- No te das cuenta que solo quiero que hablemos.
- Y lo hacemos, claro que lo hacemos - eso es lo
que siempre me dice, luego sienta su culo en el sofá, se abre una
lata de cerveza y un paquete de papas o lo que haya en la despensa en ese
momento de gula irrefrenable: latas de sardinas, botes de aceitunas, gusanitos,
cacahuetes, nachos, navajas, berberechos, etc. Hablar no sabe, pero comer no
para, y se pone la bazofia esa de Misterio al amanecer, una serie lo más
aburrida, de policías. Fue un boom a principios de los noventa, rollo
Colombo, pero con peores actores incluso. Y después espera a que yo le haga la
cena, como la criada que soy para él. Ese es el papel que me ha tocado jugar en
esta representación de dos. Antes las cosas no eran así. Nos casamos muy críos,
éramos dos enanos sin experiencia en la vida, y menos aún en convivir con otro.
Pero no nos importaba, estábamos enamorados, o eso pensábamos.
Yo asumí el rol de esposa-madre-amante desde un primer momento y él, el de
marido currante-con derecho a perder cualquier interés sobre la susodicha
cónyuge, es decir, yo.
- Pero es que no lo ves.
No existe comunicación entre nosotros. Nuestro lenguaje se ha
reducido a gruñidos y quejas - le digo a gritos. Es la única forma que tengo
para captar su atención. Sube el volumen del televisor y gruñe molesto. Ahora
todo fluye con normalidad. Esta es nuestra rutina. Hasta esto ha degenerado
nuestra relación.
Solo me habla cuando esta contento o le ha ocurrido
cualquier gilipollez en el trabajo que cree que me importa. Yo aparento
interesarme, pero a veces solo me gustaría arrancarle la cabeza de cuajo a
ostias. Le daría tantos golpes hasta desgastar mis puños. Hasta llenar su sucia
cara de una película de sangre fresca.
No me ha podido perdonar la infidelidad que tuve hace
un año con nuestro vecino y yo no le he podido perdonar que no me perdone. No
era feliz. Sentía que ya no le quería. Todo había llegado demasiado lejos. Éramos
como dos extraños que se cruzaban bajo un mismo techo y ni siquiera éramos
capaces de dirigirnos la mirada o saludarnos. Y fue así como sucedió. Fue
cuestión de una noche. Yo no lo buscaba, pero él apareció. Charlamos, nos
reímos y cuando menos me lo esperaba me vi frente al espejo del
baño follando. Gozando como no lo hacía en años. Un polvo mágico. De esos
que rememoras y te humedeces al completo. Aún siento como sus manos me
acariciaron como jamás ha sabido hacerlo ese que babea viendo los anuncios de
mujeres en ropa interior. Jamás había hecho algo así, pero sucedió y no me
arrepiento. Cierto que el sentimiento de culpa se apoderó de mí
durante muchos días, pero era algo que debía de ocurrir.
Con mi marido no siento nada. Sea lo que sea que
hagamos, se convierte en una rutina desagradable. Nada me sorprende de él. Sus
torpes manos van directas a mi pecho y de ahí no se mueven. Sus dedos se
adaptan al contorno de mis senos y se quedan fijas, con fuerza y precisión.
Antes se embadurna la polla con algún aceite de masaje o algún lubricante y me
la mete. Nunca ha dedicado tiempo a que yo me excitará, nunca se ha interesado
por que yo pudiera correrme. Me la mete, bombea un par de veces, sus quejidos
ahogan mis oídos y se corre. En cuestión de segundos me llena de su mierda, se
aparta y ronca plácidamente.
- ¿Que has preparado para cenar? - me pregunta sin
despegar la mirada del televisor. No es capaz de dirigirme la ni para
eso.
- Nada. Nada hasta que hablemos. Nada hasta que algo
cambie aquí.
- ¿Pero que mosca te ha picado hoy?. Estas de lo más
estúpida - me dice bajando el volumen de la televisión. Ahora se gira y me
habla -¿Que quiere cambiar?. Yo estoy bien así, tú estás bien como estás. ¿Que
necesidad tienes de complicar las cosas?.
Me pongo frente a él, tapándole el
televisor. Están en anuncios, así que no se queja en exceso, pero no
queda mucho para el desenlace de su puñetero serial. Me quito toda la ropa y
después le bajo los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas. Me subo
sobre él y comienzo a restregar mi pubis sobre su flácido miembro,
que en seguida se pone rígido. Me meto mis dedos en la boca y los lamo, para
después humedecer mi sexo. Cuando noto que estoy lista, agarro su pene con
fuerza, lo sacudo un par de veces, siento como se derrite en mis manos. Su cara
se desfigura por las oleadas de placer. Introduzco su verga en mí y
comienzo lentamente. Subiendo y bajando, moviendo las caderas. Luego aceleró el
ritmo, y siento como me fluye la sangre rápida y caliente. Entonces sube el
volumen del televisor. Su jodida serie ha vuelto a comenzar. Y ahí estoy yo,
moviéndome frenéticamente sobre él, y él abrazado a mí, gruñendo y mirando la
tele. Se corre, junto a la explosión de un coche en la pantalla. Y yo me quedó
con la mirada hundida, sin saber realmente porque y que hacer ahora.
A veces crees que puedes solucionar algo de la forma
más banal y equivocada posible. Nos agarramos a cualquier posibilidad
de cambio o felicidad. No somos conscientes de la mierda que nos rodea y en la
mierda en que nos acabamos convirtiendo. C'est la vie.
Esther
Hola Esther! Acabo de leer tu relato.
ResponderEliminarLa verdad que me ha sorprendido, bueno ya habías escrito cosas de este estilo, pero siempre me pregunto, porqué? jo a mi no me gustaría escribir sobre estas cosas tan desagradables, bueno aunque eres libre completamente de escribir lo que quieras, pero siento curiosidad. Porque muchos de los personaje masculinos son tannn desagradables:(
Bueno, un placer volver a leerte, sin duda, aunque sean cosas desagradables jejej. voy a esribir el mio!
Un besoo