La joven esposa apenas comía, de modo que él
siempre había creído que había algo extraño en ella. Habían empezado a vivir
juntos como marido y mujer sin apenas conocerse y él había descubierto “el
secreto” demasiado tarde. No podría estar más disgustado, y aun así la amaba. Ella
tenía unos lindos ojos azules que se hacían muy, muy azules con el reflejo de
la luz del sol, y a él le gustaba mucho mirarla y mirarla a los ojos. Era una
criatura bella y sobrenatural que nunca podría ser domesticada, y aunque en la
práctica eso le resultaba incómodo, era una de las cosas que más le gustaban de
ella.
Él tenía el sueño profundo, pero descubrió una
noche que ella salía a hurtadillas y volvía al alba, y lo único en lo que podía
pensar era que iba a verse con un hombre. Ella hablaba a veces de un prometido
que había tenido que había muerto en un misterioso accidente. Pero ¿y si
mentía? ¿Y si estaba vivo e iba a verse con él? Los celos se le metieron en el
alma y ya no lo abandonaron. ¡Traidora, ingrata! Nadie la había querido como
él, ¿y se escapaba por las noches buscando el calor de otro? Se la imaginaba
amando, aún apasionadamente, a ese mentecato, dándole el cuerpo que le debía a
él. En cambio, con él era algo fría y, aunque él no quería quejarse para no
disgustarla, lo cierto es que era una de las cosas que menos le gustaban de
ella.
Una noche decidió seguirla y matarla si confirmaba
sus sospechas. La siguió colina abajo sin entender por qué se había puesto una
capa negra y una capucha que la cubría dándole aspecto de criatura maligna,
pero supuso que no quería que nadie del pueblo la reconociera si alguien se
asomaba a la ventana. Evidentemente, no estaba haciendo nada legítimo. Pero
cuál sería su sorpresa al ver que en lugar de pararse en la puerta de una casa
corriente, entraba en el viejo cementerio. Durante unos segundos, él dudó. ¿Qué
significaba esto? La respuesta le vino sola. No lo engañaba en el sentido
habitual, sino simbólicamente. El individuo que amó debía de estar, efectivamente,
muerto. Pero ella aún lo amaba y venía aquí a regodearse en el dolor de haberlo
perdido. Aunque no era lo mismo enfadarse con un vivo que con un muerto, se
sentía lleno de ira homicida. Entró en el cementerio y la buscó durante horas.
Poco a poco, un mal presentimiento se le atascó en la garganta, y empezó a
sentirse excepcionalmente nervioso. Al fin la descubrió, junto a otra figura
oscura. Estaban sentadas al borde de una tumba de un muerto reciente, y su
horror fue indescriptible al confirmar que estaban comiéndose al muerto.
Parpadeó perplejo, cuestionando la verdad de lo que sus ojos le decían.
¡Era una bruja! Ésa era la extraña, la horrenda verdad.
Las brujas vivían en los bosques y se casaban con hombres humanos para
perpetuar su especie; todos lo sabían, pero nadie las veía -las descubría. Se
alimentaban de cadáveres y detestaban la comida humana. Se le heló la sangre. Se
sentía usado, humillado en su devoción. Angustiado, volvió a tientas hasta la
casa y se metió en la cama como un autómata, los ojos fijos en el techo, hasta
que ella volvió y se acostó a su lado. ¡Bastarda! ¡Qué tormento! Le repugnaba
su cercanía. Deseaba hacerla sentir un tercio de la decepción que él estaba
sintiendo, para que se muriera de asco y pena. Por la mañana ella le había
preparado el desayuno y lo miraba sonriente, y él lo comió receloso, aunque con
las tripas revueltas, porque aún no había decidido cómo proceder y hasta
entonces quería actuar con normalidad. Pero pronto perdió la paciencia y
decidió que lo mejor era hacer lo que hubiera hecho si ella hubiera estado mancillando
su honor con el prometido muerto: matarla, por bruja y mentirosa.
Eligió una noche de tormenta para quemar a su
bruja; el aire olía a electricidad y el furioso color del cielo daba a entender
que lloverían cántaros de sangre. La casa en que vivían era de ella, “de sus
padres” -¿quién sabía lo que eso significaba ahora? Los padres podrían haberse
comido a los verdaderos dueños-. No importaba, ella iba a morir. Durante la
cena, puso una droga en su bebida para hacerla dormir, y procuró que se
acostaran en la cama relativamente temprano para tener controlados los efectos
de su plan. Ella se durmió, lo supo por su respiración. Entonces él roció la
habitación para prenderle fuego, la roció a ella también y acariciándole el
vientre con una cerilla le puso un vestido de llamas antes de salir corriendo
al exterior. Fuera, el viento rugía enfebrecido, avivando el fuego con loca
alegría. Y él danzaba alrededor de la casa con una sonrisa macabra deformándole
la cara, riéndose a gritos de todas las brujas hijas del infierno que creyeran que podían engañarlo.
Mare meua!
ResponderEliminarNo me esperaba este relato... ha sido como, what the fuck? Pensaba que no lo estaría engañando físicamente como él esperaba, si no que estaría allí velando al muerto que amo... pero cuando de repente estaba ahí comiéndose a un cadáver... buahhh, me has descolocado.
Muy bueno, directo y curioso :) Me ha gustado mucho.
Y el final... creo que esa bruja sigue viva, y acabará con ese pazguato... y se lo comerá enterito.
Te quiero esposa ^^
si, la verdad es que un giro vertiginoso a los acontecimientos; un relato sencillo aunque no entiendo muy bien la relación entre el título y el relato.
ResponderEliminarjajajjaa me encanta el comentario final de esther :P
brujas al poderrrrrrrrrrrrr buajajjaja
Blanca