19/5/14

Dos vidas (Rosæ)



Laura Greene conoció a Reinaldo Coronado un soleado día de mercado en que por alguna nebulosa razón estaba de mal humor. Su marido se había ido a trabajar temprano, y ella sintió una opresión en el pecho y creyó que el sol podría curarla, así que arrastró a la pequeña Lucy hasta el pueblo. La niña encontró amiguitos enseguida. Laura se sentó, relativamente relajada, en un banco que resultó estar junto al puesto de Reinaldo. Cualquiera sabrá, pensaba con amargura, sólo con echarme un vistazo, que soy una fracasada. Ella no lo vio al principio y, abstraída en sus pensamientos como estaba, sólo reparó en él cuando la niña le pidió que le comprara una pulsera compuesta de piedrecitas azules y blancas. Es una cosa bonita, piensa Laura, y levanta la vista para encontrarse con los alegres ojos de Reinaldo, mirándola.

No pudo evitar sonreír. Reinaldo había hecho buenas migas con Lucy, y Laura compró la pulsera por quedar bien. Empezaron a hablar. Reinaldo era de Colombia, donde Laura había pasado un tiempo cuando era más joven. Eso le encantó, fue como conectar con una parte de sí misma que estaba encerrada en el sótano de su conciencia. Reinaldo le contó historias de su juventud en la sierra de Santa Marta, estuvo quejándose del gobierno de Colombia, de que las cosas nunca cambiaban, y explicándole por qué por nada del mundo volvería allí. Había estado en África los últimos cinco años, y había dejado Senegal hacía sólo dos semanas para pasar el verano en el país de Laura. Escuchándolo, ella perdía la noción del tiempo. Volvió a la casa con la pequeña Lucy cuando Reinaldo había recogido sus cosas para volver al pueblo en que se había instalado provisionalmente y que quedaba a una hora de donde Laura vivía. Estaba realmente fascinada. Reinaldo hacía pulseras, collares, anillos, y los vendía en diferentes mercados de la zona; comía en esos mismos mercados, y dormía en la enorme furgoneta roja de la que a su vez dependía su negocio. Laura tenía la impresión de que Reinaldo no parecía necesitar nada más, de alguna manera le parecía completo, y de ahí su fascinación. Laura nunca usaba la palabra felicidad, porque le parecía una palabra traicionera que jugaba con el presente y se burlaba del pasado. Ella no se decía a sí misma que no era feliz, sino que estaba incompleta. Había algo que le faltaba siempre, y no sabía qué. Ése era su fallo, su fracaso más grande. Había cosas que no le interesaban, cosas que no hacía bien, pero el fracaso no tenía nada que ver con eso, sino con no saber qué hacer con las cosas que le interesaban y que hacía bien. En algún momento de su vida, cuando era más joven (pensaba ahora), lo había tenido todo muy claro, pero no sabía exactamente cuándo había perdido el norte y no lo había vuelto a encontrar. Desde entonces, vivía como resbalándose siempre, consciente de estar en un terreno que no era suyo, como una planta trasplantada que no se acostumbra a la nueva tierra y empieza a morir muy lentamente, sólo que no llegaba a morir del todo y se quedaba pausada en el proceso de marchitarse. Pero nadie sabía esto, porque Laura no lo hablaba con nadie. Estaba a punto de dar a luz y la gente le daba la enhorabuena continuamente, y ella exhibía una sonrisa de anuncio de pasta de dientes, ya sin pensar. Pero tenía pesadillas en que daba a luz medio bebé, y el médico le explicaba que la causa era su no-completud, clavándole una mirada fría, azul, que era como el acero de un cuchillo. Despertaba bañada en sudor y culpa, descubría que su marido estaba roncando otra vez y ya no podía volver a dormirse. Este hombre que tiene tan pobre papel en mi vida me ha hecho un flaco favor casándose conmigo y ahora ni siquiera me deja dormir. Desesperada, salía de la casa para pasar frío, para que se le enfriara la cabeza, rogando que se le congelaran los pensamientos, porque entonces tenía la malsana idea de que prefería matarse antes que dar a luz medio bebé y no sabía cómo ponerle freno a las ganas de hacerlo. Sería horrible matarse con el bebé dentro, aunque era la idea de ese medio bebé lo que le daban ganas de matarse. El mundo no le parecía un lugar acogedor, y se refugiaba de su hostilidad encogiéndose sobre sí misma como un caracol asustado. Pero sus sentimientos hacia el mundo cambiaron el verano en que conoció a Reinaldo. Sin saber muy bien por qué, decidió que pasaría con él tanto tiempo como fuera posible, y que aprendería de él los secretos para hacer las más bonitas pulseras; que eso le gustaría, que le sería útil. Reinaldo parecía feliz teniéndola como amiga y ayudante, y eso la hacía sentir segura sobre que no iba a recibir traición.

El verano pasó lento y suave por la piel de Laura y, a pesar de que hacía tiempo que no se sentía tan bien, una sombra empezó a crecer en su interior. El parto se le adelantó unos días, pero el bebé parecía estar bien. Laura le daba de mamar junto a la ventana, dando rienda suelta a sus pensamientos. Reinaldo se iría al final del verano, y así terminaría su diversión. Angustiada con la idea de que todo volviera a ser como antes, decidió que Reinaldo era una persona fuerte que se sobrepondría a cualquier cosa, mientras que ella necesitaba esto que tenía ahora para seguir adelante. Una tarde le vino a la mente la certeza de lo que quería: robarle la casa a Reinaldo como un cangrejo ermitaño se apodera de la concha de un molusco muerto. La idea del asesinato le parecía demasiado cruel como para llevarla a cabo, y no creía que fuese necesario llegar tan lejos. Simplemente esperaría a que Reinaldo le pidiera que aparcara la furgoneta cerca del puerto para salir a la carretera con ella y desaparecer. Haría collares, pulseras, anillos, los vendería, ganaría suficiente para seguir moviéndose, y llevaría esencialmente la vida que Reinaldo había estado llevando hasta ahora. Todos la condenarían, y eso le daba cierto placer. La familia del marido confirmaría gracias a esto que “siempre había estado un poco loca”, cosa que de todas formas ya habían decidido sólo por sus silencios y el tiempo que le gustaba pasar sola. Los vecinos la llamarían mala madre y le compadecerían a él por haber errado la elección de la esposa que le convenía. Laura sentía una indiferencia inmensa ante todo esto, le alegraba la idea de no volverlo a ver, de que se encargara a solas de sus hijos y que viera lo que se había estado perdiendo. Los hijos la olvidarían, y esa certeza le gustaba; era como librarse de un gran peso.

Preparó una mochila con las cosas que no quería dejar. Sabía que llegaría su día, el día adecuado para irse, en que Reinaldo le daría voluntariamente las llaves del coche y le pediría que comprara algo, o que llevara algo a alguien, o que aparcara en otro sitio porque los del mercado querían que se moviera, y mientras él planeaba hacer otra cosa, hablar con alguien, o comprar comida, y entonces ella cogería las llaves, le daría las gracias por todo y se llevaría su concha. Hasta entonces, esperaría implacable, pacientemente, como un gato que sabe que un día el ratón doblará esquina.

2 comentarios:

  1. ay me dio pena reinaldo, qué hará sin la flagonetaa???entonces no se pira con él no? vaya tela la laura jaja amor ceroa su familia, aunque es totalmente respetable.. supongo por toda la mierda que tenía dentro (es por eso lo de dos vidas, cierto?)
    yo creía que iba a ser la historia de una infidelidad cual madame bovary o anna karenina.
    me ha parecido similar al de ocaso del alba ;)
    blanca

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  2. Hola esposita,

    como Blanca, pensaba que finalmente Laura le pondría los tochos a su marido con Reinaldo... que poco a poco esa amistad sería otra cosa... así que me he quedado perpleja con el final, no me lo esperaba. Tan angustiada con todo que lo quería dejar atrás, aunque jodiera a todxs.

    Flipante las pesadillas del medio bebé... y sobretodo en una mujer que ya había dado a luz... me parecía más un miedo de una primeriza... pero me encantó la unión del miedo a sentirse incompleta y por ello parir un bebé a medias... ya trataremos tú y yo estos temas.

    Me quedo con esta frase "Desde entonces, vivía como resbalándose siempre, consciente de estar en un terreno que no era suyo, como una planta trasplantada que no se acostumbra a la nueva tierra y empieza a morir muy lentamente, sólo que no llegaba a morir del todo y se quedaba pausada en el proceso de marchitarse" Tan poético, tan real... me has puesto la piel de gallina.

    Te quiero esposa :)

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