12/9/14

Dos vidas (Blanca)


Aquel prado le recordaba siempre a ella. De hecho la había conocido allí. Siempre que se pasaba sacaba la misma conclusión: cada lugar tiene una esencia y cogen especial relevancia cuando nos recuerdan momento, personas. Tan momentos... Era el lugar donde se encontraban. En aquellos tiempos ella era casi una niña y su padre la tenía muy controlada, no quería apenas que saliera a la plaza, me decía, claro. Tenía prohibido el verme y eso me torturaba, pues llegaba a creer que estaba haciendo algo malo, me hacía sentir culpable, pero cuando ella me desveló que quería fugarse conmigo, lejos de su padre, que me amaba tanto como yo a ella, me reconfortó y me subió al cielo, tocando casi el Vahala, pero sin morir. Como si de una batalla se hubiera tratado, la victoria sabía demasiado bien para durar tanto.

Haremos vida en otro poblado. Mi padre tendrá que aceptar mis decisiones, ya soy adulta y puedo decidir por mi misma. Y yo quiero estar contigo. Todo era en aquel prado. Puesto que antes, debido a la prohibición tácita por parte de su padre, nos veíamos a escondidas. Después de muchos años vuelvo. Nada ha cambiado. Pero yo sé que no soy el mismo.

Eran tiempos difíciles. Cuando llegamos al poblado vecino, establecimos con el jefe, Roho, el permiso de quedarnos a cambio de serles útiles con respecto al poblado, y justos con los demás habitantes. Así que nos cedió terreno y parte de ganado, que año tras año le concedíamos parte de carne y hortalizas, ya que debido a su generosidad, podíamos vivir. El padre de ella nunca nos persiguió, me decía que no pensara tanto en eso, puesto que tenía pesadillas continuas en las cuales secuestraba a mi mujer y a mi me torturaba. Eso no lo podía permitir. Lo mataría, aunque fuera su padre. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Ella me consolaba, me quitaba esos pensamientos de la cabeza, eso nunca sucederá, Patrick, mi padre está mayor y habrá aceptado mi decisión.

Los meses siguiente a los de nuestra humilde boda sucedió la guerra entre nuestro poblado, aliado con el condado este, con los forasteros de norte, aquellos básbaros inmundos que nos querían quitar tierras y mujeres. Y eso tampoco lo podía permitir. Así que, con los demás hombres del poblado, combatí, como me había enseñado mi tío, ahora ya en el Vahala y muerto en combate. La guerra no duró mucho, cuatro meses. Pero para mí fueron una eternidad y deseaba con ansias de que se acabara, de volver a verla, de estar en paz. No tenía el pensamiento de los demás vikingos, no veía el porqué de las guerras y por eso, siempre he sido levemente rechazado dentro del grupo, aun siendo imprescindible. Todos decían que luchaba con valía, con honor. Yo solo pensaba en reencontrarme con ella.

Cuando terminó la guerra y volvimos al condado, nos recibieron con clamorosa acogida; habíamos triunfado. Cuando la volví a ver estaba embarazada. No me había dicho nada anteriormente, seguro que cuando me fui lo sabía, quizás no. Bueno, qué importaba. Merecía mucho la pena vivir. Por fin iba a ser padre, por fin podría ser padre con ella, compartir la educación de una nueva persona dentro del poblado. Así que nació al cabo de dos meses.
El día del parto fue el día más horroroso de mi vida. Agonizó durante horas, y yo, sin poder hacer nada, quería romper todo aquello que se me ponía delante de la mirada. Las matronas comentaron entre ellas que debían de salvar la vida de el bebé, al menos. Iba a morir. Un parto complicado, quizás se había complicado no ese día, sino los anteriores meses, preocupada. La guerra no trae nada bueno, ni aún cuando es victoria en tu bando.

Así que murió. Y mis veces pedí a los dioses que se llevaran al bebé. No lo quería. La quería a ella. La quería sana. La quería para mí. La enterré con mis propias manos, donde nos conocimos, en el prado. Aquel día no dejó de llover ni un segundo, pero cogí el caballo. Sólo la podía enterrar allí y en ningún sitio más. La tierra estaba mojada y olía a mi infancia. El cielo también estaba enfadado y quería prepara la tierra para acogerla. Pasaron los días y aunque no lloviera posteriormente, para mí seguía lloviendo dentro.

El bebé no lo quería. Me recordaba demasiado a ella. Él era el asesino. Me la había arrebatado. Así que lo dí a una mujer cuarentona que no había tenido hijos, me lo agradeció con creces. Por lo que a mi respecta me fui del poblado. No quería estar más en nuestra antigua casa. Los años posteriores no importan. Pero un día, decidí buscarte, encontrarte. Si te contara esto en persona, quizás me mataras. Te entendería. Pero hemos de seguir adelante, no quedarnos estancados ante un recuerdo. Si pudiera volver al pasado. Dos vidas que cambiaron la mía.

BLANCA

1 comentario:

  1. Un relato precioso Blanca. Y además, has sido super rápida. Eficiencia Sahuquillo :)

    Siempre luchando para estar juntos, y la nueva vida de un nuevo ser arrebató la vida de la persona a la que más quería.

    Me ha enamorado esta frase "El cielo también estaba enfadado y quería prepar la tierra para acogerla" La lluvía, las lágrimas desconsoladas del marido.

    Precioso :)

    Mil besos guapísima!

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