16/5/12

Areola mortal (Blanca)


Tras el crepúsculo cuasi infinito localizado en el horizonte, William visita por primera vez a su hermano, donde descansan los que por alguna extraña razón, la vida les ha sido arrebatada y descansan en paz.

William quiere expresarle todo lo que no le ha dicho en vida, quiere disculparse por no haber podido ayudarle cuando más lo necesitaba... pero ¡ah! ¿Él qué sabía?
William, desde pequeño, no había tenido relación con su único hermano, como mucho de sus amigos también, lo creía un hecho de lo más normal y común. Además la personalidad de ambos era bien distinta y llegó a creer que jamás de los jamases se llegarían a entender.

Edward, su hermano, le había pedido ayuda desde hacía un par de semanas, pero William hacía caso omiso a sus peticiones, hasta que se enteró de que estaba muerto y ya no lo podía ayudar...

Había dejado tan de margen a su hermano, que quizás si le hubiera ayudada aún estuviera vive, ya no con él, pero sí vivo, en algún lugar. Quizás no tuviera a nadie con quien contar y en última instancia acudió a él, pues hacía mucho que no recibía noticias suyas y cuando le pidió ayuda, le restó importancia.

En la ciudad de Nueva Orleans todo era misterio en aquella época. Habían encontrado al cadáver inerte de Edward en una calle solitaria, no sabíendo si era suicidio o asesinato aquel disparo que le costó la vida.

¿Sentía su muerte? Por supuesto que sí, de pronto vinieron un torrente de recuerdos de su infancia perfecta, él estaba. No todo había o tenía que haber sido malo.
Y ahora sentía, sobre todo por su familia, que se había quedado sin padre, sus nietos, la esposa viuda. ¡Qué desgracia!

Por eso la losa de la culpabilidad le pesaba como una condena y sabía, que al menos, hasta que no soltra todo lo que tenía dentro y le pidiera disculpas por su comportamiento, no podría dormir tranquilo.

La atmósfera era ideal para el encuadre de un pintor romántico: como era otoño, las hojas de los árboles caían raudas al ritmo del azote del viento mísero y el suelo mojado de rocío, recibía gustoso aquellas lágrimas casí anaranzajas. A lo lejos, las ruinas abandonadas recibían a William, creando un marco de perfección poética.

Así que frente a su tumba, sombrero en mano y cabeza gacha, suspiró y le dijo todo lo que llevaba dentro de sí mismo desde que recibiera la noticia de su muerte repentina.

  • Lo siento hermano, no te he podido ayudar cuando me has pedido ayuda y quizás de habertela proporcionado, hoy estarías vivo. Cuidaré de tu familia para que no le falte de nada. Yo... siempre te he envidiado por tus logros, me he sentido siempre como en segundo plano. Pero, ¿qué problema tenías que me pedías ayuda? Nunca me has pedido ayuda y por eso, hermano, no pensé que fuera importante, así que te pido, donde estés que me disculpas... Y que descanses en paz.

Y poco a poco el atardecer deja sus estragos en el día aquel, tiñendose para William de una perfecta areola mortal en tal siniestro lugar.

 Blanca

1 comentario:

  1. Un relato super poético Blanca, muy bonito.

    Me encantó la frase de "...el suelo mojado de rocío, recibía gustoso aquellas lágrimas casí anaranzajas...".

    Corto pero muy profundo :)

    Aunque no vi del todo reflejado la areola (el título) en este relato, pero de todos modos me gusto :)

    Espero que escribamos pronto :)

    ResponderEliminar