11/9/14

Humanidad 2.0 (II Parte)

Jordan tenía las orejas rojas como la sangre, tenía mucho frío aquella noche así que se acurrucó más contra sí para no dejar escapar el calor de su cuerpo delgado. Había visto aquel intento de asesinato, quería desvelarlo. Sabía quién lo había realizado y hacia quién, sobre todo. Aunque no estuviera muerto, quería desvelarlo ya que quería destrozarlo. Cuando recordaba su nombre recordaba siempre aquel día que lo delató a las autoridades competentes y cumplió tres años de cárcel, volviendo otra vez al alcohol, aquella bebida tan odiada y amada a la vez.

Este era su momento, lo había estado espiando desde hacía días. Como un águila a su presa, que busca el mejor momento para cazar. Quizás no se acordara de él, ya que mucho había cambiado. Pero él sí, ¡oh! Y tanto. Iba a disfrutar tanto de verlo sufrir que comenzaba a salivar del gozo.

Jordan era el representante de una pandilla de jóvenes delincuentes. Él ya no estaba en sus gloriosos años, pero tenía algo que todos carecían: experiencia. Sus años en la cárcel le habían enseñado lo duro de la vida. Se había prometido hacer el bien y no cometer más crímenes, pero el destino parecía que todo estaba en su contra y que su única salida era la delincuencia. El mar por el cual había nadado, un mar algo turbio, pero acogedor.

Su plan no era exterminarlo de buenas a primeras, cual matón de tres al cuarto, ni tampoco mandar a alguien a que lo exterminara de manera vil, como un sicario. Su plan era mucho más que eso. Quería tener en sus manos aquello que su enemigo más quería en la vida, aquello por lo que mataría y entonces manejarlo como una marioneta a su antojo, hasta tal extremo de volverse loco. Ya no quería tanto matarlo con sus propias manos, sino que el propio Adón se convirtiera en su propio asesino, suicidándose.

Avanzaba veloz, el frío era cruel con él, la vida también, pero ya no le importaba tanto. Tocó el timbre. Esperó un minuto antes de ver la cara de su enemigo. ¡Pobre de tí, bastardo, la que te espera!, pensó.

Adón lo recibió con sorpresa, pues el plan era encontrarse en la plaza. Jordan se disculpó por haberse presentado en su casa antes de hora pero tenía que comentarle algo antes de que la subasta empezara; había dado esquinazo a Olof y había llegado por su cuenta. Hablaron y, al cabo, se pusieron en camino. Una vez allí, se separaron y el ajetreo del lugar los mantuvo ocupados. Algo más tarde, Jordan dejó encargado de sus responsabilidades a uno de sus aprendices y se escabulló entre la gente y se dirigió a casa de Adón, con la vaga idea de atacar a los hijos. Una vez allí, tocó a la puerta; insistentemente cuando vio que nadie respondía. Abrió Águeda, que lo dejó pasar a la cocina porque lo reconoció de haberlo visto otras veces con su padre. Jordan preguntó por Leandro, pero no estaba. En la cocina, una extraña niña comía se felizmente un gran pedazo de pastel de carne. Lo miró con susto cuando él entró. Es mi hermana, por parte de padre, explicó Águeda a Jordan, muy resueltamente, y Melania, perpleja, le echó una tímida mirada de agradecimiento. Su madre ha muerto y ahora vive con nosotros. Águeda había encontrado a Melania comiendo sardinas enlatadas en la despensa. Al principio se enfadó mucho, pero luego ella le dijo que no había probado bocado en cuatro días y Águeda se sintió culpable y le sirvió un enorme trozo del pastel que les había traído miss. Norton, su vecina inglesa. Jordan asintió agradablemente sorprendido. Justamente, dijo a Águeda, venía a hablarte de tu madre. Me ha llamado un conocido que dice que está viva y cree haberla encontrado; él es médico y esta mujer ha llegado muy enferma (parece que sufre amnesia) al antiguo hospital donde él está viviendo. Me ha dicho que avise a tu padre, pero él está muy ocupado en la subasta y me ha pedido que lleve a Leandro. Pero ahora veo que Leandro no está... ¿debería esperarlo? La cara de Águeda era un poema, había perdido el color; estaba claro que no sabía qué decir, que empezaba a dominarla la angustia. La mujer está muy enferma, repitió Jordan, si es tu madre, no sé si estará reconocible... ¿crees que la reconocerías? Águeda asintió enseguida, confusa. No tardaríamos nada en llegar, mi conocido dice que ella está muy débil, y que si lograra encontrar a su familia, quizás...

Jordan fue en busca de su vehículo, que había aparcado a unas calles de allí, Melania y Águeda lo siguieron. Pensaban que volverían pronto. Entraron de un salto y Jordan arrancó. Sentía una extraña mezcla de culpa por haber utilizado lo que le había contado Liberto y haberle dicho a la pobre niña que se trataba de su madre desaparecida, y alegría por tener a las dos hijas de Adón a su merced.
Animal se había quedado dormido en una pequeña alfombra, cerca de la puerta abierta de la despensa.

Una vez Jordan desapareció de la subasta, después de conversaciones triviales y transacciones económicas, Adón se quedó solo, con un cometido: hablar con Jebediah, aquel que había despertado de entre los muertos.

  • ¡Me he enterado de que has muerto y has vuelto a renacer! – dice alegremente.
  • Sí, como el Ave fénix. Resurjo de mis propias cenizas, con más mala leche que nunca – dice pasándole un puro. Adón niega con la cabeza – Soy más resistente de lo que muchos se creen – dice fumando como un cosaco. Adón cree ver cómo le sale humo del agujero de la bala.
  • Ya lo dice el dicho “Mala yerba nunca muere”, ¿no? – ríen ambos a carcajada abierta - ¿Dónde has dejado a tu escolta?
  • Hoy quería hablar a solas contigo – dice tajante. Adón siente un nudo en la garganta, se le atasca el ego (el cual había crecido sobremanera durante esa misma mañana) y le cuesta tragar. La calma con la que había acudido a su cita se le borro de la cara, como si este le hubiera dado un guantazo.
  • Pues hablemos, a eso he venido.
  • Quiero que investigues lo que me ha sucedido. Quien es el cabrón que me ha disparado con tan mala puntería que no ha podido hacer bien su trabajo. Tienes contactos. Obviamente yo también los tengo, pero será muy evidente si mis chicos salen por estas polvorientas calles buscando respuestas – Adón no sé cree lo que escucha. ¿Es real? No puede parar de preguntárselo. Intenta mostrarse relajado, pero está no es la conversación que se había esperado. Jebediah le está tomando el pelo o realmente no recuerda que fue él mismo quien lo quería muerto. La situación le supera.
  • ¿Quién querría verte muerto?
  • ¿Quién no?
  • Ya… veré lo que puedo hacer. ¿Qué gano con ello?
  • La información que tanto ansias.
  • Hecho – dice con los ojos iluminados.

Jebediah se levanta y comienza a caminar. Se le ve bien, mejor que nunca. Cuesta creer que hace menos de un día estaba en su coche, muerto, aparentemente.

  • Nos reunimos esta noche en casa de Jáchym, el “médico”. ¿Lo conoces?
  • He oído hablar de él.
  • Tenemos una noche larga Adón, ve a casa y descansa.

Jebediah se marcha. Adón se queda paralizado. Tiembla como un flan por dentro, pero su coraza sigue intocable. Debe de llamar a su hijo, tiene que hablar con Leandro y decirle que debe de cuidar de Agatha esa noche. Le llama a su móvil y no obtiene respuesta. Llama a casa, en busca de respuestas de su pequeña Agatha. No hay línea. Coge el coche, con una extraña mezcla de sentimientos y se dirige raudo a casa.

¿Cuándo llegamos? – preguntó Águeda. Desde la parte trasera de la furgoneta, Águeda podía ver que Jordan se estaba poniendo muy nervioso y, obviamente, no lo consideró una buena señal. Grandes gotas de sudor resbalaban por su nariz chata y ligeramente puntiaguda; de vez en cuando se pasaba por la frente un paño grisáceo, pero eso no parecía reconfortarlo mucho. Miraba frenéticamente al retrovisor, al frente, en todas direcciones, y a la parte trasera de la furgoneta. Todavía no había contestado a ninguna de sus preguntas.
Águeda fue consciente gradualmente de su imprudencia. Miró asustada a Melania, que le devolvió la mirada con los grandes ojos muy abiertos, como esperando cualquier indicación para atacar. Se había subido a un vehículo con un extraño, sin que nadie supiera a dónde iba. Se daba cuenta que ahora estaba a su merced y no podía dejar que eso siguiera así…debía tantearlo.
  • ¿Ha-Ha…preguntado por mí? MI madre. ¿Qué ha dicho? –esperó, pero de nuevo no obtuvo respuesta. Empezando a exasperarse y ya más segura, siguió – Oiga, usted nos ha dicho que tenía noticias de nuestra madre, por eso hemos accedido a ir con usted, si no…
  • ¡Cállate de una vez! - se dio la vuelta y casi perdió el control del volante.
  • ¡Y-yo no…u-usted…! ¡Dígame dónde está!
  • ¡Te he dicho que te calles! - repitió, esta vez mirando furiosamente al frente. Estaba muy rojo y era evidente que encontraba dificultad para controlarse y pensar con claridad. Águeda supo de inmediato por qué.
  • Era mentira. No sabéis nada de mi madre, ¿verdad? –susurró, más para sí misma.
Jordan detuvo la furgoneta, fue a la parte de atrás y la abrió; sin embargo, mientras urgía a la niña a callarse y a tomar de ejemplo las dotes para pasar desapercibida de su media-hermana, y trataba de convencerla de que sí la habían encontrado, algo cambió en ella. Pareció colapsarse. Respiraba con dificultad, a grandes bocanadas, Jordan podía ver su pequeño cuerpo hinchándose para recibir esa cantidad de vida, exigiéndole esa vida al aire que parecía no ser suficiente, y se retorcía en dolorosa tensión y gemía mientras la otra niña chillaba “haga algo, haga algo”. Jordan se apartó con las manos en las sienes. Pensó que no tenía sitio a donde llevarlas y que estaba actuando de espaldas a los chacales. Si se le moría en las manos tendría que dar cuentas a no sólo a Adón, sino también a ellos. Un rehén era algo útil, un bien intercambiable, pero un cadáver no servía ni de abono. Pero una idea repentina arrojó algo de luz en su confusión.
- ¡Bájala! ¡Llévatela! – masculló. Volvió a subir en la furgoneta y desapareció en la penumbra de esos parajes baldíos que constituían la tierra de nadie entre ciudad y ciudad, entre refugio y refugio.

Aquel maldito perro seguía sentado en la puerta cuando Leandro volvió. No había ni rastro de su hermana en ninguno de los rincones preferidos de Águeda en la ciudad, ni en las cuevas, ni en las ruinas, ni en los prados mágicos, como solía llamar a los jardines asolados de un antiguo palacio. Tampoco en la casa. Sin embargo, aquel perro llevaba horas allí haciendo guardia. Justo cuando Leandro iba a volver a salir, entró su padre. Detrás de él venían unos cuantos mozos cargando con el material de la subasta que no se había podido vender.
Dejadlo por ahí, en el almacén. No te preocupes por eso. Hola, León – miró a su hijo fugazmente y, reparando en su estado de desesperación y en su semblante pálido y trémulo, inquirió - ¿Qué ha pasado?
No está Águeda. He llegado al mediodía y ya no estaba. Llevo horas buscándola. – esperaba que se sorprendiera, o incluso que se lo negara, pero Adón simplemente asintió y, en un gesto de debilidad y resignación imperdonable, suspiró y bhuscó una silla ne la que se sentó.
  • Esto…tenía que pasar. En mi propia casa. – murmuró con un hilo de voz.
  • ¿Lo sabías? – le temblaba la voz de la rabia - ¿Lo esperabas? – Adón levantó la vista y negó, con su cara de “no me malinterpretes, hijo”. Aquello era más de lo que Leandro podía aguantar en un día. Tratando firmemente de contenerse, puso las manos en la mesa y dijo:
  • ¿Qué has hecho?
  • Hoy tenía que llegar el embajador de los chacales y se iba a alojar aquí. Ya me habían dicho que no era trigo limpio. Que me odia por alguna razón.
  • ¿Y tú…tú…? ¡¿Tú lo metes en casa?! No puedo creerlo.
  • Estabas fuera, no pensé que se me adelantaría. Olof me falló, él era el encargado de traerlo y vigilarlo en mi ausencia.
  • Me parece que confías en las personas equivocadas. ¿Quién la vigilaba a ella? No puedes…yo no estaba, pero ella sí. No puedes desprecierla tanto. – y aquella idea horrible que no era capaz de pronunciar brotó en su mente como una flor horrendo y lo ahogó, impiéndole pensar en otra cosa. Ella era débil y prescindible, él no. La realidad era que Adón sabía que la estaba poniendo en peligro y le había dado igual. Quizá para demostrarse a sí mismo que él era leal a su hermana, enferma o no, miró a su padre y dijo:
  • Voy a ir afuera a buscarla. Puedes ayudarme o no, pero iré de todas formas. – había esperado que opusiera, incluso lo habría preferido, pero Adón asintió con aire cansado y contestó:
  • -Si vas a hacerlo es mejor que lo hagas bien.
  • Leandro esperó un rato en el patio mientras Adón preparaba un fardo con víveres y buscaba dinero y armas. Estaba anocheciendo. Cuando todo estuvo guardado en el coche, Leandro abrió una puerta y dijo, mirando al perro:
  • Anda, sube – y, maravillado, vio como el perro se abalanzaba hacia el interior del vehículo y se sentaba, listo para el viaje. Antes de que partiera, Adón se asomó a la ventanilla:
  • Si tienes que buscar ayuda, ve a por los cuervos de las montañas. Son gente en la que confío realmente yya nos hemos ayudado varias veces. Ellos te servirán bien. Conocen el terreno.
  • Gracias – dijo Leandro sin mirarlo. – Haz algo por ella, tú que te quedas. Soborna a alguien, amenaza a quien tengas que amenazar. Lo que sea.
Arrancó el coche que, con un rugido estridente del motor se puso en marcha, levantando una nube de polvo por los caminos, hasta que salió de los suburbios y dejó de oírsele.


Una noche de sombras y pesadillas se cernía sobre las muchachas, que caminaban con pasos lentos pero seguros en la tierna y palpitante oscuridad. Era como respirar contra el lomo de una criatura vetusta y poderosa, sumida en un profundo letargo. El truco del ataque había dado resultado, porque las había soltado (aunque lo que Águeda había pretendido era que la llevara de vuelta), pero ahora se encontraban solas en aquel páramo infectado y sin saber a dónde ir. En aquel medio hostil en que todos los factores parecían ir en su contra lo que, sin embargo, más las aterrorizaba, era si las historias que se contaban sobre los habitantes del páramo eran verdad.

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