21/12/11

La torre (Blanca)

Llena de ira majestuosa Lilith asciende a lo alto de su torre de embrujos. Arriba, se deshace de la capa espesa, terciopelo oscuro, dejándola caer al suelo con languidez de tigresa hambrienta. Está furiosísima. Avanza hasta el borde sin muro, la cima de la torre no tiene paredes, es un gran hexágono que mira desnudo a Dios con taimado desafío, y desde el que ahora Lilith alza los blancos brazos y los sacude como látigo para cuajar el cielo de relámpagos verdes. Barre con la mano la tormenta del norte y la abandona encima de los caballeros entrometidos que están penetrando en sus dominios a caballo. ¡Por supuesto, Lorenzo encabeza a los bastardos que cabalgan ahora veloces hacia Ella ansiosos por verla arder en las llamas del infierno!
¿Dónde está Úrsula? —ruge la reina del mundo con voz terrible.
Mi Señora…—dice uno de los dos hombres que la han seguido hasta aquí, el más fiel y mezquino—. La Duquesa se ha ido.
¡¡Qué!!
Se…se ha esfumado, Condesa.
Lilith se tambalea levemente, se masajea la sien con desespero.
Está bien, no importa… Después nos vamos a ocupar de Úrsula…—masculla y murmura como para sí—Ahora debo detener a sir Lorentz, Gríma. Muy veloz se acerca con sus hombres. ¡Y no les daremos lo que quieren, no!
¿Sir Lorentz? —pregunta el siervo arrastrado— ¿Sir Lorentz von Eisenbach?
¿Acaso hay dos hombres con el mismo nombre y rango, imbécil?
Pero… no es posible. ¿Cómo sobrevivió al derrumbe?
Lo ignoro, querido, lo ignoro. Francamente…
“Alguien” le protege, Condesa,  pues no lográis rozarle el cuerpo.
Inmortal se me antoja este hombre maldito—explota la mujer airada y se le escapa una horrible carcajada de sarcasmo que hiela la sangre del fiel y la del otro siervo callado.
Lilith sopla las nubes preñándolas de lluvia y furia que se descarga rabiosamente, azote inhumano, sobre los hombres nobles de sir Lorentz.
La Condesa engendra con brujería estas nubes negras, mi Señor.
El capitán no obtiene respuesta de los celosos labios del joven Conde.
¡Regresad a los caballos, pronto estaremos en el castillo!
Grita Lorenzo con rudeza, Lilith lo escucha, le hierve la sangre, Lilith lo siente. El maldito atraviesa la cima de nieve, el bosque de rayos, el río envenenado, y penetra en los dominios del Castillo Negro. Encuentran las rejas abiertas, la Señora lo ha ordenado. El Conde se apea del caballo empapado, mirando furioso a lo alto con los ojos antaño demasiado ingenuos hoy demasiado astutos, piensa Lilith, que murmura bienvenido Lorenzo y sonriendo como serpiente se gira al joven asustado de atrás.
Viktor… Mátalo —su voz sufre un leve temblor en todo caso imperdonable al dar la orden letal, pero nadie salvo ella misma lo ha notado. Viktor la mira con horror inmenso.
Debes enfrentarte al Conde, muchacho. Ha llegado el momento de demostrarme tu valía— dice la Condesa con voz potente que subyuga y Viktor asiente confuso, helado, traga saliva, baja las escaleras de la condenada torre, la mano virgen en la empuñadura de la espada torpe pero ansiosa por demostrar valentía justa.
No lo hará. No podrá…
Cállate, Gríma. Me repugnan tus maneras y tu voz resentida.
Abajo, sir Lorentz aguarda a que Lilith se persone, ¿desde cuándo no lucha cuerpo a cuerpo? Sonríe como lobo herido, no es propio de ella, perdón…de Ella, piensa mofándose para sus adentros mientras los negros rizos mojados le caen por la frente helada. Lentamente desnuda el filo de su espada experta, presiente el combate, y la llama, la llama a Ella con su voz de mando, pero se le afloja el brazo diestro al ver que es Viktor quien tras abrirse el portón se acerca a él temblando como hoja tierna. Sir Lorentz parece piedra perpleja, silenciosa, pero pronto ruge el nombre de Lilith con la ira de una legión de demonios, y Lilith ríe diabólica, muy felizmente por sorprender así a Lorenzo, con ambas manos desenvaina en un impulso la espada vieja de Gríma, ataca al frente como quien ansía cortar por la mitad una cabeza humana, silba el aire inútil que ella hiende con su rabia eterna pero sir Lorentz frena a tiempo con la suya el brutal ataque de la espada esclavizada de Viktor, aterrado de su propia fuerza. Lilith arremete al aire de nuevo, sir Lorentz se defiende de Viktor, se suceden los embistes injustos ante los ojos de los hombres quietos a las órdenes de sir Lorentz. Un joven ardiente admirador del Conde, en un arrebato frenético imperdonable para su capitán abandona la seguridad de su caballo y avanza corriendo a grito pelado, la espada al viento dispuesto a dar la vida por el ídolo en apuros que no desea la ayuda de nadie y menos la de este chiquillo impetuoso, al que Lilith ve desde lo alto con sus ojos de lince verde y con una floritura de la mano irritada a ciegas lo parte en dos con un rayo bien lanzado. El grito de angustia de sir Lorentz al ver caer al muchacho imprudente resquebraja el cielo en mil pedazos.


La altiva reina de los elfos, Lilith, contemplaba cada noche las tres lunas lejanas a lo alto de su gran reino, cambiándoles el color según su estado de ánimo. Aquella elfa de mirada astuta tuvo el privilegio concedido a muy pocos de aprender magia y hechicería, por el contrario de su hermana pequeña, Ursula, condenada a ser la subordinada de la futura reina. Eran dos niñas traviesas y encantadoras, pero las relaciones de poder, subordinación y un futuro desamor acabaron haciendo que Ursula odiara con toda su alma brava a aquella elfa de u misma sangre y linaje.
Unos días años antes de esta época oscura (claramente antes de La rebelión), entró un joven de unas dos décadas de vida sirviendo al reino alfo. Éste era un humano, emprendedor y buen mozo, un fiel servidor al reino elfo. Trabajaba de lacayo para las jóvenes hermanas elfas; las llevaba y traía de la escuela de magia, a las afueras del castillo, donde la heredera Lilith instruía sus dotes sobrenaturales y donde la hermana pequeña de ésta, Ursula servíale de dama de compañía y fiel compañera, portando sus libros ansiados por ser ella la afortunada de estudiarlos y comprenderlos.
Al joven lacayo le estaba prohibido entablar conversación fuera de lo estrictamente necesario con las hermanas elfas de orejas puntiagudas y mirada inocente. Pero a veces no es necesario comunicarse meramente con palabras para tomarse afecto. Esta vez, la influencia totalitaria de Lilith no eclipsó al ser benévolo y servicial: su hermana pequeña. Y aquel humano aún joven se enamoró obsesivamente de su larga melena amarilla y su andar risueño.
Lilith, aquella elfa caprichosa, intuyó la razón de esas mirada furtivas y cómplices de aquellos dos que en cierta manera le servían y se prometió hacer todo lo posible para cortar aquel vínculo afectivo de raíz. Ella también estaba encaprichada del buen mozo y sentía en sus entrañas una envidia atroz, ya que ella no tenia elección en asuntos conyugales. Su magia no alcanzaba para cambiar de parecer a dos enamorados locos y tan diferentes como el agua y el fuego. Aún así no consentiría tal unión o vínculo sexual entre ambos  “El tiempo hará su tarea”, pensó.
Cuando el padre de las muchachas elfas murió accidentalmente, la hermana mayor de ojos almendrados, Lilith, proclamóse reina del reino élfico de las Tres Lunas. Ursula tomó el rango de Duquesa en la corte.
Mientras Lilith solucionaba con sórdido aburrimiento algunos problemas de estado, la Duquesa atrevida, pero a la vez pudorosamente inocente gemía de placer en su alcoba dorada, al lado del lacayo de hábiles manos. La reina élfica, por muchos conjuros y hechizos aprendidos no podía ver aquel acto deshonroso, pero a la vez puramente comprensible de su hermana. Para ella sería una provocación: ella, que todo lo podía tener y conseguir , menos estar a solas y follarse al hombre que se le antojara, que en aquellos momentos era aquel esquivo lacayo que hacia caso omiso a sus mirada.
 Tres furtivos años después de que la joven Lilith entrara como Reina, se produjo “La rebelión” ; los humanos que convivían subordinadamente con los elfos dieron aviso de comenzar una guerra para independizarse, pero aquella que de verdad querían era el orbe que contenía el secreto de longevidad y eterna juventud de la cual disfrutaban aquellos seres altos, de piel tersa, sin arrugas y ojos con forma de almendra largueta.  La raza humana era corrosivamente avariciosa, lascivamente pasional e incontrolada en cuanto a deseos imposibles y en aquel caso, su fin era no envejecer y desordenar las leyes de la vida humana y su ciclo.
Lorentz fue uno de los activamente participantes en “La rebelión” y posteriormente proclamado como general al haber entablado tanta relación con la hermana de la reina. Era un secreto proclamado a voces muy criticado por muchos.
Aquel buen mozo quería conocer el secreto y compartirlo con los suyos; quería estar ante todo con la Duquesa Ursula y si bien “La rebelión”  los había separado la posesión del orbe, símbolo de longevidad podía acercarlo más hacia aquella elfa de pelo amarillo y sonrisa de blanca luna, podría envejecer paulatinamente con ella, sin necesidad de morir viejo en sus brazos aún jóvenes. Después de conseguir aquel orbe escaparían hacia una tierra sin leyes ni razas, un paraíso utópico, donde vivirían hasta cansarse el uno del otro.
Fueron muchas las emboscadas que preparó el ejército del ahora sir Lorentz para conseguir ese bien tan ansiado, símbolo de la avaricia humana; varias fueron abortadas debido a la complejidad de la misión.
La Duquesa elfa, Ursula estaba dispuesta por todos los medios y fines posibles (incluso la muerte) de ayudar a sir Lorentz y el propósito de su ejército  en conseguir el orbe; si bien esa traición a su raza estaba justificada según ella ya que odiaba a su hermana, a la propia reina , por manejarla como un títere así como por estar junto al humano que amaba y que no veía desde que se produjo el golpe. Cualquier orden que le diera sir Lorentz a favor de su ejército y a interés humano, seria obedecida sin replanteamientos ni remordimientos por traición a su raza.
Una tarde de tormenta enfadada fue decisiva, era como si las fuerzas de la naturaleza descubrieran la tragedia posteriormente acontecida. Aquel humano valiente agrupó a su ejercito a las puertas del castillo de aquella elfa caprichosa, dispuesto a conseguir su cometido o morir intentándolo.
La reina al ver arribar a aquel ejército presidido por ese hombre esquivo comenzó a conjurar y cambiar el paisaje a su antojo; sabia que aquel hombre quería encarase con ella, por eso mando a un criado suyo llamado Viktor que le entregó un mensaje  de parte de la Reina. Sir Lorentz, persuadido por el contenido del mensaje, subió al castillo escoltado por el criado servil, le condujo a una amplia y blanca habitación del edificio donde se encontraba por un lado, la Duquesa Úrsula, en una pequeña jaula de barras de hierro, en otro rincón aquel orbe ansiado por su raza.
-Tus dos debilidades en esta vida, pues bien...en este punto las tienes ante tus ojos, juntas en una habitación, casi a alcance tuyo. Tendrás que elegir: o el amor de tu vida, el cual te verá envejecer rápidamente o aquel objeto de mi raza, que ansías que te hará vivir más largamente. Como ves soy bastante generosa.
Su ego le pedía a Ursula, pero su sentido común el orbe...pero ¿qué más le daba el orbe si no lo podía disfrutar con aquella personita? En este punto descubrió la avaricia humana y la imposibilidad absoluta de estar con el amor de su vida, que seria rechazada por los de su raza.
Reflexionó sobre el fin de su empresa y decidió despedirse de la bella elfa.
- Es lo mejor pequeña, sería un sufrimiento y nos cansaríamos, somos muy diferentes y es del todo imposible, créeme. Te querré siempre. Vive tu vida plenamente y no me recuerdes si no es con una sonrisa. Te mereces lo mejor- besó por última vez aquella mano suave y delicada, sabiendo que su elección era la correcta.
- Somos lo que nos ha tocado. Una corta vida feliz es mejor que una eternidad de odio y maldad.- dirigiose hacia la estupefacta reina.
Y dándose la vuelta, dando la espalda a aquellos bienes tan ansiados por el, bajó lentamente las escaleras, pensando en el discurso que pronunciaría ante su ejercito con el fin de convencerles de que no era lícito cambiar las leyes que regían sus vidas humanas. Estaba en manos de todos vivirlas plenamente, sin necesidad  de vivir una eternidad.


 Blanca

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