4/4/11

¿Qué hace un bolchevique cuando se zambulle en el Mar Rojo? (Rozae)

San Pedro, mi vida, mi alma, mi otro yo…;
No sabes qué sadismo autocomplaciente me hace cosquillas por dentro al imaginarte en este preciso, precioso momento: debes de estar muy confundido con tu situación, a la vez que furiosísimo conmigo, tu por lo demás siempre leal Natacha. ¿Qué puedo decirte que tu soledad y el siseo hostil del mar que te está sitiando como un fascista sonriente no te hayan dicho antes de abrir mi carta? Sí, corazón, esta es mi forma de decirte adiós pues, como ves, me he ido sin perturbar tu dulce sueño, mi cómplice.
¿Por dónde empezar? Se me hace muy complicado. Son tantas cosas, tantos años juntos: ¡toda una vida! No recuerdo en la mía un momento en que tus ojos no hayan regido mis acciones y pasiones. No seas injusto conmigo creyendo que no me duele hacerte esto, Pedro, no es así. Sufro. ¡Y sufriré tanto…! Eres mi laberinto. De jovencita puse mi ser en tus manos y desde entonces me he dejado conducir hacia donde el hilo de tu voluntad me lo ha dictado, incluso a esta tierra oscura de gente… ¡sucia! Asquerosos, los odio con todas mis fuerzas, por fin lo sabes, años me he callado, hasta la religión tienen que pervertir, que es sagrada, estos miserables ¿qué tengo que ver yo hija de condes con ellos, si hasta el ennegrecido color de su piel me repugna? Nada ¿ves? pero aquí estoy todavía, para que tu exilio eterno no me exiliara de tu cuerpo: mi única patria. Vengo sufriendo por tu Causa desde que tengo memoria, me he desgastado en tus deseos, me he marchitado en mi abnegación de amante y esposa, pero como nada (por fin lo sé) puede quebrar mi amor por ti, ahora me parece que todas mis lágrimas fueron de miel hasta este momento en que me brota sangre de los ojos desde el corazón roto a martillazos. Sabiéndome subyugada, me has gobernado como un tirano y cuando me has destrozado ¿de qué me quejo? ¿Tiene derecho la vasalla a reclamarle algo a su señor? No… ¡Y si supieras el miedo egoísta que me da dejarte, pánico! Tu muerte me entregará a las garras de una libertad desnuda que me aterra con su rostro horrendo. Con esto pierdo a un tiempo al alma, al salvador y al amo. ¿Qué vida me espera después de haber perdido la mía, lo único que poseo y me posee junto con mis hijos queridos? Ninguna, te lo aseguro, mi terror es absoluto, por eso quiero que entiendas que abandonarte aquí simboliza mi propia inmolación, a la vez que es una gloria inaudita para el hambre de la fiera reprimida que llevo dentro darme el lujo de vestir la capa de aquel príncipe griego tan listo, Teseo.
Ahora, necesito hablarte de la primera vez que me dejaste embarazada de culpa. Porque fue una época apestosa que aún hoy me esfuerzo por enterrar y cuyo pequeño fantasmita (mi primer asesinato…) todavía me persigue en sueños. ¡Me lo reveló una vieja feísima, tan enjoyada como una niña arrugada disfrazada de princesa! Odiosa, cansada, triste. Con sus aires de matrona orgullosa de haber parido diecisiete hijos en dieciocho años. Fue justo frente al número 22 de la calle Lipka, nunca lo olvido, al salir mareada preñada de náuseas de la pastelería a la que había ido con mi hermana Anastasia, me sujetó por el brazo para que no cayera, demasiado amable, y me dio la enhorabuena, pequeña, con una sonrisita de complicidad que me dieron ganas de vomitar ahí mismo mis dieciséis primaveras. Vomité, de hecho, en sus zapatos, y salí corriendo desconcertada. Iba a verte, claro, pero algo me frenó. Vergüenza, odio. Entonces me sentí más que nunca humillada por tus deseos animales tus falsas promesas de placer, y ahora ya era tarde para arrepentirme ya estaba mancillada, sucia, e irremediable, viva, la mancha atroz de mi miseria moral crecía y crecía en mi vientre culpable. Cuánto lloré… ¿Qué podía hacer? Todos me repudiarían, me despreciarían, renegarían de mi suerte, escuchaba en mi cabeza sus lamentos hipócritas, oh Dios mío qué has hecho decepción hija mía para esto te hemos educado te casarás con la vergüenza el duque de O vendrá antes de que se te note la culpa de ese maldito rojo de mierda lo mataré. Paseé las lágrimas de mi soledad por toda la nieve de Moscú y tomé la resentida decisión de no volver a verte después de abortar. Nunca he podido contarte acerca de las veces que lo intenté antes de lograrlo. Fue tan humillante. Me tiré por las escaleras de las caballerizas; sólo sirvió para astillarme las costillas. Probé inyectándome vinagre; no funcionó, a cambio me produjo unos dolores terribles. Quise pinchar a tu hijo con la aguja de hacer punto de mi abuela, pero no sé hasta dónde llegué, sólo que estuve sangrando toda la noche en callada angustia por miedo a ser descubierta. Estaba casi muerta cuando mis hermanos lograron abrir la puerta encallada de mi habitación. Luego veo médicos, ya sabes el resto. Todavía enfrento en pesadillas la expresión fúnebre de mis padres mientras suplico a llanto vivo que me den al convento, cuando lo único seguro ahora es mi vientre saqueado y sangrante, esos jirones de vida roja, esta ausencia del hijo. Anastasia quiso saber si el padre eras tú, no pude negarlo, no había otro. Trató de razonar con mi llanto y acabó convenciéndome de que debías saberlo, de que lo que había pasado era responsabilidad tuya. Cuando ella misma nos reunió en casa de Liova y vi tu cara, se me cayó el alma a tus pies. Hasta entonces, no se me había ocurrido que mi joven y apuesto héroe de veintidós años supiera llorar. ¡Pero sabías, vaya si sabías! Y cuando te vi así, arrodillado ante mí, los puños crispados en mi falda, el rostro inundado de pena y rabia enterrado entre mis piernas, Natacha, Natacha por qué lo has hecho, pidiéndome perdón, implorándome para que me casara contigo y fuera la madre de tus hijos, me sentí tan amada, tan necesaria, tan im-prescindible que como una pequeña y cruel diosa sonreí aceptando el holocausto que tu llanto humillado ofrecía a mi sufrimiento y a la memoria de mi hijo muerto.
Desde ese día hasta el que Liova nos casó en secreto y hasta el que mis padres me desheredaron hubo un paso, ya sabes, pero este destierro, inevitable después de la muerte de tu pobre camarada Vladimir, y que todavía me desgarra, nunca entró en mis planes. Qué absurda era la disputa de Trotsky y Stalin, si los dos habían salido de la misma cloaca ¿no daba lo mismo cuál se sentara en el trono? En fin, mira adónde nos han traído “tus ideales” y este exilio culpable, Pedro; a mí ni más ni menos que al final de la dorada vida desarraigada siempre a tu lado que me prometiste entonces, y a ti al mismísimo centro del mar donde siempre me pediste que echara tus cenizas después de muerto. Tiene mucha gracia que viviendo junto a él nunca hayas aprendido a nadar, con lo provechoso que te sería ahora no odiar el agua como un gato traumatizado, y sin embargo mírate amante inútil: dando vueltas como un león enjaulado con el rugido atragantado en el pecho atormentado. Me divierte dibujarte en mi imaginación, en mi memoria, así. ¿Tienes miedo? Ansío que eso sea lo mínimo que tengas, pues vas a morir aquí y aspiro a que la angustia previa supere a todas las anteriores que, después de todo, no han sido muchas. De hecho, con todo, yo diría que has vivido a cuerpo de rey, rebelde. ¿Tú qué crees?
¿Sabes…? Recuerdo con mucho, mucho cariño aquel enamorado día de recién mudados en que me subiste a esa barca y empezaste a remar, diciendo que se te había ocurrido algo loco, hacerme el amor en la primera isla que encontráramos. ¿Y si no encontramos nada? Pobre de ti, no volveremos a tierra. Jaja, muy divertido. Tu capricho estaba empezando a asustarme en serio, suerte que dimos con este sitio, no más grande que el comedor de nuestra casa, suficientemente “isla” como para echarnos a tierra firme a concebir; ¡así que tu tumba tiene para mí un dulce sabor sentimental! Ha sido un pretexto útil, el del buen recuerdo aquel, para traerte de nuevo a este islote a hacer el amor y la siesta. Sí, aparte de que la demencia debe de haber hollado fuerte en mi mente desgraciada, ya sé lo que estás pensando, no hace falta que pagues tu ira con el papel, todavía no he terminado, no quieres morir sin saber por qué vas a hacerlo, ¿cierto? Oh, pero lo sabes, puedes haberlo leído en cualquier novelita tuya, porque este matrimonio a tres bandas que has creado es un argumento sobado pero cíclico. ¡Sí, rebusca, canalla, en el abismal laberinto de tu conciencia, y dime si no hay ninguna puñalada que quieras contarme tú a mí! Exacto… ¿Qué comes, que adivinas? ¡Sonia! En fin, me gustaría poder decirte que al menos ella sí me lo contó, pero no. Lo sé, lo sé, “no queríais hacerme daño, sólo fue una vez, un error, Natacha, no es a ella a quien quiero tarará”. Tópicos de defensa. Igual te mueres, Pedro. Porque ella sabe que no se estaba metiendo en la cama con un hombre, sino con mi vida hecha hombre, y tú sabes que ninguna traición me hubiera dolido más hondo que esta, que hubiera preferido que te diera un ataque al corazón en cualquier burdel del centro. ¿Pero Sonia? Ridícula amiga de mierda incapaz de ser fiel nadie, se dice muy libre interpretando ese manido papel de hembra independiente misteriosa y coqueta, no sabe que su vida es interpretar pero es una pésima actriz, pobre estúpida, más ligera de cascos que una puta de precio bajo, se acuesta con todos y se muere en el fondo por encontrar un esposo como tú que la salve de su mezquina existencia dándole una Sofía una Alejandra y un Nicolás que yo misma le he prestado tantas veces pero tiene el vientre yermo como un cadáver y se dice enamorada, esta vez es de verdad, Natacha, esta vez es de verdad, de cada pene que chupa demostrándole con su erección que la desea. Así, lamiendo el tuyo se ha vengado de mí, no sé para qué ni por qué miserable razón subterránea que no comprendo (porque siempre le he demostrado la lealtad ciega de la amistad sincera) salvo que para ella sea un fin en sí mismo arruinar mi matrimonio, arruinar a mi familia arruinándome a mí a través de ti, pero no lo entiendo y se lo preguntaré, tranquilo, y le preguntaré de paso si se quedó también enamorada del saborcito de tu semilla y volvió a meterte la boca en la bragueta sedienta de otra ración después de que yo os viera. Oh, seguro. ¡Eres tan dulce y magnánimo, y no sueles cansarte a la primera, qué grande! ¿Cómo no querer verte de nuevo loco entre sus muslos, gimiendo tan fuerte como para que la tonta de Natacha abra la puerta y la cierre de espanto y ninguno os deis cuenta? Cerdos, ahora creeréis en el infierno. Y dirás tú ¿por qué no escupírtelo en la cara, y ladrar a cambio en esta carta crispada? Si no hay color… Créeme que sueño con zarandearte hasta la asfixia desde ese día abyecto, pero la construcción de mi venganza requería esta última tortura: mirarte sonreírme, dejarme besar por ti sabiéndote infiel. Cuando descubrí vuestra perfidia, lo primero que pensé fue en haceros mierda en la cama a cuchillada limpia, no lo dudes, de modo que no sé de qué titánica manera logré contenerme, marcharme y dejar que acabaras con ella llorando con el puño en la boca, soñando pasiva con tomar cartas en este asuntito de la forma más diabólica posible. Antes de ahora nadie se había burlado de mí de manera más infame y cruel, pero después de que ocurriera supe que nadie podría hacerlo sin pagarme el tal agravio con el precio más alto. Y tú, ya que ni tus hijos son tuyos, aparte de tu arte que no te puedo robar, sólo me posees a mí y a tu propia vida: pues con esta última me has de pagar sin que poseerme te sirva esta vez para nada, o no me llamo Natacha, querido mío. Pero no quiero echar sobre mis hombros todo el mérito porque, después de todo, esta pequeña proeza de muerte no es sólo cosa mía.
Me explico. Como tú has gozado haciéndome traición con la puta amiga más valiosa que tenía (sí, la más fiel) a la que debes de haber seducido con ese porte tuyo de maduro capitán desterrado, con ese irresistible encanto de revolucionario sin revolución que te gastas con las jovencitas de buen ver y que nunca te he criticado, idiota de mí, la tentación del ojo por ojo ha sido demasiado fuerte como para que yo débil mujer haya podido vencerla con fortuna. De modo que antes de despedirme te contaré una historia ocurrida entre los bastidores de la obra de tu vida, cuyos actores clandestinos somos sólo tu “adorado” José y yo. Sí, José: él me está ayudando a deshacerme de ti, que no te choque la noticia. Sabes (o estás ciego) que me desea desde que me conoce, que me ama a tus espaldas desde entonces, por lo que me he forzado siempre a mostrarme fría con él ante ti. Lo cierto es que te detesta más de lo que imaginas (casi creo que tú no lo odias tanto como se merece) porque además de todo lo que ha pasado entre vosotros, has sido el obstáculo que le ha impedido mi posesión, y fuiste durante algún tiempo la corpórea excusa que erigí para no entregarme a él. Al principio, su deseo producía en mí una mezcla obscena de halago y repulsión, porque iba unido a la idea de la infidelidad, que nunca he tolerado bien en mi vida, y para alejar la amenaza de la infidelidad me esforzaba por compararos en mi cabeza, a ti, el legítimo, con él, que representaba esa posible aventura que me daba miedo y vergüenza, y me decía una y otra vez que aborrecía que me clavara sus inexpresivos ojillos de pescado con ansias de seducirme en vano, cuando con una espontánea chispa de tus ojos podría incendiarse un bosque entero. Pero lo cierto es que el atractivo de José es más sincero que el tuyo, que tienes el papel de listo demasiado estudiado, y es muy atento, y elocuente, y aparte de convencerme de que tú tenías otras amantes de las que obviamente no me hablabas, venció mi pudor con tanta sabiduría que al final ha sido el único hombre con el que he gozado verdaderamente en la cama, siendo que sólo me he acostado con vosotros dos. No, no sé si Nicolás es hijo tuyo o suyo. Pero no tengo ninguna duda de quién es el padre de Alejandra y Sofía. No te niego que he sufrido mucho con la culpa de la Natacha infiel, pues después de todo te seguía queriendo y por eso nunca te he abandonado, como él quería, pero tampoco deseaba dejar de verlo porque a ti te amaba pero con él tenía el Placer, un placer sorprendente, Pedro, con el que José (yo no, te lo juro) gozaba humillándote. El día que me enteré de que llevaba a Sofía en las entrañas, hacía tres meses que no me tocabas como en nuestros “buenos” tiempos, pero esa noche me obligué a buscarte en la oscuridad para darte la paternidad oficial del segundo retoño. Fue difícil para mí, ese deseo hipócrita, pero lo hice por el bien de nuestro matrimonio, debes entender. Acabé decidiéndome a dejar a José por miedo a quedarme embarazada de nuevo, porque claro, con encuentros tan salvajes y seguidos, y tan agotadores, hubiera traído quince hijos al planeta, y no quería… Además, me distraía de mis funciones de esposa y de madre, que era lo principal a lo que debía dedicarme. Desde entonces lo evito. Sólo volví a buscarlo después de descubrirte con Sonia. Le sorprendió mucho y muy agradablemente mi visita, imagínate. Para qué darte detalles. Despechada, le dije lo que quería y me lo dio.
Adiós. Como puedes ver, he dejado junto a ti La Revolución traicionada de tu amiguito el gran rojo traicionado, para que lo acaricies por última vez, la Guerra y la Paz del puto Tolstoi, por tu simpático homónimo, El amante de lady Chatterley de un inglés que nunca conoció el respeto por la decencia, por mi feliz traición, y El Lamento de Ariadna de un tal F. Nietzsche (te parecería un patán) pero este poema te gustará. Será lo último que leas, pues lo otro es demasiado grande y ya sube la marea hacia el cielo de tu boca.
Bien, adiós; a partir de ahora seré una respetable y joven viuda cuyo irresponsable primer esposo partió al mar en mala hora. El lunes que viene regresará a casa Anastasia con mi querido Nicolás y Alejandra y mi pobre, pobre Sofía (ojalá lo último que les hayas dicho a nuestros niños no haya sido una trivialidad…) y José y yo nos marcharemos con ellos, está decidido: volvemos juntos a Rusia. Y yo estoy ansiosa por regresar a mi país, por hablar mi idioma al bajar a comprar el pan, por casarme otra vez y fingir que nunca exististe, Pedro. Así pues: adiós. Pero no me olvido de nuestra buena amiga Sonia. Sabes que no voy a irme de aquí sin destruirla. Como he hecho para ti, le he preparado también algo muy lindo, pero comparado con los cristales rotos que le voy a hacer tragar a esa mala puta, uno a uno, tu breve suplicio corazón será como beber un vasito de agua con azúcar.
Te dejo con esfuerzo. Tuya,
                                                                                              Natacha.
…¿De dónde había sacado el valor para llegar hasta el final? Tratando de nadar, de volver por ella, Pedro enloqueció.

3 comentarios:

  1. ¿¿Cómo coño escribes tan bien??
    Con ese título no se me hubiera ocurrido, ¡¡que originalidad!! Me encanta, Rosa...
    Un besazooo
    Blanca!!

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  2. Hola esposa,

    una carta alucinante. Espero no recibir nunca una similar de tú puño y letra.
    Me ha encantado mujer, ha sido una maravilla.
    Cuanta ira tenía Natacha y como preparó su venganza. ¿No se como pudo evitar no acabar con ellos cuando los vio juntos?.

    Menuda carta esposa. Una historia alucinante.

    Un beso loca. Te quiero :)

    Siempre fiel,

    Esther.

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  3. Mis pequeñas, ez que últimamente me fascinan los casos patológicos de abdicación, como el de mi pobre, pobre Natacha. Os quiero já y sobre-entiendo que me toca poner a mí el siguiente título?

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