13/3/11

Día rojo (Blanca)

- Ave María purísima.
- Sin pecado concebida, dime hijo tus pecados.
- Perdóneme padre, he pecado del quinto mandamiento. Me confieso pecador de la ira: maté a dos amantes y ahora, la culpa me está matando a mi..
- Cuénteme hijo ¿qué pasó para cometer tan terrible atrocidad?
Tres meses antes:Margarita era una joven pobre, guapa y sin estudios de un caluroso pueblo sevillano de principios de siglo veinte; hija de campesinos, jornaleros trabajadores de la tierra madre en campos de olivos y rodales de viña. Tenía una vida tranquila, contaba con diecinueve años en sus muslos firmes y sus manos algo engarrotadas por la lavandería manual en el río de la villa calurosa.
Era la menor de cinco hermanos y ella era la única mujer, siendo huérfana de madre se encargaba de las tareas del hogar en su casa donde habitaba junto a su padre. A pesar de su escaso conocimiento del mundo que la rodeaba (pues apenas sabía escribir) veía con buenos ojos la revolución de los campesinos y los obreros, para su mejoría social, en contra de las desigualdades y de la jerarquía. Se proclamaba anarquista(aunque no sabía del todo la etimología de la palabra) y aunque sabía que era idea romántica inalcanzable, soñaba con un mundo más justo.
Estas ideas fueron creciendo y mutando a través de los años de su vida, desde la más tierna infancia con las peroratas de su padre contra el patrón hasta en aquellos días donde Margarita tenía amigas y conocidos que la podían informar sobre los hechos acaecidos en la España de comienzos de siglo XX, así como apoyarse mutuamente en una ideología que definían como más justa que la impuesta en aquellos años trágicos de hambre y miseria para los pobres.
Sobre sus creencias religiosas, la joven morena de ojos enormes era cristiana y practicante, pero en contra del poder eclesiástico que ejercía la Iglesia y demás siervos a disposición de este organismo que muchas veces absorbía la conciencia de algunas beatas redomadas hasta la exacerbación. Siempre tuvo desconfianza ante el poder que ejercía este organismo(al lado del poder político) en la vida de los españoles de su tiempo, pues muchas veces creaba estados de pasividad ante la situación injusta en la que vivían llegando a pensar que el orden establecido era el correcto e invariable.
Estaba convencida de que nunca se casaría con ningún hombre y era reacia al hecho del enamoramiento y amor eterno. Quería vivir sola, sin hijos, poder viajar por el mundo, o al menos escapar de aquel pueblo caluroso por el momento, vivir aventuras que la hicieran crecer como persona, ver nuevos atardeceres en nuevos horizontes y vivir libre sin ataduras.
Muchacha romántica por sus convicciones era Margarita. Bella e inquieta, alegre como un ruiseñor. A miga de sus amigas, trabajadora y tenaz como ninguna.
Sobrevino un acontecimiento que se convirtió en la comidilla de todo el pueblo en un día de poniente horrible, un día cualquiera del mes de marzo: un nuevo cura, recién salido del seminario pisaba el pueblo sevillano para atender los asuntos morales y espirituales de los presentes.
Margarita estaba lavando e el río unas mantas blancas regaladas por su tía cuando escuchó la conversación que estaba en boca sobretodo de las más beatas:
- Sí mujer, la Antonia me dijo que el nuevo cura se llama Don Andrés, que es bastante joven, por lo visto.. Se instalará en la casa del antiguo cura, Don José y espero que sea más espabilado este hombre..porque el anterior estaba ¡más sordo que una tapia el pobre!- comentó una lavandera con voz estrepitosamente rápida.
Una jauría de risas acompañó el chocar del agua en constante contacto con las ropas.
- ¡Calla Rosario! Anda que bruta que eres.. Don José hacia lo que podía el hombre, siempre ha sido muy bueno ¡y muy piadoso!- comentó otra.
-¡Que Dios lo guarde y que descanse en paz!- soltó la tía Paca, la más mayor del grupo.
- ¡Ay señor, que poco somos! ¡Llévame pronto con mi Agustín!- dijo la única viuda joven del grupo.
Acabó de lavar, recogió el avío y marchó a casa para preparar la comida a su padre.
En efecto, el nuevo cura se nombraba Andrés y lo nombraban con el Don pertinente delante, como a todo cura le era el derecho.
Contaba con veintiséis años a sus espaldas y acababa, como bien había dicho la señora lavandera, de salir del seminario de la capital andaluza donde había cursado los costosos y largos estudios y había tomado los hábitos para poder ser cura de un pueblo.
Provenía de familia de clase media burguesa; sus padres, desde bien pequeño, le habían pronosticado el destino en contra de su voluntad: querían que fuera cura ante todo pues eran sumamente católicos y preveían un buen futuro para su hijo menor, un camino que según creían lo llevaría a la felicidad y paz de su alma.
Su tío, sacerdote tenía grandes proyectos para él dentro de la esfera eclesiástica, y sólo esperaba que se hicieran realidad; su tiempo en la villa se reduciría a un par de años como mucho, para que se acostumbrara a su nueva vida dedicada al Señor.
Como buen hijo sumiso y obediente, cedió ante los ruegos y deseos de sus padres sin reproches pues ya tenía asumido desde la infancia este destino para con él y no veía otras alternativas de futuro además.
Decían la mayoría de pueblerinos de la calurosa villa que era un cura severo, serio, sencillo pero atento con las personas; además cierto orgullo lo invadía lo cual hizo que a algunas personas, sobre todo las no muy beatas, lo miraran con desconfianza y no pararan de replicar: “Don José era mejor cura”. Por no decir las agnósticas o ateas, que eran pocas, esas personas casi lo odiaban y no era nada personal, sino por lo que aquel personaje nuevo en sus vidas representaba.
Pero era en realidad un joven aprendiz de su oficio que hacia todo lo que podía, con unos principios morales, que a parte de haberlos desarrollado en el seminario al cual había asistido durante casi siete años, le venían de la educación severa que había recibido por parte de sus padres y sobretodo de su tío sacerdote, al cual muchas veces temió.
A Margarita le pareció buena persona a pesar de su aparente severidad y seriedad desde el primer momento que tuvo contacto con él, de hecho se ofreció tras la insistencia de su padre, a ser la criada de la casa del joven párroco por las tardes para ayudarle como cocinera y limpiadora en la casa antigua que ahora ocupaba el hombre de cabellos rubios.
Pero al cura, la muchacha le parecía una indecente además de contestona a veces. En su primer encuentro él le ofreció la mano para que la feligresa tuviera que besarle el dorso con respeto, como mandaba la tradición. Pero Margarita, no se lo pensó dos veces y dióle la mano mirándole fijamente a la mirada verde.
- Bienvenido sea usted, Don Andrés.- dijo mientras tanto.
Le gustaba trabajar para el nuevo cura de la villa porque era limpio, silencioso y ordenado, además su sencillez y gratitud contrarrestaban su seriedad y silencio sepulcral.
Le lavaba las ropas en el río, tendía en el patio, ayudaba a arreglar la iglesia una vez cada semana con ayuda de otra mujer, preparaba la comida después de preparar la de su casa a su padre, limpiaba el suelo, las ventanas, los pocos muebles de aquella humilde morada.
Aquel trabajo que desempeñaba sin ánimo de lucro era una excusa para mantenerse ocupada y sentirse ociosa durante el día, pues era muy trabajadora y activa.
La muchacha de negros cabellos se tuvo que acostumbrar a la convivencia durante unas horas cada día a las infinitas imágenes y cuadros pequeños de santos y vírgenes que inundaban las paredes blancas de la casa de tejado viejo y piedra antigua. Al principio le daban algo de coraje esas miradas incesantes
Apenas mantenían contacto verbal, pues a Margarita a veces dábale vergüenza el preguntar o sacar un tema de conversación que interesase a Don Andrés además pocas veces estaba en su casa, pues la mayoría lo pasaba en la Iglesia.
En ella producíanse unos prejuicios sobre su personalidad fundados mayormente de lo que observaba de él durante el día así como de los comentarios que hacían las feligresas del nuevo cura de la villa, que no eran pocos, pues es bien sabido que en los pueblos se tiende una opinión o comentario a estar en boca de todos.
El padre Andrés aparentaba orgullo, algo reñido con su austeridad y sencillez, pero más bien era un armazón del cual protegerse de las gentes aparentando y alardeando de ser la autoridad moral por excelencia de y tener la potestad de lo que él decía era sumamente importante y por tanto merecía ser obedecido y respetado.
Pasaron los meses y vino el verano consigo, un verano calurosamente horrible, pintando de rojo el cielo en los atardeceres tardíos, dorando la morena piel de la sevillana Margarita la alegre.
Un día nostálgicamente amargo, el padre de Margarita le comentó cuál iba a ser su futuro: como buena mujer e hija, en vistas de las expectativas de que no obtenía novio ( y no por propia voluntad) y el temor de dejarla solterona tras su muerte (que Dios quisiera no ocurriera pronto), la obligaba a casarse con un hombre el cual la pretendía desde hacía poco, y además habíale pedido a su padre la mano de la muchacha en vista de una aceptación por parte de ambos.
Margarita se opuso rotundamente y no por el hombre, no tenía nada contra el varón, sino porque estaba en su convencimiento la promesa que habíase hecho a si misma de no casarse nunca, de vivir libre de las obligaciones de cómo esposa y madre que tendría que asumir en un futuro, pues esas expectativas desde hacía un par de años no le agradaban.
Lloró desconsoladamente después de infinitas negaciones a su padre siempre con la misma respuesta:
- ¡Harás lo que se te mande, como toda mujer decente! Niña desagradecida, pon los pies en el suelo.. ¿De qué vivirás cuando yo no esté? ¿Acaso te gustaría cuidar solamente de sobrinos y no de hijos propios paridos de tus entrañas mujer! No pareces hija mía y tu madre se avergonzaría de ti.
Le reprochaba el padre furioso; ante esto Margarita se derrumbaba y poníase a pensar que quizás en su situación de mujer de aquella época era mejor obedecer a su padre y dejar sus sueños para las mujeres de generaciones futuras libres e independientes, pues estaba segura de que su sexo se vengaría por toda la opresión y humillación anteriores.
Oprimida Margarita por miles de dudas, acudió a Don Andrés y no por ser cura y purgar sus errores con algunos Ave María, sino para escuchar una voz que la pudiera aconsejar, unos oídos que la pudieran escuchar como ella quería y quizás un apoyo al que sostenerse ante tanto derrumbe.
-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida, dime Margarita.
- Vengo a por consejo padre, soy muy desgraciada..
- ¿Tu desgracia tiene que ver con la boda que ha concertado tu padre con aquel hombre forastero?
-¿Cómo lo sabe?
- Qué pregunta más tonta, porque os tendré que casar yo, y ya me ha dicho la fecha, pero ¿qué te aflige?
- ¿Está mal desobedecer una orden paterna si va en contra de tus principios, moralidad y deseos? No quiero casarme nunca padre y menos con un hombre que apenas conozco y que no sé si me tratará bien. Me gusta mi vida como está, pero mi padre me obliga.. ¿sería mala hija si desobedeciera? Dígame.
- Es tu padre, se ha sacrificado por ti durante toda su vida; si no hay manera de convencerlo de su error..-Pausa- ¿Error?¡Oh Dios mío!- dijo para sí- Perdona Margarita, tengo que irme- Y salió corriendo de la Iglesia dejando a una fila de feligresas por confesar.
- ¡Padre Andrés!
Aquel día por la tarde acudió a su casa a hacer las labores, cuando acabó de tender la ropa, sentóse y empezó a coser su ajuar de boda, pero las lágrimas le nublaban la vista y más de una vez pinchóse con la aguja en el dedo. Se escuchó la puerta central: era el párroco; este hecho le extrañó pues Don Andrés casi nunca estaba en casa después de comer. Margarita afanóse pronto en recoger su ajuar y ponerse a hacer tareas del hogar, pero le sorprendió que con aire excitado el cura le plantara en la boca un beso torpe cogiéndole la cara entre sus manos.
- Margarita, me había prometido guardarme este pesar siempre, por tu condición y la mía, pero te amo y por ti dejaría los hábitos; nunca he sabido lo que quería en mi vida pues seguro estaba de mi condición de cura antes de conocerte, pero al verte los ojos, se que eres la mujer de mi vida. Te amo y deseo y no está bien que lo diga, así que compadécete de mi mujer. Quiero creer que este sentimiento es humano, que no cometo pecado alguno, pues es el sentimiento más puro de cuantos he sentido.
Margarita no lo reconoció, aquel hombre no podía ser el serio y severo nuevo cura ¿Tanto habría cambiado?¿Ella tenía algo que ver con el nuevo cambio acaecido?
Ante toda respuesta, pues a veces un gesto más vale que mil palabras cluecas, ella enredó sus brazos alrededor de su cuello y le besó con menor torpeza. Se quedó mirándolo muy de cerca y le quitó el alzacuellos blanco; ella, en vez de una mirada de reproche se encontró con una sonrisa y fue en ese momento cuando supo que ese sentimiento que le había declarado aquel hombre rubio, era correspondido.
Pero había una realidad ante todo esto: Margarita estaba obligada por su padre a casarse en el mes de agosto, el más caluroso del año, cuando el sol más brillaba en el cielo, pero el sol de Margarita estaba triste y escondido por esta causa.
Tras la confesión del amor que sentía Don Andrés a Margarita, se inició una complicidad secreta entre ellos dos; sentía ella, que desde su llegada, aquel hombre había dado un cambio radical en su personalidad a mejor, y le gustaba creer que una de las causas era ella. Pero no lo tenían fácil, pues él era cura y ella, dentro de poco se tendría que casar. ¡Qué hipocresía sería! ¡Ser casada por el hombre al que amaba! Le encantaría que los personajes se cambiaran en ese punto, y el novio fuera Don Andrés por escandaloso que pudiera parecer.
El día de la concertada boda se celebra un 14 de agosto, para variar en aquella región, el sol dora tremendamente las alas de los pajaritos que sobrevolaban el cielo azulado y sin nubes.
El novio espera impaciente la llegada del cura a la Iglesia y la llegada a su vez de la novia; tras media hora de retraso de la hora de la celebración acordada, el novio se preocupa y sale del recinto sagrado en busca de ambos por todo el pueblo.
En casa del párroco lo esperan Don Andrés y la niña Margarita, con maletas en mano, rezando para que el hombre de mirada de águila los perdone por lo evidente de la situación cuando los vea con las manos entrelazadas y los deje ir, para evitarse el pesar de la fuga y la posterior búsqueda de ambos por éste.
Están decididos a escapar juntos tras la puesta en público de su relación y sentimiento mutuo.
Cuando el novio abre la puerta de la casa del párroco y los ve juntos se extraña y no comprende muy bien, pero al ver como se miran los amantes cómplices y a su prometida sin el vestido blanco no hacen falta palabras para explicar la situación; solo esperan que como buen hombre, perdone a Margarita su traición y a ambos los deje marchar con su consentimiento.
Han herido su orgullo y lo más importante: la honra de hombre. Le da un ataque de ira rebelde y sin sentido, empieza a transpirar violentamente
En ese punto, solo acierta a sacar del bolsillo de la chaqueta negra una navaja que siempre porta para los imprevistos, se acerca a Margarita alegre y le raja profundamente el cuello, le escupe en la cara y la tira a la cama, donde duerme el vestido blanco de novia que en estos momentos debería portar, la joven ya sin vida mancha peligrosamente de un rojo violento el vestido de su muerte y desgracia.
Don Andrés, al ver escena escandalosa en vez de llorar amargamente y rogarle perdón y misericordia para él mismo en estos momentos, arremete contra él por el crimen horrible cometido, pero la lucha dura poco, pues no tiene nada de lo que defenderse ni atacar, una vez ya frente a frente muy cerca ambos, el novio le clava lo más hondamente posible la navaja manchada de la sangre de la joven Margarita en sus entrañas calientes.
Don Andrés cae, pero su sangre no tiñe estrepitosamente sus ropas nocturnas, solo el suelo frío.
Ante este doble crimen, el novio huye a otras tierras, y aquel día rojo pasaría a ser leyenda entre aquellas gentes, la leyenda de una pasión prohibida que acabó con la muerte de dos personas inocentes.


Blanca
 




 

2 comentarios:

  1. Hola Blanca,

    que maravillosa historia, me gusto mucho. Me recuerda a Bodas de Sangre de Federico García Lorca.

    Me gusto como enlazaste la historia, en la que el prometido se confieza y se narrá la historia de la pobre Margarita, que por no querer casarse con ese hombre acaba muerta. Y el cura, que rechaza al hábito por ella, y tiene el mismo triste final.

    Precioso, sin duda.

    Espero leer el siguiente.

    Besos.

    Esther.

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  2. WOW! Por la chucha Blanquita! Es de las weás que has escrito que más me han gustado! Aparte, sólo Dios sabe cuántisimo me gustan esas historias de a-curita-orgulloso-y-encima-guapetón-se-le-joden-sus-bellos-planes-de-austera-castidad-por-una-mina-ajo-y-agua-ja-ja-ja ^^

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