15/12/11

La tejedora gitana (Blanca)

He aquí Carathis, la Tejedora. A tu marido le gusta subir al piso de las mujeres y sentarse por las noches a ver tu labor, pero tú y yo sabemos, sólo es así porque nunca has levantado los ojos de ello para mirarlo. La sombra de tus pestañas, el arrebol natural de tus mejillas altas como de un busto noble son exquisitas, sí, como una de tus manufacturas, con las voces de los dioses guiando tus manos. Me siento privilegiada porque a mí sí me regalas tu mirada, y fueron tus manos sabias las que me devolvieron a la vida cuando me recogisteis perdida en una playa.
Días tras noche, noche tras día, Carathis, hilvanas bellos sueños y tejes toda clase de cosas que posteriormente tu marido se encarga de vender: vestidos, paños, mantelería, gasas finas y stolas, prendas de abrigo y demás. Tus prendas tienen mucha fama en esa villa y las colindantes, y son muy apreciadas. Pero con lo que verdaderamente disfrutas, yo lo sé, es con los tapices. Podría compararse a la labor de un poeta, de un escultor o un pintor, pero nadie lo haría. Porque tu vida, Carathis, es una vida secreta, crecida a la sombra, como las pálidas flores que se abren paso a la luz por entre las junturas de la piedra. Tu marido es el niño que se extraña del fenómeno, arranca la flor para llevársela a su madre, tal vez así le prepare unos dulces como los de la última vez, y en un cazo con agua escasa cada vez más turbia y menguada la flor antes divina en su tálamo íntimo de la vida triunfante languidece hasta morir. Él se guarece a tu sombra como en una tarde verano tórrida: eres su refrigerio, su reposo, y le fascinas porque no te entiende.
Pero yo Carathis, sí te entiendo. Largo tiempo te debí haber buscado antes de aparecer en esa bendita playa, peor no lo sabía. ¡Pero dices que debo irme! ¿Cómo no voy a reír? Eres ingenua. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo que tu marido me pide por tenerme aquí y crees acaso, que yo no me entregaría él sólo por estar junto a ti? He visto el fuego del amor arder en sus ojos por mí, como no lo hace por ti. El equilibrio empieza ahora, que fuerzas inconmensurables van a chocar. Tejedora:
Estamos en tus manos.




-Ven a mis brazos hija, te contaré un cuento que nos hará pasar esta noche de tormenta:
“A la niña Cartharis le gusta reír, así como jugar con sus muñecas de trapo sucio en el patio de casa de sus padres. La niña de ojos rasgados y piel morena disfruta viendo a su madre bordar dotes de boda, aquellos ropajes blancos, inmaculados, virginales.
Catharis vive los trágicos sucesos de la persecución musulmana por los Reyes católicos en la mágica e inmortal Granada del siglo XV. Sus padres y antepasados son musulmanes, pero ella nace morisca, una bella gitana de ojos claros y piel oscura.
Cada año participa en la recogida de olivas y uva desde bien pequeñita; nace fuerte y vigorosa, capaz de soportar obstáculos. Va a la escuela, le gusta leer leyendas míticas, las que más le gustan están en Las mil y una noches. No tiene amigos ni hermanos, ama a su madre más que a su vida, pero a la edad de 9 años, ésta muere a causa de unas fiebres y la niña gitana decide no decir palabra alguna el resto de su vida.
La niña gitana es solitaria, melancólica y silenciosa como una gata mansa; cuando se queda sin madre, más aún lo fue. Su mudez no resulta un problema para su padre, pues tenia poca comunicación con éste. Aprende a escuchar a la gente, a observar como cazador avizor a su presa. Le gusta escribir en su cuaderno las cosas que le suceden. Tiene el hábito de escaparse de casa muchas veces para ver el fabuloso atardecer que le ofrece la imperiosa ciudad andaluza, en cualquier paraje, lejos de las cuatro paredes de su ya muy vista casa de adobe blanco. Por las estrechas calles de Granada anda la niña morena, muchas veces dirección al Alhambra, aquel monumento reciente que la acoge como una hija, se puede pasar horas contemplándolo.
Como posee el don de la escucha, muchas personas ajenas a ella le cuentan sus tribulaciones, así como historias heroicas o cuentos infantiles.
Aprende a canalizar sus sentimientos gracias al antiguo arte del bordado que le inculca su querida madre, así como con gestos corporales y a su poderosa e hipnótica mirada de gitana astuta. La noche es su amiga, la luna, su hermana; se siente más hermosa al contemplarla cuando ésta está redonda como sus pupilas...aquel punto blanco en el oscuro cielo que irradiaba luz y que hacía madurar los tomates de su pequeño huerto.
Muchos musulmanes en aquella época son asesinados al no querer convertirse al cristianismo gracias a la indulgente política que implantan los nuevos Reyes de Castilla y Aragón. Pero la decadencia de imperio musulmán deja enorme huella en la última ciudad sin conquistar: la bella Granada. Vecinos de la niña gitana de ojos claros son ejecutados a causa de la inquisición implantada desde escaso tiempo.
Van pasando los años, raudos como lince feroz. A la edad de 14 años, Catharis ya es una mujer; su padre la casa con el primer hombre que pide su mano: un mercader de manufacturas del gremio textil de la misma Granada, un hombre de unos 30 años, es amable y aparentemente bueno que se preocupaba de sus trabajadoras, apasionado por su trabajo, parece solo que vive para ello; es sumamente ambicioso y la avaricia corre por sus venas.
A la niña gitana de ojos claros no le atrae, pero la voluntad de su padre es mucho más fuerte que ella, así que como mujer sumisa, acepta sin remedio aquel casamiento concertado.
Catharis trabaja con empeño y silenciosa sumisión en el taller de su marido, en un edificio de piedra antigua siendo decisión más de ella que del hombre de bigote. La muchacha crea todo tipo de manteles preciosamente bordados con esmero, mantillas cristianas con precisas flores rojas como sus labios, velos ligeros para el cabello, así como lo que más le gusta: los tapices, una especie de cuadros que sirven para adornar las blancas paredes de su casa granadina. Es una artista en esta competencia, tiene algo innato dentro de ella que la hace crear verdaderas obras dignas de admiración. Poco a poco se gana el respeto de las otras trabajadoras del taller siendo( con algunas dificultades por su mudez) la coordinación del grupo de mujeres, también gracias a su condición de esposa del dueño. Sus productos los disfrutan los nobles de aquel antiguo reino musulmán, así como el clero.
Su marido controla la distribución así como el precio de la venta de sus obras de arte, también el de las compañeras, claro; pero el trabajo de la niña gitana es sublime, enseña a otras sus capacidades, no mas bien con palabras sino con gestos corporales, pues no todos conocen el lenguaje que produce con manos divinas, su medio de comunicación. Su marido aprende poco a poco a comunicarse minimamente  con este método, la mudez de la gitana morena no resulta un problema para él, pues ya sabia antes de casarse con ella su carencia. Éste no valora la belleza de las maravillas celestiales que salen en su propio taller de las finas manos de la gitana muda, para él solo es un producto, que tiene un precio en el mercado, un mero objeto que se resume a dinero sonante, aquella musiquilla de monedas chocando es música para sus oídos, de ello se deriva  su avaricia y ambición que lo mueve a tener más que los demás.
El negocio prospera y el matrimonio puede disfrutar de algunos lujos que la mayoría carecen; parecen una pareja muy normal e incluso envidiable, pero ninguna pareja es perfecta y menos siendo un matrimonio concertado.
-Tranquila chiquilla, te trataré bien- son las primeras palabras del hombre de bigote agudo que tiene por esposo. Es un buen hombre. No lo puede odiar. Pero hay algo en él que a la niña le desconcierta, siendo esquiva y algo distante muchas veces. En realidad, la gitana es así de desconfiada, le cuesta sobremanera coger confianza con apenas un desconocido.
Cuando cae la noche en sus cabezas morenas, la niña tiembla de pudor y miedo, sabe que tiene que aceptar y acceder a las obligaciones conyugales, es decir, concebir hijos sanos y fuertes que serán la alegría de la casa. Afronta ese acto como una especie de sumisión al hombre inculcada desde su más tierna infancia.
Pasan los meses y son muchos los intentos de poder concebir, pero no se produce el milagro esperado; para la gitana muda su mayor deseo es ser madre, dar la vida por un hijo ¡qué sacrificio digno de admiración! Con la obsesión de que es su culpa, de que es más yerma que un desierto solitario, se sume en una triste  depresión , siendo así más melancólica de lo que antes podría ser. Siguen sus escapadas hacia el Alambra y le pide a Dios para concebir un retoño que le arranque una sonrisa en su moreno rostro, pero por más súplicas y rezos que haga de rodilla, parece como  una condena que tiene que asumir, el hecho de no saber lo que es ser madre, no notará crecer dentro de ella otra vida. El marido de bigote agudo, consciente de la situación, se aleja paulatinamente de ella, pero a ésta no parece preocuparle mucho.
Pasan los días, los meses y luego los años, lentos, rutinarios. Se divierte de vez en cuando en el piso de mujeres, enseña a alguna novata concentrando todos sus ánimos en el arte del tejer y bordar, sentada siempre en aquella silla de madera vieja y esparto. Su marido la persuade para que deje de trabajar: “No es necesario, Catharis, eres mi esposa y yo el dueño“, pero la gitana muda hace oídos sordos; se siente como una trabajadora más, quiere sentirse productiva.
 El marido espía a veces su labor, pero no entiende la magia que esconde la gitana en su clara mirada “Parece un personaje mágico”, piensa.
Un domingo de verano, cuando el sol quema como fuego voraz las alas de las gaviotas migratorias, el matrimonio pasea por una playa solitaria, sintiendo la suavidad y blancura de la arena bajo sus pies. De pronto la muchacha morisca descubre a una mujer tumbada boca abajo, con la premonición de que un suceso terrible que va a suceder; corre hacia ella, su instinto la guía hacia ella, se siente como atraída por la chica de cortos cabellos y esbelta figura. La toca. No responde. Controla su pulso. No está muerta, quizás si inconsciente. Parece haber sido víctima de una paliza, pues tiene las muñecas enrojecidas y un ojo morado.
Decide gracias al consentimiento de su marido de llevarla a su casa, de cuidarla hasta que se mejore, pues seria un acto cruel y despiadado dejarla en ese estado en aquella solitaria playa granadina.
Es Catharis  quien cuida a aquella muchacha de más o menos su misma edad, unos veinte años. Es preciosa, piensa. Su piel es pálida y tibia, su cabello corto y liso y millones de pecas inundan la blancura de su piel. Tarda dos semanas en reponerse de aquella paliza. Cuando el marido de la gitana le pregunta como ha llegado hasta allí, la muchacha pálida solo acierta a responder:
-Mi marido me pegó, creyó que le era infiel y me abandonó en aquella playa- no hacen más preguntas y ella no da más explicaciones. Esta a salvo y vuelve a nacer, eso es lo importante, piensa.
Se llama Eloisa, es la esposa abandonada de un carpintero. No tiene hijos. Le gusta bailar la danza del vientre en la cocina de su casa, cuando prepara la comida. A escondidas juega al tarot y también a adivinar el futuro de la gente con solo observar la palma de su mano, le gusta jugar a ser bruja.
De momento, se aloja en la casa del matrimonio. Para poder ayudarla, Catharis le enseña el arte de tejer como las demás trabajadoras del taller y para comunicarse con ella, poco a poco le enseña el lenguaje de signos de sus finas manos. La dos mujeres se toman un cariño misterioso, como el dos hermanas pero sin serlo. La gitana muda vuelve a reír y aleja el triste recuerdo de su infertilidad. El marido fiel, se alegra, todo es perfecto.
La niña Eloisa le enseña a su nueva amiga el arte de la danza como medio para expresar emociones, así como a preparar nuevas recetas de cocina que encantan al marido de ésta.
Trabajan las dos juntas, una de maestra y otra de aprendiz. Se atraen mutuamente, porque cada una sufre por un lado diferente, porque se complementan como anillo al dedo, porque son dos mujeres valientes capaces de comerse el mundo a bocados.
Pasan los meses y Eloisa decide irse a vivir a otra casa, cerca de la de su gran amiga; son muchas las tardes en las que después del trabajo se escapan al Alhambra a pasear y a recorrer las calles de la mágica Granada, enamoradas de la heroica ciudad.
El marido de bigote agudo se siente atraído por aquella misteriosa joven de pecas en el rostro, ve en ella todo lo que su mujer no le daría nunca: conversación y descendencia.
El marido fiel las espía, las ve reír, jugar como dos niñas con un juguete nuevo; las ve bailar aquella danza antigua y erótica que lo hace enloquecer  en la cocina de su casa mientras preparan el pan y beben vino tinto de la vendimia.
Muchas veces el marido de la gitana se insinúa a la niña pecosa, pero ésta está tan pendiente de su gran amiga muda que no se da apenas cuenta. Aquellas dos mujeres tocándose los cuerpos jóvenes, bellos, le produce un éxtasis inédito. Son como dos niñas inocententes, sin culpa de lo que les está ocurriendo: el cariño es mutuo, se aman como el sol al amanecer y la noche al ocaso. El hombre en aquel punto, parece sobrar. Pero no va a ser así, ni mucho menos.
Con la consciencia de que puede ser quemada, Eloisa practica sus artes de pequeña adivina con las mujeres del taller, éstas se sienten curiosas de las habilidades de la nueva trabajadora y deciden probar como si fuera un juego de niñas. Son muchas las manos trabajadoras las que observa la joven Eloisa, investigándolas, adivinándoles el futuro y el pasado, su estado emotivo actual con  solo concentrándose y recordar las lecciones de su abuela. También juega con las cartas adivinas, esas que compró a escondidas. Sabe el futuro de su gran amor, la gitana muda. Pero no lo dirá.
Pasan las semanas y la obsesión que siente el antiguo marido fiel por Eloisa crece por momentos; le propone criar a los hijos que nunca tendría con la gitana morena. Su mayor ilusión, al igual que la de Catharis, es tener un hijo al que cuidar y dar la vida. Pero no la quiere traicionar. La ama a ella. Solo estaría unido al hombre flaco por un hijo ¡ menudo vínculo frío si no es derivado del amor!
Pero Catharis, sabiendo el deseo de su amor, con pena acepta y da su consentimiento a su propio marido y a la bailarina de vientre fértil a concebir un hijo que será la su alegría y anhelo.
Muchas son las noches que pasan su gran amor y su marido juntos en una alcoba, mientras la tejedora muda se queda en el piso de mujeres, llorando triste, no por traición, sino por rabia de no ser su marido.
- Catharis, te prometo que cuando me quede en estado, nos escaparemos juntas, lo cuidaremos las dos y será nuestra alegría.- esas son las palabras de Eloisa con vergüenza y culpa de tener que hacer ese acto con una persona que no ama, que solo es un objeto válido para sus fines.
Y el milagro de la vida se produce. Eloisa sabe que está embarazada y con entusiasmo comparte el descubrimiento con la tejedora gitana; pero estas dos nada dicen al mercader.
Ahora es un objeto inservible. Pero no lo podrán ocultar por mucho tiempo.
De pronto, sucede un imprevisto:  una boca indiscreta advierte a la ley y el orden de aquella época que la mujer del mercader practica brujería, una traidora del taller o una espía con tiempo libre y ansia de sangre.
Dos golpes sordos tocan la puerta del taller. La algarabía se produce entre las mujeres. Avisan de la nueva. Nadie abre de momento. Eloisa se agarra el vientre , sabe lo que sucederá. A la muchacha gitana, su gran amor solo la observa cinco segundo para comprender lo que sucede, sin necesidad de enterarse por terceras personas. Está decidida, la salvará, se hará pasar por culpable del delito de brujería que ha cometido Eloisa.
Ésta se da cuenta del sacrificio que va a cometer por ella, de la grave injusticia que se cometería.
-Catharis, amor mío, no lo hagas, yo soy la culpable- le dice entre gestos manuales, para que las otras no la entiendan.
- Tu tienes ahí dentro un hijo...esto no es el fin, seguiré estando viva mientras me recuerdes, mientras tu hijo sepa quién fui. Cuídate mucho, Eloisa. Te quiero.- le contesta ella de la misma forma.
- ¡Mujeres, abrid!-  gritan desde la puerta.
Sellan su amor infinito con un beso que acalla a las trabajadoras al instante.
La gitana muda se entrega para que la quemen por un delito de brujería en la plaza, esa misma tarde. Se entrega por un acto de amor, su naturaleza así lo decide.
Cuando las llamas devoran los velos, mantillas y ropajes, manualmente bordados por aquella artista, el fuego voraz acaricia su piel como olas al chocar con las rocas de los acantilados. Toda ella se convierte en una antorcha viviente y produce con pequeños movimientos la última danza de vientre enseñada por la mujer que en esos momentos debería estar en su lugar.
.¡¡Bruja!!- gritan desde tierra.
De pronto, la bailarina de fuego, en plena agonía, concentra fuerzas para decir con su boca la primera palabra que dirá después de 11 años de silencio y la última antes de morir: “Eloisa”, susurra débilmente. Y con el dulce sabor de aquella palabra, con el recuerdo de su gran amor por el cual ha dado la vida, muere.
El marido se alegra porque así estará con Eloisa a solas.
La muchacha pecosa da a luz después de ocho meses a una niña preciosa, la cual, es el vivo recuerdo de aquella tejedora gitana que dio la vida por ella, la muda que se sacrificó por puro amor.”
- ¿Te ha gustado, Catharis?- preguntó la madre a la niña de 10 años de mirada verde esperanza.
La niña de pelo rizado, se quedó pensativa, preguntándose cual seria la relación exacta entre tanta coincidencia de nombres.
Blanca

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