20/8/14

Chicago en llamas (Rosæ)

Durante las próximas horas de este día de octubre de 1871, después de casi diez años, Evan se encontraría de nuevo con Chiito. Se había puesto de acuerdo con algunos cabeza de familia de las granjas vecinas para acercarse a Chicago en busca de abuelos, hermanos, sobrinos, otros familiares o amigos en apuros, o a echar una mano con la reconstrucción de la ciudad. Hacía ya varios días que el lugar había amanecido con diferentes versiones del impactante titular “Chicago en llamas” estampado en la portada de los periódicos, que los repartidores agitaban en las calles a la vez que gritaban la noticia a los cuatro vientos. Pensando en Chiito, Evan no podía dormir. Se lo imaginaba corriendo de aquí para allá, atrapado entre los escombros, o ardiendo, y se le congelaba el alma de pena y terror.

Evan recordaba su infancia como una época de mucha hambre y nubes oscuras. La aridez de la zona donde vivía se confundía en su mente con la aridez de su propio corazón, que desfallecía todos los días de congoja y desencanto. Pensaba que llevaba la carencia de amor dibujada en cada arruga de su joven rostro.
Se había ido de Chicago con quince años, cuando su padre lo echó de casa. Su pobre madre había muerto de tuberculosis cuando Evan era muy pequeño, y su hermano mayor había muerto en una reyerta durante el año anterior. La figura de su padre se alzaba retorcida en medio de su horizonte como una maldición encarnada en constante decadencia y descomposición física y moral. Se pasaba el día bebiendo whiskey, creyéndose el blanco de la ira divina, quejándose de sus deudas y disparando con su viejo rifle a las ratas que vivían como reinas en la casa. Evan dormía a menudo fuera, en la caseta del perro, con el perro. Había empezado siendo un castigo, pero terminó siendo la única manera en que podía dormir. A veces soñaba que encontraba un mapa al paraíso y que la entrada estaba debajo de esa humilde caseta.

Su hermano había encontrado a Chiito escondido en la pocilga de un vecino y lo había llevado a la casa, encerrado dentro de una caja, cuando era aún un ridículo cachorro que estaba sucio y olía a muerto. Evan le daba leche con una cuchara de madera, como si alimentara a un bebé. Con el paso de los meses, la dulce criatura creció como una hermosa planta y se convirtió en un magnífico animal que resplandecía con la luz del sol. Evan se enorgullecía de él como si fuera su mejor obra de arte. Lo quería tierna, lealmente. Un día de otoño en que los gritos de la casa llegaron hasta el cielo, el padre lo echó y le prohibió volver, encerró a Chiito para que no se lo llevara y amenazó con pegarle un tiro si asaltaba la casa en su ausencia. Llorando de rabia y resignación y sin un lugar donde caerse muerto, Evan abandonó Chicago. Sus torpes pasos lo llevaron a Indiana, donde se pudo establecer tras entrar al servicio de una familia de herreros, convirtiéndose más tarde en aprendiz.

En Indiana se casó con su amada Elizabeth varios años después y con la inestimable ayuda de la familia de ella construyeron una casa para los dos. Evan sintóse feliz y lleno de luz y energía por primera vez en mucho tiempo. Había encontrado en la familia de su joven esposa la comunidad de gente que hubiera deseado para sí desde los años más tiernos de su infancia. Personajes entrañables y solidarios, lo acogieron con sonrisas dulces y comprensivas y no le hicieron nunca preguntas sobre cosas que él no quería contar. Relacionarse con ellos y verlos día a día era para Evan como nadar en aguas cálidas después de un largo y desagradable invierno. Un año después del matrimonio, Elizabeth dio a luz gemelas, dos criaturas dulces y alegres como dos pasteles de nata y limón a las que llamaron Gianna y Elsie. El incendio de Chicago y la marcha de Evan coincidió con la semana del cumpleaños de las gemelas, por lo que Evan soñaba con volver a su hogar acompañado del mejor regalo de cumpleaños que un padre podía dar a sus dos soles: un Chiito, pensaba, nervioso e ilusionado como un niño.

No obstante, el miedo a no encontrarlo, encontrarse en cambio con su padre, que el perro estuviera muerto y que el padre viviera, le atenazó la garganta durante todo el viaje, que él se esforzaba en mantener abierta a la esperanza cantando por el camino con algunos de sus compañeros.
El estado en que encontraron la ciudad horrorizó a todos. El paisaje era triste y desesperante como un cementerio de fuego y ceniza. La gente se movía como agitadas hormigas de un lado para otro, atareadas con cientos de tareas de auxilio y reconstrucción. Evan se separó del grupo y deambuló por la deshecha ciudad. La casa de su padre se había convertido en cuatro palos negros que a duras penas se mantenían en pie, y la caseta de Chiito había desaparecido. Evan no sentía ningún amor por su padre y apenas le alteró deducir que debía de haber muerto durante el brutal incendio; en cambio, la ausencia de la caseta de Chiito le cayó en la cabeza como un rayo y reventó a llorar.
Pero un hilo de sol, tembloroso como su alma, acarició suavemente la superficie de los escombros de lo que había sido la fachada de la casa; dos orejitas y un hocico negro se asomaron al oír su llanto, y se dibujó ante Evan el perfil del adorado animal, que saltó en su busca moviendo la cola frenéticamente, aullando y jadeando con inmensa excitación. Evan lloraba y reía, desesperado, extasiado. Durante unos confusos segundos, sin dar crédito a su buena suerte, se creyó dentro del más dulce sueño. Chiito ya tenía doce años, por lo que ya era mayor. Su pelaje dorado estaba cubierto por un traje de ceniza mojada que le daba un aspecto cómico pero, por lo demás, parecía ileso, aunque famélico.
En escenario tan desalentador, rodeados como estaban de muerte y destrucción, nadie prestó atención al reencuentro de los dos amigos, pero la alegría de ambos se quedó un tiempo en el aire, inocente, sin intención de insultar a los que sufrían a su alrededor, brillando en la luz del atardecer como un arco iris de fuertes colores o los polvos mágicos de un hada buena.

1 comentario:

  1. Ohhhhh que reencuentro tan bello, me he emocionado.

    Dos viejos amigos, separados y reencontrados por tal situación con el desastre de un terrible incendio en una ciudad.

    Muy intenso el relato esposis, la forma de la naracción ha sido de lo más natural.

    Me quedo con esta frase " dos criaturas dulces y alegres como dos pasteles de nata y limón (...)" me ha encantado la comparación de las niñas con unos pasteles xD

    Te quiero esposa :)

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