14/5/14

El ocaso del alba (Rosæ)





Esta sería una noche apacible para algunos, pero no para Anděl. Había decidido cambiar la vida de su hermana y hacía poco había movido los hilos necesarios para ello. Estaba nervioso y excitado, y pensando en Růžena no podía dormir. ¿Estaría ella dormida? ¿Estarían ella y Emil haciendo el amor? No. Recordó que ella trabajaba esta noche. Su mujer respiraba acompasadamente a su lado, de vez en cuando roncaba con suavidad, sin imaginar el tormento que él sufría. Anděl sintió un breve fogonazo de envidia hacia aquellos que esta noche podían descansar, incluida ella.
Para él, no habría descanso posible hasta que Emil desapareciera del mundo. ¡Cuantísimo lo odiaba! Anděl tendía por naturaleza a odiar a los hombres inestables, caprichosos, tibios para el decidir, que incluso creciditos se emborrachan como adolescentes. Se comparaba a sí mismo con el ingrato cuñado. Anděl se consideraba a sí mismo leal y constante; en ocasiones sufría de dudas, por supuesto, pero no se quedaba navegando en ellas como un naufragado sin ojos en una balsa, sino que miraba en su interior y hallaba soluciones a sus problemas, decidía qué era mejor, y continuaba viviendo, listo para la siguiente dificultad. Le gustaba pensar en sí mismo como en un buen navegante, un capitán con barco propio. Le gustaría para su hermana pequeña un hombre como él mismo, fuerte y decidido. Pero Emil era un nudo de inseguridades nunca resueltas, y su concepto del respeto estaba torcido como un árbol mal plantado de raíces gruesas.

Anděl lo había conocido poco después de que hubiera comprado una vieja furgoneta a un pariente no muy entendido en la materia. Después de estar varios meses molestando a Růžena con la idea de adquirir una furgoneta (ella consideraba que no les hacía falta, pues él tenía coche y ella iba en bicicleta a la escuela), el pariente en cuestión le dijo que se la vendería y él, muy emocionado, contrató un seguro en la capital, hizo la trasferencia al pariente, metió a Růžena en un autobús y cruzaron el país de un lado a otro para reunirse con la familia de él. La furgoneta dejó de funcionar al día siguiente de llegar a la casa, y nunca pudieron arreglarla, aunque Emil se las daba de experto. Růžena estaba irritada, pero no dijo una palabra porque Emil estaba furioso con la furgoneta y no quería que le hiciera pagar sus comentarios. Ha sido tan estúpido, le decía ella a su hermano, ha comprado el vehículo sin siquiera haberlo visto antes, no sabía en qué condiciones se encontraba pero como se la ofrecía su primo quiso creer que estaba de suerte. Y ahora se pasa horas y horas intentando hacerla arrancar, y quejándose de todas las facturas y deudas que tenemos que pagar, y que el dinero que pagó por la maldita furgoneta podrían haber cubierto perfectamente. Ella había insinuado que era precipitado pagar el seguro y trasferir el dinero antes de como mínimo ver el vehículo, pero él no la había escuchado. Era su dinero, dijo. Estaban los dos hermanos en la cocina de Růžena, uno frente al otro, con sendas tazas de té entre las manos. Anděl fruncía el ceño y asentía con mirada comprensiva a lo que su hermana decía, y que ahora le daba otros ejemplos de lo que ella llamaba la insensatez de Emil. Anděl era hombre de pocas palabras y no solía exhibir juicios dogmáticamente, ni forjarse opiniones precipitadamente. Pero, desde entonces, consideraba que Emil era un ser ridículo. Decidió que como pareja no funcionaban como un equipo y que la opinión de Růžena era para Emil algo generalmente prescindible, que probablemente para él su punto de vista era superior y creía que debía imponerse paternalísticamente, como un sacerdote católico impondría la religión a un indio en tiempos de la conquista de América, por su propio bien. Ella era su hermana menor, pero los siete años que se llevaban nunca lo había llevado a subestimar sus consideraciones. Bien al contrario, si Růžena no aprobaba sin reservas alguno de sus proyectos, se lo pensaba dos veces antes de dar un paso. Tenía el juicio de ella por algo sagrado, de tan lúcido y cabal. La vida de Emil habría sido mucho más fácil si se hubiera sentado a pedirle consejo o ayuda en alguna ocasión. Y la vida de ella hubiera sido más fácil si hubiese sabido aplicar sus buenos consejos a su experiencia personal, pero había algo en el vínculo con Emil que la lastraba y la hacía lenta. Para Emil, eso no era amor, sino alguna sentimental forma de vicio. Pero, ¿cómo convencer a Růžena de que no amaba a Emil, o de que su amor no era el tipo de amor pleno y entregado que llenaría su vida de dicha? Los pensamientos y sentimientos de Růžena eran algo a lo que sólo tenía acceso ella, y a Anděl se le antojaba incluso cruel pretender que sabía sobre ella más que ella misma -aunque en el fondo estaba convencido de ello, la conocía demasiado bien, se parecían demasiado. Růžena había sido siempre de valiente opinión y ahora tenía miedo de lo que decía; había sido siempre de decisión libre y ahora tenía miedo de dar pasos en falso. Emil había llenado su vida de dudas y sospechas de las que ella no había tenido antes experiencia alguna, y vivía como en constante temor a una batalla. Estaba claro que Emil había decidido, bien consciente, bien inconscientemente, que el amor y paciencia de Růžena eran inagotables y que ella estaría siempre ahí para él. Anděl lo odiaba por ello; esa idea explicaba por qué le faltaba al respecto a su hermana en cosas que él no le habría tolerado a nadie. Růžena sólo extraía dolor de esta relación. Y, a pesar de los pesares, ella no podía dejarlo. Acudía a menudo a su hermano llorando a lagrima viva, quejándose con honda amargura de los vicios de Emil, declarando que lo odiaba, que sólo le inspiraba frustración, que sólo sentía decepción por todo lo que tenía que ver con él, y mesándose los cabellos mascullaba nunca obtendré nada de él nunca obtendré nada de él como si se le escapara la vida como agua entre los dedos. Anděl la observaba en estas ocasiones con espanto y terror. Su hermana estaba perdiendo el juicio ante sus narices. La impotencia y la rabia lo consumían por dentro, y su mujer mantenía que era asunto de su hermana y que no se metiera en medio.
Y entonces, hacía ahora exactamente una semana, Emil lo citó en una cafetería cerca de la estación de tren de Praga, diciendo que quería hablar con él. Anděl acudió a la cita receloso, y lleno de un odio apasionado, defensivo. Emil no parecía guardar hacia él ningún tipo de sentimiento hostil y eso lo maravillaba. Pidieron sendos cafés y Emil fue al grano. Estaba pensando en tener un hijo con Růžena. Ella aún era joven, pero para él este sería un buen momento; pero no quería asustarla y quería ayuda a la hora de abordar el tema con ella. Anděl parpadeaba perplejo, insultado. Una bandada de palomas voló en desbandada sobre sus cabezas y una se cagó en el centro de la mesa. Ninguno hizo ningún comentario al respecto. Intentando controlar el tono de voz, notando cómo la ira le subía por la garganta, asfixiándolo como una perversa serpiente, Anděl siseó: creía que no os iba bien, que teníais problemas. Emil lo miró estupefacto, como preguntándose quien se lo habría contado, parapetándose detrás de un muro de silencio. Tras unos tensos segundos, expuso que, precisamente porque había algunos malentendidos entre Růžena y él, creía también que era un buen momento para tener hijos, porque eso los uniría más. Anděl esbozó una gran sonrisa sarcástica, contento de haber tenido acceso a esa información y prometiéndose que eso no iba a ocurrir, que éste era el otoño de Emil y que su invierno estaba próximo. La dejaría preñada prometiéndole matrimonio, y la dejaría tirada a los seis meses reprochándole que la idea de tener hijos en tan mal momento había sido de ella. No se pueden esperar conductas sanas de gente enferma, se dijo Anděl. Emil hablaba y hablaba sobre sus ridículos proyectos familiares mirándolo con cierta inocencia. Ni siquiera era mala persona, simplemente era pobre de espíritu, mezquino, irresponsable, impulsivo, indigno de confianza. Anděl no necesitaba saber más, pero le dejó hablar sobre sus planes durante largo rato, disfrutando del poder con el que se sentía. Tenía muy pocas esperanzas de que Růžena viera con claridad que ceder a los grandilocuentes caprichos de Emil podía arruinarle la vida y la carrera, y para eso estaba él aquí, para velar por ella cuando ella misma no estaba capacitada para hacerlo, por ciega. Anděl veía más allá, e iba a actuar en consecuencia. Esa misma tarde lo denunció a la policía, alegando que su futuro cuñado le había confesado que pretendía dejar el país, y que le había pedido ayuda para convencer a su hermana. Para casos como éste, se dijo Anděl cuando el jefe de policía le estrechó la mano para despedirse de él con efusivo agradecimiento, es muy útil que los del gobierno no necesiten “pruebas” propiamente dichas para aniquilar a un sujeto potencialmente peligroso, sino sólo la palabra de un ciudadano ejemplar. Era un hermoso día de primavera y Anděl tenía ganas de saltar y bailar por las calles de su ciudad.

Se levantó silenciosamente de la cama al oír el ruido de un pesado vehículo acuchillando el silencio de la noche, en la calle. Sonrió para sí, excitadísimo, y se asomó a la ventana. Los chicos entraron en la casa de enfrente, donde vivía su hermana, y salieron con Emil, dócil, asustado, y lo metieron en el vehículo y se lo llevaron, como estaba previsto. Anděl estaba pletórico. Había escrito en una nota “No soy digno de ti, mereces encontrar a un compañero de verdad”, imitando con bastante fidelidad la letra de Emil, y la había metido en un sobre. Fingiría que Emil había pasado por su casa antes de irse lejos, a un sitio que no había querido especificar, diciendo solamente que quería abandonar a su novia de una vez por todas. La había amenazado con abandonarla varias veces, así que ella lo encontraría verosímil. Eso la obligaría a volver a tomar las riendas de su vida, como debía ser. La era de Emil se había terminado; una nueva era empezaba para Růžena, llena de nuevos colores y esperanzas. Dos horas después, cuando las luces del alba coloreaban las calles de tonos rosas y anaranjados, Anděl avistó a su hermana a través de la ventana, que volvía de madrugada del trabajo, taconeando calle arriba. Anděl esperó contento, con suma expectación, lo que fuera que fuese a ocurrir a continuación, imaginando que un desgarrador grito de desesperación (mezclado con un alivio brutal) se escaparía del pecho y de la ventana abierta de Růžena. Con ese grito inauguraría el amanecer de su nueva vida, donde Růžena se pertenecería solamente a sí misma y su hermano podría volver a decir que se sentía orgulloso de ella.

3 comentarios:

  1. Rose!! me ha recordado levemente a tu situación! como un grito desesperado, es curioso la capacidad comunicativa de los relatos , sobretodo acerca de nuestras emociones vertidas en los personajes.
    en cuanto al título, me ha gustado el giro que le has dado, coincidiendo con el relato de esther en lo relativo a romper una relación (curioso, verdad?) en parte te he reconocido en la prota, pero muy de lejos, mucho la tendría que anular el pavo con el que estaba para estar tan ciega, no? Y su hermano no tendría algún doble objetivo con sus intenciones?¿ me ha dado que pensar más que sólo por el hecho de sentirs orgulloso de ella.

    Es importante que nada ni nadie nos anule como personas y deje que no seamos tal cual somos, creo que es lo que has querido comunicar. UN BESITO ENORME Y PÁSALO EN GRANDE CON TU ESPOSIS!! tqqq
    Blanca

    ResponderEliminar
  2. Tiene razón Blanca, hemos usado las dos este título para señalar el ocaso de dos relaciones, la ruptura y el fin.

    Me alegra que el hermano se metiera, pero tampoco era su cosa... pero claro, si ella no lo veía, la única ayuda que tenía era la de su hermano... me he quedado con ganas de saber cual sería la reacción de ella.

    El amor, a veces te ciega, pero debemos de ser transparentes y que no se nos nuble la vista con falsas promesas, juicios lastimeros y otras patrañas.

    Un relato profundo y desgarrador.

    Te quiero adorada :)

    ResponderEliminar
  3. Queridas,
    para la que tenga curiosidad, "Růžena" es una variacion checa de Rosa, asi que ni siquiera me estoy molestando en disimular nada. Este relato ha sido muy muy personal. Por supuesto no puedo decir que sea yo (yo soy yo. El personaje es el personaje) pero sin duda lo he enfocado asi buscando efectos terapeuticos. "Anděl" es angel (de la guarda?) y puede verse como la parte mas defensiva de mi misma. Y Emil viene del latin, "rival". Que puedo decir, buaja, aparte de que "mi Emil" tiene suerte 1) de que yo no tenga un hermano celoso hasta ese punto 2) de no vivir conmigo en la Praga comunista, porque yo me meteria en el Partido solo para ganar credibilidad de ciudadana ejemplar ante el Gobierno (y en tal caso se lo hubieran llevado a interrogar no una sino varias veces xD)

    ResponderEliminar