3/10/11

Papel: soldado (Blanca)

1947, Sierra Morena.
La cadenciosa mirada del soldado recorría los montes verdes, llenos de árboles sin mancillar, de toda clase de insectos viscosos, de animalillos a la espera de que una bala cazadora les atravesara la vida.
Al soldado Rovira le gustaba el olor a húmedo, a tierra viva, a rocío de la aurora virgen: el monte en primavera explotaba de un lujurioso deseo de ver florecer, de rayos de sol impasibles durante las horas más luminosas de la jornada.
En esos momentos se encontraba solo y se alegró por ello; sus compañeros de aventura habían ido a por no sabía el qué, pero le dijeron que regresarían dentro de media hora, que no se moviera de donde estaba. Más les valía.
Le gustaban aquellos  momentos de quietud y soledad, para escuchar el sonido de los pajarillos mientras se liaba un cigarrillo y recordar a sus viejas amistades: algunos muertos, otros desaparecidos… Otros tiempos.
La vida de la postguerra era dura para los  republicanos que aún quedaban esparcidos por tierras castellanas…
Después de tres años acabado el conflicto bélico que hizo temblar no solo a España, sino a todo el mundo algunos soldados nostálgicos de un nuevo cambio político, una vuelta a la república y a un estado democrático.
Los maquis. La guerrilla antifranquista española.
Antiguos soldados valerosos milicianos; ahora, guerrilleros maquis, una especie de bandoleros con esperanza de ganar en combate.
El soldado Rovira era maqui de corazón, alma y espíritu. A sus casi treinta años tenía el convencimiento que moriría en el monte, defendiendo sus ideales, como buen republicano español católico, y comunista.
¿Su pasado? ¿Para qué nombrarlo?
 ¿Su futuro? Tenía claro que iba a morir en el monte, luchando. Así que no tenía muchas expectativas de futuro, solo esperaba que algún día el carbón de Francisco Franco muriera.
La Sierra Morena saludaba al soldado Rovira  con sus alegres vistas, a lo lejos la visión algo borrosa de un pueblo anclado en un precioso valle, el cual partía en dos un río de agua brava.
Ya llevarían como nueve meses viviendo en el monte, escondidos de la guardia civil, al margen del nuevo orden y Rovira y sus camaradas ya se habían acostumbrado casi por completo a aquella vida ruda, los había curtido y hecho hombres por completo.
“Tardan bastante… ¿acaso han ido a tocar la zambomba ya de paso?”, pensó con sentido del humor el soldado Rovira.
Sentado en un roca, a la sombra de un pino, junto a un riachuelo, se puso a llenar de agua clara su cantimplora vieja y algo abollada, cuando de repente escuchó un pisar de botas en la tierra húmeda detrás de él.
- Bueno camaradas, ya era hora, no?- dijo sin girarse el buen hombre.
Pero al cabo de dos segundos se arrepintió sobremanera, pues su instinto le advertía peligro a sus espaldas.
Y su instinto no lo traicionaba como siempre, ya había aprendido a fiarse de él tras largos meses durmiendo a monte abierto.
Se giró y vio a cinco guardias civiles apuntándole con una pistola, directa la bala al cerebro. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
- No le disparéis muchachos, prendedle. Nos vas a acompañar, querido “camarada”. - dijo el que parecía el superior de todos, con voz gravemente ronca.
Era un hombre con una parche en el ojo derecho, barba densa, algo entrado en años, solo le faltaba un par de aros en las orejas para parecer un completo pirata.
- ¡Andando coño!- gritó estrepitosamente al ver que no se movía aunque me empujaran, sin darse apenas cuenta habíanle amarrado su manos y quitado todas sus pocas pertenencias, entre ellas, su pistola.
“Debería haber advertido que algo así sucedería, debería haberme escondido” pensó con cierta rabia el soldado Rovira.
Lo llevaron a una camioneta, siempre apuntándolo con una pistola para prevenir cualquier intento de fuga extraña.
En todo el trayecto nadie dijo una palabra. Nada.
Lo llevaron a la comisaría de guardia civil más cercana… por todo lo que había pasado antes y después de aquella guerra, tenía el presentimiento que su muerte se avecinaba a pasos agigantados, lo habían cogido como a un conejo despistado y lento.
Aquellos hombres no tenían compasión. Rovira temblaba como hoja marchita de árbol caduco en otoño, ya no temía por su vida, sino por cómo iba a morir, pues bien sabía que lo iban a torturar cruelmente.
Le dieron al soldado Rovira una buena paliza nada más entrar a una de las salas de paredes blanquísimas de la comisaría para debilitar tanto cuerpo como espíritu y tuviera que pedir piedad a aquellos hombres miserables.
Despertó al cabo de tres horas (la paliza lo había dejado tremendamente inconsciente); se encontraba el apuesto soldado tirado en el suelo con las manos y pies atados violentamente, produciéndole una presión escandalosa.
No veía nada, hasta que al cabo de diez minutos una luz lo cegó, como cuando se mira sin vergüenza y directamente el valeroso sol.
Acorralado en un rincón, pero impasible, el soldado Rovira no dudó en mirar directo y preciso a los ojos de quienes lo tenían en tan cruel condición.
Sus enemigos y a la vez sus hermanos.
Tres hombres, a cual más serio y poco agraciado empezaron a interrogarle:
- Veamos rojo de mierda, ¿como te llamas?
Silencio.
-¡Contesta coño! ¿Quieres jugar a las adivinanzas? Como no hables y te lo aviso de antemano preferirás no haber nacido. Trae el material López. Te podríamos haber matado, sí… pero mira cuanta bondad hay en nosotros.
Al cabo de cinco minutos el aludido trajo el “material” deseado por el que parecía el superior.
Toda clase de tijeras, martillos y utensilios extraños los dispuso en una mesa de madera, a buena vista del soldado Rovira.
Se le revolvieron las entrañas… hasta incluso los sesos.
- Bien, no hace falta más explicaciones, ¿no? Dinos lo que queremos y no será necesaria la tortura.
- ¿Qué queréis?- y al hablar le dolieron las palabras.
- Venga va, no te hagas el tonto; sabemos que tienes un grupito de amigos viviendo como liebres en plenos monte y ya era hora de coger a uno dicho sea de paso- pausa para encenderse un cigarrillo-  bien… tenemos constancia, como digo, de que vuestro grupito de colegas tramáis algún ataque, algún plan oculto en contra de la guardia civil y por tanto en contra de la patria. Por eso y no por nada más ahora estas vivo. Nos eres de utilidad ¿entiendes?
Sentaron al sondado Rovira en una silla “¡Ya era hora!”, pensó.
-¿Un poco de agua?- le ofrecieron.
Silencio.
El vaso casi rozaba sus labios cuando de repente te la tiraron encima.
-¡Para que te despiertes huevón!- y risas masculinas escandalosas precedieron esta frase.
-¡Habla!- y de repente pellizcaron su oreja izquierda con unas pinzas.
Y un grito desgarró la tranquilidad de la estancia fúnebre así como de la tarde rota.
El soldado Rovira empezó a rezarle a Dios para sus adentros, preferiría mil veces morir entre  un terrible sufrimiento que delatar a sus nueve compañeros. Podían seguir la operación sin él, era uno más; pero si hablaba estarían todos perdidos y la operación sería abortada, así como descubrirían los contactos y ayudas que éstos recibían.
No, antes morir.
¿Acaso habría alternativa de salir de aquella situación desagradablemente asfixiante?
¿Aguantaría hasta el final? Solo el destino tenía la respuesta y el destino es incierto.
Sus compañeros, en el monte estaban preocupados, pues se temían que la guardia civil lo había atrapado y su consecuente tortura para que dijera el paradero del grupo de maquis.
El juego del ratón y el gato. El gato busca al ratón y éste se esconde para no ser cazado.
Aumentaba el dolor por momentos.
Patadas, puñetazos, pinzas, piel, sangre, gritos, se mezclaban en una danza inacabada en la que bailaba solo.
 Y tras los diversos métodos crueles de tortura con los que le castigaron empezaron a azotarle el zócalo de su memoria limpia, toda clase de recuerdos. Se percató el soldado Rovira que de alguna manera se abstraía y le era efectivo este método, pues por algunos segundos sentía como que dejaba su cuerpo marchito y violado, que era el que le producía el dolor para pasar a un estado mental de constante recuerdo.
Buenos recuerdos, los mejores de su vida paseaban ante su mirada, ya no atendía a los gritos insultantes, al trato sucio, al desprecio, la vergüenza que sentía ante su situación deplorable iba perdiendo fuerza y esas ganas de venganza primitiva ahora las veía como lejanas sendas sucias sin recorrer.
¿Qué somos sino nuestros recuerdos?
Su hermano gemelo del cual nada sabía desde hacía años, sus padres un tanto estrictos, el huerto familiar en el cual plantaban tomates, pepinos, lechugas, calabazas…. las calles estrechas del pueblo antiguo donde nació y creció, la noches sin dormir con los amigos, el duro trabajo en el campo, la vendimia. Le gustaba cuando arribaba septiembre y ver el fruto de la tierra fértil, aquellos racimos tiernos, la buena vid.
Recordó a Juana María Rodríguez Agudo, se iban a casar cuando sobrevino la guerra; mal momento para hacer todo y nada.
Le prometió que volvería de la guerra ¡pardiez! Y ella que esperaría… Ninguno de los dos creyó al otro y no porque descubrieran falsedad en sus palabras y miradas, sino porque el destino es caprichoso. Estaban en guerra.
Y el joven soldado Rovira, después de sobrevivir a ésta, en vez de buscarla estaba escondido como vil bandolero, protegido por el verde pardo de las montañas de la Sierra Morena.
Como nada sabía de ella desde hacía años (suponía que se habría casado con otro hombre, no le extrañaba) decidió que lo último que haría sería escribirle una carta en señal de disculpa por haberle prometido un posible regreso.
A  los tres días después de su captura estaba el buen hombre pidiendo lápiz y papel para hacer realidad su último deseo.
Al cabo de largo rato discutiendo sobre el asunto, los guardias civiles tuvieron la compasión que no habían tenido con él desde que lo divisaron cerca del río.
Iban a leer la carta, claramente. Sino les era de su agrado, la romperían.

A Juana María Rodríguez Agudo. Calle la Piedra, num. 3 Benalua.

Demasiado tiempo ha pasado desde que nos separó esta guerra que para mi aún sigue durando.
¿Sigues en el pueblo?
¿Te casaste?
¿Tienes hijos?
Yo seguí mi vida en las montañas y ahora preferiría morir.
Te prometí que volvería y no fue así, así que mereces una disculpa. Quizás creyeras que estaba muerto, que me mataron, pero no.
¿Por qué te escribo a ti? Sinceramente no lo sé…
Tampoco sé mucho qué decir en estos momentos, son tantas cosas. Ya ahora me viene a la mente recuerdos borrosos de mi pasado, de cómo podría haberlo cambiado, de mis errores, mis fracasos y mis éxitos.
Pero aún así no me arrepiento de estar donde estoy si soy sincero, moriré pronto; pero no me deprime la idea, pues me reuniré con Dios y donde vaya, solo habrá paz. Toda la que aquí no hay.
Deseo y rezo por tu salud y la de los tuyos, diles a mis padres si aún vives en el pueblo y si aún viven que la felicidad abunde en sus vidas y en la tuya, Juana.
Santiago Rovira Jiménez.


La carta fue entregada a la mujer.
Y el soldado Rovira murió en paz, sin rencor ni venganza. Feliz.

Blanca.

4 comentarios:

  1. Hola Blanca,

    como le alegra leer algo tuyo de nuevo. Me encanto y debo decir que se te da muy bien escribir sobre la Guerra Civil. ¿Te gusta el tema?. Pues creo que he leído ya varias historias tuyas relacionadas a ese tema.

    Me quedo con la frase del soldado, cuando le dice a los que le han arrsestrado que es lo que quieren de él... ese sentimiento de traición que siente pues le duelen hasta esas palabras.

    Me gusto el juego que hiciste con el título. Aunque creo poco creíble que le hubieran prestado papel para una carta e incluso se la mandaran, pero estuve bien que tú les dieras un ápice de humanidad.

    Me hizo gracia la expresión huevón en el context ^^

    Muy bien Blanca, como de costumbre describes con detalle todo y esta vez ha sido genial.

    ¿Cómo llevas la otra historia?

    Un beso.

    Esther.

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  2. Esther:)
    Pues de la guerra civil(se nota que el tema m gusta no?) ya he escrito un par, es verdad.
    Me alegro mucho que te haya gustado, en verdad se nota cuando se lleva bastante tiempo sin escribir, pero todo es empezar...
    Lo de la carta, si, es bastante ficticio, pero bueno le da un toque dramático y que da bien, así que lo puse.
    La otra historia la quiero empezar hoy, que tenia pensado algo... aunque este finde me iré al pueblo.. ya vorem como sale.
    Un besoo
    Blanca

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  3. Hola esther:)
    te escribo por eneésima vez, no sé que pasa que parece que hoy no es mi dia porque cuando quiero comentarte, luego no aparece no se porque!!!!
    en fin... jejje paciencia
    Pues sí, se nota que me gusta el tema de la guerra civil no? ya llevo un par de historias. Me alegro que te haya gustado:)
    Lo de la carta sí, es bastante ficticio, pero lo queria poner...
    La otra historia ya veremos, tengo algo pensado queria empezar hoy...
    Un besooo
    Blanca

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  4. AH PUES SI QUE SE HABIA GUARDADO... QUE DESCONTROLLLL JJEJE

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