Chiara
paseaba distraídamente por su Roma natal con su hijito de un año y
su recién estrenado marido. Se pararon frente a una enorme y moderna
librería en cuya puerta se amontonaba gente ansiosa y de ojos (le
pareció a Chiara) semi-llorosos y sonrisas histéricas. Todos
llevaban un voluminoso libro entre las manos y estaba claro que
esperaban para que alguien se lo firmara. Chiara se había acercado a
ellos indiferente, dispuesta a evitarlos y seguir caminando. Pero
Marco se mostró interesado, se detuvo frente al escaparate y comentó
que se trataba de ese autor de moda de origen ruso que tanto gustaba
entre sus compañeros profesores. El mundo de Chiara se puso boca
abajo en un segundo cuando comprendió que el escritor famoso por el
que se amontonaban tantas lealtades en la acera a la espera de su
turno era nada más y nada menos que su escritor ruso. El
corazón todo se le salía por la boca y tenía miedo de hablar y
delatar su turbación. Angustiada, miró al hijo y al marido. Sentía
cómo el terror se extendía por ella y la contaminaba entera, y unas
ganas encontradas de salir corriendo lo más lejos que pudiera de ese
lugar y (a la vez) de correr dentro (hacia él) le jugaron una mala
pasada y se mareó. Sólo para verlo, ni siquiera lo tocaría,
pensaba, con una temblorosa sonrisa de placer en la boca que no pudo
reprimir. El pequeño Lorenzo no le quitaba de encima su seria
mirada, parecía preocupado como un pequeño e impertinente doctor.
Chiara se sintió desnuda y evitó mirarlo. Se le cayó el alma a los
pies cuando Marco declaró que compraría el libro para que se lo
firmaran. Chiara lo miró con el ceño fruncido, como se mira a los
hipócritas, convencida de que sólo quería pavonearse en el trabajo
y que el libro en sí le importaba un bledo. Pero no supo cómo decir
que no, y de todas formas la curiosidad por ver a Iván se hacía más
insoportable a cada segundo que pasaba. Creía que ya estaba curada,
pero la idea de verlo despertó en ella los rescoldos del antiguo
fuego y empezaba a abrasarla la impaciencia. Los minutos en la cola
fueron un infierno interminable para Chiara, que veía ante sus ojos
el día en que había dejado a Iván como si actores con máscaras
tristes representaran la obra de teatro de su vida, de lo que pasó y
de cómo terminó todo entre ellos.
Decidió
huir de Iván un año atrás, en otoño. Ya sabía que estaba
embarazada, pero no había podido decírselo porque estaba aterrada.
Las noches se habían convertido en una reincidente pesadilla en las
que ella no dormía y él dormía a su lado descansando de sus
propias tribulaciones (¡si las tenía!) e ignorando su dolor. Chiara
quería y no quería dormir; quería, porque estaba más cansada que
nunca y pensaba que el no dormir no le haría bien al bebé, pero no
quería porque quería espiarlo pues,
a veces, hablaba en sueños y la nombraba a ella: a la otra, a
una tal Violetta que Chiara odiaba más que a nada en el mundo.
¿Quién era esa furcia? No lo sabía ni lo sabría nunca; pero tenía
claro que era una amante por las palabras de amor en italiano que
creía entender muy de vez en cuando en los confusos balbuceos del
amado dormido. ¿Y ese odioso nombre: Violetta? Buscó su origen y
leyó que era la variante rusa e italiana de Violet. Pegó un
puñetazo en la mesa. Se la comían los demonios. Se podría haber
llamado Giovanna o Katerina y tendría más información, aunque
fuera una “ilusión de información”; estaba claro que uno podía
poner a su hijo el nombre que quisiera, sin pensar en el origen
etimológico del nombre en cuestión, pero, con “Violetta”, ni
siquiera tenía una pista. ¿Y cuánto tiempo habría estado
engañándola, sería reciente, una bibliotecaria italiana, sería
profundo, un antiguo amor de Rusia, de vacaciones aquí? ¿Habría
sido cosa de una vez, de muchas veces, sería serio y la dejaría un
día con cualquier excusa sin explicarle nada ni mirarla a los ojos?
Tenía pesadillas donde ocurría eso y él se comportaba con ella con
una frialdad insoportable. No sabía, no sabía, pero estaba claro
que él gemía su nombre en sueños y que como en son de burla lo
mezclaba a veces con rápidas frases en ruso que le daban a Chiara
unas ganas inmensas de despertarlo a golpes. Los celos y la rabia se
la comían por dentro. Estaba segura de que él estaba
teniendo un romance con esa desconocida y, cuando se armó de valor
para preguntárselo abiertamente, él le clavó una mirada
indescifrable, mezcla de incredulidad y ánimo defensivo, como si
ella estuviera hurgando en algo muy íntimo o la acusara
silenciosamente de haber leído su diario. Esa reacción le pareció
el colmo a Chiara pero, como él lo negó todo, no tenía por dónde
seguir su particular investigación. Otro día se arriesgó a decirle
con una sonrisa amarga “que llamaba a Violetta en sueños”, y su
respuesta fue poner los ojos en blanco y decir Los sueños, sueños
son. ¿Qué significaba eso, que sólo tenía fantasías con la tal
Violetta, que no existía, que ella sacaba las cosas de quicio, que
era su amor platónico de la infancia? ¿Encima se hacía el
misterioso y le daba contestaciones de listillo, sabiendo que esto la
torturaba? (A ella le parecía simplemente una muy burda estrategia
para que ella no le diera importancia y lo dejara en paz). ¿Qué
clase de respuesta era ésa, y cómo iba a confesar que estaba
embarazada a alguien que consideraba que no tenía que darle
explicaciones ante algo tan grave como una acusación de infidelidad?
La idea de dejarlo antes del desastre (que él la dejara por la otra,
que tuviera un hijo con un hombre infiel y él se creyera con derecho
sobre el retoño) se le metió dentro y ya no la abandonó, sino que
creció y creció dentro de ella como un tumor que la hacía llorar
por todo.
De todas formas, nunca podría confiar en él, se decía en
sus momentos de mayor lucidez, porque era como un pájaro que cuando
se asustaba volaba. Chiara se sentía muy abnegada y constante, y
siempre había odiado que él no fuera capaz de hacer promesas, que
no pensara en el mañana y que creyera que la vida matrimonial era
incompatible con su carrera de escritor.
Por
otro lado, él no había descubierto (aún) que no tenía talento
para la escritura y que “haría mejor en invertir su tiempo en algo
más productivo”. Le hubiera gustado que él hubiese encontrado un
buen trabajo y que empezara a pensar en sentar la cabeza, en lugar de
querer vivir siempre como el eterno adolescente. Ella hacía dulces insinuaciones al respecto con las que sólo conseguía que él
diera un portazo y saliera fuera a fumar o le subiera el volumen a
Mussorgsky sin siquiera mirarla. A ella Mussorgsky le ponía los
pelos de punta, así que en esos momentos era ella quien huía a
fumar a la calle o a tomar café con alguna amiga.
Y
juntar a Iván con sus amigas, recordaba ahora mientras Marco le
ponía ese absurdo libro recién comprado en las manos con una
sonrisa ignorante, era como poner un enorme y ácido limón en un
cesto de manzanas maduras: no casaban bien, él llamaba demasiado la
atención. Si entrara en los restaurantes vestido de monje, no
resultaría más llamativo. Ocurría algo parecido con su familia,
pero con sus amigas era exagerado. Ellas querían reír y hacer cenas
escandalosas y salir a bailar, y él se aburría y las miraba (le
parecía a Chiara) con un destello desaprobador en sus pupilas
verdes, dos agujas de juicio final que ella odiaba ver afiladas. El
resto de novios se comportaban de manera normal: hablaban con todos,
bailaban con sus novias. A veces, ellas bailaban y Chiara intentaba
hacerlo bailar con ella, pero Iván detestaba bailar, no lo hacía
por principio y solía terminar en un rincón con el hocico metido en
algún libro. Chiara se moría de la vergüenza. Ella creía que
había un momento para cada cosa: no era que ella no quisiera que él
leyera si quería hacerlo, pero le parecía de mala educación que
salieran juntos y que él se marginara así. Sin duda él era mucho
más tímido y no tenía el don de gentes de Chiara, pero que no
hiciera siquiera el esfuerzo de integrarse le parecía increíble y
era una de las pocas cosas en la vida que lograba hacer que se
sintiera más que frustrada y verdaderamente furiosa. Siempre podía
leer en casa, ¿por qué tenía que hacerlo también en un local de
baile, de noche? Sus amigas tenían el detalle de excusarlo por el
idioma, pero Chiara sabía que no era eso. El italiano de Iván era
perfecto y lo único que pasaba es “que no tenía interés en
mostrarse más simpático de la cuenta”. Era un esfuerzo que
no le compensaba, ¿para qué iba a hacerlo? No, sin duda era mucho
mejor ponerse en un rincón y pasarse toda la noche de un humor gris,
solitario y pensativo, en lugar de estar con su novia, con sus
amigas, y pasarlo bien todos juntos. Él siempre encontraba excusas
para amargarse y regresar una y otra vez a ese humor retraído. Era
sensible y eso estaba bien, pero se pasaba de sensible a trágico y
eso le parecía malsano. ¿Por qué angustiarse por tragedias que
ocurrían cada día en regiones remotas y que no rozaban la vida de
nadie que ella conociera? Ella tenía sólo una vida y quería
amontonar en el baúl de sus recuerdos todos los momentos felices que
pudiera. Cuando muriera, quería que escribieran en su tumba los años
de felicidad que había tenido y que fueran casi los mismos con los
que había muerto. No se sentía trágica sino alegre y ligera como
una bailarina de aire y sueños. En cambio, Iván, a su lado, era a
menudo como una nube oscura siempre llena de electricidad y dispuesta
a dejar caer comentarios atronadores sobre el hambre en el mundo y
supuestas culpas sociales a las que Chiara decidía dar voluntariamente la espalda. Sin duda era inteligente, pero necesitaba clases
particulares de inteligencia emocional y a veces se mostraba tan
introvertido que a ella se le pasaba por la cabeza la (absurda) idea
de que había llegado de un planeta donde no existían más colores,
salvo el negro. Era solemne y terrible como la música que escuchaba,
y ella risueña y cálida como un villancico. ¿Cómo iba a tener
hijos con él y pretender que serían capaces de ponerse de acuerdo
en los detalles de su educación?
Ella
era profesora de inglés y, aunque no quería hacer eso toda la vida
y querría dedicarse profesionalmente a la fotografía, siendo como
era consciente de las dificultades y no queriendo renunciar a sus
sueños tan rápido, jugaba a dos bandas y mantenía vivas ambas
vías. Él parecía tener un problema con encontrar un trabajo
estable y dedicarse a la escritura en su tiempo libre, e iba de
trabajo mal pagado en trabajo mal pagado, sin avanzar, sin progresar
profesionalmente, siempre con dudas sobre comprometerse con un nuevo
jefe porque sentía que vender su tiempo lo hacía miserable y
parecía creer que sería infinitamente miserable cuando por fuerza
mayor no pudiera huir de la causa (laboral) de su amargura. Chiara no
entendía, las discusiones al respecto resultaban infructuosas.
Estaba muy bien querer algo y luchar por ello, pero uno no le pone
sueños en el plato a un niño con hambre e Iván era demasiado
inocente e idealista y no se paraba demasiado a pensar en necesidades
materiales porque se ponía nervioso y se agobiaba, lo cual parecía
a Chiara inmaduro e infantil y, sobre todo, inútil. ¿Por qué
convertir cuestiones prácticas en otra excusa para
angustiarse? El futuro a su lado le parecía incierto e inestable
como un mar revuelto y, si eso había sido así casi desde el
principio, Violetta entraba en escena como una ninfa intrusa vestida
de lila y riéndose de todo, de Chiara, de sus planes, invadiendo su
terreno y añadiendo al cuadro de sus otros problemas con Iván una
negra pincelada de traición que nunca podría superar ni perdonar.
No tenía duda respecto a su amor por él, que se le desbordaba del
alma cada vez que lo miraba, pero eso no era suficiente para
confiarle la educación a partes iguales de su retoño, especialmente
ahora que su confianza en su lealtad había sido puesta en cuestión
y destruida para siempre.
Aunque
torturada por la idea de abandonarlo y no verlo más, una vez
decidida a hacerlo aprovechó los tres días que él pasó fuera de
la ciudad con un amigo ruso que acababa de llegar a Palermo para
hacer la maleta y huir. Se sentía cruel y criminal, pero lo hizo así
porque creía que estando él en la casa, viéndolo, él le hablaría
y ella se confundiría y no se iría, y decidió que prefería darle
un adiós cruel antes que él frustrara sus propósitos abrazándola
fuerte y llamándola amore al oído.
Ya había tomado la decisión de
irse y no hablarle nunca del hijo y quería llevarlo a cabo aunque se
dejara la piel por el camino. Después de dudar un rato, escribió
una carta incoherente quejándose de la tal Violetta, de su confianza
traicionada y sus dudas con respecto al amor de él, de que buscaran
cosas diferentes en la vida, y del incierto futuro de su relación
sobre el que él nunca quería hablar. Se dejó el corazón roto en
esa casa, olvidó el teléfono adrede para que entendiera que no
quería que la llamara y cogió un tren al norte a casa de sus
padres.
Él nunca fue al norte a por ella, cosa que Chiara no supo
cómo interpretar. Iván no era de súplicas y no lo imaginaba
rogándole que volviera con él por muy destrozado que estuviese, y
aunque quería criar al hijo sola y había decidido que esto era lo
mejor para todos, sintió una insondable decepción conforme pasó el
tiempo y entendió que él no la buscaría e intentaría obtener al
menos una explicación sobre el repentino abandono.
Reanudó
la relación con el novio que había tenido antes de Iván; lo hizo
por despecho y tristeza, pero las semanas de embarazo se sucedieron y
al cabo le empezó a parecer "muy sensato y práctico" comprometerse con Marco.
Lo dejó tres años atrás porque él quería formalizar su relación
y ella se espantó con la idea, porque entonces le parecía que
estaba mal estar con Marco y bien estar con Iván, pero
ahora que había decidido que seguir con Iván era malo, le
parecía que era bueno volver
con Marco. Le aterraban las responsabilidades a las que se tendría
que enfrentar como madre soltera, Marco quería casarse ya y se
llevaban bien. Como quería a Iván muy apasionadamente le parecía
que era más exigente con él y en comparación la relación con
Marco sería mucho más estable y relajada, porque su amor por él
era diferente y de alguna forma sus movimientos le importaban mucho
menos y sentía menos presión. Y "casarse por amor estaba sobrevalorado". Además, no dijo a nadie lo del
embarazo y todo el mundo asumió que el hijo era de Marco, detalle
que fue muy cómodo y que la decidió a llevarse el secreto de la
paternidad de Iván a la tumba.
Se casaron siete meses después y
Lorenzo tuvo dos apellidos y dos padres con trabajo, que lo querían
y que estaban preparados para cuidar de él y educarlo, y las
condiciones apropiadas que Chiara quería para la infancia de su
primogénito.
Después
de estar dentro de la agobiante librería haciendo cola durante
varias centurias, Chiara empezó a vislumbrar a Iván entre las
ansiosas cabezas en espera. Estaba sentado frente a una mesa de color
caoba y debía de sentirse un poco como una máquina. Sonreía con
timidez y una pizca de impaciencia cada vez que devolvía un libro
firmado y (le pareció a Chiara) había un destello de sospecha
ardiendo en el fondo de sus hermosos ojos claros, como si dudara
íntimamente de que todos hubieran leído su libro, como si no se
creyera que pudiera gustar a tanta gente, o como si hubiera errado el
tiro y las personas de la librería no fueran precisamente ésas a
las que él había estado queriendo impresionar con su sacrificado
trabajo. Chiara bajó por primera vez la mirada hacia el libro que
tenía entre las manos, no muy segura del género. Nunca había leído
nada de lo que Iván le pasaba para que leyera y ahora se arrepentía
de ello, pero le pareció insultante leer la sinopsis y descubrir que
(sonrió amargada, resignadamente) uno de los personajes principales
se llamaba Violetta. No sabía muy bien qué iba a hacer cuando lo
tuviera delante, pero la respuesta se formó sola en su cabeza
conforme avanzaban. ¿Qué otra cosa podía hacer aparte de darle el
libro para que se lo firmara, e irse? Marco y Lorenzo estaban
delante, habían asesores y fotógrafos y lectores aguardando turno.
Esto no era como encontrarse por la calle y decidir si saludar o no,
pensó. En estas condiciones, no podía ni haría nada excepcional.
Así que llegó su turno y simplemente dejó el libro frente a él,
mirándolo con gozo, incapaz de hablar. Iván alzó los ojos hacia
ella y empalideció al punto, y por un momento a los dos les pareció
que ella se había ido ayer. Los segundos se alargaron
inexplicablemente y Marco sonrió incómodo, pensando por su
expresión que su mujer debía de parecerse a alguna hermana muerta
del escritor. Había hecho amago de hablar pero no había llegado a
articular palabra, y Marco pensó que había querido preguntar a quién debía dedicar el libro. “A Chiara”, dijo para que se lo dedicara a ella, e Iván
reparó por primera vez en él, y en el niño, que tenía sus ojos.
Chiara sentía que se ahogaba. Él aferró el bolígrafo con mano
temblorosa, abrió el libro y escribió algo tragando saliva como
muerto de ganas de llorar. Lo cerró de golpe y lo devolvió
arrastrándolo hacia Chiara con el dedo índice, hundiendo en ella
una mirada resentida e interrogante pero llena de fuego y ternura que
la conmovió profundamente. Marco cogió el libro, a su mujer del
brazo, y cedieron su turno en la cola. Chiara se giró antes de
alejarse y él la miró hasta que desapareció entre el gentío. En
la calle, el sol brillaba agradablemente y el mundo seguía rodando
ignorando este extraño paréntesis que había sido tan subyugante
para Chiara. Tenía el alma revuelta por la alegría y el dolor de
haberlo visto. Marco maldijo a su lado. ¿Cómo había podido
equivocarse?, preguntó perplejo. Había pronunciado Chiara
con claridad y esto ni siquiera se le parecía en las vocales. Así
que seguramente sería una broma, algo que uno entendería después
de leer el libro, decidió. Chiara se lo quitó de las manos sin
comprender de qué hablaba su marido y leyó: Para Violetta, mi
inspiración. Tras un segundo de doloroso desconcierto, Chiara rompió
a llorar entendiendo que Violetta sería en el libro un alter-ego de
ella misma.
tia rose! que triste y desgarrador relato!
ResponderEliminarentonces Violetta, la que pronunciaba en sueños el escritor no era una amante, cierto?¿tía la verdad es que la relación entre los dos era bastante disfuncional, faltaba mucha comunicación y compenetración, pero aún así que se fuera con el hijo, nose, me ha dado pena por el escritor.
me ha gustado el hecho de que ha hecho un flashback, el principio era el mismo que el final, pero desvelando más cosas.
lo de la desconocida ha sido un guiño, no? lo interpreté así, es como que tiene que tratar a Chiara como una desconocida... claro. En fin.. un relato desgarrador!
Blanca
Veo mucho de vos en este relaro, anécdotas (la lectura en los locales, entre ellas) y detalles (Italia/Rusia... Iván). El relato es muy bueno, y coincido con Blanca, me gusta la forma en que lo has escrito. Siendo que todo sucedía en el presente, pero saltas atrás para narrar quien es Iván, como fue su relación y porqué lo abandonó.
ResponderEliminarUna relación tortuosa, que solo pudo cerrarse de forma tortuosa.
Final, inesperado, jamás pensé que Violetta fuera su alter-ego... entonces, ¿él soñaba con ella? ¿con ese personaje que estaba creando para su futura novela y que era ella, Chiara?
Te quiero esposa. Bella!