15/1/14

Nueva jornada en el país de la guerra (Rosæ)

Un joven desesperado, muerto de hambre y de sueño, llora de terror sintiéndose el ser más absurdo del planeta. Comparte cautiverio con un viejo misterioso que ya estaba ahí cuando él llegó, que no masculla palabra alguna y que a esas alturas se encuentra extremadamente débil. Tiene una herida no muy grave en la frente y el uniforme manchado de sangre seca, seguramente ajena. El muchacho cree que es un mando a punto de jubilarse, por la edad, las numerosas condecoraciones y por el aire de superioridad que le brilla en los ojos (las pocas veces que los abre del todo) para clavar en su inexperto compañero una mirada cruda, fija, amarga y sarcástica que a él le da escalofríos y le hace bajar la vista. De vez en cuando tararea el himno de su país como si algo le resultara muy divertido, y el chico se dice que, simplemente, ya está loco. Él aún no ha perdido la esperanza de que los rescaten. Pero está claro que el viejo se ha resignado a morir, tiene un pie en cada mundo y sólo está aguardando el momento de perder el conocimiento definitivamente.
El muchacho, un obediente soldado norteamericano de veintipocos años, llevaba cuatro días con sus respectivas noches atrapado con tan siniestro compañero en un agujero profundo en mitad de una selva que había conspirado contra él; una selva preñada de muchos colores y pesadillas, repleta de gritos de ira y crueldad y silencio, monos azules y verdes, carcajadas de pájaros brillantes y risas de niños amarillos que se asomaban de vez en cuando al hoyo, escupiendo a sus presas y burlándose de su maldita suerte. De tanto en tanto, se escuchaba muy lejos el dulce sonido de la hélice de un helicóptero, y la mirada de los dos cautivos se alzaba hacia el abierto círculo de luz por donde habían caído, y gracias al cual recibían a veces la clemencia única de una lluvia que parecía mezclada con barro y que sabía a sangre recién exprimida.
El joven pensaba en su familia a menudo, y lo hacía con nostalgia pero sobre todo con abrumadora amargura. Su padre era un patriota fervoroso que peroraba a diario sobre el cumplimiento del deber, creía que todo modo de vida diferente al suyo era una degeneración y que los comunistas se reunían en el subsuelo, arañas repugnantes aliadas con la oscuridad y la traición, para conspirar contra los ciudadanos respetables. Su madre era una mujer orgullosa de su simpleza que repetía las ideas del padre, que a su vez repetía las del presentador de su programa predilecto, como una grabación fiel que considera que ya lo ha dicho todo, se sentía muy moderna por opinar igual que cierto presentador en los temas más importantes, siempre se ponía falda y delantal y una sonrisa de cocinera en la cara y su mayor dicha era remendar bien los pantalones de su marido. Él creía en Lyndon B. Johnson y ella en Martha Stewart, y celebraban con estúpido contento que su único hijo hubiera nacido el 4 de julio.
El día en que el joven partió para la guerra (para arrancar la raíz de este mal que está a punto de contaminarlo todo, hijo mío) fue, pues, un día glorioso para la familia entera, lleno de sol y alegría y sueños de heroísmo en los que la fuerza y la verdad triunfaban sobre la barbarie de forma tan definitiva como definitiva es la muerte o la gloria eterna de los justos. El chico era fiel abanderado de los principios inculcados, dispuesto a entregar la vida por su país y a aniquilar a los enemigos de la democracia, como debe ser. Él y su mejor amigo formaban una pareja diabólica. Exaltados y ambiciosos, estaban seguros de que habían nacido en la tierra prometida y de que Dios los miraría siempre con aprobación. Juntos soñaban con entrar en acción y extender los principios en los que creían por el mundo entero. Como dos macabros don juanes, hicieron una lista de objetivos para la guerra y apostaron que vencerían al otro en la meta de matar a treinta hombres, violar a veinte mujeres y salvar a diez niños. Por las noches, ambos jóvenes se ahogaban en la dicha de dulces sueños de sangre y semen.
Llegó el momento de partir y tuvieron que separarse, porque defenderían a su país en zonas diferentes del país enemigo. Se despidieron contentos, imaginándose dentro de diez años en el comedor de uno de ellos, rememorando la varonil camaradería de los tiempos de la guerra y las valerosas hazañas llevadas a cabo en combate, mientras sus dulces mujercitas preparaban la cena o hacían calceta.

La primera semana de guerra de este joven en particular transcurrió sin grandes incidentes, y lo único destacable fue que la tercera noche uno de sus compañeros se meó en la cama y todos se rieron de él. El chico se impacientaba; anhelaba violencia, luchar, descargarse. Vigilaban un poblado cercano, pero eso era todo; eran campesinos, nada importante, ni siquiera los rusos llegarían muy lejos por protegerlos; al parecer los amarillos les habían dado algunos problemas, antes de que él llegara, pero ahora el tal poblado estaba medio quemado y no pasaba nada digno de mención. Un poco desilusionado pero todavía lleno de esperanza, el muchacho se despertó en mitad de una noche al escuchar un sonido extraño cuyo origen se le escapaba (que bien podría haber sido el viento, pero en fin). Se imaginó objeto de una emboscada por parte de los amarillos, que él la desmantelaría, que pondría de rodillas al inculto cabecilla ante el capitán, se veía condecorado, envidiado por los chicos, codiciado por las chicas, veía para sí un futuro dorado en el ejército, y se le hinchaba el pecho de gusto. Se levantó, pues, en silencio, para ser ese héroe único y brillar en el recuerdo de todos como un salvador. Pensando en el amigo de la apuesta, y sintiéndose de pronto de lo más importante, escribió en su diario, a modo de encabezado para ese día que se prometía especial, “Nueva jornada en el país de la guerra” y fue en busca del enemigo, arma en ristre. Caminó silencioso creyendo ir en dirección a aquel sonido, arriesgándose un poco en la espesura. En ningún momento se juzgó perdido, aunque el progresivo alejamiento de sus camaradas empezó a causarle cierta inseguridad al cabo de andar un rato, durante lo que le parecieron incontables minutos. Súbitamente, unas voces como risas corrieron hacia sus oídos, y se le heló la sangre. Vio a dos chiquillos huir de la mano en dirección contraria a la suya. Sospechas confirmadas. Dominado por la exaltación del triunfo y haciéndose dueño del lugar, les dio el alto de inmediato. No obedecieron y el joven los persiguió implacable; la indignación ardía en sus ojos furiosos. De pronto se paró en seco, pues allí estaban, quietos. Amanecía, y la luz empezaba a iluminar sus figuras, antes negras como sombras burlonas. Parecía que uno de los dos se había caído y el otro intentaba ayudarle. Fue caminado lentamente hasta ellos, y eso le dio la oportunidad de verlos bien. Se trataba de un niño de unos doce años y de una chiquilla alrededor de los dieciséis, que estaba bastante bien desarrollada, observó (sonrió para sus adentros). La chica estaba en el suelo, probablemente se había torcido el tobillo, pues se lo cubría con la mano libre, y el niño de pie, y no se soltaban las manos, como si fueran demasiado reacios a romper una promesa. Lo miraron con una expresión extraña, despavorida, dulce en su desamparo, pero un fuego raro les iluminaba los ojos y el joven soldado, crecido, lo juzgó miedo y se acercó a ellos con el paso seguro de quien se siente temido y respetado, amparado por el poderío desplegado por los suyos. Con los ojos fijos en ella, a punto de alcanzarla, tuvo un segundo de lucidez para entender que había pisado en blando y que caía como en una pesadilla, pero sin despertar antes de recibir el golpe. Se golpeó la cabeza, la espalda, se quejó de dolor, maldijo. Aturdido y herido como estaba, pensó horrorizado que estaba con un cadáver en el fondo de un hoyo, hondo como un pozo. Pronto se dio cuenta de que el viejo en cuestión estaba vivo, porque gruñó y apartó las piernas, y le dedicó una mirada de verdadero fastidio. Un insoportable ejército de moscas hambrientas de coágulos de sangre celebraban el animal putrefacto que tenían por manjar, quizás fuera un perro, cuya raza era ya irreconocible, y que hacía el estrecho hoyo todavía más asqueroso y asfixiante. El chico sintió ganas de vomitar. Miró hacia arriba, donde la niña se asomaba sonriente. Hacía pensar en un duende malicioso. Luego no supo a ciencia cierta si había visto la sonrisa (veía su perfil al trasluz) o la había intuido por el tono de su voz. “Invasor”, dijo en inglés, y escupió en el hoyo. Después se fue. El joven gritó desesperado, pidiendo ayuda, y llegó incluso a disparar el arma hacia arriba, cuya estridencia los árboles amortiguaban y tragaban, y teniendo presente que no quería quedarse sin munición pues seguro que la necesitaría cuando saliera, pero al poco tiempo lo acalló una cascada de mierda que los niños vinieron a echarle con un cubo. El viejo volvió a gruñir con profundo disgusto, mientras él se limpiaba la mierda de la cara, sorprendido y asqueado hasta un punto inaudito, y dominado por las arcadas. El hedor era inaguantable y la cantidad de mierda derramada, increíble. Los niños se asomaron riendo. Eran muchos, comprendió pronto y, por cómo reían (con una despreocupación atroz) esto era para ellos más un juego que una trampa seria. Parecían disfrutarlo mucho, matar el tiempo, experimentar. Pero el chico no dejaba de decirse que algo tan retorcido no podía brotar espontáneamente de los críos de unos campesinos. Seguramente, los rusos estaban detrás de ello, y los estaban utilizando para sus despreciables propósitos. ¡Debía dar la voz de alarma! Intentó comunicarse con su compañero para explicarle sus sospechas acerca de una más que probable conspiración rusa. Los intentos por hablar con el viejo resultaron infructuosos, y las horas empezaron a arrastrarse, pestilentes y lentas como gusanos moribundos. Al principio, creyó que lo encontrarían enseguida, que vendrían a rescatarlo, pero oscureció y una desesperación que nunca había conocido hasta entonces se apoderó de sus entrañas, estrujándolas. Estaba aterrado, y no podía negarlo porque las lágrimas acudían solas a sus ojos. Se sentía pequeño y muy ridículo.
A la mañana siguiente suplicó comida y agua pero sólo recibió más mierda y un cubo de algo que le parecieron las tripas de algún animal, quizás un cerdo. Luego volvieron a cubrir el círculo de luz con muchas ramas y hojas, dejándolos ciegos. Al quinto día llegó el cadáver del hombre. Lo echaron al hoyo sin ningún miramiento, encima de los dos prisioneros. El chico comprobó espantado su sospecha, efectivamente estaba muerto. Había caído como un peso de plomo encima suyo, sin un quejido que insinuara ni un gramo de vida. Se trataba de un soldado de unos cuarenta, extraordinariamente guapo, de pelo muy negro y barba tupida pintada de rojo; había pisado una trampa para osos que aún le mordía el pie y tenía una herida en la cabeza que no paraba de escupir sangre, por lo que el chico supuso que la muerte era muy reciente. No podía imaginar cómo los niños, por muy salvajes que fuesen, habrían podido aniquilar a un hombre fornido como éste, sin la ayuda brutal de un adulto. Miró al viejo, que hacía rato que dormía y no había protestado esta vez. Lo sacudió, en vano, sólo para descubrir que también estaba muerto, y se preguntó cuándo había ocurrido. Un sonido de angustia le quebró la garganta. Comprendió al fin que los niños salvajes lo dejarían morir aquí y se llenó de terror y de un odio intenso como el infierno. Durante un rato gritó y se dio golpes contra la cabeza como un loco. Pronto se arrinconó abrazándose las rodillas. Pensó en sus padres, en sus amigos, en su bonita ciudad, que había dejado atrás por hacerle la guerra a este país hostil, ansioso de gloria, de aniquilar al enemigo, y donde sólo encontraría una muerte lenta y agónica en este hoyo, apestando a mierda y a impotencia y lleno de una vergüenza abrumadora, destructiva. Y esta terrible sensación de tormento y absurdo, provocada por la proximidad de una muerte tan ridícula como cruel, lo acompañó hasta que el corazón se le paró, cansado, varios días después la sonrisa amarilla de la niña-duende siempre flotando ante sus ojos turbios. Muy lejos del hoyo, en su lejana Texas natal, la familia del joven cadáver de mirada fija y hueca estaba a punto de cenar un gran pavo asado. Su madre salía afuera a sacar la basura, y su padre se rascaba la panza y se tomaba un whisky con hielo frente al televisor. Brindó por la guerra y por su hijo el soldado y se tiró un eructo de gigante satisfecho.

3 comentarios:

  1. Ahhhhhhhhhhhhh el final me mata, la familia ahí a la suya, y el hijo un cadáver decrépito. Y el hombre eructando felizmente. A la bartola rascándose los huevos. Que imagen tan exacta me ha venido a la mente.

    Realmente me ha alegrado de que se muriera (que malvada soy), pues lo he pasado mal cuando pensaba que iba a violar a la chiquilla... ese americani con aires de grandeza... americanis, puf!

    Me ha gustado mucho el relato. Muy descriptivo y aunque no has dejado espacios, entre párrafo y párrafo, ha quedado ligero, cómodo de leer y con mucho detalle.

    Supongo que con este titulo todas hablaremos de la guerra :)

    Te quiero esposa ^^

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  2. muy visual el final!! jejeje
    noto algo nuevo, el hecho de que pongas pensamiento de los protas en paréntesis, indicando que es un pensamiento, por lo que no forma parte del narrador omnisciente del relato, eso antes no lo hacías, desde mipunto de vista, creo que da más juego como estaba antes, una especie de estilo indirecto libre.
    Ahhhhhhhhhhhhh sólo hacía falta la palabra americani para poner la guinda al pastel!! jejejje en verdad podría ser un gran argumento esta trama para hacer una peli que (por fóín) no nos coma la cabeza de las grandezas estadounidenses en cuanto a guerras... que se creen héroes y son unos canisss reculiaos :P , como en pearl harbor.
    me han quedado dudas en cuanto a lo de los críos.... sabía que lo de la guerra de vietnam (tu relato habla muy bien de la derrota del ejército estadounidense) ponían muchas trampas putas para mayor estratégia y por eso en parte ganaron, pero no me ha quedado claro hasta qué punto son los niño los autores del hoyo y de la mierda que le cae encima literalmente al prota (la verdad que me da un poco de pena.... más que nada porque su situación se ve abocada a ese destino: sus padres hiperpatriotas y el país exaltando la grandiosidad de los héroes de guerra).
    En fín, un relato fácil y cómodo de leer, aunque he echado en falta retórica, pero muy bien descrito y expresado ;) muakasss
    Blanca

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  3. Mis queridas:

    Esther: creo que nunca habia escrito un relato donde tantos personajes me cayeran tan mal xDDD Creo que se nota mi odio por cada rincon del texto,,, hay varias frases que son jartazos indisimulados de mis propios sentimientos al respecto de X cosa ,,, Al final, la escena de la madre sacando la basura (creo que eso hago yo en el relato: sacar la basura JAJAJAJA risa maligna), tenia que ser algo "despreocupado" pero que a la vez me sugiriera mucha suciedad (algo asi como el sentimiento invertidos que me inspiro La casa de los espiritus cuando a Jaime del Valle lo matan y le queman los huevos con un cigarro, y al mismo tiempo, su padre brinda con champagne con sus colegitas fascistas por el triunfo del golpe militar. Solo que como Jaime me gustaba tanto, la impresion fue diferente, dolorosa. Esto tiraba mas hacia el sarcasmo que a algo que tuviera que doler. Algo asi como un GRAN HAH HAH, del Nelson de los Simpson ^^)

    Blanche: me temo que no se mucho sobre la guerra de Vietnam, y lo que dices de las trampas me ha sorprendido. No era mi intencion recrear nada concreto que me conste que haya pasado alli. La idea me vino por la imagen del chico encerrado ahi porque le habian tendido una trampa, y tiene mucho de simbolico (el gobierno tendiendo una trampa a los ciudadanos, para creer en la guerra etc? se puede leer asi...), solo que grafico, como tu dices, con consecuencias no simbolicas sino materiales e incluso demasiado materiales (como la mierda y la muerte). Ya digo, hay mucho jartazo por mi parte, cuando se pone a gritar, me dieron unas ganas tremendas de callarlo con mierda. Ha ido a ese pais a matar, y para mi eso no es justificable asi que que no se atreva a pedir ayuda. Yo soy la duenya de su vida y ayuda no iba a obtener. Se merece el cubo de mierda en toa la cara.
    Por otro lado, hay bastantes pelis criticas con la guerra y con la de Vietnam en particular.

    Os recomiendo ENCARECIDAMENTE esta, si la habeis visto ya: http://www.youtube.com/watch?v=t8NR6n1nRMI

    De hecho, la frase de "estaban orgullosos de que su unico hijo hubiera nacido un 4 de julio" es un guinyo-guinyo por mi parte a esa peli. La actitud de la MADRE fue algo que me impresiono sobremanera. La vi hace mcuho tiempo, pero la pelicula en general no tiene desperdicio y ojala la veais. De hecho, yo odiaba a Tom Cruise hasta que lo vi en esta peli, que me llego tanto que se gano to mi respeto ^^

    Anna: como siempre sus opiniones se hacen esperar xDDD

    Namaste,
    Rosa.

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