Hacía
un espléndido día de luz y vibrantes campanas. Las gaviotas
llenaban el aire de vida. Las góndolas brillaban como caballos bien
peinados y los alegres turistas no se quitaban las gafas de sol.
Giulia le había pedido a Donatella té chino, con limón y miel,
pero ya había olvidado que tenía el tazón entre las manos. El té
se enfriaba. Ella se mordía el labio inferior sin darse cuenta, con
los ojos clavados en el Gran Canal, cuya actividad parecía ser la
única cosa que no cambiaba con los años. A su lado, Donatella se
bebió su café y volvió a la cocina a echar un ojo a la tarta que
estaba en el horno. Era la favorita de Gabriele y la estaba
preparando para él. Aún no estaba lista, pero faltaba poco. La
tarta estaba hecha de pedazos de pan que habían ido sobrándole de
otras cosas y le placía pensar que ella podía hacer una tarta
riquísima simplemente con pedazos de pan sobrantes, leche,
mantequilla y pasas, y que otra gente (como Giulia, que seguía
dependiendo de ella como una niña pequeña) nunca hubiera podido
hacer algo como esto. En la puerta de entrada, las maletas de
Gabriele aguardaban expectantes. Donatella se sirvió otro café,
volvió a la terraza y se sentó al lado de Giulia, que no se había
movido ni un ápice.
Giulia
pensaba en Gabriele y Marianne, que pasarían a recoger el equipaje
de él en un par de horas. Tanto tiempo temiendo este momento y ahora
estaba ocurriendo: su pequeño (su primogénito) la abandonaba. Tenía
unas inmensas ganas de llorar. En secreto, un gusano esperaba
ansioso, acurrucado en el corazón de Giulia, que llegara el día en
que Gabriele regresara a casa con el rabo entre las piernas, la
maleta llena y un romance naufragado pesándole sobre los hombros.
Esa
mañana sentía con más intensidad que nunca que el haber dedicado
más de la mitad de su vida a construir una familia no la salvaba de
la soledad en el momento en que menos sola querría sentirse, cuando
estaba jubilada y se sentía tan inútil y socialmente prescindible.
Parece que todo lo que nos importa está destinado a desaparecer
tarde o temprano, pensaba amargamente, que nada permanece, que todo
desfallece no importa cuán fuerte sea. Mi familia se desintegra
definitivamente ante mis ojos, se desmembra y separa de mí como una
rama rebelde del tronco fundador. Recuerdo los detalles del parto de
Gabriele como si lo hubiera dado a luz hoy, y no puedo recordar los
detalles del proceso por el que se ha convertido en un ser autónomo
que no me necesita. Caterina dice que debería alegrarme de volver a
ser libre. ¡Pero cómo! ¡Si no sé qué hacer con esta libertad! No
entienden cómo me siento porque nunca han abrazado a alguien de la
manera en que yo los he tenido a ellos en brazos, cuando eran
diminutos seres sin habla.
No
creo que Marianne tenga la experiencia necesaria para lidiar con el
carácter de mi hijo, que yo conozco tan bien. No puedo estar
segura de cuánto lo quiere ella (eso me molesta tanto). ¿Y si lo
único que quiere es salir de casa de sus padres? Gabriele dice que
tiene una relación difícil con sus padres y eso no me causa buena
impresión. ¿Y si en realidad aún está enamorada del primer novio
y está utilizando a mi hijo para olvidar al otro? Gabriele ha
mencionado que la relación anterior de Marianne terminó hace sólo
seis meses. Eso tampoco me causa buena impresión. ¿Y si abusa de mi
hijo en algún sentido aprovechando que (obviamente) él está loco
por ella (como solía hacer la Sarah de Matteo, llamándolo a las
tantas de la noche para que fuera a recogerla en coche aquí y allí)?
¡Ah, mi pequeño! ¿Qué puedo hacer? Ahora no puedo protegerte de
Marianne ni de otros peligros como te protegía de los mosquitos
cuando eras un bebé. Y cuando te vas, algo que para ti es el
comienzo de la vida del amor, para mí señala el principio del fin
como una bandera roja anuncia el final de un camino.
Y
lo único que se queda a mi lado es Donatella, que siempre ha estado
aquí y parece tan inmutable como la actividad del Gran Canal. Pero
es como un fantasma y su presencia no me reconforta. A veces me
pregunto si late un corazón dentro de ese pecho.
Giulia
miró de soslayo a Donatella, que se había bebido el café y parecía
una estatua. Nadie sabría nunca que Donatella se permitía el lujo
de sentirse como Giulia, la madre legítima, con respecto al abandono
de Gabriele. Lo cierto era que, a pesar de conocerse desde hacía más
de cincuenta años, estas dos mujeres eran un misterio la una para la
otra. Giulia tenía un rol irreemplazable para su familia y un nombre
para su comunidad. Donatella vivía a las espaldas de Giulia, cubría
el tiempo libre de Giulia con sus manos y desahogaba con su trabajo
las obligaciones laborales y sociales de Giulia (mucho menos urgentes
desde su jubilación). Dependían para siempre la una de la otra;
ellas ni verbalizaban ni cuestionaban para sus adentros esa verdad.
Donatella había trabajado para los abuelos, para los padres de
Giulia, para Alberto, (Gabriele, Matteo, Caterina) y para ella.
Cuando llegó al país no sabía cocinar, pero la abuela le había
puesto un libro de cocina delante, había aprendido en poco tiempo y
desde entonces cocinar era una de las actividades principales de su
existencia. Durante días, meses, años, mientras Giulia estaba en el
colegio, en la universidad, en el trabajo, Donatella se había
levantado antes que nadie para preparar el desayuno y empezar a hacer
la comida para todos los miembros de la familia. Por las tardes debía
preparar la cena, siempre encargándose de los pequeños, que la
perseguían sin darle tregua. Una vez le había pedido permiso al
abuelo para ir a una escuela de cocina para aprender cosas nuevas y
mejorar las viejas, pero el abuelo le había dicho que no, “porque
verían que era buena cocinando y querrían que trabajara en algún
restaurante de la ciudad, y escaparía”. “Mejor se quedaba aquí,
en la casa”. Todos olvidaron la escuela de cocina cinco minutos
después de que hubiera sido mencionada. Pero Donatella pensaba en
ello a veces. Le placía recordar que apreciaban su trabajo y que
preferían que se quedara con ellos; también le placía pensar que
podría haber sido una cocinera famosa si hubiera ido a la escuela de
cocina (todos sabían que cocinaba realmente bien).
Los
fines de semana que Giulia y Alberto (con Gabriele, Matteo y
Caterina, cuando nacieron) se iban a la montaña, Donatella se
quedaba a hacer la colada y pulir el suelo. Volvía a veces a su
país, pero las visitas empezaron mucho tiempo atrás a espaciarse
cada vez más. Hacía ahora veinte años había preparado un viaje de
visita de casi dos meses, porque su madre estaba muy enferma. Giulia
se había enfadado con ella (¡dos meses! ¿es que estaba loca?).
Pero la madre murió una semana antes de que Donatella partiera, y
así partía del mundo el último miembro de su familia. No había
podido tener hijos porque le habían encontrado quistes dentro que le
ponían el rostro verde, y la habían operado y vaciado. Quedaba en
el aire el interrogante de qué hubiera pasado si hubiese podido
tener hijos que la ligaran a la tierra de un modo diferente a lo que
la ligaba la familia de Giulia, de si hubiera preferido dar el
desayuno a los vástagos de otra mujer en lugar de ver crecer a los
propios. Las posibilidades de su vida no realizadas (como convertirse
en una chef de renombre en la ciudad) dormían de día, y de noche
volaban a su alrededor como murciélagos sin rumbo, haciendo
preguntas para las que no había respuesta. Su alma dulce no conocía
el reposo. La (¿frívola?) idea de que podría haber aprovechado el
hecho de que no ser físicamente capaz de tener hijos para ser
actriz, cantante, escritora, activista, viajar a África, a la India,
tener mil amantes, cultivar mil amistades o plantar mil árboles no
se le pasaba por la cabeza. Ahora tenía casi ochenta años y no
había vuelta atrás. Donatella era un espécimen extraño. Era un
ama de casa sin familia, una madre sin derechos, sus seres queridos
no le debían explicaciones, y ahora era también vieja. Seguía
encargándose de la casa de los abuelos de Giulia y haciendo las
mismas cosas que hacía desde los veinticinco años, soñando que se
le rompían las cacerolas y que una joven le decía que escribiera en
un globo lo que más quería (que ella escribía 'tener algo propio')
y que Caterina reventaba el globo con un tenedor.
La
marcha de Matteo a Milán (y luego de Caterina, que ahora estudiaba
en Londres) no le había dolido tanto como le estaba doliendo la de
Gabriele, por la sencilla razón de que cuando ellos se fueron, aún
le quedaba Gabriele. Ahora no le quedaría nadie, salvo Giulia, que
parecía un monumento a la melancolía, y las cenizas de Alberto. La
novia de Gabriele no le gustaba nada. Le parecía vulgar. No le
gustaba que fuera francesa, tenía un horrible acento francés y no
la entendía cuando hablaba en italiano. Además, fumaba (el olor era
repugnante). Y su manera de vestir (y de sentarse) le parecía
masculina y se preguntaba si en realidad le gustarían las mujeres.
Pensaba que un día dejaría a Gabriele y volvería a Francia a
continuar sus estudios, y Giulia y ella tendrían que recomponer los
pedazos rotos del vástago ingenuo.
El
estridente sonido del timbre de abajo interrumpió sus pensamientos
sobre Marianne. Giulia dio un respingo. Son ellos. Intercambió una
larga mirada con Donatella y luego, en acuerdo tácito, volvieron a
hundir los ojos en el Canal. El timbre siguió sonando durante horas.
Ninguna de las dos se levantó a abrir la puerta.
Me alegra leer algo tuyo esposa ;) ¡Vamos poniéndonos en marcha!
ResponderEliminarRemarco esta frase, pues me parece que explica a la perfección el "síndrome del nido vacío o la casa amplia" que muchas madres (y algunos padres) sienten cuando sus hijxs se van de casa "Y cuando te vas, algo que para ti es el comienzo de la vida del amor, para mí señala el principio del fin como una bandera roja anuncia el final de un camino." Una frase que señala el inicio de una vida, de una aventura, de un nuevo camino... de una juventud por delante, y por otro lado, la vejez del otro extremo, el tener menos tiempo que el/la primer/a en irse con ganas de comerse el mundo...
Un relato duro. De idas y venidas y sueños postergados, quizás olvidados, a merced de otras vidas.
Te adoro esposa ;)
pd. desde que escribes más espaciado se lee con mejor ritmo, gracias esposa ;)