras en papel.
Como me dijo él cuando me vió, no puedo odiarlo, por muchos intereses contrarios que tengamos cada uno. Ante todo, es mi hermano.


23/12/11

El secreto de Elena (Blanca)

- ¿No te pasa, que cuando eres infeliz, odias a todo el mundo que es feliz? – le pregunta Matie a Elena, mientras le da un sorbo al espumoso capuchino, que acaba de traer la nueva camarera del café, al que van todos los viernes.

- Siempre – afirma Elena con severidad, mientras corta cuatro en porciones exacta su bollo de crema pastelera. Con el cuchillo elimina la crema que se ha salido al cortarlo, y la aparta del plato, dejándola en un par de servilletas.

- Es como si quisieran regodearse de su buen estado de ánimo, sin importarles a penas, que tú puedas estar hecho trizas. ¿Verdad? – dice mientras le mira con ojos pesarosos.

- Incluso parece que quieran contagiarte su felicidad continuamente, compartiendo contigo, esas historias que no vienen al cuento, y te importan una verdadera mierda – dice indignada Elena, mientras estira su cabello, con su incomprensible tic nervioso – Como el otro día Sonia, que me contó en el trabajo, el magnifico viaje que había tenido en Estambul, este verano. ¿Pero tú crees que le pregunte a caso algo?. Pues no. Ella vino, con esa sonrisa, que le arrancaría a hostias, y me lo contó todo, con pelos y señales. Desde a cuantos tíos se tiro, cuantos souvenirs compró, hasta la terrible indigestión que tuvo al tomar un doner en mal estado. Me dijo que se paso dos días enteros en la cama por que no podía ni caminar. ¡Es una exagerada! – saca del bolso el paquete de Fortuna y enciende dos cigarros. Le pasa el primero a Matie, después de haberle dado dos largas caladas. Es su ritual especial.

- ¿Te trajo algo de Estambul? – pregunta Matie curioso.

- Sí, un llaverito muy mono – saca las llaves del bolso y se lo enseña – Me gusta por la linternita que tiene – dice con media sonrisa – Mira, se enciende de este botón – señala un pequeño botón rojo y lo pulsa con delicadeza.

- ¿Pero tú crees que este tipo de gente habrá tenido alguna vez un mal día? – pregunta dubitativo. Sorbe el último trago del capuchino y se limpia con la manga de la camiseta verde, la espuma reseca, que se le ha quedado pegada al labio. Elena fuma y mira pensativa a la calle - Puff… Elena… estoy harto de esta ciudad, de la gente en general y de mismo, en particular. Quiero un cambio en el rumbo de mi vida. Un giro descomunal, como un espiral que acabe con una increíble pirueta. ¿Me entiendes? – dice mientras le acaricia la mano.

- Sí Matie, soy la única que te entiende y no se si eso es muy bueno – dice mientras se aproxima a él y le da un suave beso – Me encanta cuando sabes a café. Te da un aire intelectual.

Se levantan, van a la barra, pagan el capuchino y el bollo de crema pastelera de Elena y salen de la cafetería, cogidos de la mano, caminando lentamente por la angustiosa calle central de la ciudad enferma. La pareja camina en silencio, sobran las palabras entre ellos.


Era una tarde fría y húmeda del otoño del 81’.
 Las hojas caían raudas de los escasos árboles de la ciudad hambrienta. Había llovido levemente, olía a limpio.
La joven pareja nostálgica acababa de salir de una cafetería donde el humo de tabaco negro invadía ,como gas a un laberinto, los pulmones de los clientes. Poco tiempo habían aguantado en el local.
Aquella misma tarde de noviembre, viernes oscuro y ruidoso, estrenaban en el cine central, la película Grease. El cine estaba abarrotado, fue un éxito rotundo. Muchas jovencitas iban en grupo queriendo ver de una vez la actuación sobre todo del actor principal, aquel bailarín perfecto que consigue enamorar a la niña rica de pelos dorados, en un no para de actuaciones musicales.
 A Elena le emocionaban los musicales, quería compartir ver ese flim con gente querida y por fin había convencido a su novio, un oficial de carabista, coleccionista de tebeos y que le sacaba dos cabezas de altura a la muchacha de mirar inocente y rasgado. También convenció a una amiga suya, Diana y ésta por no sentirse cohibida con la pareja, se lo dijo a su novio.
La dos parejas entre alegres risas entraron al cine antiguo, cincuenta pesetas les costó a  cada uno la entrada. También compraron cacahuetes rellenos de chocolate y bebidas de envase de cristal refrescante. Fue una tarde especial, llena de risas y emociones, como de despedida del ajetreo llevado a cabo durante toda la semana entre el trabajo y más trabajo.
Las muchachas alegres reían felices al ver la actuación del protagonista principal y su grupo, al bailar encima de un coche blanco de los años 50’. Los jóvenes cómplices se ponían tensos al ver la actuación de la melancólica Sandy cuando por fin, se vio el cambio radical de su aspecto, toda de negro elegante y con un cigarro en la boca.
Las canciones eran pegadizas y para Elena, que le encantaba bailar, le resultaba imposible no mover sus pequeños pies al compás de la música.
Matie y Pedro, no paran de hablar de si más tarde se quedarían un rato más por la ciudad, lo cual provoca que unas chicas detrás de ellos les hagan callar. Elena y su amiga ríen como dos niñas tontas.
La última actuación musical les indica el final de la película y un cúmulo de aplausos y vítores acompañan los créditos finales.
Final feliz. Perfecto. El curso ha acabado, pero la amistad no.
 Salen del cine y los rayos de luz de la calle principal les duele a la vista.
-Bueno, y ahora, que?¿Merendamos en una cafetería?-pregunta la muchacha de largos cabellos, de mirar rasgado, la bajita de Elena.
-Nosotros nos vamos ya, que la tengo que llevar a su casa y para un poco largo.-dice el serio de Pedro.
-Mira que eres pesado, te digo que no hace falta, que puedo llamar a mi padre desde una cabina- contesta entre risas, Diana.
-¿Qué más te da, si he venido en moto? Además, que estoy más seguro.
Diana pone los ojos en blanco.
-Cabezón como él solo- dice entre suspiros.
- Bueno, pareja, pues a más ver, ya nos veremos otro día, que esto hay que repetirlo.- dice Matie, muchacho de cabellos rizados y sonrisa perfecta.
Las parejas se despiden.
Matie y Elena deciden ir a tomar un café en el local que hace esquina.
Se conocieron desde hacía tres años, en una noche de discoteca. Era sábado y Elena tenia ganas de perder un poco de vista la casa que trabajaba limpiando, cuidando y cocinando de interna, en un barrio periférico; odiaba a la señora, sentíase muchas veces sola, lejos de sus padres desde los 15 años. Pero era sábado por la noche y un par de amigas le habían convencido para ir a un pub ruidoso y poco iluminado. Los cubatas estaban a 75 pesetas, pero Elena nunca bebía.
-¡Elena! Ven mujer, te voy a presentar a mi hermano- le dijo una de sus amigas.
La muchacha de mirada rasgada acudió obediente.
Y allí estaba el sonriente de Matie, con un cigarro en la boca.
Los hermanos se parecían sobremanera.
El chico le sacaba dos cabezas y Elena tuvo que estirar el cuello y ponerse de puntillas para darle un beso en cada mejilla.
-¿Quieres tomar algo? Te invito.- dijo casi chillando para ser escuchado el muchacho valiente.
-No gracias, no bebo.- contestó tímida la aludida.
-Acéptame un Coca-Cola al menos.- insistió el coleccionista de tebeos, con una sonrisa blanca.
Se gustaron mutuamente y empezaron a salir y contarse sus jóvenes vidas.
Los veranos, Elena se trasladaba con la familia que trabajaba de interna a un pueblo costero, no muy lejos de la ciudad. El joven de rizados cabellos iba los sábados, a veces en moto para verla solo unas horas. Tomaban el sol y hacíanse fotos en blanco y negro junto a la mar, que los invitaba a zambullirse en sus tibias aguas.
Presentaron mutuamente a sus respectivos padres. El padre de Elena y la madre de Matie eran de difícil temperamento y carácter fuerte.
Por aquel entonces, Elena ya había tomado la decisión de no perder la virginidad hasta el matrimonio. Quería sentirse limpia de pecado, pues era muy católica. Con lo que respectaba a esas ideas, era algo antigua; y Matie no encontró la forma de convencerla de lo contrario.
Veintiún años valientes los dos tenían en el cuerpo.
Mucha era la complicidad que mostraban. Pero había algo en la vida de Elena que se callaba y que su compañero no sabía.
La muchacha de mirada rasgada y voz aguda tenía una salud deficiente, a los trece años le diagnosticaron leucemia, una enfermedad terminal, su sangre era especial, demasiados glóbulos blancos en sus venas recorrían todo su ser.
Tenía unos miedos absurdos de al decírselo a Matie, de que éste la rechazara por su enfermedad, la cual no tenía la culpa de padecerla. Además, quería disfrutar todo lo posible la vida con aquel personaje flaco, pero atractivo. Mientras le quedara vida, viviría plenamente y tenía claro de que su enfermedad no iba a ser un obstáculo.
Quería vivir cada día como si fuera el último.
Matie tenía constancia de su deficiente salud.
El coleccionista de tebeos no se imaginaba nada, claro: pero su propia intuición sabía que algo le escondía aquella muchacha inocente, la cual bordaba en sus ratos libres cuadros con dibujos infantiles.
Era su secreto, su pena, su vergüenza.
Elena ante todo, tenía envidia de las personas a su alrededor, las veía y pensaban que eran afortunadas, incluso el pobre que pedía limosna en la esquina. Tenían salud, que es lo más importante. Pensaba que mucha gente no era del todo consciente de la suerte que tenían en sus narices.
-Elena ¿te pasa algo?, sabes que puedes contar conmigo, sabes también que no soy muy dado a pregúntatelo- le decía contadas ocasiones Matie, cuando la veía triste, callada y melancólica.
Ella solía dar excusas “me duele la cabeza, “estaba pensando en mi madre..”, pero lo que de verdad le carcomía los sesos, era ese secreto absurdo, ¡¡como si ella fuese la culpable!!, ¡¡como si hubiera cometido un crimen imperdonable!!  Sentía remordimientos posteriormente al no ser valiente en confesárselo a la cara. Veía a Matie inconscientemente traicionado, por no saber algo tan importante.
Aquélla tarde de noviembre prontamente crepuscular, discutían sobre la felicidad de las personas, el aburrimiento de sus vidas, así como la variación del precio de los cafés en diferentes bares de ciudad y de barrios. Los dos querían que esa tarde nunca se fuera, que nunca llegara el ocaso, que no hubiera lugar para despedidas absurdas.
Cuando el oficial de carabista le confesó que estaba harto del ritmo que tomaba su joven vida, del hastío que sentía de las personas y de él mismo, a Elena le sorprendió sobremanera, confesión sorprendente; el joven obtuvo como respuesta:
-¿Y que quieres Matie? Es la vida del pobre: tragar y aguantar. Otros están mucho peor. ¿Acaso no te alegro un poco la vida yo?- era la alma materialista  y sencilla de su novia.
-No me refiero a eso Elena, siempre pensando en lo mismo. No se, un cambio de aires, aunque sea unos días....
-Bueno, pues vamos a casa de mis padres, así te alejas de la ciudad. El próximo puente, en diciembre.
-Buff...que frío, en el interior; bueno, está bien, iremos en moto.
Se prepararon ambos para el viaje de tres días. No llevaban casi equipamiento; muchas cosas estaban en la casa del pueblo de Elena.
Era un cuatro de diciembre, cumpleaños de Matie. Veintidós años; a su novia, que hacía dos semanas los había cumplido, le gustaba ese número por las alusiones de “los dos patitos”.
Iban los dos encima de una Bultaco Montesa, al hombre coleccionista de tebeos, le gustaban sobremanera las motos, y cuando alguien le preguntaba:”¿es tuya?”, sonreía orgulloso y empezaba a alardear y vacilar, como si de un trofeo se tratara.
Era un viaje de una hora y diez minutos exactamente, en la cual Elena estaría todo ese tiempo agarrada a la cintura del conductor. Recorrerían contadas viñas de Castilla, así como algunos almendros, que ya habrían recogido su fruto. Decidieron anteriormente que pararían en un municipio cerca del encantador pueblo de Elena para descansar.
Pero eso nunca llegó a suceder.
Tarde descubrió el joven de sonrisa perfecta que no tenía frenos en la moto ¿qué habría podido suceder? Cualquier cosa; pero en esos momentos no había tiempo para ponerse a razonar el porqué. Tenía que cuidar de la muchacha ingenua que llevaba a su espalda.
Solo uno de los dos llevaba casco.
-Elena, hazme el favor: dime que confías en mi, solo eso.- gritó nervioso Matie.
-Pues claro que sí, ya lo sabes....¿a que viene eso? Estas temblando.-contestó asustada la joven de mirar rasgado.
-Vale, haz una cosa: coge mi... quítame mi casco y póntelo tu. Me molesta y no lo necesito, eso es todo.-intentó persuadirla.
-Vale, está bien, pero dime que pararemos dentro de poco.- Elena obediente, se lo colocó en la cabeza el único casco de ambos.
Pero la desgracia sobrevino y solo se salvó uno: el sacrificado.
El último recuerdo de Elena antes de desmayarse en el asfalto seco fue la imagen del ser que tanto admiraba, al que tanto añoraba, en el cual depositaba futuros logros, al que guardaba aquel secreto asqueroso, el hombre que le había salvado la vida desparramado en el suelo con un charco carmín rodeándole la cabeza. Sacrificadamente muerto, con los ojos abiertos en dirección el cielo azul, pero sin verlo.
¡Qué mayor prueba de amor podía ofrecer aquel personaje flaco y mal peinado!
Fueron trasladados al hospital de un municipio cercano.
Cada uno en una habitación, postrados en una cama....el hombre luchando por su vida...la mujer pronto despertaría y lloraría lágrimas de culpa y miseria, pensando que ella era la que tenía que estar en su lugar, sorprendiéndole aún el gran sacrificio que solo una persona amada podíale ofrecer.
Pero el joven oficial de carabista murió.
 Matie le había devuelto la vida.
Si hubiera sido capaz de confesarle su secreto, se lo merecía; él le había entregado tanto y ella tan poco. Ella era la chica débil, de salud precaria, él el joven fuerte y vigoroso que tenía toda la vida por delante.
Elena rehizo su vida, pero nunca olvidó aquel gran amor que salvó su vida, que dejó aparte el egoísmo y le entregó todo.
Valoró mas su vida y ya no le daba vergüenza su enfermedad. La vida había que vivirla sin miedo.
De alguna forma, el destino o la casualidad dictó que ella viviera, pero él no.
Blanca.

21/12/11

La torre (Blanca)

Llena de ira majestuosa Lilith asciende a lo alto de su torre de embrujos. Arriba, se deshace de la capa espesa, terciopelo oscuro, dejándola caer al suelo con languidez de tigresa hambrienta. Está furiosísima. Avanza hasta el borde sin muro, la cima de la torre no tiene paredes, es un gran hexágono que mira desnudo a Dios con taimado desafío, y desde el que ahora Lilith alza los blancos brazos y los sacude como látigo para cuajar el cielo de relámpagos verdes. Barre con la mano la tormenta del norte y la abandona encima de los caballeros entrometidos que están penetrando en sus dominios a caballo. ¡Por supuesto, Lorenzo encabeza a los bastardos que cabalgan ahora veloces hacia Ella ansiosos por verla arder en las llamas del infierno!
¿Dónde está Úrsula? —ruge la reina del mundo con voz terrible.
Mi Señora…—dice uno de los dos hombres que la han seguido hasta aquí, el más fiel y mezquino—. La Duquesa se ha ido.
¡¡Qué!!
Se…se ha esfumado, Condesa.
Lilith se tambalea levemente, se masajea la sien con desespero.
Está bien, no importa… Después nos vamos a ocupar de Úrsula…—masculla y murmura como para sí—Ahora debo detener a sir Lorentz, Gríma. Muy veloz se acerca con sus hombres. ¡Y no les daremos lo que quieren, no!
¿Sir Lorentz? —pregunta el siervo arrastrado— ¿Sir Lorentz von Eisenbach?
¿Acaso hay dos hombres con el mismo nombre y rango, imbécil?
Pero… no es posible. ¿Cómo sobrevivió al derrumbe?
Lo ignoro, querido, lo ignoro. Francamente…
“Alguien” le protege, Condesa,  pues no lográis rozarle el cuerpo.
Inmortal se me antoja este hombre maldito—explota la mujer airada y se le escapa una horrible carcajada de sarcasmo que hiela la sangre del fiel y la del otro siervo callado.
Lilith sopla las nubes preñándolas de lluvia y furia que se descarga rabiosamente, azote inhumano, sobre los hombres nobles de sir Lorentz.
La Condesa engendra con brujería estas nubes negras, mi Señor.
El capitán no obtiene respuesta de los celosos labios del joven Conde.
¡Regresad a los caballos, pronto estaremos en el castillo!
Grita Lorenzo con rudeza, Lilith lo escucha, le hierve la sangre, Lilith lo siente. El maldito atraviesa la cima de nieve, el bosque de rayos, el río envenenado, y penetra en los dominios del Castillo Negro. Encuentran las rejas abiertas, la Señora lo ha ordenado. El Conde se apea del caballo empapado, mirando furioso a lo alto con los ojos antaño demasiado ingenuos hoy demasiado astutos, piensa Lilith, que murmura bienvenido Lorenzo y sonriendo como serpiente se gira al joven asustado de atrás.
Viktor… Mátalo —su voz sufre un leve temblor en todo caso imperdonable al dar la orden letal, pero nadie salvo ella misma lo ha notado. Viktor la mira con horror inmenso.
Debes enfrentarte al Conde, muchacho. Ha llegado el momento de demostrarme tu valía— dice la Condesa con voz potente que subyuga y Viktor asiente confuso, helado, traga saliva, baja las escaleras de la condenada torre, la mano virgen en la empuñadura de la espada torpe pero ansiosa por demostrar valentía justa.
No lo hará. No podrá…
Cállate, Gríma. Me repugnan tus maneras y tu voz resentida.
Abajo, sir Lorentz aguarda a que Lilith se persone, ¿desde cuándo no lucha cuerpo a cuerpo? Sonríe como lobo herido, no es propio de ella, perdón…de Ella, piensa mofándose para sus adentros mientras los negros rizos mojados le caen por la frente helada. Lentamente desnuda el filo de su espada experta, presiente el combate, y la llama, la llama a Ella con su voz de mando, pero se le afloja el brazo diestro al ver que es Viktor quien tras abrirse el portón se acerca a él temblando como hoja tierna. Sir Lorentz parece piedra perpleja, silenciosa, pero pronto ruge el nombre de Lilith con la ira de una legión de demonios, y Lilith ríe diabólica, muy felizmente por sorprender así a Lorenzo, con ambas manos desenvaina en un impulso la espada vieja de Gríma, ataca al frente como quien ansía cortar por la mitad una cabeza humana, silba el aire inútil que ella hiende con su rabia eterna pero sir Lorentz frena a tiempo con la suya el brutal ataque de la espada esclavizada de Viktor, aterrado de su propia fuerza. Lilith arremete al aire de nuevo, sir Lorentz se defiende de Viktor, se suceden los embistes injustos ante los ojos de los hombres quietos a las órdenes de sir Lorentz. Un joven ardiente admirador del Conde, en un arrebato frenético imperdonable para su capitán abandona la seguridad de su caballo y avanza corriendo a grito pelado, la espada al viento dispuesto a dar la vida por el ídolo en apuros que no desea la ayuda de nadie y menos la de este chiquillo impetuoso, al que Lilith ve desde lo alto con sus ojos de lince verde y con una floritura de la mano irritada a ciegas lo parte en dos con un rayo bien lanzado. El grito de angustia de sir Lorentz al ver caer al muchacho imprudente resquebraja el cielo en mil pedazos.


La altiva reina de los elfos, Lilith, contemplaba cada noche las tres lunas lejanas a lo alto de su gran reino, cambiándoles el color según su estado de ánimo. Aquella elfa de mirada astuta tuvo el privilegio concedido a muy pocos de aprender magia y hechicería, por el contrario de su hermana pequeña, Ursula, condenada a ser la subordinada de la futura reina. Eran dos niñas traviesas y encantadoras, pero las relaciones de poder, subordinación y un futuro desamor acabaron haciendo que Ursula odiara con toda su alma brava a aquella elfa de u misma sangre y linaje.
Unos días años antes de esta época oscura (claramente antes de La rebelión), entró un joven de unas dos décadas de vida sirviendo al reino alfo. Éste era un humano, emprendedor y buen mozo, un fiel servidor al reino elfo. Trabajaba de lacayo para las jóvenes hermanas elfas; las llevaba y traía de la escuela de magia, a las afueras del castillo, donde la heredera Lilith instruía sus dotes sobrenaturales y donde la hermana pequeña de ésta, Ursula servíale de dama de compañía y fiel compañera, portando sus libros ansiados por ser ella la afortunada de estudiarlos y comprenderlos.
Al joven lacayo le estaba prohibido entablar conversación fuera de lo estrictamente necesario con las hermanas elfas de orejas puntiagudas y mirada inocente. Pero a veces no es necesario comunicarse meramente con palabras para tomarse afecto. Esta vez, la influencia totalitaria de Lilith no eclipsó al ser benévolo y servicial: su hermana pequeña. Y aquel humano aún joven se enamoró obsesivamente de su larga melena amarilla y su andar risueño.
Lilith, aquella elfa caprichosa, intuyó la razón de esas mirada furtivas y cómplices de aquellos dos que en cierta manera le servían y se prometió hacer todo lo posible para cortar aquel vínculo afectivo de raíz. Ella también estaba encaprichada del buen mozo y sentía en sus entrañas una envidia atroz, ya que ella no tenia elección en asuntos conyugales. Su magia no alcanzaba para cambiar de parecer a dos enamorados locos y tan diferentes como el agua y el fuego. Aún así no consentiría tal unión o vínculo sexual entre ambos  “El tiempo hará su tarea”, pensó.
Cuando el padre de las muchachas elfas murió accidentalmente, la hermana mayor de ojos almendrados, Lilith, proclamóse reina del reino élfico de las Tres Lunas. Ursula tomó el rango de Duquesa en la corte.
Mientras Lilith solucionaba con sórdido aburrimiento algunos problemas de estado, la Duquesa atrevida, pero a la vez pudorosamente inocente gemía de placer en su alcoba dorada, al lado del lacayo de hábiles manos. La reina élfica, por muchos conjuros y hechizos aprendidos no podía ver aquel acto deshonroso, pero a la vez puramente comprensible de su hermana. Para ella sería una provocación: ella, que todo lo podía tener y conseguir , menos estar a solas y follarse al hombre que se le antojara, que en aquellos momentos era aquel esquivo lacayo que hacia caso omiso a sus mirada.
 Tres furtivos años después de que la joven Lilith entrara como Reina, se produjo “La rebelión” ; los humanos que convivían subordinadamente con los elfos dieron aviso de comenzar una guerra para independizarse, pero aquella que de verdad querían era el orbe que contenía el secreto de longevidad y eterna juventud de la cual disfrutaban aquellos seres altos, de piel tersa, sin arrugas y ojos con forma de almendra largueta.  La raza humana era corrosivamente avariciosa, lascivamente pasional e incontrolada en cuanto a deseos imposibles y en aquel caso, su fin era no envejecer y desordenar las leyes de la vida humana y su ciclo.
Lorentz fue uno de los activamente participantes en “La rebelión” y posteriormente proclamado como general al haber entablado tanta relación con la hermana de la reina. Era un secreto proclamado a voces muy criticado por muchos.
Aquel buen mozo quería conocer el secreto y compartirlo con los suyos; quería estar ante todo con la Duquesa Ursula y si bien “La rebelión”  los había separado la posesión del orbe, símbolo de longevidad podía acercarlo más hacia aquella elfa de pelo amarillo y sonrisa de blanca luna, podría envejecer paulatinamente con ella, sin necesidad de morir viejo en sus brazos aún jóvenes. Después de conseguir aquel orbe escaparían hacia una tierra sin leyes ni razas, un paraíso utópico, donde vivirían hasta cansarse el uno del otro.
Fueron muchas las emboscadas que preparó el ejército del ahora sir Lorentz para conseguir ese bien tan ansiado, símbolo de la avaricia humana; varias fueron abortadas debido a la complejidad de la misión.
La Duquesa elfa, Ursula estaba dispuesta por todos los medios y fines posibles (incluso la muerte) de ayudar a sir Lorentz y el propósito de su ejército  en conseguir el orbe; si bien esa traición a su raza estaba justificada según ella ya que odiaba a su hermana, a la propia reina , por manejarla como un títere así como por estar junto al humano que amaba y que no veía desde que se produjo el golpe. Cualquier orden que le diera sir Lorentz a favor de su ejército y a interés humano, seria obedecida sin replanteamientos ni remordimientos por traición a su raza.
Una tarde de tormenta enfadada fue decisiva, era como si las fuerzas de la naturaleza descubrieran la tragedia posteriormente acontecida. Aquel humano valiente agrupó a su ejercito a las puertas del castillo de aquella elfa caprichosa, dispuesto a conseguir su cometido o morir intentándolo.
La reina al ver arribar a aquel ejército presidido por ese hombre esquivo comenzó a conjurar y cambiar el paisaje a su antojo; sabia que aquel hombre quería encarase con ella, por eso mando a un criado suyo llamado Viktor que le entregó un mensaje  de parte de la Reina. Sir Lorentz, persuadido por el contenido del mensaje, subió al castillo escoltado por el criado servil, le condujo a una amplia y blanca habitación del edificio donde se encontraba por un lado, la Duquesa Úrsula, en una pequeña jaula de barras de hierro, en otro rincón aquel orbe ansiado por su raza.
-Tus dos debilidades en esta vida, pues bien...en este punto las tienes ante tus ojos, juntas en una habitación, casi a alcance tuyo. Tendrás que elegir: o el amor de tu vida, el cual te verá envejecer rápidamente o aquel objeto de mi raza, que ansías que te hará vivir más largamente. Como ves soy bastante generosa.
Su ego le pedía a Ursula, pero su sentido común el orbe...pero ¿qué más le daba el orbe si no lo podía disfrutar con aquella personita? En este punto descubrió la avaricia humana y la imposibilidad absoluta de estar con el amor de su vida, que seria rechazada por los de su raza.
Reflexionó sobre el fin de su empresa y decidió despedirse de la bella elfa.
- Es lo mejor pequeña, sería un sufrimiento y nos cansaríamos, somos muy diferentes y es del todo imposible, créeme. Te querré siempre. Vive tu vida plenamente y no me recuerdes si no es con una sonrisa. Te mereces lo mejor- besó por última vez aquella mano suave y delicada, sabiendo que su elección era la correcta.
- Somos lo que nos ha tocado. Una corta vida feliz es mejor que una eternidad de odio y maldad.- dirigiose hacia la estupefacta reina.
Y dándose la vuelta, dando la espalda a aquellos bienes tan ansiados por el, bajó lentamente las escaleras, pensando en el discurso que pronunciaría ante su ejercito con el fin de convencerles de que no era lícito cambiar las leyes que regían sus vidas humanas. Estaba en manos de todos vivirlas plenamente, sin necesidad  de vivir una eternidad.


 Blanca

18/12/11

Una noche para recordar (Blanca)

 1999
Como cada año, seis amigas de la infancia se encuentran para cenar en un día del navideño mes de diciembre en la ciudad de las casas colgantes, Cuenca. Este año, toca un restaurante algo rústico, pero encantador para rememorar viejos recuerdos olvidados por algunas y aún presentes en las mentes de otras. Las mujeres solo se ven todas juntas un día al año, siguen esta tradición desde hace una década.
No es que no se vean por no querer; al hacerse progresivamente capaces de estudiar un profesión  la gran mayoría emigró a otras ciudades mas grandes, haciendo cada una sus vidas, disfrutando lo mejor posible.
Pero hay algo que las une: la infancia y la juventud, las sesiones aburridas de la clase de matemáticas en un colegio público, las escapadas al cine central, las tardes saltando a la comba. También las preguntas cómplices del sexo y algunos desamoríos que separaron a algunas.
Se vieron crecer, experimentando los cambios en sus cuerpos y su forma de pensar. Y eso no se olvida .Las circunstancias de la vida lograron separarlas, pero una vez al año dejan a un lado sus responsabilidades para no dejar de reír durante una larga velada.
Mamen tiene 31 años, vive en Tarragona; está divorciada desde hace tres años. Tiene un hijo algo travieso de 6 años, ahora esta con el padre. Es peluquera en un centro de estética. Le gustan las películas románticas y el café con leche.
Pilar tiene 30 años, es la única que vive en Cuenca. Embarazada de su segundo hijo. Ama de casa, esta casada desde hace diez años con el dueño de un pub. Es la mujer mas alegre del grupo; le encantan los niños y le gusta leer los clásicos ingleses y franceses.
Amparo; 29 años, vive en Valencia desde los 15. Es lesbiana, no de profesión, claro. Es profesora de educación infantil en un colegio de monjas. Tiene pareja desde hace tres años, están pensando adoptar a una niña china. Le gusta ponerse morena en la playa y pasear en bicicleta por el Turia.
Manoli, la mayor de todas, 33 años, vive también en Valencia; es dependienta de unos grandes almacenes, en la sección de cosmética. Este año ha empezado primero de la carrera de Psicología. Está casada pero sin hijos.  Es la única que no ha podido acudir a la cena porque está ingresada en el hospital, fue operada hace poco.
Helena; 30 años, vive en Madrid. Es madre soltera de una niña preciosa de 4 años. Abogada de profesión, con suerte. Le gusta cocinar, sobre todo la repostería; le interesa la política y hace sudokus cada día.
Dulce, 32 años, vive en Barcelona. Soltera y sin compromiso, es adicta al sexo y nunca ha tenido una pareja estable. Es camarera de un restaurante italiano. Le gusta la música hevay y no le gusta nada los hombres pesados en una discoteca.
Seria una velada nostálgicamente encantadora.




TELÓN

Restaurante El pozo verde, en la calle Los olmos, num. 14; mesa resevada numero 5; 22.00h de la noche. La cuatro amigas se encuentran en las puertas del restaurante, esperando a la última, Helena. Todas estaban con los hombros encogidos y temblando a causa del frío.
PILAR: ¿A avisado que llegaba tarde?
MAMEN: Tranquila, Pili, que no tardará en llegar ¿No te acuerdas de que esta mujer siempre llega tarde? Es como las novias el día de su boda.
PILAR: ¿Le habrá pasado algo?
AMPARO: No creo, chica; lo que pasa es que siempre se arregla demasiado para estas ocasiones.
DULCE: (Móvil en la oreja) ¡Helena! Escucha mujer, ¿donde estas?(...) que te estamos esperando(....) bueno, pero no tardes que tenemos las narices mas rojas que...(...)Vale, hasta ahora .(Cuelga) Dice que tarda 5 minutos que no encuentra sitio para aparcar.
Después de un rato.
MAMEN: Ya la veo a lo lejos!! Por fin!!
AMPARO: ¡Uy! Se ha cortado el pelo, mira que no decírmelo por teléfono.
HELEA: ¡Hola chicas! Perdonadme el retaso! Qué estrés llevo encima, joder, si lo sé cojo un taxi!
Besos y abrazos de la última en llegar a sus amigas.
AMPARO:¡Chiquilla! Mira que no decirme lo del pelo (tocándoselo). Oye, pues te queda bien...
HELENA: (Riéndose) ¡Sorpresa! Es lo que tiene no vernos muy a menudo, que digamos.
PILAR:¡Y la de cosas que hay por contar esta noche!
La cinco mujeres entran al restaurante.
DULCE: Buenas noches, reservamos hace una semana una mesa para cinco personas. Soy Dulce Miralles.
MOZO: Buenas noches. Un momento que lo mire( Mira en una lista el número de reservas y asiente con la cabeza). Sí, muy bien. Mesa para cinco en una esquina. Síganme.
El mozo las acompaña hacia una mesa redonda de madera de pino, con preciosa cubertería y el mantel más blanco que la leche de vaca, en la pared hay un cuadro que muestra un paisaje de montaña.
MOZO: Ahora vendrá el camarero a atenderlas ( se va con andares rápidos).
La mujeres asienten y se sientan con parsimonia, admirando la rusticidad del local.
AMPARO: Pili, que te vea comer, niña...tienes que hacerlo ahora por dos ¿Sabes ya si es nene o nena?
PILAR: Es un niño, otra vez.
MAMEN: Y dinos, ¿tienes antojos?
PILAR: (Riendo) No creo que eso sea verdad, estoy igual que siempre.
HELENA: ¿Y sabéis ya el nombre?
Pilar: A mi me gusta Aarón, pero aún no lo sé.
DULCE: Que nazca con salud, eso es lo que importa.
AMPARO: Di que sí, chica.
HELENA: Bueno, y vosotras dos (señalando a DUCE Y a AMPARO) ¿no tenéis pensado tener hijos nunca?
Las dos ríen al unísono.
DULCE: Yo estoy bien así, no me llama la vena maternal. Además no me gustan esas responsabilidades y pienso que me esclavizaría.
PILAR: (Escandalizada) ¡¡Mujer!! Qué bruta y dramática eres! Que no es para tanto. ¿Y tu Amparo?
AMPARO: Pues Julia y yo estamos pensando adoptar una niña china, pero hay muchas trabas burocráticas y .....
MAMEN: (con aire inquisitivo) ¿Desde cuando lo habíais pensado?
AMPARO: Pues desde verano, más o menos...
MAMEN: (seria) Y anda que has tardado en decirlo, esto, una cosa tan importante...
AMPARO: Mari, no empieces, que ya estamos con lo mismo. No es una cosa para decirla por teléfono. Mira, ahora ha surgido y mejor porque estamos todas juntas. Además, que no es nada seguro. Pero no te pongas así.
MAMEN: Yo os cuento todo por teléfono, no se vosotras...
AMPARO: No estás en la obligación.
HELENA: Va chicas, dejad ese tema. Que esta noche no quiero malos rollos, eh? Joder, es que manda huevos, para una vez que nos vemos...
PILAR: Exacto y no se hable más.
Entra el camarero, vestido de negro fúnebre a la escena.
CAMARERO: Buenas noches (les da las cartas). Cuando lo decidan, avísenme.
PILAR: De acuerdo, muchas gracias.
Todas miran las cartas, calladas y pensativas en su elección
DULCE: ¿Y no hubiera sido mejor un restaurante de menú?
MAMEN: Mujer, la ocasión lo merece.
AMPARO: ¿Alguien me acompaña con la ternera asada?
HELENA: Venga, si insistes...
PILAR: ¿Pedimos vino?
TODAS: (al unísono) Si
Risas femeninas.
PILAR: ¡Camarero! (éste entra en escena) Tráiganos vino, por favor. Y para mí la ensalada valenciana.
Las demás piden lo elegido, el camarero se va, pero al poco rato vuelve trayendo consigo la botella de vino y algunos entrantes.
HELENA: Poco nos va a durar la botella.
DULCE: (Sirviéndose una copa de vino) Ah! Ahora que me acuerdo. ¿Sabéis como está Manoli? Que me he enterado de lo de la operación...
AMPARO: ¿Operación de que?
DULCE: Creo que de apéndice.
MAMEN: Sí de apéndice. Hable hace dos días por teléfono con ella. Salió muy bien la operación.
HELENA: A mi me dijo que sentía mucho no poder estar este año aquí, como el año pasado. Pero éste le ha sido imposible.
AMPARO: Comprensible. Yo cuando vuelva a Valencia la visitaré.
PILAR: Pues dale muchos recuerdos y ánimos de parte de todas.
AMPARO: Descuida, mujer. (Se lleva una porción de queso manchego a la boca, gime con los ojos cerrados) Mare meua, xé que bó!. (Todas ríen). De verdad, delicioso.
El queso manchego pronto se acaba.
MAMEN: Por cierto, ahora que me acuerdo, ¿Cómo está tu madre, Helena?
HELENA: Pues está en la residencia y me da pena porque entre mi hija, la casa y el trabajo no me da tiempo a cuidarla..(Su madre sufre de Alzheimer). Tengo miedo de que no se acuerde de su nieta, ni tampoco de mi.
DULCE: Cuenta con nosotras para todo, eh?
HELENA: Gracias, chicas. Y bueno, propongo un brindis. (Se levanta de la silla y alza su copa de vino; las demás la imitan). Brindo  para que tengamos salud y que esta tradición no se rompa.
El cristal de las copas llenas del líquido granate produce un sonido agudo. Todas sonríen. Beben el buen vino, cosecha del 95’. Se sientan con parsimonia.
El camarero trae paulatinamente los platos elegidos de la carta, pedidos anteriormente por las mujeres de la mesa 5.
PILAR: Dulce, querida; cuéntanos cómo te fue este verano en Roma.
DULCE: Una maravilla, me tiraría toda la noche contándoos.. Siempre he querido ir a esa ciudad, me parece preciosa..me resultó como si antes hubiera estado allí.
AMPARO: ¿Y los italianos?
DULCE: Lo mejor de todo el viaje, pierdo la cuenta de cuántos me tiré.
Todas ríen.
MAMEN: Chiquilla, que no asentaras la cabeza nunca...
DULCE: No, estoy bien así.
Vuelven ven las risas. Apenas comen, tiene más atención al vino dulce, que empieza a hacer efecto.
PILAR: ¿Os acordáis del profesor de ciencias, Arturo?¡Qué risas nos pegábamos en sus clases!
MAMEN: Buah! Muchacha, me acuerdo como si fura ayer de sus grandes gafas de culo de baso, y como hablaba (imitándolo). Risas.
AMAPRO:¿Y de la obra de teatro que tuvimos que representar?...La de Don Quijote.
HELENA: (Riéndose escandalosamente). A mi me toco hacer de Sancho...l¡¡lo que se rieron de  mi!!
AMAPARO: No te quejes, guapa, que a mi me toco hacer de molino... Con los brazos actuando como las aspas.....parecía imbécil.
DULCE: Poco presupuesto, poca decoración.
AMAPRO: ¿Y os acordáis del baile de educación física? Si, ese tan horrible..
.....
Entre risas, se escuha fuerte la voz de una de las amigas
PILAR: ¡¡Por favor, camarero, dos botellas de vino más!!
Aun quedaba noche por disfrutar.
TELÓN
                                                                   Blanca.

17/12/11

Mísera Sofía (Blanca)

- Déme otra copa de absenta - dijo la mujer que estaba en la barra, nerviosa, mientras se secaba el espeso sudor de la frente, con una manga de su blusa rosada, algo sucia y vieja.

- Mucho esta bebiendo usted... ¡y eso que es una mujer! - exclamo el rudo camarero, de apariencia grotesca y salvaje - Debería de parar ya, no es propio de una dama decente tal comportamiento – sermoneo a la joven, mientras limpiaba un vaso con un mohoso trapo azul.

- No es de su incumbencia lo que haga o deje de hacer. ¡Así que sírvalo deprisa! – ordeno furiosa, golpeando la barra con sus delgadas manos, que crujieron estrepitosamente.

- Voy, ya voy... ya veo con que clase de mujer hablo, con una simple puta enfadada que no tiene clientela jajaja - comenzó a reírse fuertemente, mientras le servia una copa. Los brazos le temblaban, como una masa hipnótica. Los pocos clientes que habían en el local miraban la escena intrigados - Toma guapa aquí tienes tú copa. En fin… ¿tienes dinero para pagar todo lo que te bebiste o te voy a tener que fiar de alguna otra manera? – dijo el camarero mirándola lascivamente, mientras se frotaba sus genitales contra la barra.

- Supongo que te gustaría más que te pagará de otra forma, ¿verdad? - Salto la barra, con cuidado, y se puso frente a él, se acerco suavemente a su oído y le dijo dulcemente, como si fuera la melodía de una sirena que embriaga al descuidado marinero - Ven... acércate a mis labios... jamás habrás probado nada mejor, ni habrás sentido tanto placer - El camarero se acerco a ella, con la boca abierta, dejando a la vista una dentadura nauseabunda y un aliento pestilente. A Sofía (que así se llamaba la mujer), se le revolvió totalmente el estómago y este le dijo confuso – Bueno niña, ¿a que esperas?

 Así que él camarero la cogió violentamente y la empotro contra las botellas de alcohol, que se clavaron contra su espalda. Comenzó a besarle como un cerdo, mientras desabotonaba su blusa y apretaba sus pechos, y después, sus manos se deslizaron por su vientre hasta llegar a su sexo. Mientras él camarero se frotaba como un animal sobre Sofía, ella cogió la delgada cuchilla que llevaba en el liguero, y se la clavo con todas sus fuerzas, en su pierna de puerco. El camarero no paraba de gritar, como un loco poseso - Puta... Eres una ¡PUTA!.  Sofía le cruzo la cara, y le dijo, mientras le arrancaba la fría cuchilla de su obesa pierna - ¡Maldito enfermo!. Machista, cerdo y putero – Se bebió toda la absenta de un trago y se fue prontamente del local. La gente se quedo alucinada.

Ya era bastante tarde y el frío calaba sus delgados huesos. Sofía caminaba a solas, por las tortuosas calles de Londres. Solo se escuchaba el ruido de sus tacones contra el asfalto y el incesante ruido de la lluvia invernal. Encendió un cigarrillo y, apoyada sobre una valla de color blanco, fumo, relajadamente, exhalando el humo de su cigarrillo y el vaho de la misteriosa noche. La lluvia se agarro más fuerte y Sofía comenzó a correr, en busca de un techo donde guarecerse, cuando sus piernas se enredaron con su larga falda, de encaje negro, cayendo al suelo, dándose con un alto bordillo en la cabeza y quedándose completamente inconsciente. Su cuerpo frió, mojado y cubierto de sangre, quedo en la calle principal.



Londres a 1836.
Sofía nunca había tenido una educación escolar; sus padres, proletarios como otros muchos no podían llevarla a la escuela, además eran tres hermanos a los que alimentar y ella era la más joven, la hija que tendría la obligación de no casarse para cuidar a su madre en la vejez .
Sus padres trabajaban en unas condiciones precarias en la fábrica textil de la ciudad, trabajaban 10 horas diarias por un salario mínimo que no les alcanzaba ni para calzarse decentemente; la madre de la niña le había enseñado el arte del bordado y Sofía se pasaba el día bordando con sus delicadas manecillas manteles de mesa o calcetines para bebe que posteriormente disfrutaría la burguesía.
Su padre era un hombre alegre que quería con locura a sus hijos y especialmente a las más pequeña, se había afiliado a un sindicato clandestino para luchar por los derechos de los trabajadores. Era un buen hombre. Cuando Sofía tenia 12 años, le sobrevino un horrible accidente en la fábrica que acabó con su vida y marcó levemente el destino de su adorada hija.  A  causa de aquel accidente que los dejó sin padre de familia, sus hermanos mayores trabajaron más horas en la fábrica y también su madre para poder sobrevivir del cruel sistema capitalista. Ella se quedaba cuidando la casa, bordando, triste y sola por la muerte de su  padre que tanto la había querido.
La vida en Londres era monótona, rutinaria, las desigualdades sociales se veían a kilómetros de distancia, pero nadie hacia nada para evitarlo.
 Sucedieron los años de la adolescencia de Sofía, consciente de la miserable vida que le tocaba vivir; en una fábrica, pensó, claramente, como sus padres y sus abuelos también. El sueño de su vida a la edad de 16 años era ser profesora de ingles en una escuela infantil, para poder enseñar a leer y escribir a las futuras generaciones, pues en ellos estaba el futuro, en los hijos de los proletarios que tendrían que abrir una página en la historia: la lucha de las desigualdades y el cumplimiento de sus derechos como trabajadores.
Los hermanos de la muchacha de pelo enredado hicieron sus vidas propias: su hermano mayor emigró a Francia, gracias a unos pequeños ahorros guardados, dispuesto a empezar una nueva vida lejos de aquella ciudad hambrienta. Éste no cedió a las súplicas de su hermana de llevarla consigo y le repitió que tenia que cuidar a madre. Les prometió que escribiría. Por otra parte, su otra hermana se caso con un compañero de trabajo diez años mayor que ella y se fueron al norte, cerca de la bucólica pero dura vida en el campo.
Sofía pronto se vio con su madre, que poco a poco envejecía, gracias a la dura vida en las fábricas. Pensaron que la vida en los alrededores de Londres era muy cara incluso para los obreros y se trasladaron a un pueblo marítimo relacionado con la pesca llamado San Nicolás.
Era un pueblo tranquilo, alejado del bullicio de la antigua capital hambrienta; la mayoría de hombres trabajaban actividades relacionadas con la pesca, como marineros o tejedores de redes. Habían diferentes tabernas, hostales, droguerías o incluso prostíbulos, donde los marineros sin relaciones estables desahogaban su apetito sexual.
Su casa se encontraba cerca del muelle junto a la brava e inmensa mar que rodeaba aquel pueblo pesquero. Los atardeceres en aquel pueblo los definían como nostálgicos, al recordar a mucha gente que la mar, con sus aguas infinitas, se había llevado tras de si a muchos seres queridos.
Habían alquilado una pequeña habitación que contenía dos camas algo viejas, un armario, una mesa y dos sillas; a la chica de pelo enredado le gustaba mirar la mar por la ventana sin cortinas. Todo ello gracias a unos pequeños ahorros que pronto se les agotarían, pues aunque no tuvieran deudas, la madre no estaba dispuesta a trabajar debido a una enfermedad en los huesos que le impedía moverse lo más mínimo. Sofía bordaba y vendía su escasa mercancía de ropa infantil a las futuras madres de los alrededores. No era mucho y con ello no podía costear del todo las medicinas de su madre así como los alimentos de ambas, pero aun les quedaban algunos ahorros guardados.
De vez en cuando, recibían carta del hermano mayor que inmigró a Francia, les comentaba que había habido una revolución de obreros hacia 1848 donde los trabajadores lucharon junto a la burguesía contra las fuerzas conservadoras, pero la experiencia fracasó y se abrieron las puertas hacia otras doctrinas como el marxismo o el anarquismo. Se había casado y tenia dos niños. Trabajaba en la construcción, no había dejado de ser un proletario más. Se dirigía a la hermana con esperanza de volver a visitarlas y llevárselas consigo y a la aún joven Sofía le apasionaba esa idea.
En cada ocaso del día, la muchacha de pelo enredado y blanca tez se dirigía al puerto y disfrutaba viendo volver a los barcos que habían zarpado al amanecer con la esperanza de que en alguno se encontrara su hermano y la llevara hacia otras tierras en busca de una vida mejor. Sus ojos se fueron llenando de atardeceres, le encantaba ver cada crepúsculo en el puerto de San Nicolás
Pasaron los años y los ahorros se iban agotando, rápido, como el ocaso en un día de invierno; su madre empeoraba y apenas le daba tiempo a bordar calcetines de bebes (que poca renta le suministraba)  debido al cuidado casi intensivo que precisaba ésta.
Le habían comentado iniciarse en la prostitución, en la venta de su cuerpo...¿qué la iniciaría a aceptar esa oferta? ¿qué otra cosa podría hacer una pobre analfabeta sin recursos, con una madre enferma? Podría conseguir dinero para pagar las medicinas de su decadente y depresiva madre y además haría que las dos no tuvieran que verse afectadas si el hambre llamara a su puerta. Por otra parte, aunque fuera rechazada o caída en desgracia no seria durante toda su vida virgen, ya que prohibición de casarse para cuidar a la madre se lo impedía. No quiso revelárselo a ésta (pero en el fondo lo sabia) pues la haría entristecer..
A partir de los 19 años, la muchacha de pelo enredado vendía su cuerpo en el prostíbulo y fuera de él, le sobrevinieron muchas historias, la mayoría trágicas pero tenia que acostumbrarse a ello. Después de la vista de cada atardecer iba en dirección al prostíbulo donde mermaban las esperanzas de que su hermano la sacara de las sucias manos de un marinero borracho, su principal clientela. Hacía noche en la casa de putas, pero al amanecer volvía a casa a bordar más calcetines que le destrozaban la vista y sobre todo a cuidar a su madre.
Fue duro al principio, pero Sofía, flexible y ágil en comportamiento, se adaptó; tuvo un par de cortes en las piernas y se quedó sorda de una oreja debido a una reyerta. Conoció a compañeras, pero apenas tenia relación con ellas, pues iban a comisión y había mucha competitividad entre ellas. Cada noche se echaba a la conciencia a algún viejo verde o algún marinero solitario.
Aquello la hizo cada vez mas depresiva, como su madre, perdiendo progresivamente la alegría que la habían caracterizado.
Pasaron los años y su hermano no iba a sacarla de aquel pueblo que parecía maldito o caído en desgracia para la mujer de blanca tez. Sofía seguía con la rutina de su vida: cuidaba a su madre, cosía ropa de bebe, vislumbraba cada atardecer en San Nicolás y cuando caía la oscura noche plagada de estrellas, que se le antojaban como las pecas de su cara, iba casi arrastrando los pies hacia el prostíbulo.
 Un año, sobrevino un frío invierno en aquel pueblo pesquero; una semana de diciembre su madre empezó a tener unos dolores terribles que anunciaban su muerte, aquella semana Sofía se dedicó intensivamente al cuidado de su madre, pidiéndole con fervor que no le dejara sola en aquel lugar miserable. Apenas comía o dormía.
Y una noche, cuando el viento azotaba sin piedad las ramas de los árboles, su madre dejó este mundo y pasó a mejor vida dejando un profundo sentimiento de soledad en la muchacha de pelo enredado. Se vio desamparada y sin fuerzas de seguir con su ruin existencia.
Estuvo a su lado, rezando para que Dios la ayudara.
Un pensamiento fugaz, fue el de suicidarse; pensó en tirarse a la profunda mar que la acogería con su frió abrazo; tenia motivos (o eso creía ella), pero no fuerza de voluntad. Entonces decidió emborracharse en la cantina de marineros. Aquella noche en la cual llovía a cántaros, como si el cielo llorara por la muerte pasada de su madre y futura de ella, marcaría de manera definitiva su destino. Tuvo un altercado con el rudo marinero que quiso sobrepasarse con ella; mareada por el efecto de la cantidad de alcohol tomada, se dirigió a las calles mojadas de aquel pueblo marítimo dispuesta a su propósito, en dirección al muelle, pero le había sucedido un accidente que había perjudicado levemente su cabeza, dejándola inconsciente en la mojada calle principal.
A los tres días despertóse del profundo sueño posterior a aquella noche fatal; se encontraba en un casa desconocida
-Bienvenida de nuevo a la vida- estaba tumbada en una cama estrecha, delante suya se encontraba un viejo de blanca barba, con una media sonrisa en su rostro- Te encontré en la calle y como creo en el karma, te he recogido.
Le prepuso quedarse como criada del hogar, pues necesitaba una mujer que organizase aquella casa antigua y sucia, se quedaría como interna, claro, pero no cobraría; a ella le pareció bien, pues se sentía como un a mujer con suerte.
-¿Cómo agradecérselo? Bueno, yo podría...
El viejo intuyo sus intenciones y la paró en seco.
-Lo siento, el sexo sin amor me pone triste, ¿sabe?
Se repuso del golpe en la cabeza con facilidad.
A sus veinticinco años, como dijo el viejo, volvió a nacer, pues según sus cálculos aquella noche cruel, iba a ser la última. Enterraron a su madre, también en un día de lluvia.
El viejo hombre que la recogió de la desgracia era una vecino del pueblo, un escritor en decadencia, que fracasaba en sus intentos de ser publicado por alguna editorial, el señor Elton. Tenia de vez en cuando tics nerviosos y un fuerte carácter, pero en el fondo era un buen hombre, alegre y algo despistado . Su casa estaba llena de cosas antiguas, recuerdos de otra época, así como muchas estanterías llenas de libros que la mujer de pelo enredado limpiaba con esmero.
Sofía se adaptó genial al trato: cocinaba, lavaba ropa, limpiaba en general la casa a cambio de tener un lugar donde guarecerse y comer.
A pesar del fuerte carácter del viejo, surgió sin querer la confianza entre estos dos personajes; se contaban sus vidas sin pudor y Sofía aprendió de aquel viejo sabio, caído en desgracia como ella; después de todo, la vida para ello no les había sonreído como ellos hubieran querido.
Después de unos meses de que el viejo de blanca barba la recogiera de las frías y mojadas calles,  Sofía se entretuvo a abrir uno de tantos libros que tenia el viejo en sus estantes; en aquellos momentos le hubiera gustado leerlo y hundirse en su historia, imaginarse en la mente del protagonista y poder viajar hacia otros lugares solo con su imaginación.
- No sabes leer, verdad?- le susurro el viejo a sus espaldas; era verdad, pero la mujer de pelo enredado no se atrevió a asentir. Era un secreto que un buen día aquel hombre descubriría- Te gustaría leerlo, pero no puedes; como si lo viera.
Cada noche, el viejo de barba blanca le leía un fragmento de un libro o un pequeño cuento, y ella se quedaba embelesada, preguntándose cómo no había echado de menos la lectura antes, se reía del énfasis que ofrecía su lector con un diálogo enfadado, así como lloraba cuando un final trágico se avecinaba.
Le propuso enseñarle a leer y a escribir, ella encantada, aceptó; así que un rato cada día, el viejo y la antigua prostituta dejaban sus tareas para dedicarse a la lectura. Al principio, a Sofía le costó, leía muy despacio y escribía torpemente, pero gracias a ese viejo que era como su ángel de la guarda y a su perseverancia, consiguió su propósito. Gracias a ello, consiguió escribirle una carta a su hermano con ayuda del señor Elton, se sabia de memoria su dirección. En ella le explicaba la agónica muerte de madre, el altercado que sufrió así como su actual situación, le recriminó el no ir a visitarlas anteriormente, su despreocupación hacia ellas.
Sofía se leyó muchos libros de su estante, pero lo que más le gustaba era escuchar al viejo leer con su voz ronca; el señor Elton le comentó las historias que había escrito y ella daba su opinión al respecto, ofreciéndole nuevas ideas que a aquel viejo de barba blanca le encantaban.
Empezábanse a coger cada uno una confianza y un cariño propios de un padre y un hija.
Llegados hasta ese punto, Sofía le comentó una noche nostálgica que el sueño de su vida era ser profesora de ingles de niños; al viejo le pareció entrañable.
Retomó el hábito de coser y bordar ropa interior de bebé para futuras madres, así como observar los atardeceres en el muelle de San Nicolás y en esos momentos no con la esperanza infantil de ver volver a su hermano que tantos años se había marchado y que por lo visto, poco se acordaba de ella, sino más bien para despejar su mente o en un intento desesperanzado de olvidar el fatídico pasado de su vida, de que aquel pasado oscuro se lo tragaran las profundas aguas de aquella brava mar.
Pasaron los años, la rutina de su vida no variaba, se entretenía leyendo o cosiendo calcetines. No recibió carta de su hermano, quizás se extraviara en el camino, pensó.
Sobrevino un noche de otoño una tormenta que rasgó la tranquilidad de la noche, así como el estrellado cielo de aquel pueblo marítimo. Un mal presentimiento se le antojó a la mujer de pelo enredado; el cielo le quitaría otro ser querido, estaba escrito. Aquel viejo de blanca barba pronto se reuniría con su madre, donde quisiera que ella estuviese.
Sofía acertó, al viejo le quedaba poco de vida.
-Pequeña, de esta noche no paso, lo sabes ¿no? Bueno no te pongas triste, no llores. Nos lo hemos pasado bien, me has aportado muchas cosas; te he cogido mucho aprecio y por eso quiero que te quedes con la pequeña herencia que puedo ofrecer, no tengo familia, nadie reclamará nada mío. Aprovecha el poco dinero que te puedo ofrecer para cumplir tu sueño de ser profesora y vive una vida plena y feliz- estas fueron sus últimas palabras, que desgarraron el alma de la mujer como una hoja de afeitar. Aquel hombre era como su padre, le debía la vida.
La mujer de enredados cabellos, en un arrebato de agradecimiento se acercó y rozó sus labios junto con los del viejo. Era la primera vez que besaba en la boca, sin sentir asco.
A los pocos días del entierro de aquel gran personaje, la mujer de blanca tez, se compró un vestido nuevo y embarcó en un barco rumbo a Francia. Cumplió su anhelo de niña de convertirse en profesora de ingles.
Cuando observó su propia autorrealización como persona, pensó que todo lo que había pasado eran obstáculos victoriosamente esquivados, que había merecido la pena pasar por todo ello y ver que por primera vez el destino le sonreía.
BLANCA.

15/12/11

La tejedora gitana (Blanca)

He aquí Carathis, la Tejedora. A tu marido le gusta subir al piso de las mujeres y sentarse por las noches a ver tu labor, pero tú y yo sabemos, sólo es así porque nunca has levantado los ojos de ello para mirarlo. La sombra de tus pestañas, el arrebol natural de tus mejillas altas como de un busto noble son exquisitas, sí, como una de tus manufacturas, con las voces de los dioses guiando tus manos. Me siento privilegiada porque a mí sí me regalas tu mirada, y fueron tus manos sabias las que me devolvieron a la vida cuando me recogisteis perdida en una playa.
Días tras noche, noche tras día, Carathis, hilvanas bellos sueños y tejes toda clase de cosas que posteriormente tu marido se encarga de vender: vestidos, paños, mantelería, gasas finas y stolas, prendas de abrigo y demás. Tus prendas tienen mucha fama en esa villa y las colindantes, y son muy apreciadas. Pero con lo que verdaderamente disfrutas, yo lo sé, es con los tapices. Podría compararse a la labor de un poeta, de un escultor o un pintor, pero nadie lo haría. Porque tu vida, Carathis, es una vida secreta, crecida a la sombra, como las pálidas flores que se abren paso a la luz por entre las junturas de la piedra. Tu marido es el niño que se extraña del fenómeno, arranca la flor para llevársela a su madre, tal vez así le prepare unos dulces como los de la última vez, y en un cazo con agua escasa cada vez más turbia y menguada la flor antes divina en su tálamo íntimo de la vida triunfante languidece hasta morir. Él se guarece a tu sombra como en una tarde verano tórrida: eres su refrigerio, su reposo, y le fascinas porque no te entiende.
Pero yo Carathis, sí te entiendo. Largo tiempo te debí haber buscado antes de aparecer en esa bendita playa, peor no lo sabía. ¡Pero dices que debo irme! ¿Cómo no voy a reír? Eres ingenua. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo que tu marido me pide por tenerme aquí y crees acaso, que yo no me entregaría él sólo por estar junto a ti? He visto el fuego del amor arder en sus ojos por mí, como no lo hace por ti. El equilibrio empieza ahora, que fuerzas inconmensurables van a chocar. Tejedora:
Estamos en tus manos.




-Ven a mis brazos hija, te contaré un cuento que nos hará pasar esta noche de tormenta:
“A la niña Cartharis le gusta reír, así como jugar con sus muñecas de trapo sucio en el patio de casa de sus padres. La niña de ojos rasgados y piel morena disfruta viendo a su madre bordar dotes de boda, aquellos ropajes blancos, inmaculados, virginales.
Catharis vive los trágicos sucesos de la persecución musulmana por los Reyes católicos en la mágica e inmortal Granada del siglo XV. Sus padres y antepasados son musulmanes, pero ella nace morisca, una bella gitana de ojos claros y piel oscura.
Cada año participa en la recogida de olivas y uva desde bien pequeñita; nace fuerte y vigorosa, capaz de soportar obstáculos. Va a la escuela, le gusta leer leyendas míticas, las que más le gustan están en Las mil y una noches. No tiene amigos ni hermanos, ama a su madre más que a su vida, pero a la edad de 9 años, ésta muere a causa de unas fiebres y la niña gitana decide no decir palabra alguna el resto de su vida.
La niña gitana es solitaria, melancólica y silenciosa como una gata mansa; cuando se queda sin madre, más aún lo fue. Su mudez no resulta un problema para su padre, pues tenia poca comunicación con éste. Aprende a escuchar a la gente, a observar como cazador avizor a su presa. Le gusta escribir en su cuaderno las cosas que le suceden. Tiene el hábito de escaparse de casa muchas veces para ver el fabuloso atardecer que le ofrece la imperiosa ciudad andaluza, en cualquier paraje, lejos de las cuatro paredes de su ya muy vista casa de adobe blanco. Por las estrechas calles de Granada anda la niña morena, muchas veces dirección al Alhambra, aquel monumento reciente que la acoge como una hija, se puede pasar horas contemplándolo.
Como posee el don de la escucha, muchas personas ajenas a ella le cuentan sus tribulaciones, así como historias heroicas o cuentos infantiles.
Aprende a canalizar sus sentimientos gracias al antiguo arte del bordado que le inculca su querida madre, así como con gestos corporales y a su poderosa e hipnótica mirada de gitana astuta. La noche es su amiga, la luna, su hermana; se siente más hermosa al contemplarla cuando ésta está redonda como sus pupilas...aquel punto blanco en el oscuro cielo que irradiaba luz y que hacía madurar los tomates de su pequeño huerto.
Muchos musulmanes en aquella época son asesinados al no querer convertirse al cristianismo gracias a la indulgente política que implantan los nuevos Reyes de Castilla y Aragón. Pero la decadencia de imperio musulmán deja enorme huella en la última ciudad sin conquistar: la bella Granada. Vecinos de la niña gitana de ojos claros son ejecutados a causa de la inquisición implantada desde escaso tiempo.
Van pasando los años, raudos como lince feroz. A la edad de 14 años, Catharis ya es una mujer; su padre la casa con el primer hombre que pide su mano: un mercader de manufacturas del gremio textil de la misma Granada, un hombre de unos 30 años, es amable y aparentemente bueno que se preocupaba de sus trabajadoras, apasionado por su trabajo, parece solo que vive para ello; es sumamente ambicioso y la avaricia corre por sus venas.
A la niña gitana de ojos claros no le atrae, pero la voluntad de su padre es mucho más fuerte que ella, así que como mujer sumisa, acepta sin remedio aquel casamiento concertado.
Catharis trabaja con empeño y silenciosa sumisión en el taller de su marido, en un edificio de piedra antigua siendo decisión más de ella que del hombre de bigote. La muchacha crea todo tipo de manteles preciosamente bordados con esmero, mantillas cristianas con precisas flores rojas como sus labios, velos ligeros para el cabello, así como lo que más le gusta: los tapices, una especie de cuadros que sirven para adornar las blancas paredes de su casa granadina. Es una artista en esta competencia, tiene algo innato dentro de ella que la hace crear verdaderas obras dignas de admiración. Poco a poco se gana el respeto de las otras trabajadoras del taller siendo( con algunas dificultades por su mudez) la coordinación del grupo de mujeres, también gracias a su condición de esposa del dueño. Sus productos los disfrutan los nobles de aquel antiguo reino musulmán, así como el clero.
Su marido controla la distribución así como el precio de la venta de sus obras de arte, también el de las compañeras, claro; pero el trabajo de la niña gitana es sublime, enseña a otras sus capacidades, no mas bien con palabras sino con gestos corporales, pues no todos conocen el lenguaje que produce con manos divinas, su medio de comunicación. Su marido aprende poco a poco a comunicarse minimamente  con este método, la mudez de la gitana morena no resulta un problema para él, pues ya sabia antes de casarse con ella su carencia. Éste no valora la belleza de las maravillas celestiales que salen en su propio taller de las finas manos de la gitana muda, para él solo es un producto, que tiene un precio en el mercado, un mero objeto que se resume a dinero sonante, aquella musiquilla de monedas chocando es música para sus oídos, de ello se deriva  su avaricia y ambición que lo mueve a tener más que los demás.
El negocio prospera y el matrimonio puede disfrutar de algunos lujos que la mayoría carecen; parecen una pareja muy normal e incluso envidiable, pero ninguna pareja es perfecta y menos siendo un matrimonio concertado.
-Tranquila chiquilla, te trataré bien- son las primeras palabras del hombre de bigote agudo que tiene por esposo. Es un buen hombre. No lo puede odiar. Pero hay algo en él que a la niña le desconcierta, siendo esquiva y algo distante muchas veces. En realidad, la gitana es así de desconfiada, le cuesta sobremanera coger confianza con apenas un desconocido.
Cuando cae la noche en sus cabezas morenas, la niña tiembla de pudor y miedo, sabe que tiene que aceptar y acceder a las obligaciones conyugales, es decir, concebir hijos sanos y fuertes que serán la alegría de la casa. Afronta ese acto como una especie de sumisión al hombre inculcada desde su más tierna infancia.
Pasan los meses y son muchos los intentos de poder concebir, pero no se produce el milagro esperado; para la gitana muda su mayor deseo es ser madre, dar la vida por un hijo ¡qué sacrificio digno de admiración! Con la obsesión de que es su culpa, de que es más yerma que un desierto solitario, se sume en una triste  depresión , siendo así más melancólica de lo que antes podría ser. Siguen sus escapadas hacia el Alambra y le pide a Dios para concebir un retoño que le arranque una sonrisa en su moreno rostro, pero por más súplicas y rezos que haga de rodilla, parece como  una condena que tiene que asumir, el hecho de no saber lo que es ser madre, no notará crecer dentro de ella otra vida. El marido de bigote agudo, consciente de la situación, se aleja paulatinamente de ella, pero a ésta no parece preocuparle mucho.
Pasan los días, los meses y luego los años, lentos, rutinarios. Se divierte de vez en cuando en el piso de mujeres, enseña a alguna novata concentrando todos sus ánimos en el arte del tejer y bordar, sentada siempre en aquella silla de madera vieja y esparto. Su marido la persuade para que deje de trabajar: “No es necesario, Catharis, eres mi esposa y yo el dueño“, pero la gitana muda hace oídos sordos; se siente como una trabajadora más, quiere sentirse productiva.
 El marido espía a veces su labor, pero no entiende la magia que esconde la gitana en su clara mirada “Parece un personaje mágico”, piensa.
Un domingo de verano, cuando el sol quema como fuego voraz las alas de las gaviotas migratorias, el matrimonio pasea por una playa solitaria, sintiendo la suavidad y blancura de la arena bajo sus pies. De pronto la muchacha morisca descubre a una mujer tumbada boca abajo, con la premonición de que un suceso terrible que va a suceder; corre hacia ella, su instinto la guía hacia ella, se siente como atraída por la chica de cortos cabellos y esbelta figura. La toca. No responde. Controla su pulso. No está muerta, quizás si inconsciente. Parece haber sido víctima de una paliza, pues tiene las muñecas enrojecidas y un ojo morado.
Decide gracias al consentimiento de su marido de llevarla a su casa, de cuidarla hasta que se mejore, pues seria un acto cruel y despiadado dejarla en ese estado en aquella solitaria playa granadina.
Es Catharis  quien cuida a aquella muchacha de más o menos su misma edad, unos veinte años. Es preciosa, piensa. Su piel es pálida y tibia, su cabello corto y liso y millones de pecas inundan la blancura de su piel. Tarda dos semanas en reponerse de aquella paliza. Cuando el marido de la gitana le pregunta como ha llegado hasta allí, la muchacha pálida solo acierta a responder:
-Mi marido me pegó, creyó que le era infiel y me abandonó en aquella playa- no hacen más preguntas y ella no da más explicaciones. Esta a salvo y vuelve a nacer, eso es lo importante, piensa.
Se llama Eloisa, es la esposa abandonada de un carpintero. No tiene hijos. Le gusta bailar la danza del vientre en la cocina de su casa, cuando prepara la comida. A escondidas juega al tarot y también a adivinar el futuro de la gente con solo observar la palma de su mano, le gusta jugar a ser bruja.
De momento, se aloja en la casa del matrimonio. Para poder ayudarla, Catharis le enseña el arte de tejer como las demás trabajadoras del taller y para comunicarse con ella, poco a poco le enseña el lenguaje de signos de sus finas manos. La dos mujeres se toman un cariño misterioso, como el dos hermanas pero sin serlo. La gitana muda vuelve a reír y aleja el triste recuerdo de su infertilidad. El marido fiel, se alegra, todo es perfecto.
La niña Eloisa le enseña a su nueva amiga el arte de la danza como medio para expresar emociones, así como a preparar nuevas recetas de cocina que encantan al marido de ésta.
Trabajan las dos juntas, una de maestra y otra de aprendiz. Se atraen mutuamente, porque cada una sufre por un lado diferente, porque se complementan como anillo al dedo, porque son dos mujeres valientes capaces de comerse el mundo a bocados.
Pasan los meses y Eloisa decide irse a vivir a otra casa, cerca de la de su gran amiga; son muchas las tardes en las que después del trabajo se escapan al Alhambra a pasear y a recorrer las calles de la mágica Granada, enamoradas de la heroica ciudad.
El marido de bigote agudo se siente atraído por aquella misteriosa joven de pecas en el rostro, ve en ella todo lo que su mujer no le daría nunca: conversación y descendencia.
El marido fiel las espía, las ve reír, jugar como dos niñas con un juguete nuevo; las ve bailar aquella danza antigua y erótica que lo hace enloquecer  en la cocina de su casa mientras preparan el pan y beben vino tinto de la vendimia.
Muchas veces el marido de la gitana se insinúa a la niña pecosa, pero ésta está tan pendiente de su gran amiga muda que no se da apenas cuenta. Aquellas dos mujeres tocándose los cuerpos jóvenes, bellos, le produce un éxtasis inédito. Son como dos niñas inocententes, sin culpa de lo que les está ocurriendo: el cariño es mutuo, se aman como el sol al amanecer y la noche al ocaso. El hombre en aquel punto, parece sobrar. Pero no va a ser así, ni mucho menos.
Con la consciencia de que puede ser quemada, Eloisa practica sus artes de pequeña adivina con las mujeres del taller, éstas se sienten curiosas de las habilidades de la nueva trabajadora y deciden probar como si fuera un juego de niñas. Son muchas las manos trabajadoras las que observa la joven Eloisa, investigándolas, adivinándoles el futuro y el pasado, su estado emotivo actual con  solo concentrándose y recordar las lecciones de su abuela. También juega con las cartas adivinas, esas que compró a escondidas. Sabe el futuro de su gran amor, la gitana muda. Pero no lo dirá.
Pasan las semanas y la obsesión que siente el antiguo marido fiel por Eloisa crece por momentos; le propone criar a los hijos que nunca tendría con la gitana morena. Su mayor ilusión, al igual que la de Catharis, es tener un hijo al que cuidar y dar la vida. Pero no la quiere traicionar. La ama a ella. Solo estaría unido al hombre flaco por un hijo ¡ menudo vínculo frío si no es derivado del amor!
Pero Catharis, sabiendo el deseo de su amor, con pena acepta y da su consentimiento a su propio marido y a la bailarina de vientre fértil a concebir un hijo que será la su alegría y anhelo.
Muchas son las noches que pasan su gran amor y su marido juntos en una alcoba, mientras la tejedora muda se queda en el piso de mujeres, llorando triste, no por traición, sino por rabia de no ser su marido.
- Catharis, te prometo que cuando me quede en estado, nos escaparemos juntas, lo cuidaremos las dos y será nuestra alegría.- esas son las palabras de Eloisa con vergüenza y culpa de tener que hacer ese acto con una persona que no ama, que solo es un objeto válido para sus fines.
Y el milagro de la vida se produce. Eloisa sabe que está embarazada y con entusiasmo comparte el descubrimiento con la tejedora gitana; pero estas dos nada dicen al mercader.
Ahora es un objeto inservible. Pero no lo podrán ocultar por mucho tiempo.
De pronto, sucede un imprevisto:  una boca indiscreta advierte a la ley y el orden de aquella época que la mujer del mercader practica brujería, una traidora del taller o una espía con tiempo libre y ansia de sangre.
Dos golpes sordos tocan la puerta del taller. La algarabía se produce entre las mujeres. Avisan de la nueva. Nadie abre de momento. Eloisa se agarra el vientre , sabe lo que sucederá. A la muchacha gitana, su gran amor solo la observa cinco segundo para comprender lo que sucede, sin necesidad de enterarse por terceras personas. Está decidida, la salvará, se hará pasar por culpable del delito de brujería que ha cometido Eloisa.
Ésta se da cuenta del sacrificio que va a cometer por ella, de la grave injusticia que se cometería.
-Catharis, amor mío, no lo hagas, yo soy la culpable- le dice entre gestos manuales, para que las otras no la entiendan.
- Tu tienes ahí dentro un hijo...esto no es el fin, seguiré estando viva mientras me recuerdes, mientras tu hijo sepa quién fui. Cuídate mucho, Eloisa. Te quiero.- le contesta ella de la misma forma.
- ¡Mujeres, abrid!-  gritan desde la puerta.
Sellan su amor infinito con un beso que acalla a las trabajadoras al instante.
La gitana muda se entrega para que la quemen por un delito de brujería en la plaza, esa misma tarde. Se entrega por un acto de amor, su naturaleza así lo decide.
Cuando las llamas devoran los velos, mantillas y ropajes, manualmente bordados por aquella artista, el fuego voraz acaricia su piel como olas al chocar con las rocas de los acantilados. Toda ella se convierte en una antorcha viviente y produce con pequeños movimientos la última danza de vientre enseñada por la mujer que en esos momentos debería estar en su lugar.
.¡¡Bruja!!- gritan desde tierra.
De pronto, la bailarina de fuego, en plena agonía, concentra fuerzas para decir con su boca la primera palabra que dirá después de 11 años de silencio y la última antes de morir: “Eloisa”, susurra débilmente. Y con el dulce sabor de aquella palabra, con el recuerdo de su gran amor por el cual ha dado la vida, muere.
El marido se alegra porque así estará con Eloisa a solas.
La muchacha pecosa da a luz después de ocho meses a una niña preciosa, la cual, es el vivo recuerdo de aquella tejedora gitana que dio la vida por ella, la muda que se sacrificó por puro amor.”
- ¿Te ha gustado, Catharis?- preguntó la madre a la niña de 10 años de mirada verde esperanza.
La niña de pelo rizado, se quedó pensativa, preguntándose cual seria la relación exacta entre tanta coincidencia de nombres.
Blanca

12/12/11

El declive del fuego (Esther)


Ya solo quedan unas pocas brasas vivas en el suelo y siento como se rasga mi pecho con los últimos potentes latidos de mi duro corazón, en el fondo son como pequeños ronroneos de un gato moribundo, que maúlla con locura protegiendo su lugar y yo no puedo morir ahora, aún tengo que completar mi obra, aunque siento que estoy a punto de espirar mi último aliento.

La casa se ha reducido a cenizas, los cuerpos de mis dos hijas y mujer han quedado completamente calcinados. Y aquí estoy en el suelo, acariciando el cuerpo de Valentina, churruscada como un trozo vulgar de carne. Todo ha sucedido muy rápido, la gasolina estaba en mi manos, primero rocié a las niñas mientras dormían y luego, como un demente perturbado, les prendí fuego, con una sonrisa endemoniada pintada en mi rostro. He observado maravillado ese continuo Valls que las llamas me ofrecían en esta noche de luna llena. Bailaban sobre las cortinas, se deslizaban sobre sus juguetes, lamían el suelo con lujuria y luego, han reptado sobre sus bonitas camas, serpenteando sobre sus pieles rosadas e inocentes, y sus gritos desesperados han quedado completamente amortiguados por el crepitar del fuego, creciente y totalmente perverso. Valentina, como buena madre, ha subido corriendo al sentir el olor a quemado y al escuchar semejantes gritos que levantarían a los muertos de sus criptas. He podido sentir el odio y el pánico en sus ojos desencajados al entrar en la habitación. Me ha visto de pie, tranquilo, viendo morir a las que yo creía que habían sido mis hijas desde un primer momento, antes nuestras dos adorables pequeñas, y ahora, esas, morían en un infierno anaranjado. La he sostenido por los brazos y le he obligado a mirar, viendo como esas dos niñas aullaban por el dolor extremo, como sus pieles se caían y sus cuerpos se convertían en unas masas pegajosas de vísceras ensangrentadas. Valentina parecía que iba a desmayarse, pero yo le golpee, una y otra vez, y no le deje que se perdiera ni un solo segundo de mi creación llena de rabia y dolor, toda, causada por su culpa. Luego las llamas se apoderaron de la sala entera, y por un momento quise morir abrazado a ella, sentir como nuestros cuerpos se convertían en uno, y que las llamas nos regalaran su calor y su fuerza. Pero no se lo merecía. No merecía que yo la abrazará y le diera mi amor, mi afecto o ni siquiera mi comprensión. Ya se lo había dado hace años y ella, ahora, lo había lanzado al cubo de la basura, con sus mentiras y traiciones. Solo se ha comportado como una sucia ramera, como una vulgar perra en celo. Después la baje por las escaleras inconsciente y la rocié también a ella. Su rostro herido, se volvió rojo, lleno de fuego. Y yo la miré en completa calma, sabiendo que había sido su redentor, el que le había librado de la pesada carga de la culpa en su consciencia. Esas llamas limpiarían su alma impura y protegerían a las crías que quise, de un futuro decadente y pérfido.

Un grupo de aves rapaces sin sentimientos rodean la escena atroz. Escucho quejoso sus lamentos, lágrimas falsas de algunos vecinos, incluso algún flash que otro veo de alguna de esas alimañas insanas.  

Se oyen las sirenas amenazantes. Los salvadores de uniforme se dirigen raudos a cumplir su cometido. ¿Héroes?. Ellos se creen héroes, pero, ¿con que derecho?. Yo soy contable y no me creo un héroe. Soy un hombre sencillo, inteligente y amable. Y ahora me he convertido en una bestia por que he acabado con mí familia, a la que siempre he querido, a la que he cuidado, la he alimentado, a la que he llevado de viaje, les he colmado de regalos, de amor y de todo mi afecto… y finalmente he acabado quemándoles, convirtiendo sus sueños en simples restos de espesa pavesa.

Y ahí esta él, con su traje brillante y su enorme casco. Y aunque no puedo ver sus ojos, siento su tristeza oculta y el dolor se respira por doquier. Se que no va conseguir aguantarlo, no, no va a poder conseguirlo, por mucho que lo intente. Sus manos se retuercen y su respiración agitada empaña la cristalera de su casco. Y como yo preveía rompe el silencio con un grito desgarrador, partiendo la absurda calma falsa de los flashes de las cámaras y de los vecinos rumiantes.

¿Por qué?, ¿por qué has hecho esto cabrón?. Me grita quitándose el casco y tirándolo al suelo. Me coge por mis ropas quemadas y me golpea. Sus compañeros no lo detienen. Seré el Diablo, ¿pero merezco tal abuso de autoridad?. Yo no oso responder a su verborrea incesante. Me golpea la cara con sus lágrimas espesas, me escupe las palabras de tristeza junto a un mar de babas calientes. Me repugna pensar que mi Valentina yació en manos de este hombre, este absurdo capullo que llora con un niño. Debería de haber acabado con todo esto hace mucho tiempo, fui consciente de sus mentiras desde el primer momento y quise superarlo, pero no podía aguantarlo. Se habían atrevido a chafarme, a reírse de mí a mis espaldas. Este cerdo se follo a mí mujer en mí cama, donde yo dormía. Esa cama estaba llena de su olor y pringada de su sudor y ella, tenía el cuerpo marcada por él. Sus espermatozoides eran libres de pasear por el camino que yo hacía meses no probaba, me lo había sido arrebatado. Me toco comenzar a dormir en el sillón del comedor, solo, triste. Mientras ella, me engañaba con sus sutilezas. No puedo parar de imaginar, una y otra vez, como se la tiraría en mí cama, galopando como una fiera sobre ella, en nuestra ducha, mojando sus cuerpos con el agua que yo pagaba, en mí sofá, sobre el mármol de la cocina, donde después ella me preparaba la cena, en mí despacho, comiéndole el coño sobre mí escritorio. Maldita sea, se pasaban el día jodiendo como vulgares conejos. Asco, asco, asco, asco, asco. Vuelvo a la realidad por uno de sus fuertes golpes en mi estomago. Esta vez siento como si sus frías garras me partieran el espinazo, dejando al aire mis entrañas vacías de culpa. Ya no me queda a penas tiempo, no aguanto más despierto. Esta vez su equipo lo frena, los buitres mirones fingen estar horrorizados ante tales actos. Lo levantan del suelo, llorando, tiene que ser sostenido por su cuadrilla, ya que no puede ni mantenerse en pie. Se que desea matarme, pero él sabe que ya me estoy muriendo, rodeando al cadáver de mí mujer, esa mujer a la que él quiso, con la que ideo planes de futuro, imaginando una vida que me pertenecía a mí, una vida que por unos meses me robo como si nada. La furia llena su sangre. Arde, como los cimientos de mi casa y de mi ausente vida. Se vuelve, lleno de una vesania irrefrenable, hacía mí, sin importarle ya nada, le da igual perderlo todo, pues han muerto sus niñas y la que había sido su amada, supongo que siente que ya no le quedan razones para vivir. Iluso. Y cuando le quedan, a penas cinco pasos para llegar a mí, recupero la verticalidad sentándome y le disparo en su fría y dura testa. Se desploma en el suelo, pesado, dibujando un cerco de lumbres en declive y yo, sostengo mí arma con firmeza, cerrando los ojos, sintiendo como por fin me duermo, después de tanto tiempo sin sosiego.

Esther

11/12/11

Inquilinos en esta celda (Blanca)

En una habitación luminosa y con vistas al mar mediterráneo, se reunían cada miércoles por la tarde a partir de las seis, cinco jóvenes inquilinos y anónimos de entre veinte y treinta años.

Preparaban algo de café con pastas, diversos dulces, y de fondo, el sonido de una música tranquila y encantadora.

La sala estaba conformada una mesa redonda y sillas, era lo más importante.
Al cabo de diez minutos, después que se abrieran las puertas de la estancia se produjo un silencio incómodo, el cual fue roto por una voz melodiosa.

- Buenas tardes y bienvenidos otra semana- decía la coordinadora del grupo, para dar inicio a la sesión del 15 de octubre.- Bien, hoy trataremos un caso especial, os propongo el caso a resolver.

Sacó de su portafolios un fajo de hojas y fueron repartidas paulatinamente entre los diez asistentes. Era la presentación de un caso que había que resolver; éste rezaba así:

LA INTERVENCIÓN FAMILIAR: VALORACIÓN Y PLANIFICACIÓN
Presentación caso familiar.
Laura, de 14 años, estudiante de 3º de la ESO, acude voluntariamente a SEAFI (servicio especializado de atención a la familia e infancia), con el fin de llevar a cabo una intervención familiar.


Laura a día de hoy vive con su tía  paterna, desde que se aprobó un acogimiento familiar simple, hace dos años, con el consentimiento de sus padres biológicos.


Su padre, Manolo de cuarenta años vive con su madre en un pequeño piso del centro de Valladolid, éste tuvo un accidente de tráfico el pasado año y se quedó minusválido temporalmente. La relación con su hija es muy buena, al ser un padre atento y cariñoso. Voluntariamente, decidió alejarse de su hija Laura una temporada. Se comunica con ella por teléfono casi todos los días y la ve algún fin de semana.


La madre de Laura, Juana, sufre depresión desde hace dos años debido a la muerte de su madre y la pérdida de su trabajo como dependienta en un comercio, actualmente tiene un problema en relación al consumo excesivo de alcohol. La relación con su hija es algo complicada, pues nunca quiso saber nada de ella, al ser un embarazo no deseado.


 Nunca han sido una familia propiamente dicha pues la madre al dar a luz se la entregó al padre y se marchó; Manolo se dedicó a cuidar a su niña, a la que quería con toda el alma, pero tras tener el accidente de tráfico decidió alejarse de ella, aún no sabía si había ido buena opción, pero necesitaba una temporada para adaptarse a su nueva condición de minusválido.


La relación con su tía paterna, Aurelia es un tanto tensa pues tienen personalidades dispares y la convivencia doméstica a veces se hace difícil.


La niña Laura, de gran capacidad cognitiva y una alegría inhóspita, acude a SEAFI con su tía paterna en busca de ayuda profesional.

Tras la lectura del documento en silencio de todos los participantes en aquella sala, todas sus miradas, fueron redirigidas directamente a la pedagoga- coordinadora del grupo de jóvenes.

- Bueno, ¿qué os parece el caso? No es tan radical como en anteriores semanas. ¿Creéis que tiene solución el caso? No me refiero al hecho de que Laura vuelva a estar con su padre Manolo, sino la relación con su tía. ¿Cómo creéis que puede mejorar la relación?- comentó la coordinadora.

- Pues yo creo que se podría mejorar, siempre se puede; solo habría que ahondar más el caso… las personalidades de tía y sobrina…

- Vale, quiero aclarar que la tía de Laura es una narcisista total, solo se preocupa de ella y muchas veces descuida a Laura, ésta necesita atenciones, no tantas como una niña de cinco años, pero necesita ser escuchada, claramente, no lo basta solo comunicarse con sus compañeras de clase, sino una referencia adulta a la cual apoyarse, y ahora que no está su padre, al que añora infinitamente, su tía ocupa ese rol.- aclaró la pedagoga.

- ¿La tía de Laura tiene hijos? ¿O solo viven ellas dos solas?- inquirió un joven con cara inquisitiva.

- No, no tiene hijos y ese es el problema: dice que ella no sirve para educar a una niña a esas alturas, que no tiene tacto, pues nunca ha tenido hijos y claro, vive con Laura desde hace dos años tan dolo, estas asperezas son normales, pero también evitables o se les puede buscar una solución…

- Un pregunta…. Creo que no nos ha quedado muy claro en el texto, ¿Porqué motivo en concreto el padre de Laura decide alejarse de ella si tan bien se llevan y se quieren tanto?.- Otra joven preguntó interrumpiendo a la coordinadora.

- Ese es el mayor problema que se nos presenta, Laura quiere estar con su padre y éste quiere a su hija muchísimo, pero parece ser que Manolo está en una etapa de su vida algo dura, pues no hace ni un año tuvo un accidente con el coche que le cambió la vida. Se quiere adaptar a su nueva condición de minusválido, parece ser que no quiere convivir con su hija Laura y que lo vea así, tiene mucho orgullo.
- ¡Pero eso es ridículo! ¿Ella sabe que su padre está en una silla de ruedas?.

- Sí, claro que lo sabe, en estos momentos está un poco enfadada con él. Cuando la visita, no se comporta como antes y está mucho más reticente con él. Laura se piensa que lo que hizo su padre fue un abandono claro, el hecho de dejarla con su hermana, aquella mujer que no la escucha. -la coordinadora hizo una pausa y nadie habló, se respiraba tensión en el ambiente, aquellos inquilinos mirábanse pensativos entre las cuatro paredes de aquella celda- El problema reside en que la niña está en estos momentos en una etapa crucial de su vida y necesita ser escuchada, ya no por un igual, sino por una autoridad familiar, pues es notorios que se siente rechazada y lo peor de todo, que cree que merece serlo y eso puede influir en un futuro en su personalidad teniendo una baja autoestima.

- Bueno, eso solo son suposiciones y divagaciones de un futuro, yo creo que lo que hay que incidir es en el problema presente. Lo que yo habría es hablar con el padre del problema, Laura quiere estar con él en vez de con su tía, que apenas le hace el menor caso y el padre la quiere, ¿cuál es el problema? Este caso familia lo veo facilísimo…

- No creas, aunque a veces se quiera a las personas con ahínco, como puede ser este caso padre-hija, las cosas no son fáciles, Manolo cree que ha perdido autoridad sobre ella, cree que no es capaz de educarla como se merece y nos ha dicho por teléfono mil veces que lo hundiría el hecho de que su hija lo viera en esas condiciones…

- Vaya, qué impotencia… - comenta para sí un joven.- Bueno, aún no hemos hablado de la madre, ¿acaso ella la ve, se interesa por su hija?.

- La madre como dice el texto tiene  un problema con el alcohol y está  en tratamiento, ninguna de las dos tiene intención de ver a la otra, así que no insistimos sobre ese punto.- aclara la pedagoga.

- Y ¿cuales son las aspiraciones de Laura, sus gustos, aficiones, metas?.

- Ella quiere ser maestra de momento, eso dice, le encanta tocar la guitarra, las películas de fantasía y le gusta mucho cocinar. La verdad que se le coge cariño, es una niña encantadora.

- ¿Y porque el día próximo que se encuentren padre e hija se prepara un taller de cocina? Yo creo que si se implican los dos en hacer una actividad será satisfactorio para ambos.

- ¿Queréis conocer a Laura? Está en la puerta esperando entrar.

La puerta de la celda se abrió, una nueva inquilina entraba para ser escuchada todo el tiempo que quisiera aquella tarde del mes de octubre.
BLANCA