8/9/14

La desconocida (Rosæ)

Chiara paseaba distraídamente por su Roma natal con su hijito de un año y su recién estrenado marido. Se pararon frente a una enorme y moderna librería en cuya puerta se amontonaba gente ansiosa y de ojos (le pareció a Chiara) semi-llorosos y sonrisas histéricas. Todos llevaban un voluminoso libro entre las manos y estaba claro que esperaban para que alguien se lo firmara. Chiara se había acercado a ellos indiferente, dispuesta a evitarlos y seguir caminando. Pero Marco se mostró interesado, se detuvo frente al escaparate y comentó que se trataba de ese autor de moda de origen ruso que tanto gustaba entre sus compañeros profesores. El mundo de Chiara se puso boca abajo en un segundo cuando comprendió que el escritor famoso por el que se amontonaban tantas lealtades en la acera a la espera de su turno era nada más y nada menos que su escritor ruso. El corazón todo se le salía por la boca y tenía miedo de hablar y delatar su turbación. Angustiada, miró al hijo y al marido. Sentía cómo el terror se extendía por ella y la contaminaba entera, y unas ganas encontradas de salir corriendo lo más lejos que pudiera de ese lugar y (a la vez) de correr dentro (hacia él) le jugaron una mala pasada y se mareó. Sólo para verlo, ni siquiera lo tocaría, pensaba, con una temblorosa sonrisa de placer en la boca que no pudo reprimir. El pequeño Lorenzo no le quitaba de encima su seria mirada, parecía preocupado como un pequeño e impertinente doctor. Chiara se sintió desnuda y evitó mirarlo. Se le cayó el alma a los pies cuando Marco declaró que compraría el libro para que se lo firmaran. Chiara lo miró con el ceño fruncido, como se mira a los hipócritas, convencida de que sólo quería pavonearse en el trabajo y que el libro en sí le importaba un bledo. Pero no supo cómo decir que no, y de todas formas la curiosidad por ver a Iván se hacía más insoportable a cada segundo que pasaba. Creía que ya estaba curada, pero la idea de verlo despertó en ella los rescoldos del antiguo fuego y empezaba a abrasarla la impaciencia. Los minutos en la cola fueron un infierno interminable para Chiara, que veía ante sus ojos el día en que había dejado a Iván como si actores con máscaras tristes representaran la obra de teatro de su vida, de lo que pasó y de cómo terminó todo entre ellos.

Decidió huir de Iván un año atrás, en otoño. Ya sabía que estaba embarazada, pero no había podido decírselo porque estaba aterrada. Las noches se habían convertido en una reincidente pesadilla en las que ella no dormía y él dormía a su lado descansando de sus propias tribulaciones (¡si las tenía!) e ignorando su dolor. Chiara quería y no quería dormir; quería, porque estaba más cansada que nunca y pensaba que el no dormir no le haría bien al bebé, pero no quería porque quería espiarlo pues, a veces, hablaba en sueños y la nombraba a ella: a la otra, a una tal Violetta que Chiara odiaba más que a nada en el mundo. ¿Quién era esa furcia? No lo sabía ni lo sabría nunca; pero tenía claro que era una amante por las palabras de amor en italiano que creía entender muy de vez en cuando en los confusos balbuceos del amado dormido. ¿Y ese odioso nombre: Violetta? Buscó su origen y leyó que era la variante rusa e italiana de Violet. Pegó un puñetazo en la mesa. Se la comían los demonios. Se podría haber llamado Giovanna o Katerina y tendría más información, aunque fuera una “ilusión de información”; estaba claro que uno podía poner a su hijo el nombre que quisiera, sin pensar en el origen etimológico del nombre en cuestión, pero, con “Violetta”, ni siquiera tenía una pista. ¿Y cuánto tiempo habría estado engañándola, sería reciente, una bibliotecaria italiana, sería profundo, un antiguo amor de Rusia, de vacaciones aquí? ¿Habría sido cosa de una vez, de muchas veces, sería serio y la dejaría un día con cualquier excusa sin explicarle nada ni mirarla a los ojos? Tenía pesadillas donde ocurría eso y él se comportaba con ella con una frialdad insoportable. No sabía, no sabía, pero estaba claro que él gemía su nombre en sueños y que como en son de burla lo mezclaba a veces con rápidas frases en ruso que le daban a Chiara unas ganas inmensas de despertarlo a golpes. Los celos y la rabia se la comían por dentro. Estaba segura de que él estaba teniendo un romance con esa desconocida y, cuando se armó de valor para preguntárselo abiertamente, él le clavó una mirada indescifrable, mezcla de incredulidad y ánimo defensivo, como si ella estuviera hurgando en algo muy íntimo o la acusara silenciosamente de haber leído su diario. Esa reacción le pareció el colmo a Chiara pero, como él lo negó todo, no tenía por dónde seguir su particular investigación. Otro día se arriesgó a decirle con una sonrisa amarga “que llamaba a Violetta en sueños”, y su respuesta fue poner los ojos en blanco y decir Los sueños, sueños son. ¿Qué significaba eso, que sólo tenía fantasías con la tal Violetta, que no existía, que ella sacaba las cosas de quicio, que era su amor platónico de la infancia? ¿Encima se hacía el misterioso y le daba contestaciones de listillo, sabiendo que esto la torturaba? (A ella le parecía simplemente una muy burda estrategia para que ella no le diera importancia y lo dejara en paz). ¿Qué clase de respuesta era ésa, y cómo iba a confesar que estaba embarazada a alguien que consideraba que no tenía que darle explicaciones ante algo tan grave como una acusación de infidelidad? La idea de dejarlo antes del desastre (que él la dejara por la otra, que tuviera un hijo con un hombre infiel y él se creyera con derecho sobre el retoño) se le metió dentro y ya no la abandonó, sino que creció y creció dentro de ella como un tumor que la hacía llorar por todo.

De todas formas, nunca podría confiar en él, se decía en sus momentos de mayor lucidez, porque era como un pájaro que cuando se asustaba volaba. Chiara se sentía muy abnegada y constante, y siempre había odiado que él no fuera capaz de hacer promesas, que no pensara en el mañana y que creyera que la vida matrimonial era incompatible con su carrera de escritor.
Por otro lado, él no había descubierto (aún) que no tenía talento para la escritura y que “haría mejor en invertir su tiempo en algo más productivo”. Le hubiera gustado que él hubiese encontrado un buen trabajo y que empezara a pensar en sentar la cabeza, en lugar de querer vivir siempre como el eterno adolescente. Ella hacía dulces insinuaciones al respecto con las que sólo conseguía que él diera un portazo y saliera fuera a fumar o le subiera el volumen a Mussorgsky sin siquiera mirarla. A ella Mussorgsky le ponía los pelos de punta, así que en esos momentos era ella quien huía a fumar a la calle o a tomar café con alguna amiga.

Y juntar a Iván con sus amigas, recordaba ahora mientras Marco le ponía ese absurdo libro recién comprado en las manos con una sonrisa ignorante, era como poner un enorme y ácido limón en un cesto de manzanas maduras: no casaban bien, él llamaba demasiado la atención. Si entrara en los restaurantes vestido de monje, no resultaría más llamativo. Ocurría algo parecido con su familia, pero con sus amigas era exagerado. Ellas querían reír y hacer cenas escandalosas y salir a bailar, y él se aburría y las miraba (le parecía a Chiara) con un destello desaprobador en sus pupilas verdes, dos agujas de juicio final que ella odiaba ver afiladas. El resto de novios se comportaban de manera normal: hablaban con todos, bailaban con sus novias. A veces, ellas bailaban y Chiara intentaba hacerlo bailar con ella, pero Iván detestaba bailar, no lo hacía por principio y solía terminar en un rincón con el hocico metido en algún libro. Chiara se moría de la vergüenza. Ella creía que había un momento para cada cosa: no era que ella no quisiera que él leyera si quería hacerlo, pero le parecía de mala educación que salieran juntos y que él se marginara así. Sin duda él era mucho más tímido y no tenía el don de gentes de Chiara, pero que no hiciera siquiera el esfuerzo de integrarse le parecía increíble y era una de las pocas cosas en la vida que lograba hacer que se sintiera más que frustrada y verdaderamente furiosa. Siempre podía leer en casa, ¿por qué tenía que hacerlo también en un local de baile, de noche? Sus amigas tenían el detalle de excusarlo por el idioma, pero Chiara sabía que no era eso. El italiano de Iván era perfecto y lo único que pasaba es “que no tenía interés en mostrarse más simpático de la cuenta”. Era un esfuerzo que no le compensaba, ¿para qué iba a hacerlo? No, sin duda era mucho mejor ponerse en un rincón y pasarse toda la noche de un humor gris, solitario y pensativo, en lugar de estar con su novia, con sus amigas, y pasarlo bien todos juntos. Él siempre encontraba excusas para amargarse y regresar una y otra vez a ese humor retraído. Era sensible y eso estaba bien, pero se pasaba de sensible a trágico y eso le parecía malsano. ¿Por qué angustiarse por tragedias que ocurrían cada día en regiones remotas y que no rozaban la vida de nadie que ella conociera? Ella tenía sólo una vida y quería amontonar en el baúl de sus recuerdos todos los momentos felices que pudiera. Cuando muriera, quería que escribieran en su tumba los años de felicidad que había tenido y que fueran casi los mismos con los que había muerto. No se sentía trágica sino alegre y ligera como una bailarina de aire y sueños. En cambio, Iván, a su lado, era a menudo como una nube oscura siempre llena de electricidad y dispuesta a dejar caer comentarios atronadores sobre el hambre en el mundo y supuestas culpas sociales a las que Chiara decidía dar voluntariamente la espalda. Sin duda era inteligente, pero necesitaba clases particulares de inteligencia emocional y a veces se mostraba tan introvertido que a ella se le pasaba por la cabeza la (absurda) idea de que había llegado de un planeta donde no existían más colores, salvo el negro. Era solemne y terrible como la música que escuchaba, y ella risueña y cálida como un villancico. ¿Cómo iba a tener hijos con él y pretender que serían capaces de ponerse de acuerdo en los detalles de su educación?

Ella era profesora de inglés y, aunque no quería hacer eso toda la vida y querría dedicarse profesionalmente a la fotografía, siendo como era consciente de las dificultades y no queriendo renunciar a sus sueños tan rápido, jugaba a dos bandas y mantenía vivas ambas vías. Él parecía tener un problema con encontrar un trabajo estable y dedicarse a la escritura en su tiempo libre, e iba de trabajo mal pagado en trabajo mal pagado, sin avanzar, sin progresar profesionalmente, siempre con dudas sobre comprometerse con un nuevo jefe porque sentía que vender su tiempo lo hacía miserable y parecía creer que sería infinitamente miserable cuando por fuerza mayor no pudiera huir de la causa (laboral) de su amargura. Chiara no entendía, las discusiones al respecto resultaban infructuosas. Estaba muy bien querer algo y luchar por ello, pero uno no le pone sueños en el plato a un niño con hambre e Iván era demasiado inocente e idealista y no se paraba demasiado a pensar en necesidades materiales porque se ponía nervioso y se agobiaba, lo cual parecía a Chiara inmaduro e infantil y, sobre todo, inútil. ¿Por qué convertir cuestiones prácticas en otra excusa para angustiarse? El futuro a su lado le parecía incierto e inestable como un mar revuelto y, si eso había sido así casi desde el principio, Violetta entraba en escena como una ninfa intrusa vestida de lila y riéndose de todo, de Chiara, de sus planes, invadiendo su terreno y añadiendo al cuadro de sus otros problemas con Iván una negra pincelada de traición que nunca podría superar ni perdonar. No tenía duda respecto a su amor por él, que se le desbordaba del alma cada vez que lo miraba, pero eso no era suficiente para confiarle la educación a partes iguales de su retoño, especialmente ahora que su confianza en su lealtad había sido puesta en cuestión y destruida para siempre.

Aunque torturada por la idea de abandonarlo y no verlo más, una vez decidida a hacerlo aprovechó los tres días que él pasó fuera de la ciudad con un amigo ruso que acababa de llegar a Palermo para hacer la maleta y huir. Se sentía cruel y criminal, pero lo hizo así porque creía que estando él en la casa, viéndolo, él le hablaría y ella se confundiría y no se iría, y decidió que prefería darle un adiós cruel antes que él frustrara sus propósitos abrazándola fuerte y llamándola amore al oído.
Ya había tomado la decisión de irse y no hablarle nunca del hijo y quería llevarlo a cabo aunque se dejara la piel por el camino. Después de dudar un rato, escribió una carta incoherente quejándose de la tal Violetta, de su confianza traicionada y sus dudas con respecto al amor de él, de que buscaran cosas diferentes en la vida, y del incierto futuro de su relación sobre el que él nunca quería hablar. Se dejó el corazón roto en esa casa, olvidó el teléfono adrede para que entendiera que no quería que la llamara y cogió un tren al norte a casa de sus padres.
Él nunca fue al norte a por ella, cosa que Chiara no supo cómo interpretar. Iván no era de súplicas y no lo imaginaba rogándole que volviera con él por muy destrozado que estuviese, y aunque quería criar al hijo sola y había decidido que esto era lo mejor para todos, sintió una insondable decepción conforme pasó el tiempo y entendió que él no la buscaría e intentaría obtener al menos una explicación sobre el repentino abandono.

Reanudó la relación con el novio que había tenido antes de Iván; lo hizo por despecho y tristeza, pero las semanas de embarazo se sucedieron y al cabo le empezó a parecer "muy sensato y práctico" comprometerse con Marco. Lo dejó tres años atrás porque él quería formalizar su relación y ella se espantó con la idea, porque entonces le parecía que estaba mal estar con Marco y bien estar con Iván, pero ahora que había decidido que seguir con Iván era malo, le parecía que era bueno volver con Marco. Le aterraban las responsabilidades a las que se tendría que enfrentar como madre soltera, Marco quería casarse ya y se llevaban bien. Como quería a Iván muy apasionadamente le parecía que era más exigente con él y en comparación la relación con Marco sería mucho más estable y relajada, porque su amor por él era diferente y de alguna forma sus movimientos le importaban mucho menos y sentía menos presión. Y "casarse por amor estaba sobrevalorado". Además, no dijo a nadie lo del embarazo y todo el mundo asumió que el hijo era de Marco, detalle que fue muy cómodo y que la decidió a llevarse el secreto de la paternidad de Iván a la tumba.
Se casaron siete meses después y Lorenzo tuvo dos apellidos y dos padres con trabajo, que lo querían y que estaban preparados para cuidar de él y educarlo, y las condiciones apropiadas que Chiara quería para la infancia de su primogénito.


Después de estar dentro de la agobiante librería haciendo cola durante varias centurias, Chiara empezó a vislumbrar a Iván entre las ansiosas cabezas en espera. Estaba sentado frente a una mesa de color caoba y debía de sentirse un poco como una máquina. Sonreía con timidez y una pizca de impaciencia cada vez que devolvía un libro firmado y (le pareció a Chiara) había un destello de sospecha ardiendo en el fondo de sus hermosos ojos claros, como si dudara íntimamente de que todos hubieran leído su libro, como si no se creyera que pudiera gustar a tanta gente, o como si hubiera errado el tiro y las personas de la librería no fueran precisamente ésas a las que él había estado queriendo impresionar con su sacrificado trabajo. Chiara bajó por primera vez la mirada hacia el libro que tenía entre las manos, no muy segura del género. Nunca había leído nada de lo que Iván le pasaba para que leyera y ahora se arrepentía de ello, pero le pareció insultante leer la sinopsis y descubrir que (sonrió amargada, resignadamente) uno de los personajes principales se llamaba Violetta. No sabía muy bien qué iba a hacer cuando lo tuviera delante, pero la respuesta se formó sola en su cabeza conforme avanzaban. ¿Qué otra cosa podía hacer aparte de darle el libro para que se lo firmara, e irse? Marco y Lorenzo estaban delante, habían asesores y fotógrafos y lectores aguardando turno. Esto no era como encontrarse por la calle y decidir si saludar o no, pensó. En estas condiciones, no podía ni haría nada excepcional. Así que llegó su turno y simplemente dejó el libro frente a él, mirándolo con gozo, incapaz de hablar. Iván alzó los ojos hacia ella y empalideció al punto, y por un momento a los dos les pareció que ella se había ido ayer. Los segundos se alargaron inexplicablemente y Marco sonrió incómodo, pensando por su expresión que su mujer debía de parecerse a alguna hermana muerta del escritor. Había hecho amago de hablar pero no había llegado a articular palabra, y Marco pensó que había querido preguntar a quién debía dedicar el libro. “A Chiara”, dijo para que se lo dedicara a ella, e Iván reparó por primera vez en él, y en el niño, que tenía sus ojos. Chiara sentía que se ahogaba. Él aferró el bolígrafo con mano temblorosa, abrió el libro y escribió algo tragando saliva como muerto de ganas de llorar. Lo cerró de golpe y lo devolvió arrastrándolo hacia Chiara con el dedo índice, hundiendo en ella una mirada resentida e interrogante pero llena de fuego y ternura que la conmovió profundamente. Marco cogió el libro, a su mujer del brazo, y cedieron su turno en la cola. Chiara se giró antes de alejarse y él la miró hasta que desapareció entre el gentío. En la calle, el sol brillaba agradablemente y el mundo seguía rodando ignorando este extraño paréntesis que había sido tan subyugante para Chiara. Tenía el alma revuelta por la alegría y el dolor de haberlo visto. Marco maldijo a su lado. ¿Cómo había podido equivocarse?, preguntó perplejo. Había pronunciado Chiara con claridad y esto ni siquiera se le parecía en las vocales. Así que seguramente sería una broma, algo que uno entendería después de leer el libro, decidió. Chiara se lo quitó de las manos sin comprender de qué hablaba su marido y leyó: Para Violetta, mi inspiración. Tras un segundo de doloroso desconcierto, Chiara rompió a llorar entendiendo que Violetta sería en el libro un alter-ego de ella misma.

2 comentarios:

  1. tia rose! que triste y desgarrador relato!
    entonces Violetta, la que pronunciaba en sueños el escritor no era una amante, cierto?¿tía la verdad es que la relación entre los dos era bastante disfuncional, faltaba mucha comunicación y compenetración, pero aún así que se fuera con el hijo, nose, me ha dado pena por el escritor.
    me ha gustado el hecho de que ha hecho un flashback, el principio era el mismo que el final, pero desvelando más cosas.
    lo de la desconocida ha sido un guiño, no? lo interpreté así, es como que tiene que tratar a Chiara como una desconocida... claro. En fin.. un relato desgarrador!
    Blanca

    ResponderEliminar
  2. Veo mucho de vos en este relaro, anécdotas (la lectura en los locales, entre ellas) y detalles (Italia/Rusia... Iván). El relato es muy bueno, y coincido con Blanca, me gusta la forma en que lo has escrito. Siendo que todo sucedía en el presente, pero saltas atrás para narrar quien es Iván, como fue su relación y porqué lo abandonó.

    Una relación tortuosa, que solo pudo cerrarse de forma tortuosa.

    Final, inesperado, jamás pensé que Violetta fuera su alter-ego... entonces, ¿él soñaba con ella? ¿con ese personaje que estaba creando para su futura novela y que era ella, Chiara?

    Te quiero esposa. Bella!

    ResponderEliminar