16/9/14

La desconocida (Blanca)

  • Mamá, ya hemos encontrado la chica perfecta para que venga a cuidarte.- explicó Eugenia, con voz alegre. Tenía claro que no quería enviar a su madre a una residencia nunca, ahora su salud no era como la de antes y por ello había tomado esa decisión.
  • Está bien hija... Pero tengo que reconocer que me ha de gustar, sino lo siento mucho por ella y por ti, pero no soportaré ni un día.- Estableció Eloisa.
  • Lo sé mamá. Sé que eres especial y por ello he escogido a la mejor.- estableció de forma segura y contundente de hija única. Lo cual, a la anciana Eloisa le calmó y tranquilizó sobremanera. Lo último que quería era tener en su propia casa una negra o una sudamericana. Nada de eso. No. Tenía que ser española. Tenía que ser, según ella, de su misma raza.
    Pero Eugenia tenía otras ideas, tenía un plan, que dudaba si iba a tener resultado; nunca es tarde para aprender para tirar prejuicios a la basura, pensaba. Se lo pensó mucho, sopesando las consecuencias de su plan. Su madre la podría odiar. Legaba un punto en que le daba igual, quería que su madre no se fuera a la tumba sin antes quitarse todas aquellas ideas de la cabeza.
La viuda Eloisa era una mujer de sesenta y ocho años. Madrileña de nacimiento aunque sus padres eran de un pueblecito de Ávila y habían tenido que emigrar para labrarse un futuro con más posibilidades que el anterior. Habían tenido su marido y ella un comercio de venta de frutos secos y alimentación, les había ido bien. Una vida tranquila sin grandes cambios, pero con pequeños momentos inolvidables, que realmente pensaba Eloisa, era lo que importaba. No habían querido tener muchos hijos, de hecho sólo habían tenido a Eugenia. Era una niña muy inteligente, desde siempre lo había sido, le gustaba mucho leer, de hecho desde que aprendió a leer no paraba de devorar cada libro que se encontraba a su camino. Había acabado con éxito sus estudios como historiadora y ahora trabajaba en un museo como asesora. Sus padres estaban muy orgullosos de ella. Creía Eloisa, la viejecita que le gustaba dar largos paseos y hacer ganchillo que la conocía demasiado.


Cuando la vio creía que se había equivocado realmente de puerta, de edificio, de ciudad. No, no podía ser. Era una negra. Sí, con todas las letras, pensaba. Ella odiaba a las de su raza y su hija lo sabía muy bien aunque una y otra vez la convenciera de que no tenía porqué sentir esos estereotipos y prejuicios ante personas que no fueran como ella, caucásica.


  • Hola, buenos días. Soy María, ¿qué tal?- se presentó la joven, no tendría más de treinta años. No tenía ningún acento, pero la piel era lo único que fastidiaba a la viejecita inválida.
    Al observar María que la señora no le respondía, se acercó un poco más. Es extraño, pensó, parecía que se había quedado petrificada. Aunque por otra parte, Eugenia le había explicado que su madre “era especial”. Temía que de buenas a primeras le diera un jamacuco.
  • Emmmmm. Sí, perdona. - respiró hondo y luego tosió. Eloisa se había quedado sin aliento. Es una encrucijada de mi hija, la muy... Pero no se va a salir con la suya. Parece mentira que no me conozca. - Ha debido de haber un error.
  • Me temo que no señora. Su hija Eugenia me ha dado la dirección correctamente.- Silencio. - Bueno, pues bonita casa tiene usted. ¿Qué tal si preparo algo para beber y nos conocemos un poquito, le apetece?- decía María mientras se aproximaba hacia la cocina. Si no la invitaba, haría ella por conocer el lugar donde iba a trabajar. Si es que finalmente le agradaba a viejecita.
  • Espera, no. Mejor será que no. No me apetece nada, ¿de acuerdo?- estableció contundente pero con voz trémula Eloisa.
    Así que estuvieron esa mañana mirándose a la cara, confusas una de la otra. Una situación embarazosa para ambas, que sobre todo María no lograba entender. La anciana aquella tarde llamó a su hija, no se lo podía creer. Pero, le dieron igual las amenazas de su madre, no iba a cambiar a María por nada del mundo. Tendría que aprender a convivir con una persona con diferente color de piel.
    Así que pasaron los días y las semanas. La comunicación era poca y notaba María que aquella mujer tenía algo en contra de ella. Pero un día, hizo algo que sorprendieron a sus longevos ojos. Siempre había creído que los negros eran unos sucios, pero la meticulosidad en la limpieza de su nueva asistenta le rompía los esquemas y comenzó a pensar si no era ella la que estaba ciega y equivocada. Un jueves por la mañana le trajo buñuelos de calabaza, se quedó petrificada. Era su dulce favorito ¿ Cómo lo habría adivinado? Se hacía de querer. Le daría una oportunidad.  

1 comentario:

  1. Bonita historia. Nunca es demasiado tardes para cambiar y dar oportunidades, por muy vieja, tozuda y cascarrabias seas :)

    Besos hermosa!

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