10/4/11

Cartas para Carmen (Blanca)





El paseante sin camino se acercó a la roca; estaba en una playa solitaria y  el ocaso se acercaba.
Como si estuviera esperándole toda una vida, se quedó mirando fijamente durante un lapsus de tiempo finito aquella botella transparente de cristal con tapón de corcho.
Dentro de ella, se encontrbanan un total de cuatro folios, eran cartas escritas por una mano lascivamente  masculina; todas ellas con el mismo destinatario: Carmen.
No se esperó a llegar a casa; como si un descubrimiento sin precedentes se tratara, comenzó a leer…


1.Para Carmen:
No sé porque ahora me pongo a escribirte; nunca has recibido una sola carta  mía; pero bueno, Carmen, nunca es tarde y esta es una buena ocasión para explicarte lo ocurrido. Lo mío me ha costado comenzar a hablarte después de lo que pasó…
No me arrepiento de lo ocurrido, aunque estés lejos de mí en estos momentos, quién sabe donde.
Quiero creer que lees estas líneas y me comprendas.
Siempre serás mía, aunque no quieras:  la niña de mis ojos andaluces.  Hace un año que no te veo caminar, que  me pierdo en tu recuerdo , creo que estás a mi lado en las noches solitarias, pero solo es un vano sueño ¡ojala no fuera así!.
Me da miedo olvidarte  toda tú, Carmen.  Tus ojos de gata salvaje, tu piel más blanca que el destello lunar, tu pelo azabache, ese porte orgulloso  y atrevido que tenías al andar.  Toda tu eras una musa de la inspiración, un canto a los sentidos recónditos  del placer… una diosa , pues tu poder ejercía sobre mí una fuerza inconmensurable.
Pero solo miraste hacia tu ombligo, sin pensar en los demás; siempre a tu propio interés y eso, querida, trae problemas.
No te miento si te digo que te quise más que a nada en el mundo, aunque suene un tópico. Sí ,Carmen: para mí, siempre  tú lo más importante, primabas en mi vida más que mi propia supervivencia.
Hay tantas cosas que te tengo que decir, Carmen  del alma mía., que no sé por donde empezar primero.
Empezaré primero a pedirte perdón por matarte.  Fue mi única salida ante tanta algarabía sentimental. Me creerás un loco psicópata, pero créeme que tengo mis razones.
Además, que tú en cierta medida, me incitaste a ello.
Cuando descubrí tus patrañas y tus mentiras me daban ganas de estrangularte. Te perdoné muchas ofensas, pero todo tiene un límite, Carmencita.
Tu muerte solo me quitó un peso de encima, pues no quiero verte con otro que no sea yo. Pero con el tiempo, la culpa y el remordimiento carcome el alma.
Y en este punto, no se si entregarme a la justicia o suicidarme.
Quizás me debería haber suicidado tras tu asesinato, con la misma arma homicida. Morir junto a ti, ya que en vida no  me deseabas a tu lado y mi existencia no tiene sentido sin ti.
¿Y ahora? Te preguntarás, ¿qué pasa con mi vida? Para mí, diablo de mujer, mejor muerta que con otro hombre.
Me dí cuenta que no era correcto arremeter contra tus amantes, amigos  míos por cierto. No era correcto, pues el mal venía de ti y no de ellos.
Tú, que con solo una mirada brava de gitana en celo encandilabas a un hombre y lo convertías en objeto de tus antojos.
Carmen, si se puede amar y odiar al mismo tiempo lo descubrí por ti, niña de mi alma y sufrimiento.


2.Para Carmen:
Te conocí hace  unos años, era viernes y no lo olvido.
Tú vendías rosas roja s fuera de la plaza  de toros de la Algaba. Tenías una falda negra hasta los tobillos y una camisa roja del color de tus labios. El pelo largo, sin recoger y unos pendientes que  te llegaban hasta la clavícula. Nunca he visto gitana más bella.
Yo estaba patrullando la zona. Te acercaste y me miraste como miran los gatos, sonreíste . Yo hice caso omiso, pero no me duró mucho, pues me atraías como vil imán.
- ¿Quieres una rosa roja, guapo?- al tú ver que no contestaba, me tiraste una de esas flores que vendías; me dio en el pecho, y produjo el mismo efecto que si de un impacto de bala hubiera tratado.
Calculé por varias veces que fui los viernes a aquella plaza, que casi siempre te encontrabas allí.
Y me empecé a obsesionar. Aún no tengo claro si fue obsesión o enamoramiento. Tenía que acercarme a ti aunque mi sentido común me advirtiera de mi error a conocer los prejuicios de tu raza.
Y comencé a relacionarme con los tuyos y con los de tu raza, por raro que  pudiera parecer a mis conocidos. Sólo por ti. Porque al cabo que te iba conociendo, eras cada vez para mí un misterio que quería resolver.
Aguanté tus ataques de ira agresiva, pues tenías un temperamento escandaloso. Fueron muchos favores los que por ti hice, me utilizabas como un marioneta, siempre a tu antojo, pues sabías que mi debilidad eras tu, que por ti podía hacer de todo.
Siempre hemos tenido un temperamento pasional, ¿verdad? En cierto modo, nos parecíamos.
Me faltaba voluntad para ser yo mismo, y siempre he pensado que eras una bruja y que me embrujabas con tan solo mirarme.
Ya no tenía propia voluntad, mi voluntad eras solo tú.
¿Así es el amor? ¿Quizás la obsesión? Nunca había sentido aquello por otra mujer, e incluso ahora, pues ninguna de las mujeres te llegan a la altura de los tobillos, Carmen.
Y tu, ¿qué sentías por mí? Creo que nunca fuiste sincera conmigo, diablo de mujer, ¿mentías, verdad?.
¿Porqué no me alejé de ti, aún a tiempo? Me lo pregunto cada día, y maldigo y bendigo a la vez aquel día que me tiraste  una rosa al pecho, acto tan descarado como tú misma, Carmen.
 Cuando cavilo en lo sucedido, mi razón me dice que todo fue un embuste, pero yo ¡pobre de mi! Estaba más ciego que un topo.
¿Porqué te aguanté tanto? Quizás por el estúpido pensamiento de que cambiarías por mí, que el amor te haría mejor persona.
Ya mi sentido común desde el principio me avisó de que tu presencia bruja no podría reparar en mí, Carmen, nada bueno…
Pero eras para mí como una droga, y las noches a tu lado… ¡ No hay noche que no recuerde la curva de tus caderas, los bailes que me ofrecía tu cuerpo antes de meterte en el lecho, tu maestría amatoria…!
Al cabo del tiempo, parece ser que te cansaste de mí. Pues rehuías mis llamadas de loco obseso.
Y yo, capaz de hacer y dar todo por ti, Carmen…



3. Para Carmen.
¿Cuántas veces me fuiste infiel? Aunque decías ya que no era tuya, que no te pertenecía, que te olvidara de una vez…
No me importa: me traicionaste, y de la peor manera, niña del diablo.
Y sabias de mi sufrimiento, te regocijabas de él como vil sanguijuela. Y cuando me mirabas con aires inocentes, me daban ganas de estrangularte.
Todo yo era un monumento que rendía culto a los celos, a la desconfianza…
Sí, los celos… me volvieron loco.
Vivías conmigo porque te proporcionaba un techo seguro, y yo, acepté tu oferta  hacía tiempo de quedarte en mi casa, pero fue la peor decisión. Porque me mentías ¡y no me daba cuenta! Decías a veces que me querías desabrochándome  el cinturón  a la vez, y en ese punto, me daba igual si eras sincera o no, porque te podía poseer, al menos por un momento efímero.
Las noches que no pasabas en casa, no dormía directamente. Me acuerdo que una vez te llegué a pegar cuando volviste por la mañana…
Yo solo quería que me quisieras sinceramente , para siempre…¿era mucho pedir?
Empecé a perseguirte, obsesionado con que  te veías con otros hombres. Y era cierto; en realidad, no me sorprendió, solo afirmó  mis acertadas sospechas.
Pero, ¿porqué amigos míos? Primero Carlos, luego Esteban, por último Lucas.
¿Acaso no te dabas cuenta que era una doble traición, que me matabas por dentro?
¿Creías que no me daba cuenta, niña del diablo?
Y en ese punto, en vez de alejarte de mí completamente convencido que eras como Paz Vega en su papel de Carmen, me obsesionaba más.
A mis amigos no los culpo, porque no te conocían, así que en vez de arremeter contra ti por tu traición, Carmen, arremetí contra ellos, dándoles una paliza brutal y perdiendo consecuentemente su amistad… una amistad de infancia, que por una mujer del demonio echaba a rodar, como dicen.
¿Mereció la pena? En ese punto sí.
Pero un día me arrepentí de lo ocurrido con mi amigos, que solo fueron simples víctimas de tu mirada de gata en celo…
Y te llevé al acantilado.
- Quieres matarme, lo veo escrito en tu mirada.
- Carmen, por última vez, déjame salvarte y salvarme contigo.  ¿Me quieres aunque sea poco?
- Te amé un instante, como a otros, quizás mucho menos que a ti. Pero  ahora no siento nada por ti y me desprecio por haberte querido. Déjame ir o mátame, porque Carmen nació libre y libre morirá.
Me eché a tus pies, suplicando piedad, llorando por el destino que te esperaba. Pues estaba escrito que con esa respuesta, tenía que matarte.  Por última vez, te ofrecí todo, sin  pena ni vergüenza.
Pero fue en vano. Bueno, no hace falta que te lo recuerde, quizás aún te acuerdes allá donde estés.
Cogí la pistola, cerré lo ojos y te disparé en el pecho.
Te entregué a la mar, como tú querías acabar algún día, convertida en polvos brujos.
Quizás tu raza a tenido la culpa de tu muerte, por haberte educado así. Y les maldigo, Carmen…


4. Para Carmen:
Un año ha pasado tras tu asesinato y muerte. A mis manos como ya sabes.
¿Mecerió la pena? Aún no lo sé… Quizás si, tal vez no.
Me ha costado lo suyo escribirte estas cartas, espero que las leas, allá donde estés.
Lo que quiero es solo tu perdón por todo el daño causado, porque si no fuera por mí aún estarías viva, vendiendo rosas en la plaza de toros de la Algaba… Pero no me arrepiento de haberte conocido, Carmen.
Te he amado y odiado al mismo tiempo como nunca he experimentado por otra persona.
Y no se si seguir viviendo o entregarme por tu asesinato.
Ser policía ya nada me ofrece, ni siquiera el trabajo me alivia aunque sea un instante de toda la culpa y dolor que me retuerce las entrañas.
Espero volver a verte, en otra vida, quizás. Que hayas aprendido que no se puede jugar con los sentimientos de un hombre que daría todo por ti.
Que hayas aprendido que la traición, Carmen, tiene un precio.
Adiós.

Blanca:)

1 comentario:

  1. Hola Blanca,

    menudas cartas ¡eh!. Cargadas de ira, celos, amor, traición, venganza, pasión, etc.

    Me gusto mucho la historia, ir descubriendo en cada carta un poco más de los sentimientos del policia-asesino. Tú Carmen es como la de la película igual de pasional y traicionera. Una femme fatale.

    Pero eso sí, me pareció un cobarde el policia, con sus cartas tras su muerte. Para limpiarse la conciencia, buscando su perdón. Un cerdo despreciable que solo la quería poseer él, y nadie la tenía que poseer, pues Carmen (com cualquier mujer) es libre de hacer lo que se le antoje y nadie es ni será su dueño, pero es lo que él quería, solo para él.

    Me gusto mucho Blanca, espero a leer la próxima, que haber que se te ocurre con el titulillo que ha puesto mi esposa :)

    Besos guapa.

    Esther.

    ResponderEliminar