21/5/14

Tormento y tormenta (Rosæ)



La joven esposa apenas comía, de modo que él siempre había creído que había algo extraño en ella. Habían empezado a vivir juntos como marido y mujer sin apenas conocerse y él había descubierto “el secreto” demasiado tarde. No podría estar más disgustado, y aun así la amaba. Ella tenía unos lindos ojos azules que se hacían muy, muy azules con el reflejo de la luz del sol, y a él le gustaba mucho mirarla y mirarla a los ojos. Era una criatura bella y sobrenatural que nunca podría ser domesticada, y aunque en la práctica eso le resultaba incómodo, era una de las cosas que más le gustaban de ella. 

Él tenía el sueño profundo, pero descubrió una noche que ella salía a hurtadillas y volvía al alba, y lo único en lo que podía pensar era que iba a verse con un hombre. Ella hablaba a veces de un prometido que había tenido que había muerto en un misterioso accidente. Pero ¿y si mentía? ¿Y si estaba vivo e iba a verse con él? Los celos se le metieron en el alma y ya no lo abandonaron. ¡Traidora, ingrata! Nadie la había querido como él, ¿y se escapaba por las noches buscando el calor de otro? Se la imaginaba amando, aún apasionadamente, a ese mentecato, dándole el cuerpo que le debía a él. En cambio, con él era algo fría y, aunque él no quería quejarse para no disgustarla, lo cierto es que era una de las cosas que menos le gustaban de ella.

Una noche decidió seguirla y matarla si confirmaba sus sospechas. La siguió colina abajo sin entender por qué se había puesto una capa negra y una capucha que la cubría dándole aspecto de criatura maligna, pero supuso que no quería que nadie del pueblo la reconociera si alguien se asomaba a la ventana. Evidentemente, no estaba haciendo nada legítimo. Pero cuál sería su sorpresa al ver que en lugar de pararse en la puerta de una casa corriente, entraba en el viejo cementerio. Durante unos segundos, él dudó. ¿Qué significaba esto? La respuesta le vino sola. No lo engañaba en el sentido habitual, sino simbólicamente. El individuo que amó debía de estar, efectivamente, muerto. Pero ella aún lo amaba y venía aquí a regodearse en el dolor de haberlo perdido. Aunque no era lo mismo enfadarse con un vivo que con un muerto, se sentía lleno de ira homicida. Entró en el cementerio y la buscó durante horas. Poco a poco, un mal presentimiento se le atascó en la garganta, y empezó a sentirse excepcionalmente nervioso. Al fin la descubrió, junto a otra figura oscura. Estaban sentadas al borde de una tumba de un muerto reciente, y su horror fue indescriptible al confirmar que estaban comiéndose al muerto. Parpadeó perplejo, cuestionando la verdad de lo que sus ojos le decían.

¡Era una bruja! Ésa era la extraña, la horrenda verdad. Las brujas vivían en los bosques y se casaban con hombres humanos para perpetuar su especie; todos lo sabían, pero nadie las veía -las descubría. Se alimentaban de cadáveres y detestaban la comida humana. Se le heló la sangre. Se sentía usado, humillado en su devoción. Angustiado, volvió a tientas hasta la casa y se metió en la cama como un autómata, los ojos fijos en el techo, hasta que ella volvió y se acostó a su lado. ¡Bastarda! ¡Qué tormento! Le repugnaba su cercanía. Deseaba hacerla sentir un tercio de la decepción que él estaba sintiendo, para que se muriera de asco y pena. Por la mañana ella le había preparado el desayuno y lo miraba sonriente, y él lo comió receloso, aunque con las tripas revueltas, porque aún no había decidido cómo proceder y hasta entonces quería actuar con normalidad. Pero pronto perdió la paciencia y decidió que lo mejor era hacer lo que hubiera hecho si ella hubiera estado mancillando su honor con el prometido muerto: matarla, por bruja y mentirosa.



Eligió una noche de tormenta para quemar a su bruja; el aire olía a electricidad y el furioso color del cielo daba a entender que lloverían cántaros de sangre. La casa en que vivían era de ella, “de sus padres” -¿quién sabía lo que eso significaba ahora? Los padres podrían haberse comido a los verdaderos dueños-. No importaba, ella iba a morir. Durante la cena, puso una droga en su bebida para hacerla dormir, y procuró que se acostaran en la cama relativamente temprano para tener controlados los efectos de su plan. Ella se durmió, lo supo por su respiración. Entonces él roció la habitación para prenderle fuego, la roció a ella también y acariciándole el vientre con una cerilla le puso un vestido de llamas antes de salir corriendo al exterior. Fuera, el viento rugía enfebrecido, avivando el fuego con loca alegría. Y él danzaba alrededor de la casa con una sonrisa macabra deformándole la cara, riéndose a gritos de todas las brujas hijas del infierno que creyeran que podían engañarlo.

2 comentarios:

  1. Mare meua!

    No me esperaba este relato... ha sido como, what the fuck? Pensaba que no lo estaría engañando físicamente como él esperaba, si no que estaría allí velando al muerto que amo... pero cuando de repente estaba ahí comiéndose a un cadáver... buahhh, me has descolocado.

    Muy bueno, directo y curioso :) Me ha gustado mucho.

    Y el final... creo que esa bruja sigue viva, y acabará con ese pazguato... y se lo comerá enterito.

    Te quiero esposa ^^

    ResponderEliminar
  2. si, la verdad es que un giro vertiginoso a los acontecimientos; un relato sencillo aunque no entiendo muy bien la relación entre el título y el relato.
    jajajjaa me encanta el comentario final de esther :P
    brujas al poderrrrrrrrrrrrr buajajjaja
    Blanca

    ResponderEliminar