26/2/12

Monógamo (Blanca)

Inglaterra- 1847

Y por fin había llegado el día que esperaba ansiosa.
El vestido me parecía precioso, blanco, inmaculado, de encaje en las puntas de las mangas, la falda, el cuello y el velo.
Se había elegido la fecha de la boda a las tres semanas de que el señor Rochester me pidiera sorprendentemente, matrimonio.
Y de pronto me encontraba allí, ejerciendo de institutriz; quien me lo iba a decir cuando entré a Thornfiled, hace aproximadamente seis meses.
Y esta mañana hacía un sol estupendo, en pleno mes de marzo, mes donde la primavera renace para mostrarnos su esplendor y magnificencia.
Parecía que el señor Rochester tenía prisa por casarse conmigo, no sé porqué me dio esa impresión, la forma en que me cogió de la mano y juntos casi corrimos hasta la capilla más cercana, donde en ésta (un tanto pequeña, pero muy acogedora) solo nos encontrábamos él, yo y el cura que nos iba a unir durante toda la vida, aún me produce algo de vértigo pensarlo, pero es lo que quiero con todo mi corazón.
Ese día estaba serio e introspectivo, más de lo normal, pero hice caso omiso a su estado anímico, muchas veces lo encontraba en ese estado huraño y ya me había acostumbrado.
Y en la ceremonia no paraba de desviar la mirada de la mía y cuando me miraba con esa mirada clara y directa, me abrasaba el velo que tenía entre su cara y la mía, me entraba un amago de escalofrío.
- Aquí estamos reunidos para asistir al matrimonio de esta joven pareja que quiere unirse libremente(…).
Y así siguió con su monserga durante quince minutos, a lo cual el señor Rochester, cansado y ansioso, como si tuviera prisa de quitárselo de vista, le dijo:
- Por favor, ¿puede acabar ya?.
El cura se quedó unos segundos atónito, sin saber qué decir y sin pensárselo más, prosiguió:
- Edward Fairfax Rochester, quiere usted…
Y una voz a lo lejos interrumpió la ceremonia y di un respingo, pero creo que no fui la única.
- La ceremonia se debe cancelar inmediatamente.- me giré y allí estaba, un hombre desconocido, el cual podía arruinar mi felicidad.
-Proceda- ordenó el señor Rochester al cura atónito.
Pero el aludido hizo casi omiso de su orden y escuchó, tan atónito como yo lo estaba, las palabras de ese hombre desconocido que iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos.
- Este hombre está casado con mi hermana, Bertha Mason, desde hace quince años y la ley le prohíbe casarse por segunda vez. Tengo una copia del documento original donde se ve reflejado. Ella vive en Thonrfileld, donde habita el señor Rochester y esta señorita.
El intruso era el hermano de la mujer del señor Rochester, el cual cegado por la ira del momento corrió hacia él con motivo de estrangularlo allí mismo, y por unos segundos creí que de verdad lo iba a matar. Yo me quedé quieta, sin poder mover un solo músculo, asimilando las palabras de aquel desconocido para mí.
- ¡Te mataré, te mataré!- gritaba encolerizado el señor Rochester.
El cura, escandalizado, corrió a resolver el conflicto, a separarles como buenamente, el hombre podía y dio resultado pues la algarabía disminuyó de intensidad, hasta que el señor Rochester, lo soltó de repente y una vez quieto, dijo:
- Esta mujer no sabía nada, pero no se percató que había caído en la trampa de un mentiroso y estafador. ¿Queréis ver a mi esposa legítima? Acompañadme- dijo esto mientras avanzaba hacia mí y me cogía de la mano con más fuerza que antes, lo cual me asusté sobremanera, ya no de su fuerza, sino de lo que me podía encontrar.
Y al llegar a la mansión Thonrfield, nos dirigió al ático, donde una vieja mujer le prestó las llaves indicándole algunas precauciones, que ahora no recuerdo bien. La habitación no tenía muebles y la ventana estaba vallada con tablas de madera, a través de ella se filtraban tenues rayos de sol.
Y en un rincón de la estancia estaba ella, vestida casi con trapos, con mirada asesina y rascándose el brazo ansiosamente, su melena le llegaba por los muslos. Tenía el aspecto de una loca y eso era lo que era, pues más tarde me lo confirmó el señor Rochester.
Cuando me vio me escupió lascivamente y de repente, empezó  gritar y a pegar al señor Rochester con toda su ansia, el sentimiento de miedo fue tan grande que me es imposible compararlo a algo que me hubiera sucedido con anterioridad; yo ya había visto suficiente y me retiré sin pensarlo dos veces, corriendo hacia mi alcoba, donde sin ayuda de nadie conseguí liberarme de aquel traje inmaculado y a la vez ahora repudiado por la mentira y el engaño del señor Rochester.
Aquella noche la en vela y cuando salí a por un vaso de agua, lo vi en el pasillo, con un candelabro como única luz, y las velas en el ocaso de su existencia.
- Jane, déjame explicártelo- pausa larga- sé que merezco el infierno por la crueldad de omitírtelo… pero ven, vayamos a la sala.
Pero esta vez, claro está, no le dejé que me cogiera de la mano como a una niña pequeña y me llevara a razón de su voluntad. Y seria y firme como nunca lo había estado, fui yo la que lo guié a él, el cual se mostraba preocupado y muy, muy cansado.
Nos sentamos en el salón, uno delante de otro. El señor Rochester encendió el fuego, lentamente y tras mirar fijamente las llamas, como meditando en lo que iba a decir, hablo (yo lo esperaba tranquila):
- Te contaré mi historia, Jane. Hace quince años, mi padre me casó mediante un matrimonio de conveniencia con una mujer, la cual apenas había  visto tres veces, más que nada la eligió por su fortuna. De continuo, su temperamento era volátil y cambiante y tenía brotes de ira… estuve conviviendo con ella cuatro años, pero sus vicio y brotes de ira-suicidas iban aumentando exponencialmente, hasta que se le diagnosticó que estaba demente. ¿Has vito un manicomio, Jane?.
- No, señor Rochester.- contesté.
- Es un lugar dantesco, a los enfermos los tienen encerrados como a bestias en jaulas minúsculas, no podía dormir por la noches sabiendo que estaba en tal penosa situación. Al menos la liberé de eso; desde entonces la custodia una vieja criada, en el ático de la casa… Estaba encadenado a ella de por vida, ni siquiera la ley podía liberarme.
- Todas esas voces a la noche.. El incendio! Lo más doloroso, base señor, es que me compadezco de usted, que siento pena- dije atando cabos.
- Ella, pero no quise decirte nada, claramente. Ahora ya sabes mi situación; no quiero que sientas pena por mi, tu me amas Jane.
- Eso ahora no importa. Todo ha cambiado desde esta mañana, debo dejarlo, señor. Además qué me puedo esperar de usted, si me ha estado engañando. Póngase en mi situación.
- Lo esencial no ha cambiado, Jane. Sé mi esposa.
- ¡Usted ya tiene esposa!
- ¿Preferirías volverme loco a romper una simple ley humana? ¿A quién ofenderías viviendo conmigo?.
- A mí misma, señor.




España, 2009
Bueno, ya he leído suficiente por esta noche; no puedo creer que este libro se ponga cada vez más y más interesante… Me siento muy identificada con la personalidad de la protagonista. Pero, como he dicho, mañana más, estoy que me caigo del sueño.
Y viene mi madre a desearme buenas noches.

18/2/12

Monógamo (Esther)

- Puto mariconazo de mierda - le escupo a la cara mientras me succiona toda la lefa que gotea de mi polla. El chapero esta de cuclillas, hundiendo su cabeza en mi pubis. Yo le sostengo la chola, ahogándolo con mi polla aún tiesa. Tengo para otro asalto más. Me siento lleno de energía y aún estoy rellenando el depósito de nuevo. Quiero rociarlo. Esta vez lo tumbo en el asiento trasero del coche, tengo que follármelo como es debido. Le bajo los pantalones y los gallumbos cagados que me lleva y le abro su estrecho ojete de sarasa con mi verga. Le arreo unas cuantas sacudidas de lo más violentas - ¡Te gusta esto cacho cabrón!. Si te gusta, ¡eh!, ¡eh!, ¡eh!- le digo a gritos. Le agarro de su coleta de hippie mierdoso, obligándole a arquear la espalda y remato la faena. Me corro a mares. Maldito puto, sabe que me vuelve loco.

Me quito de encima suyo y este empieza a vestirse con rapidez. En este juego, él me tiene respeto y miedo. Es una mezcla picante y a la vez espantosa. Se coloca los calzoncillos y los pantalones a la vez. Le tiro a patadas del coche, antes de que me moje los asientos de cuero con el semen que le gotea del pandero. Se le forma un círculo viscoso en los vaqueros. Repugnante. Saco los 90 pavos de la billetera y se los paso por la ventana del coche. Él ya conoce la marcha, le toca andar hasta su zona y dejarme tranquilo en mi coche. Me guiña un ojo y se pira. Sabe que lo llamaré pronto. Pufff... ya noto la necesidad de clavársela una vez más.

Salgo del coche en bolas y dejo que el frío me atice un rato. Me quedo fuera hasta que no siento ni las piernas ni los brazos. El pulso se ralentiza y me siento más calmado. Entonces entro en el Mercedes y me siento frente al volante. Saco unas toallitas húmedas de la guantera y me limpió el pene con precisión. Bajo el prepucio del todo y paso con delicadeza la toallita por el glande, quitando los restos de esperma. Después me visto y me quedo sentado, con las manos sobre el volante, pero sin poner en marcha el coche. No se si volver a casa o pasar la noche en ese emponzoñado descampado.

¿Por que cojones hago esto?. Llevo meses acostándome con Joe (el chapero) y si no es Joe, es alguno de sus amigos. Putos yonkis depravados. Por 10 euros te hacen de todo. Uno me dejo hasta cagarle en la boca. No es que me ponga esa asquerosidad, mientras le cagaba tuve que aguantarme el potado, que sentía que subía y bajaba por mi garganta. Pero seguro que le hubiera gustado. Jodidos maricas, a estos les gusta de todo.¿Es que no tienen orgullo?.

Enciendo el motor del coche y me meto en la carretera. A penas hay coches por la autovía. Me siento extrañamente relajado y a la vez confuso. Quiero llamar a Joe, a Carlos y a Mario. Quiero sodomizarlos a la vez. Sentir que son mis esclavos. Pasarla de culo a boca, de uno a uno. Humillarlos, vejarlos, denigrarlos... quiero sentir mi poder sobre ellos. Pasarles los billetes de 100 por delante de la cara y obligarles a que me coman el culo para conseguirlos, acto seguido pegarles una paliza, destrozarles por convertirme en lo que yo no soy. Lloro, lloro de angustia y desesperación. Paro el coche en un lateral de la carretera y vomito a raudales. Hundo mi cabeza entre mis rodillas y escupo bilis. Ya no me queda nada en el estómago.

Vuelvo a casa, con los críos y Marlene. Marlene ha preparado la cena, fritos, como no. La casa tiene un pestazo imperdonable. Siento que voy a devolver de nuevo. Luego a la foca rubia esta le extraña que se esté poniendo como una vaca. Se pasa todo el puñetero día preguntándome si esta guapa, si sigo viéndola tan atractiva como cuando la conocí, si la veo bien aunque haya engordado unos “pocos” kilos... Me da asco. Esta incompleta, le sobran y le faltan cosas. Antes era una tía de la que me gustaba presumir, ahora la escondo, como a un puto mono de feria. No me gusta que me vean con ella por la calle y los putos niños, unos maleducados. Buahhh... tenía unas tetas enormes, totalmente firmes y turgentes. Pero cuando llegaron los gemelos se le quedaron dos colgajos deprimentes. Y no hablemos de su culo. Madre mía, eso era el paraíso. La de coca que esnife en su raja. Ahora es pura celulitis y granos. ¿Como puede tener granos con cuarenta y dos años?. Se esta poniendo tremenda.

- Hola cariño - asoma su cabeza desde la cocina. Va con una bata a cuadros y los rulos esos de plástico rosa - ¿que tal ha ido el día?, ¿te gusto la lasagne de verduras?. La receta me la dio Isabel el otro día, cuando estuve en la manicura - me dice con su insoportable voz chillona.

- Si, estaba muy buena. Aunque la prefiero con carne. Parecía comida para gordos en dieta.

- ¿Me has traído el tupper? -me dice decepcionada - Es que tengo que guardar unas croquetas que he preparado esta tarde. Son de bacon - me dice justificándose.

- Me lo he dejado en el coche. Bajo en un momento - Digo saliendo corriendo de esa casa de la fritanga.

Me meto en el ascensor y veo que me he manchado la camisa con vomito. Una de mis mejores camisas. Golpeo el cristal del ascensor, y solo consigo hacerme daño en los puños. Soy un débil. Una nenaza. Ya me lo decía mi padre: “Hijo, jamás llegarás lejos con esa actitud de niña. Debes de ser más duro. Eres un hombre y tienes un apellido del cual te tienes que hacer respetar”. Y yo solo sabía lloriquear por que él no comprendía que quisiera ser actor. “Ese es un mundo de vicio. Todos putos gays. ¿Quieres ser como ellos?”. Mierda... que hago pensando en esta mierda. ¡Mierda!, ¡mierda! y ¡mierda!. Estoy acabado, pienso.

Salgo a la calle. He dejado el coche fuera, ni siquiera lo he metido en el garaje. Una pequeña llovizna me moja. Odio la lluvia. Cojo el puto tupper y lo estrello en el suelo. Salto sobre él, hasta reducirlo a trizas.

Subo a casa, dejo mis cosas en la entrada y me siento en el sofá. Marlene ya ha puesto la mesa y acaba de acostar a los petardos de hijos que tenemos.

- ¿Y el tupper? - me pregunta.

- Me lo he dejado en la oficina. Se me había olvidado. El lunes te lo traigo a casa.

- Vaya, que faenón. Lo necesitaba ahora mismo. En fin, no pasa nada. ¿Te sientas en la mesa y cenamos? - me pregunta picoteando  a escondidas.

- No tengo hambre. Creo que me voy a ir a dormir ya. Estoy cansadísimo - le digo levantándome del sofá y dirigiéndome a la habitación. Ella hace amago de darme un beso cuando paso a su lado, pero la esquivo y me meto en el cuarto. Supongo que ahora se tragará toda esa cena sola y después se enfadará consigo misma, por no tener pizca de fuerza de voluntad.

- A mi no me gustan los hombres. Eso lo tengo claro - susurro hundiendo mi cabeza en la almohada. Acto seguido me la meneo pensando en el nuevo que trabaja en el banco, el que esta en la taquilla, un rubio de ojos azules, que tiene un culazo. Me corro en silencio, me limpió en las sábanas. Y ahora, a dormir plácidamente.

Esther

13/2/12

Misterio al amanecer (Blanca)

La noche oscura dejaba un velo intrépido de misterio gélido, el cual subía por las paredes de la casa oscura.

Anne estaba sentada en el escritorio de su difunto padre intentando averiguar el por qué a muchos interrogantes que la mantenían sin uso indebido de cafés, en un estado permanente de vigilia.

Mientras no solucionara ese misterio no dormiría en paz, pues la duda, la incertidumbre y el nerviosismo la mantenían en un estado de ansiedad, convirtiendo su estado anímico en un dolor casi físico. ¿Por qué se lo tomaba tan en serio?

Se había trasladado desde la noticia de la muerte de su padre a la casa en la cual él había habitado desde hacía cinco años. Era una casa acogedora, un pueblo costero alejado del bullicio de la ciudad, la cual, en esos momentos dormía la siesta.

Y en verdad le apetecía estar sola en aquellos momentos: una semana, junto con su gato Lutero y el pasado de su familia por descubrir. Su gato era un ser muy elegante y cariñoso, de pelaje negro azabache y ojos azulados, profundos.

Anne nunca había comprendido porqué su padre había tenido especial desinterés hacia ella, desde bien pequeña; al paso de los años ya lo había asumido, pero siempre pensaba que ella tenía algo que ver, que había hecho alguna cosa para que su padre estuviera así con ella, debía de haber algún motivo, porque con sus demás hermanos los cuales apenas se relacionaba, era bien diferente y se notaba.

La joven era la más pequeña de cuatro hermanos, había sido por suerte o por desgracia la más mimada por todos los familiares, la que más atención había recaudado y por aquello, algunos de sus hermanos, siempre estaban reticentes con ella. Su madre murió cuando ella tenía doce años, cada día la añoraba más, como si de una relación inversamente proporcional se tratara. A los doce años, se convirtió en adulta, siempre habían dicho que era demasiado madura para su edad, tanto para bien como para mal, de hecho en muchos momentos se sentía como una persona de ochenta años y no sabía porqué.

Pero el tema importante de su investigación era el asunto que la ataba con su padre, aquel ser taciturno e impasible, con tantos secretos y misterios ocultos en su interior, imposibles de descifrar.

Nunca ninguna muestra de cariño había recibido de él, o al menos eso recordaba y sabía que los hombres generalmente eran más reacios a expresar sus emociones, pensamientos o sentimientos, pero su padre para ella, siempre fue un misterio oculto, algo que quería descifrar, sin maldad, pero tan lejano e inhóspito que a veces le dolía.

¿Y por qué no ignoraba el asunto de una vez? No era sano pensar en lo mismo hasta el cansancio. Por una temporada, cuando Anne se independizó y se alejó de su presencia casi automáticamente dejaba estar el asunto y la obsesión por no haber conseguido su cariño, la única persona que no había expresado ese cariño hacia ella se calmaba, el problema estaba anestesiado. Quizás, si le hubiera comentado ese asunto a otra persona, le hubiera parecido una nimiedad de problema, pero para ella era importante.

Había algo para con ella que hacia que su padre la repeliera, y el rechazo no le sentaba nada bien, porque además bien sabía que con otras personas no era así.

Y una vez muerto desde hacía cinco años, volvía el asunto a renacer a su memoria, por ello, quería hacer un estudios de investigación, para averiguar de una vez por todas, cómo era en realidad su padre: fotos, entrevistas, cartas. Todo.

Allí, en aquella casa donde había crecido, en aquel inhóspito pueblo, durante veintidós años de su vida. Volvía para descubrir lo que par ella era un verdadero misterio.

Entró en el despacho de su difunto padre y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, su gato siempre iba detrás de ella, vigilante, atento. Abrió los cajones: notas, carpetas llenas de escritos de su padre. En los estantes, álbumes de fotos ajados y viejos, alrededor de las cuatro paredes, fotos y más fotos de sus padres y hermanos y algunas de él solo, mirando con tez seria hacia ella. Si pudiera averiguar el secreto de sus ojos. Los ojos… el espejo del alma, aquello que decía tanto de una persona.

En aquella habitación siempre lo encontraba, muy pocas veces salía y podía decir que al paso de los años y ahora en el Más Allá, aún encontraba su presencia y no sabía cómo sentirse. Vio también su tocadiscos antiguo, sus trofeos de tenis, las medallas y diplomas de la academia de policía y los numerosos méritos de reconocimiento por sus muchos años de esfuerzo y dedicación al cuerpo de policía.

No podía negar que su padre era un mal hombre, sino al contrario, muchas veces lo adoraba por su forma de ser, solo que para con ella existía un muro inquebrantable que los alejaba a ambos y aunque fueran padre e hija, se sentían como extraños.

Anne sacó un cuaderno, parecía ser una especie de diario: caligrafía levemente torpe inundaba incesante las páginas y páginas de cuaderno, en ellas la voz de su padre resonaba aún firme en su memoria, le gustaba adentrarse en el hilo argumental, pero mencionaba más que nada cosas de trabajo que otra cosa.

Dejó el diario en el escritorio y cogió varios álbumes de fotos: ahí estaba reunida toda la familia: sonrisas alegres, caras raras, inocencia infantil, imágenes borrosas, pelos alocado, vacaciones en el sur, vacaciones en la nieve…

De pronto no llegaba a ninguna conclusión, quizás su padre fuera así con ella siempre y ya está, quizás el misterio tuviera que dejarlo ir, quizás no hubiera solución ¿y si en verdad no era realmente su hija, sino de otro hombre? También podría ser, pero la envidia hacia sus hermanos cuando los trataba de diferente forma aún la sentía. Aprendió a ser, por tanto, como un patito feo para su padre, lo cual no hizo que ella lo odiara, sino que su padre siempre era y sería para Anne un misterio.

Cogió el diario de su padre y salió al porche, para leerlo por enésima vez y estar un poco más cerca de él, como nunca lo había estado antes, tibios y débiles rayos de sol desplegaban su fuerza para dar forma a un nuevo día y no supo porqué pero creyó que su padre la acariciaba.
                                                                      BLANCA

12/2/12

Misterio al amanecer (Esther)


- No te das cuenta que solo quiero que hablemos.

- Y lo hacemos, claro que lo hacemos - eso es lo que siempre me dice, luego sienta su culo en el sofá, se abre una lata de cerveza y un paquete de papas o lo que haya en la despensa en ese momento de gula irrefrenable: latas de sardinas, botes de aceitunas, gusanitos, cacahuetes, nachos, navajas, berberechos, etc. Hablar no sabe, pero comer no para, y se pone la bazofia esa de Misterio al amanecer, una serie lo más aburrida, de policías. Fue un boom a principios de los noventa, rollo Colombo, pero con peores actores incluso. Y después espera a que yo le haga la cena, como la criada que soy para él. Ese es el papel que me ha tocado jugar en esta representación de dos. Antes las cosas no eran así. Nos casamos muy críos, éramos dos enanos sin experiencia en la vida, y menos aún en convivir con otro. Pero no nos importaba, estábamos enamorados, o eso pensábamos. Yo asumí el rol de esposa-madre-amante desde un primer momento y él, el de marido currante-con derecho a perder cualquier interés sobre la susodicha cónyuge, es decir, yo.

- Pero es que no lo ves. No existe comunicación entre nosotros. Nuestro lenguaje se ha reducido a gruñidos y quejas - le digo a gritos. Es la única forma que tengo para captar su atención. Sube el volumen del televisor y gruñe molesto. Ahora todo fluye con normalidad. Esta es nuestra rutina. Hasta esto ha degenerado nuestra relación.

Solo me habla cuando esta contento o le ha ocurrido cualquier gilipollez en el trabajo que cree que me importa. Yo aparento interesarme, pero a veces solo me gustaría arrancarle la cabeza de cuajo a ostias. Le daría tantos golpes hasta desgastar mis puños. Hasta llenar su sucia cara de una película de sangre fresca. 

No me ha podido perdonar la infidelidad que tuve hace un año con nuestro vecino y yo no le he podido perdonar que no me perdone. No era feliz. Sentía que ya no le quería. Todo había llegado demasiado lejos. Éramos como dos extraños que se cruzaban bajo un mismo techo y ni siquiera éramos capaces de dirigirnos la mirada o saludarnos. Y fue así como sucedió. Fue cuestión de una noche. Yo no lo buscaba, pero él apareció. Charlamos, nos reímos y cuando menos me lo esperaba me vi frente al espejo del baño follando. Gozando como no lo hacía en años. Un polvo mágico. De esos que rememoras y te humedeces al completo. Aún siento como sus manos me acariciaron como jamás ha sabido hacerlo ese que babea viendo los anuncios de mujeres en ropa interior. Jamás había hecho algo así, pero sucedió y no me arrepiento. Cierto que el sentimiento de culpa se apoderó de mí durante muchos días, pero era algo que debía de ocurrir. 

Con mi marido no siento nada. Sea lo que sea que hagamos, se convierte en una rutina desagradable. Nada me sorprende de él. Sus torpes manos van directas a mi pecho y de ahí no se mueven. Sus dedos se adaptan al contorno de mis senos y se quedan fijas, con fuerza y precisión. Antes se embadurna la polla con algún aceite de masaje o algún lubricante y me la mete. Nunca ha dedicado tiempo a que yo me excitará, nunca se ha interesado por que yo pudiera correrme. Me la mete, bombea un par de veces, sus quejidos ahogan mis oídos y se corre. En cuestión de segundos me llena de su mierda, se aparta y ronca plácidamente.

- ¿Que has preparado para cenar? - me pregunta sin despegar la mirada del televisor. No es capaz de dirigirme la ni para eso. 

- Nada. Nada hasta que hablemos. Nada hasta que algo cambie aquí.

- ¿Pero que mosca te ha picado hoy?. Estas de lo más estúpida - me dice bajando el volumen de la televisión. Ahora se gira y me habla -¿Que quiere cambiar?. Yo estoy bien así, tú estás bien como estás. ¿Que necesidad tienes de complicar las cosas?.

Me pongo frente a él, tapándole el televisor. Están en anuncios, así que no se queja en exceso, pero no queda mucho para el desenlace de su puñetero serial. Me quito toda la ropa y después le bajo los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas. Me subo sobre él y comienzo a restregar mi pubis sobre su flácido miembro, que en seguida se pone rígido. Me meto mis dedos en la boca y los lamo, para después humedecer mi sexo. Cuando noto que estoy lista, agarro su pene con fuerza, lo sacudo un par de veces, siento como se derrite en mis manos. Su cara se desfigura por las oleadas de placer. Introduzco su verga en mí y comienzo lentamente. Subiendo y bajando, moviendo las caderas. Luego aceleró el ritmo, y siento como me fluye la sangre rápida y caliente. Entonces sube el volumen del televisor. Su jodida serie ha vuelto a comenzar. Y ahí estoy yo, moviéndome frenéticamente sobre él, y él abrazado a mí, gruñendo y mirando la tele. Se corre, junto a la explosión de un coche en la pantalla. Y yo me quedó con la mirada hundida, sin saber realmente porque y que hacer ahora.

A veces crees que puedes solucionar algo de la forma más banal y equivocada posible. Nos agarramos a cualquier posibilidad de cambio o felicidad. No somos conscientes de la mierda que nos rodea y en la mierda en que nos acabamos convirtiendo. C'est la vie.

 Esther

5/2/12

Guantes blancos (Blanca)

<<Italia (Venecia a 1926)
Día de todos los Santos 21:30 h.
Julieta Dei Fiori  y Carlo Benedetti deciden pasar aquel día fúnebre juntos. Hace mucho tiempo que no se han visto por problemas familiares de la mujer de cabello color fuego.
Después de un largo paseo por la cuidad de las calles pluviales con barcas sin velas, deciden cenar en un restaurante no muy lujoso. A Carlo le gusta el brillo de los ojos de la mujer esquiva reflejados en la luna llena, con un tono rojizo leve. Esa noche estaba más guapa que nunca. Carlo era inspector de policía de la zona por donde ésta residía. Ella era hija de un ambicioso comerciante de ultramarinos.
Una vez en el restaurante, el vicioso temperamento de la bella Julieta crea entre ellos una discusión debida al poco cariño que muestra el joven inspector por la muchacha, que se siente sola y desatendida, con el agobio que provoca la protección sobrepasada de unos padres algo antiguos. También escucha rumores sobre la supuesta infidelidad de su compañero, lo cual, crea en ella unos celos inconmensurables.
- Me voy, no aguanto más- dice la mujer haciendo amago de levantarse.
-Sabes bien que no te voy a dejar sola, déjame llevarte a casa.
-Ni lo intentes, o no me volverás a ver más.
Ante esta respuesta, Carlo enmudece. Después de una pausa, añade:
-Tu ganas, pero ten cuidado, ¿me oyes?
La muchacha sale del restaurante olvidándose un guante entre tanta emoción.



23.15h
El pintor de paisajes olvidados, forcejea con ella. Están en su casa. Quiere violarla, que ella le entregue su tesoro más escondido, aunque sea por la fuerza. Pero Julieta es astutamente lista, en un acto reflejo, la muchacha esquiva coge la hoja de afeitar y se e raja el cuello con un corte limpio. A los dos minutos muere definitivamente.
Recoge su ropa, pero en un descuido comprensible se olvida de la otra pareja del guante olvidado anteriormente en el restaurante.>>




-Inspector Benedetti, el informe del crimen, la operación “Sotto” - pidió con tono gravísimo y mirada terrorífica su superior.- ¿Ya han averiguado alguna cosa del asesinato?
Estaban en la comisaría de policía más destacada de Venecia, la ciudad del agua. Su superior en el cuerpo de policía de la ciudad entró por la puerta de su despacho sin tocar con los nudillos ésta. A Carlo se le antojaba el ser más pedante y antipático que jamás hubiera conocido. Pero su comportamiento debería de ser el correcto, pues era su jefe.
Habían pasado dos semanas de aquella noche fatal en la cual cenó con su novia, la misma noche del acontecimiento del crimen de un pintor relativamente conocido que casi siempre pintaba en el mismo puente, el mismo paisaje una y otra vez. Después de aquella fúnebre velada trágica, no había vuelto a ver a Julieta Dei Fiori, ni sabía nada de ella.
- Si, signore Corleone. Pero nos faltará un par de semanas más para aclarar algunos puntos dudosos de la investigación.
Carlo tenía muy claro que la asesina del crimen cometido había sido su compañera, pero no quería, por el gran amor que le tenía “delatarla” y así hacer ver a todos que aquella muchacha despistada y frágil había cometido un crimen lamentable.
El tema de la investigación, el caso “Sotto”, tenía algunos puntos débiles, aunque pareciera lo contrario.
Era evidente (y sólo en la mente de Benedetti estaba confirmado) que la asesina del pintor extraviado cuyo nombre sería una ofensa el pronunciar, era la joven Julieta. Estaba en sus manos delatarla, estaba en sus manos dejarla sin libertad por una buena temporada.
Era evidente que la asesina era ella y solo él lo sabía, claro. Tenía la prueba del guante blanco que se le olvidó en el restaurante y que guardó fielmente al lado de su pecho al salir a los diez minutos y la otra pareja de guante blanco que había encontrado encima de un lienzo donde se dibujaba la silueta de una mujer, con un borrón mal hecho en la esquina inferior derecha, claramente el nombre del dibujante que era imposible identificar ¿Por qué un borrón en el nombre? ¿Sería el asesino del crimen el autor de dicho dibujo algo extraviado?
La silueta de aquella mujer pintada era una silueta algo mal echa que era muy probable que aquel pintor no la hubiera hecho, pues parecía casi el dibujo de un bambino de diez años.
Pero…¿Y si probaba que aquel crimen fue cometido en defensa propia? ¿Cambiarían las cosas? ¿Cómo podía conseguir las pruebas de que su novia cometió aquel asesinato del demonio para defenderse?
Y la pregunta que más le inquietaba: ¿Dónde coño estaba Julieta? ¿Se habría suicidado tras el asesinato? ¿Habríase fugado de la ciudad?¿Cómo podría contactar con ella?… ¿Por qué mierdas no la acompañó hasta su casa?
Un cúmulo de interrogantes sin respuesta revoloteaban día y noche, sin parar en la mente de inspector Benedetti.
Apenas comía o dormía.
¿Qué hacer? Aquel caso que le habían asignado tocaba en lo más hondo sus intereses personales: ¿Justificaba saltarse las leyes el defender a un ser querido estando dentro de la ley?
Salió a comer para despejarse con su compañero de trabajo, quería dejar de pensar aquel tema que lo tenia esclavo.
No había ido a casa de los padres de su novia; pero sabía que ella no estaba en la ciudad  pues a la mañana siguiente del asesinato y de la cena, la última vez que había visto sus ojos hipnóticos encontró una nota en el buzón de su casa que rezaba así:
No me busques, me voy de la ciudad.
No me guardes rencor, los motivos me los reservo, tu no tienes la culpa de nada, créeme.
Espero volverte a ver. Cuídate.
Julieta
Esa misma tarde decidió empezar la búsqueda de Julieta Dei Fiori. Sus padres no habían denunciado su desaparición por extraño que pareciera.
Por las zonas de los alrededores avisó a las autoridades para la “búsqueda y captura” de la muchacha de pelo color fuego.
Pero sabia que la búsqueda no iba a dar resultado… ¿Dónde podía haber ido, sin apenas dinero y sola, una joven de 22 años?
¿Y si le había sucedido alguna cosa? Esa situación lo desesperanzaba.
Quizás lo  único que le tocaba era la espera, la angustiosa espera. Volver a ver su cara, tocar su bello cuerpo salteado de pecas furtivas y olvidar aquel crimen del cual creía ser cómplice era lo único que ansiaba.
El intento de búsqueda de la principal sospechosa( pues muchos en el barrio sabían de la relación del inspector y la hija del tendero y por otra parte la obsesión de un pintor de fama que le había ofrecido a ésta que posara desnuda para él) no dio resultados.
Agentes de la policía veneciana interrogaron a los padres de la principal sospechosa sobre su paradero, pero éstos nada sabían pues Julieta Dei Fiori se había fugado sin avisar y la madre estaba en un estado de ansiedad continuo.
Por otra parte habían muchos rumores que la implicaban y de los cuales Carlo Benedetti solo podía negar o hacerse el indiferente.
La familia del famoso pintor clamaba justicia y evidenciaba la buena conducta del joven como cristiano solitario, negando toda culpa, recriminando que aquel crimen había sido alguna venganza evitando cualquier indicio de culpabilidad hacia su difunta persona.
Al cabo de tres semanas del asesinato, el inspector Carlo decidió ir a visitar a los padres de su Julieta, que apenas lo conocían, pero habían oído hablar mucho de él por boca de la joven de mirada misteriosa.
La madre de Julieta Dei Fiori se había sumido desde la desaparición de su muy querida hija (la misma noche del asesinato) en una opaca depresión de la cual no hacia esfuerzos por recuperarse a pesar de los ánimos y esperanzas de su marido, el cual estaba seguro de que su niña del alma aparecería otra vez por la puerta de la casa familiar.
La muchacha volátil utilizó el mismo método de despedida furtiva que con Carlo: había dejado una nota en la mesa del salón de casa de sus padres y silenciosa como una gata mansa había escapado.
Julieta se dio por desaparecida al cabo de un año sin saber ninguna noticia sobre su persona.
El caso se dio por perdido.
El inspector serio tenía que aceptar la pérdida de su amada y rehacer con otra persona su vida, era lo mejor. Quizás no olvidarla, pero si aceptar su pérdida.
Decidió en las vacaciones del caluroso verano de 1927, pasar unos días en un pueblo costero lejos de Venecia, el cual sabía que a la joven Julieta Dei Fiori le iba a gustar cuando fueran juntos; habían decidido en su noviazgo pasar la luna de miel en un futuro, en aquel encantador paraje.
Cuando llegó lo primero que hizo fue saludar a el mar y darse un baño, así  como pasear sin prisa por la orilla, pisando fuertemente la arena mojada de debajo de sus pies.
A lo lejos percató su mirada de águila feroz una figura de mujer ataviada con un traje ligero, aquella figura blanca parecía una burla de su imaginación, un espejismo loco, un ángel caído del cielo.
Estaba de espaldas, mirando el rojizo atardecer que le brindaba el precioso día estival.
La reconoció por su melena al viento del color del fuego peligroso.
Avanzó hacia ella corriendo, prometiéndose que nunca se separaría de ella, imaginando miles de proyectos juntos y jurando protegerla con su vida.
De pronto sus miradas desesperadas se encontraron. Estaba cambiada, quizás desmejorada, más flaca y pálida que de costumbre, pero no le importó.
No hacían falta palabras.
 El destino los había unido otra vez y tenían que recuperar el tiempo perdido.